miércoles, 31 de agosto de 2011

Introducción al Nuevo Testamento





Introducción al Nuevo Testamento
Colección de los 27 libros inspirados, escritos después de la resurrección de Jesús.

INTRODUCCIÓN

Llamamos “Nuevo Testamento” a la colección de los 27 libros inspirados93 , escritos después de la resurrección de Jesús. A través de ellos conocemos a Jesús y la vida de la Iglesia en sus inicios.

Todo el Nuevo Testamento gira alrededor de esta “Buena Noticia”: Jesús de Nazareth, nacido de María, por obra del Espíritu Santo, es el Salvador, el Mesías, el Hijo de Dios y Hombre verdadero; ha muerto y resucitado para dar a los hombres una Vida Nueva y para enseñar el camino que conduce a la verdad de nuestra vida y de nuestro destino, que es la gloria del Padre, junto a Cristo Jesús.


1. ¿Cómo nació en Nuevo Testamento?

Jesús no escribió nada ni de su vida ni de su doctrina. Tampoco mandó a nadie que escribiera su mensaje. Él sólo dijo: “Vayan y anuncien la Buena Noticia a todas las gentes, para que todos los pueblos sean mis discípulos”. Por tanto, el Nuevo Testamento fue, antes que nada, predicado, vivido y celebrado. Solamente en un segundo tiempo, cuando las primeras comunidades vivían y celebraban la fe en Cristo, y los testigos oculares de la vida y palabra de Jesús iban desapareciendo, se sintió la necesidad de poner por escrito esa fe y esa predicación de los apóstoles y discípulos. El Nuevo Testamento fue entonces el resultado de la fe y predicación de las primeras comunidades cristianas. Este hecho es muy importante porque nuestra fe no puede fundamentarse sólo en la Biblia escrita, como lo hacen los protestantes. Es más bien la Tradición (con el Magisterio de la Iglesia) que nos garantiza la verdad de la Biblia y nos transmite todo el depósito de la fe (cf. 2 Tim 1, 13-14)94 .

Por tanto, el Nuevo Testamento tuvo dos etapas:

a) Una etapa predicada de boca en boca: el núcleo de esta predicación era este: Cristo Jesús, Hijo de Dios, muerto y resucitado. A este núcleo se le llama Kerigma, palabra griega que significa “anuncio, proclamación95” . Este Kerigma seguía este esquema: se recuerda el acontecimiento de Jesús; se interpreta este acontecimiento con las Escrituras; y se llama al compromiso de la fe. Este Kerigma se anunció primero a los judíos y después, por obra de Pablo, a los paganos. El Espíritu Santo fue el gran protagonista de esta etapa predicada del “Evangelio”, inspirando, asistiendo, cuidando la vida y la palabra de los primeros misioneros.

b) Y una etapa escrita: fue un camino largo y complejo. En los primeros años algunas comunidades cristianas empezaron a resumir lo esencial de la predicación apostólica en fórmulas breves y fáciles de retener, que serían los primeros intentos del “Credo”. San Pablo cita una fórmula célebre: “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Fue sepultado y resucitó al tercer día, según la Escrituras. Se apareció a Pedro, luego a los Doce” (1 Co 15, 3-5). Muy rápidamente, al celebrar la Eucaristía, nacerían también las “aclamaciones y fórmulas de alabanza a Cristo” (cf. Fil 2, 6-11; Col 1, 12-20; 1 Tim 3, 16). Así pasaron unos 30-35 años después de la resurrección. Y como los apóstoles iban muriendo, surgió el anhelo de poner por escrito todo, para no perder su memoria. Lo primero que se escribió fue el Relato de la Pasión. Más tarde, los dichos de Jesús, las parábolas y los milagros. Y así nacieron los cuatro Evangelios: primero Marcos, alrededor del año 70; después Mateo y Lucas, alrededor del año 80; por último, Juan, allá por el año 90. San Pablo, desde el año 40 había empezado sus viajes misioneros, fundando comunidades en toda Asia Menor; y para mantener los contactos con ellas, les escribe cartas, aconsejando, amonestando, enseñando, solucionando problemas. La primera que escribió fue el año 51 a los Tesalonicenses. Más tarde, en el año 63, escribió a los Corintios y a los Gálatas. Por tanto, los primeros escritos del Nuevo Testamento no fueron los Evangelios, sino las Cartas de san Pablo. Al inicio, los varios libros del Nuevo Testamento circulaban separadamente por las comunidades cristianas. Poco a poco se fueron juntando estos libros, cuando eran copiados a mano, hasta llegar a conformar todo el conjunto de los 27 libros canónicos.


2. ¿Cuándo se empezaron a reunir los varios libros, hasta conformar el “Canon” del Nuevo Testamento?

El más antiguo y más importante catálogo de los escritos del Nuevo Testamento fue descubierto en el siglo XVIII por un estudioso, llamado Muratori. El Canon de Muratori data de mediados del siglo II. Este catálogo contiene 22 libros, entre los cuales las 13 cartas de san Pablo. Todavía no es el Nuevo Testamento completo, pero es el primer intento que conocemos de empezar a reunir los varios libros.

Luego tenemos el testimonio de san Justino, que en su primera Apología del año 150 nos dice: “El domingo, todos se reúnen, leen las Memorias de los Apóstoles, que se llaman los Evangelios”. Esto nos asegura que ya a mediados del siglo II estaban reunidos los cuatro Evangelios. El catálogo ya completo de los 27 libros canónicos del Nuevo Testamento lo encontramos hacia el año 400.


3. ¿Originales o copias?

Los originales de los libros del Nuevo Testamento se perdieron muy pronto, debido a la escasa duración del material (papiro y cuero) en que se escribían, a mano, libros y cartas. Lo que ha llegado a nosotros son copias, muy antiguas por cierto, de pergamino u otro material, en número muy abundante, de varios libros o colecciones. Unos 3.500 manuscritos. Entre las colecciones o códigos más antiguos del Nuevo Testamento en griego podemos recordar:

a) El código Vaticano (siglo IV) que contiene casi todo el Antiguo Testamento y Nuevo Testamento.

b) El código Alejandrino (siglo V) que contiene el Antiguo Testamento y Nuevo Testamento e incluso cartas de san Clemente, no admitidas en el Canon.

c) El código Sinaítico (mitad del siglo IV) que contiene todo el Nuevo Testamento e incluso la Carta de san Bernabé y el Pastor de Hermas, no admitidas en el Canon.


La versión en latín de la Biblia es la Vulgata, terminada por san Jerónimo en Belén, hacia el año 400. Ya en este momento, los libros del Nuevo Testamento ya estaban completos y posteriormente fue esta versión de la Vulgata la que fue aprobada como oficial en la Iglesia, en el Concilio de Trento, en el año 1570.

Comencemos, pues, el Nuevo Testamento, con el alma abierta y con los oídos del corazón atentos. Es Dios quien nos habla, y quien nos ha escrito esta Carta. “Queremos ver a Jesús”, como aquellos griegos que acudieron al apóstol Felipe. Queremos ver su rostro para después hacerlo resplandecer ante las generaciones del nuevo milenio, como nos dice el Papa Juan Pablo II en su carta apostólica “Novo millennio ineunte” (n. 16).

En esta carta el Papa pone como prioridad en este Tercer Milenio la escucha de la Palabra: “Precisamente con esta atención a la Palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia” (n. 39).

¡Ojalá que este mi libro, que explica la Biblia sirva para que conozcamos más al Señor, lo amemos, lo reflejemos en nuestra vida y lo comuniquemos por todo el mundo!

Nuevo Testamento


La palabra testamento viene de testamentum, palabra con la cual los escritores eclesiásticos latinos traducían el griego diatheke. Con los autores profanos este último término siempre significa, excepto quizás un pasaje de Aristófanes, la disposición legal de sus bienes que hace una persona para después de su muerte. Sin embargo, en tiempos primitivos, los traductores alejandrinos de la Escritura, conocidos como los Setenta, empleaban la palabra como equivalente del hebreo berith, la cual significa un pacto, una alianza, más específicamente la alianza de Yahveh con Israel. En San PabloCor. 11,25) Jesucristo usa las palabras “nuevo testamento” con el significado de alianza establecida por Él mismo entre Dios y el mundo, y ésta es llamada “nueva” como opuesta a aquella en que Moisés era el mediador. Más tarde, el nombre de testamento se le dio a la colección de textos sagrados que contenían la historia y la doctrina de las dos alianzas, aquí de nuevo y por la misma razón nos hallamos con la distinción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Con este significado la expresión Antiguo Testamento (he palaia diatheke) se halla por primera vez en San Melitón de Sardes, hacia el año 170. Hay razones para pensar que en esa fecha la correspondiente palabra “testamentum” ya se usaba entre los latinos. De cualquier modo era común en tiempos de Tertuliano. (1

Descripción

El Nuevo Testamento, según lo aceptan las Iglesias cristianas, se compone de veintisiete libros diferentes atribuidos a ocho autores diferentes, seis de los cuales se cuentan entre los apóstoles (Mateo, Juan, Pablo, Santiago, Pedro, Judas) y dos entre sus discípulos inmediatos (Marcos, Lucas). Si consideramos sólo el contenido y forma literaria de estos escritos, pueden ser divididos en libros históricos (Evangelios y Hechos), libros didácticos (epístolas) y libro profético (Apocalipsis). Antes que se comenzara a usar el nombre del Nuevo Testamento, los escritores de la segunda parte del siglo II decían “Evangelio y escritos apostólicos” o simplemente “el Evangelio y el apóstol”, queriendo decir, el apóstol San Pablo. Los Evangelios se subdividen en dos grupos: aquéllos comúnmente llamados sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas), porque sus narrativas son paralelas, y el cuarto Evangelio (el de San Juan), el cual hasta cierto punto completa a los primeros tres. Todos se relacionan con la vida y enseñanzas personales de Jesucristo.

Los Hechos de los Apóstoles, como indica suficientemente su título, trata sobre las predicaciones y obras de los apóstoles. Narra la fundación de las Iglesias de Palestina y Siria solamente; en él se menciona a Pedro, Juan, Santiago, Pablo y Bernabé; luego, el autor dedica dieciséis capítulos de veintiocho a las misiones de San Pablo a los greco-romanos. Hay trece epístolas de San Pablo, y quizás catorce, si, con el Concilio de Trento, lo consideramos autor de la Epístola a los Hebreos. Con la excepción de esta última, ellas son dirigidas a iglesias particulares (Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses) o a individuos (1 y 2 Timoteo; Tito; Filemón). Las siete epístolas siguientes (Santiago, 1 y 2 Pedro, 1, 2 y 3 Juan; Judas) son llamadas “católicas” porque la mayoría de ellas son dirigidas a los fieles en general. El Apocalipsis, dirigido a las siete Iglesias de Asia Menor (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea) parece de algún modo una carta colectiva. Contiene la visión que Juan tuvo en Patmos respecto al estado interior de las antedichas comunidades, la lucha de la Iglesia con la Roma pagana, y el destino final de la nueva Jerusalén.

Origen

El Nuevo Testamento no fue escrito todo de una vez. Los libros que lo componen aparecieron uno tras otro en un período de cincuenta años, es decir, en la segunda mitad del siglo I. Escritos en países distantes y diferentes y dirigidos a Iglesias particulares, se tomaron algún tiempo en difundirse a través de toda la cristiandad, y mucho más tiempo para ser aceptados. La unificación del canon se logró con mucha controversia (vea Canon de las Sagradas Escrituras). Aun así se puede decir que desde el siglo III, o quizás antes, ya se conocía en todas partes la existencia de todos los libros que hoy forman el Nuevo Testamento, aunque todos no eran universalmente aceptados, por lo menos como ciertamente canónicos. Sin embargo, en Occidente existía uniformidad desde el siglo IV. Oriente tuvo que esperar al siglo VII para ver un fin a todas las dudas sobre el asunto. En los primeros tiempos los asuntos de canonicidad y autenticidad no se discutían separada e independientemente una de otra, siendo la última aducida como razón para la primera; pero en el siglo IV, se sostuvo la canonicidad, especialmente San Jerónimo, debido a la prescripción eclesiástica y, por el hecho, la autenticidad de los libros disputados se volvió de menor importancia. Tenemos que llegar al siglo XVI para oír repetirse el asunto de si la Epístola a los Hebreos fue escrita por San Pablo, o si las epístolas llamadas “católicas” fueron en realidad compuestas por los apóstoles cuyos nombres llevan. Algunos humanistasErasmo y el cardenal Cayetano, revisaron las objeciones mencionadas por San Jerónimo, y las cuales están basadas en el estilo de dichos escritos. Martín Lutero como añadió a esto la inadmisibilidad de la doctrina en cuanto a la Epístola de Santiago. Sin embargo, fueron prácticamente los luteranos quienes trataron de disminuir el Canon tradicional, el cual el Concilio de Trento definiría en 1546.

Estuvo reservado a tiempos modernos, especialmente en el siglo XIX, disputar y negar la verdad de la opinión recibida desde antiguo respecto al origen de los libros del Nuevo Testamento. Esta duda y la negación respecto a los autores tuvieron su causa primaria en la incredulidad religiosa del siglo XVIII. Estos testigos de la verdad de una religión ya no creída eran inconvenientes, si era cierto que habían visto y oído lo que narraban. Al analizarlos, se necesitó poco tiempo para hallar indicaciones de un origen posterior. Las conclusiones de la escuela Tübingen, que trajo al siglo II las composiciones de todo el Nuevo Testamento excepto cuatro Epístolas de San Pablo (Romanos, Gálatas y 1 y 2 Corintios), fueron muy comunes en el siglo XIX en los círculos críticos (vea Dict. Apolog. de la foi catholique, I, 771-6). Cuando la crisis de la incredulidad hubo pasado, el problema del Nuevo Testamento comenzó a examinarse con más calma, y especialmente, más metódicamente.

De los estudios críticos de los pasados dos siglos se puede concluir lo siguiente, que es ahora en sus perfiles generales aceptado por todos: fue un error atribuir el origen de la literatura cristiana a una fecha posterior; estos textos, en conjunto, se remontan a la segunda mitad del siglo I, en consecuencia son obra de una generación que contó con un buen número de testigos directos de la vida de Jesucristo. De etapa en etapa, de Strauss a Renán, de Renán a Reuss, Weizsäcker, Holtzmann, Jülicher, Weiss, y de éstos a Zahn, Harnack, el criticismo sólo ha vuelto sobre sus pasos por la distancia que había recorrido tan irreflexivamente bajo la guía de Christian Baur. Hoy día se acepta que los primeros Evangelios fueron escritos alrededor del año 70. Apenas se puede decir que los Hechos sean posteriores; incluso Harnack piensa que fueron compuestos cerca del año 60 en lugar del 70. Las epístolas de San Pablo quedan fuera de toda disputa, excepto la de los Efesios y la de los Hebreos, y las epístolas pastorales, sobre las cuales todavía existe duda. Del mismo modo hay muchos que impugnan las Epístolas Católicas; pero incluso si la Segunda Epístola de Pedro se retrasa hasta cerca del año 120 ó 130, muchos sitúan la Epístola de Santiago en el mismo comienzo de la literatura cristiana, entre los años 40 y 50, las primeras epístolas de San Pablo alrededor del 52 hasta el 58.

Al presente el embate de la lucha se centra alrededor de los escritos de San Juan (el cuarto Evangelio, las tres epístolas de Juan y el Apocalipsis). ¿Fueron estos textos escritos por el apóstol Juan, hijo de Zebedeo, o por Juan el presbítero de Éfeso que menciona San Papías? No hay nada que nos obligue a endosar las conclusiones de los críticos radicales sobre este asunto. Por el contrario, el testimonio sólido de la tradición le atribuye estos escritos al apóstol San Juan, ni se debilita del todo por criterios internos, siempre que no perdamos de vista el carácter del cuarto Evangelio---llamado por Clemente de Alejandría “un evangelio espiritual”, al compararlo con los otros tres, a los que llamó “corporales”. Teológicamente debemos tomar en cuenta algunos documentos eclesiásticos modernos (Decreto “Lamentabili”, prop. 17, 18 y la respuesta de la Comisión Romana para Asuntos Bíblicos, 29 de mayo de 1907). Estas decisiones apoyan el origen juanino y apostólico del cuarto Evangelio. Sean cuales fueren los puntos de estas controversias, un católico debe estar, y eso en virtud de sus principios, en circunstancias excepcionalmente favorables por aceptar las justas exigencias del criticismo. Si se estableciese que 2 Pedro pertenece a una clase de literatura común en ese entonces, a saber, el pseudo epígrafe, su canonicidad no se comprometerá debido a eso. La inspiración y la autenticidad son distintas e incluso separables, cuando no hay una cuestión dogmática envuelta en su unión.

El asunto del origen del Nuevo Testamento envuelve todavía otro problema literario, especialmente respecto a los Evangelios. ¿Son estos escritos independientes unos de otros? Si uno de los evangelistas utilizó la obra de sus predecesores, ¿cómo supondremos que sucedió? ¿Fue Mateo que usó el de Marcos o viceversa? Luego de treinta años de estudio constante, la pregunta ha sido contestada sólo por conjeturas. Entre éstas se debe incluir la teoría documental misma, incluso en la forma en que se admite actualmente, la de las “dos fuentes”. El punto de partida de esta teoría, es decir la prioridad de Marcos y el uso que Mateo y Lucas hicieron de él, aunque se ha convertido en un dogma en el criticismo, para muchos se puede decir que no es más que una hipótesis. Por muy desconcertante que sea, no es menos cierto. Ninguna de las soluciones propuestas ha sido aprobada por todos los estudiosos que son realmente competentes en la materia, porque todas estas soluciones, mientras que resuelven algunas de las dificultades, dejan casi otras tantas irresolutas. Si nos damos por satisfechos con hipótesis, por lo menos debemos preferir la más satisfactoria. El análisis del texto parece concordar bastante bien con la hipótesis de las dos fuentes---Marcos y Q (es decir, Quelle, el documento no de Marcos); pero un crítico conservador lo adoptará sólo hasta donde no sea incompatible con la información de la tradición respecto al origen de los Evangelios como ciertos o dignos de respeto.

Esta información puede ser resumida como sigue:

  • Los Evangelios son realmente obra de aquéllos a quienes se les ha atribuido siempre, aunque esta adscripción pueda quizás ser explicada por una autoría más o menos mediata. Así, el apóstol San Mateo, al escribir en arameo, no tradujo al griego él mismo el Evangelio canónico que nos ha llegado bajo su nombre. Sin embargo, el hecho de que se le considere el autor de este Evangelio necesariamente supone que entre el texto original arameo y el texto griego hay, por lo menos, una conformidad substancial. El texto original de San Mateo ciertamente es anterior a la ruina de Jerusalén, incluso hay razones para datarlo antes que las epístolas de San Pablo y por consiguiente cerca del año 50. No sabemos nada definido sobre la fecha en que fue traducido al griego.
  • Todo parece indicar que la fecha de composición de San Marcos fue cerca de la muerte de San Pedro, o sea, entre 60 y 70.
  • San Lucas nos dice claramente que antes que él “muchos intentaron narrar ordenadamente” el Evangelio. ¿Cuál fue entonces la fecha de su propia obra? Cerca del año 70. Se debe recordar que no debemos esperar de los antepasados la precisión de nuestra cronología moderna.
  • Los escritos de Juan pertenecen al final del siglo I, desde el año 90 al 100 (aproximadamente); excepto quizás el Apocalipsis, que algunos críticos modernos sitúan alrededor del final del reinado de Nerón, 68 d.C. (Vea Evangelios).

Transmisión del Texto

Ningún libro de los tiempos antiguos nos ha llegado exactamente como salió de las manos de su autor---todos han sido alterados de una u otra forma. Las condiciones materiales bajo las cuales se difundió un libro antes de la invención de la imprenta (1440), el poco cuidado de los copistas, correctores y glosadores para el texto, tan diferente al deseo de precisión actual, explica bastante las divergencias que encontramos entre los varios manuscritos de la misma obra. A estas causas se debe añadir, respecto a las Escrituras, las dificultades exegéticas y las controversias dogmáticas. Para eximir a los escritos sagrados de las condiciones ordinarias habría sido necesaria una providencia muy especial, y no ha sido la voluntad de Dios ejercer dicha providencia. En los testimonios más antiguos se han hallado más de 150,000 diferentes variantes al texto del Nuevo Testamento---el cual es en sí mismo una pruebanecesidad moral de anunciar con certeza de que las Escrituras no son el único, ni el principal, medio de revelación. En el orden concreto de la presente economía Dios sólo tuvo que prevenir las alteraciones de los textos sagrados que pondrían a la Iglesia en la como palabra de Dios lo que en realidad era una declaración humana. Sin embargo, digamos desde el principio, que el contenido substancial del texto sagrado no ha sido alterado, a pesar de la incertidumbre que se cierne sobre algunos pasajes dogmáticos o históricos más o menos largos o importantes. Además---y esto es muy importante---estas alteraciones no son irremediables; por lo menos a menudo podemos, al estudiar las variantes en los textos, eliminar las interpretaciones defectuosas y así reestablecer el texto primitivo. Este es el objeto del criticismo textual.

Breve Historia del Criticismo Textual

Los escritores antiguos estaban conscientes de las variantes en el texto y en las versiones del Nuevo Testamento; Orígenes, San Jerónimo y San Agustín particularmente insistían en este estado de cosas. En todas las épocas y en diferentes lugares se hicieron esfuerzos para remediar el mal; en África en tiempos de San Cipriano de Cartago (250); en Oriente, por medio de las obras de Orígenes (200-54); luego por las de San Luciano de Antioquía y Hesiquio de Alejandría, a principios del siglo IV. Luego (383) San Jerónimo revisó la versión latina con la ayuda de lo que consideró las mejores copias del texto griego. Entre 400-450 Rábulas de Edesa hizo lo mismo con la versión siríaca. En el siglo XIII las universidades, los dominicos y los franciscanos emprendieron la corrección del texto latino. En el siglo XV la imprenta aminoró, aunque no suprimió completamente, la diversidad de interpretaciones, porque publicó el mismo tipo de texto, es decir, el que los helenistas del RenacimientoItalia, Alemania y Francia después de la captura de Constantinopla. Después que Erasmo, Robert Estienne y Teodoro de Beze revisaron dicho texto, finalmente, en 1633, surgió la edición elzeviriana, que llevaría el nombre de “texto recibido”. Permaneció como el texto ne varietur del Nuevo Testamento para los protestantes hasta el siglo XIX. La Sociedad Bíblica Inglesa y Extranjera continuó publicándola hasta 1904. Todas las versiones protestantes oficiales dependían de este texto de origen bizantino hasta la revisión de la Versión Autorizada de la Iglesia Anglicana, la cual se efectuó en 1881. obtuvo de los eruditos bizantinos, que vinieron en números de

Los católicos por su parte siguieron la edición oficial de la Vulgata Latina (que es en substancia la versión revisada de San Jerónimo), publicada en 1592 por orden del Papa Clemente VIII, y debido a esto se llamó la Biblia Clementina. Así se puede decir que durante por lo menos dos siglos en Occidente el Nuevo Testamento se leyó en dos formas diferentes. ¿Cuál de las dos era la más exacta? Según se descubrían y editaban los antiguos manuscritos del texto, los críticos señalaban y registraban las diferencias presentadas en estos manuscritos, y también las divergencias entre ellos y el texto griego comúnmente admitido, así como la Vulgata Latina. Había comenzado el trabajo de comparación y criticismo más urgente, y por casi dos siglos muchos eruditos lo han realizado con diligencia y método. Entre éstos merecen mención especial: Mill (1707), Bentley (1720), Bengel (1734), Wetstein (1751), Semler (1765), Griesbach (1774), HugScholz (1830), ambos católicos, Lachmann (1842), Tregelles (1857), Tischendorf (1869), Westcott y Hort, Abbé Martin (1883), y en el siglo XX B. Weiss, H. Von Soden, R.C. Gregory. (1809),

Recursos del Criticismo Textual

Nunca fue tan fácil como al presente el ver, consultar y controlar los más antiguos documentos del Nuevo Testamento. Reunidos de todas partes, se hallan en las bibliotecas de nuestras grandes ciudades (Roma, París, Londres, San Petersburgo, Cambridge, etc.) donde pueden ser vistos y consultados por todos. Estos documentos son los manuscritos del texto griego, las versiones antiguas y las obras de eclesiásticoscódices del texto y versiones han sido clasificados y denominados por medio de letras de los alfabetos hebreo, griego y latino. Von Soden introdujo otra notación, que consiste esencialmente en la distribución de todos los manuscritos en tres grupos designados respectivamente con las tres letras griegas d (es decir, diatheke, los manuscritos que contienen los Evangelios y algo más), e (es decir, euaggelia, los manuscritos que contienen los Evangelios solamente), y a (es decir, apostolos, los manuscritos que contienen los Hechos y las Epístolas. En cada serie los manuscritos se numeran según su edad. y otros escritores que han citado el Nuevo Testamento. Esta colección de documentos, que aumenta en número diariamente, ha sido llamada el apparatus criticus. Para facilitar el uso de los

(1) Manuscritos del Texto: Ya se han catalogado y estudiado parcialmente más de 4,000, de los cuales sólo pocos contienen el Nuevo Testamento. Veinte de estos textos son anteriores al siglo VIII, doce son del siglo VI, cinco del V y dos del IV. Debido a la cantidad y antigüedad de estos documentos el texto del Nuevo Testamento se establece mejor que el de nuestros clásicos griegos y latinos, excepto Virgilio, el cual, desde un punto de vista crítico, está casi en las mismas condiciones. Los más famosos de esos manuscritos son:

A estas copias del texto en pergaminos se debe añadir una docena de fragmentos en papiro encontrados en Egipto, muchos de los cuales datan del siglo IV, e incluso del III.

(2) Versiones Antiguas: Muchas se derivan de los textos originales previos a los manuscritos griegos más antiguos. Estas versiones son, siguiendo el orden de edad, latina, siríaca, egipcia, Armenia, etíope y georgiana. Las primeras tres, especialmente las latina y siríaca, son de la mayor importancia.

(a) Versión Latina: Hasta cerca de fines del siglo IV, estaba difundida en Occidente (África Proconsular, Roma, norte de Italia, y especialmente en Milán, en Galia y en España) en formas levemente diferentes. La más conocida de éstas es la de San Agustín llamada la “Itala”, cuyas fuentes se remontan tan lejos como el siglo II. En 383 San Jerónimo revisó el tipo itálico con los manuscritos griegos, los mejores de los cuales no diferían mucho del texto representado por el Vaticano y el Sinaítico. Fue esta revisión, alterada aquí y allá por variantes de la versión latina primitiva y otras variantes más recientes, que prevaleció en Occidente desde el siglo VI bajo el nombre de Vulgata.

(b) Versión Siríaca: El Diatessaron de Tatiano (s. II) representa tres tipos primitivos: el palimpset de Sinaí, llamado el códice Lewis por el nombre de la dama que lo halló (siglo III, quizás de fines del II) y el Códice de Cureton (siglo III). La versión siríaca de esta época primitiva que todavía sobrevive contiene sólo los Evangelios. Más tarde, en el siglo V, fue revisada con el texto griego. La más difundida de estas revisiones, la cual se convirtió en la versión oficial, es la llamada “Pesittâ” (Peshitto, simple, Vulgata); las otras son llamadas filoxenas (siglo VI), heracleanas (siglo VII) y siro-palestina (siglo VI).

(c) Versión Egipcia: El tipo mejor conocido es el llamado Boharico (usado en el Delta desde Alejandría a Menfis) y también cóptico por el nombre genérico copto, el cual es una corrupción del griego aiguptos egipcio. Es la versión del Bajo Egipto y data del siglo V. Un mayor interés se le aplica a la versión del Alto Egipto, llamada la Sahidica, o tebana, la cual es una obra del siglo III, quizás incluso del II. Desafortunadamente lo que se conoce hasta ahora está incompleto.

Estas versiones antiguas son consideradas testigos firmes y precisos del texto griego de los tres primeros siglos sólo cuando tenemos ediciones críticas de ellas; pues ellas mismas están representadas por copias que difieren entre sí. El trabajo ya se comenzó y está bastante adelantado. La versión latina primitiva ya había sido reconstruida por el benedictino D. Sabatier (“Bibliorum Sacorum latinæ versiones antiquæ seu Vetus Italica”, Reims, 1743, 3 vols.); el trabajo fue emprendido nuevamente y completado en la colección en inglés “Textos Bíblicos Latinos Antiguos” (1883-1911). La edición crítica de la Vulgata Latina publicada en Oxford por los anglicanos Wordsworth y White, desde 1889 a 1905, da los Evangelios y los Hechos. En 1907 los benedictinos recibieron del Papa San Pío X la comisión de preparar una edición crítica de la Biblia Latina de San Jerónimo (Antiguo y Nuevo Testamento). Conocemos el “Diatessaron” de Tatiano por la versión arábiga editada en 1888 por Mgr. Ciasea, y por la versión armenia del comentario de San Efrén (que se halla en el siríaco de Tatiano) traducido al latín en 1876 por los mequitaristas Auchar y Moesinger. Las publicaciones de H. Von Soden han contribuido a dar a conocer mejor la obra de Tatiano. La señora A. S. Lewis ha publicado una edición comparativa del “palimpset” siríaco de Sinaí (1910); F. C. Burkitt ya había hecho esto para el códice Cureton en 1904. También existe una edición crítica del Peshitto por G. H. Gwilliam (1901). En cuanto a las versiones egipcias de los Evangelios, la edición de G. Horner (1901-1922, 5 vols.) las ha puesto a la disposición de todos los que leen el cóptico y el sahídico. La traducción al inglés que los acompaña está destinada a un círculo de lectores más amplio.

(3) Citas de Autores Eclesiásticos: El texto completo del Nuevo Testamento puede ser constituido poniendo juntas todas las citas de los Padres. Sería particularmente fácil para los Evangelios y las importantes epístolas de San Pablo. Desde un punto de vista puramente crítico, el texto de los Padres de los tres primeros siglos es particularmente importante, esepcialmente San Ireneo, San Justino, Orígenes, Clemente de Alejandría, Tertuliano, San Cipriano de Cartago y especialmente sobre Efrén, San Cirilo de Alejandría, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo y San Agustín de Hipona. Aquí de nuevo el crítico debe tomar un paso preliminar. Antes de pronunciar que un Padre leyó y citó el Nuevo Testamento en éste u otro modo, debemos primero estar seguros de que el texto como está en su forma presente no había sido armonizado con la variante comúnmente aceptada en el tiempo y país donde fueron editadas (en imprenta o manuscrito) las obras de dicho Padre. Las ediciones de Berlín para los Padres griegos y la de Viena para los Padres Latinos, y especialmente las monografías sobre las citas del Nuevo Testamento en los Padres Apostólicos (Sociedad de Oxford para la Teología Histórica, 1905), en San Justino (Bousset, 1891), en Tertuliano (Ronsch, 1871), en Clemente de Alejandría (Barnard, 1899), en San Cipriano (von Sodon, 1909), en Orígenes (Hautsch, 1909), en San Efrén (Burkett, 1901), in Marción (Zahn, 1890), son una ayuda valiosa en este trabajo.

Método Utilizado

(1) Primero se anotaron las diferentes interpretaciones que atestiguaban por la misma palabra, luego fueron clasificadas según sus causas: variantes involuntarias, lapsus, homoioteleuton, itacismus, scriptio continua, variantes voluntarias, armonización de los textos, exegesis, controversias dogmáticas, adaptaciones litúrgicas. Esto sin embargo fue una acumulación de materia para discusiones críticas.

(2) Al principio, el proceso empleado fue el llamado examen individual. Este consiste en examinar cada caso en sí mismo, y casi siempre tuvo como resultado que la interpretación hallada en la mayoría de los documentos era considerada la correcta. En unos pocos casos, sólo la gran antigüedad de ciertas variantes prevaleció sobre la superioridad numérica. Aun así un testigo puede estar más correcto que cientos otros, quienes a menudo dependen de fuentes comunes. Aun el texto más antiguo que tenemos, si no es el original, puede estar corrupto, o derivarse de una reproducción infiel. Para evitar estas ocasiones de error hasta donde fuera posible, los críticos daban preferencia a la calidad en vez de al número de documentos. Las garantías de fidelidad de una copia se conocen por la historia de los intermediarios que la conectan con el original, esto es, por su genealogía. El proceso genealógico fue puesto en boga especialmente por dos grandes eruditos de Cambridge, Westcott y Hort. Al dividir los textos, versiones y citas patrísticas por familias, llegaron a las siguientes conclusiones:

(a) Los documentos del Nuevo Testamento se agrupan en tres familias que pueden ser llamadas alejandrina, siríaca y occidental. Ninguna de éstas está libre de alteraciones.

  • El texto llamado occidental, mejor representado por D, es el más alterado aunque se había propagado ampliamente en los siglos II y III, no sólo en Occidente (versión latina primitiva, San Ireneo, San Hipólito, Tertuliano, San Cipriano de Cartago) sino también en Oriente (versión siríaca primitiva, Tatiano, e incluso Clemente de Alejandría). Sin embargo, hallamos en él cierto número de interpretaciones originales que se han preservado sólo en él.
  • El texto alejandrino es el mejor, éste era el texto admitido en Egipto y, hasta cierto grado, en Palestina. Se halla en C, aunque adulterado (por lo menos en cuanto a los Evangelios). Es más puro en la versión “bohaïric” y en San Cirilo de Alejandría. El texto alejandrino actual, sin embargo, no es primitivo. Parece ser un sub-tipo derivado de un texto más antiguo y mejor preservado que aparece casi puro en B y N. Es el texto que Westcott y Hort llaman neutral, porque se ha conservado, no absolutamente, pero mucho más que los otros, libre de influencias deformantes que han creado sistemáticamente los diferentes tipos de texto. Orígenes da testimonio del texto neutral que es superior a todos los otros, aunque no perfecto. Antes de él no tenemos testimonio positivo, sino analogías históricas y especialmente la información del criticismo interno muestra que debe ser primitivo.
  • Entre el texto occidental y el alejandrino está el siríaco, que fue el usado en Antioquia de Capadocia y en Constantinopla en tiempos de San Juan Crisóstomo. Es el resultado de una “confluencia” metódica del texto occidental con el admitido en Egipto y Palestina hacia mediados del siglo III. El texto siríaco debió haber sido editado entre los años 250 y 350. Este tipo no tiene valor para la reconstrucción del texto original, pues todas las interpretaciones que le son peculiares son simplemente alteraciones. En cuanto a los Evangelios, el texto siríaco se halla en A y E, F, G, H, K, y también en la mayoría de los manuscritos Peschitto, versión Armenia y especialmente en San Juan Crisóstomo. El “texto admitido” es el descendiente moderno de este texto siríaco.

(b) La Vulgata Latina no puede ser clasificada en ninguno de estos grupos. Evidentemente depende de un texto ecléctico. San Jerónimo revisó un texto occidental con un texto neutral y otro no determinado todavía. Fue contaminado completo, antes o después de él, por el texto siríaco. Lo que sí es cierto es que su revisión trajo a la versión latina perceptiblemente más cerca de un texto neutral, que es decir a lo mejor. En cuanto al texto admitido que fue compilado sin ningún método realmente científico, debe ser puesto aparte completamente. Difiere en cerca de 8,000 lugares del texto encontrado en el Códice Vaticano, que es el mejor texto conocido.

(c) No debemos confundir un texto admitido con el texto tradicional. Un texto admitido es un tipo determinado de texto usado en algún lugar en particular, pero nunca aceptado generalmente en toda la Iglesia. El texto tradicional es el que tiene a su favor el testimonio constante de la tradición cristiana completa. Considerando la substancia del texto, se puede decir que toda Iglesia tiene el texto tradicional, pues ninguna Iglesia fue alguna vez privada de la substancia de la Escritura (hasta donde haya preservado la integridad del Canon); pero, en cuanto al criticismo textual cuyo objeto es recuperar la ipsissima verba del original, no hay ningún texto existente que pueda ser llamado correctamente “tradicional”. El texto original está todavía por ser establecido, y eso es lo que las ediciones llamadas críticas han estado tratando de efectuar por los pasados siglos.

(d) Después de más de dos siglos de trabajo, ¿hay todavía interpretaciones dudosas? Según Westcott y Hort siete octavos del texto, esto es 7,000 de 8,000 versículos, se pueden considerar definitivamente establecidos. Aun más, las discusiones críticas incluso ahora pueden resolver la mayoría de los casos disputados, de modo que no existan dudas excepto respecto a cerca de un sexto del contenido del Nuevo Testamento. Quizás incluso no excede de doce el número de pasajes cuya autenticidadSan Marcos (16,9-20) y el episodio de la mujer adúltera no ha tenido una demostración crítica suficiente, por lo menos en cuanto a alteraciones substanciales. Sin embargo, no debemos olvidar que los críticos de Cambridge no incluyen en estos cálculos ciertos pasajes más largos considerados por ellos como no auténticos, es decir, el final de ([[Evangelio de Juan|Juan 8,1-11).

(3) Estas conclusiones de los editores del texto de Cambridge han sido generalmente aceptadas por la mayoría de los estudiosos. Los que escribieron desde ellos, en el siglo XIX, B. Weiss, H. Von Soden, R. C. Gregory, ciertamente han propuesto diferentes clasificaciones; pero en realidad apenas difieren en sus conclusiones; sólo en dos puntos difieren de Westcott y Hort. Según ellos, estos dos últimos han dado demasiada importancia al texto del Códice Vaticano y no suficiente al llamado Occidental. En cuanto a este último, descubrimientos modernos lo han dado a conocer mejor y muestran que no debe ser menospreciado.

Contenido del Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento es la principal y casi única fuente de la historia primitiva del cristianismo en el siglo I. Todas las “Vidas de Jesucristo” han sido compuestas a partir de los Evangelios. La historia de los apóstoles, según narrada por Renan, Farrar, Fouard, Weizsäcker y Le Camus, está basada en los Hechos de los Apóstoles y las epístolas. Las “Teologías del Nuevo Testamento”, de las cuales se han escrito tantas, son [prueba]] de que con textos canónicos podemos construir un sistema doctrinalalto criticismo. compacto y bastante completo. ¿Pero cuál es el valor de estas síntesis y narraciones? ¿Hasta qué punto nos ponen en contacto con los hechos reales? Es el asunto del valor histórico del Nuevo Testamento lo que todavía preocupa al

Historia

Todos concuerdan que los primeros tres Evangelios (Sinópticos) reflejan las creenciasSan Pablo entramos en contacto inmediato con la mente del más influyente propagador del cristianismo, y a un cuarto de siglo desde la Ascensión. La fe de los apóstoles representa la forma de pensamiento cristiano más victoriosa y más difundida en el mundo greco-romano. Los escritos de San Juan nos introducen a los problemas de la Iglesia después de la caída de la sinagoga y del primer encuentro del cristianismo con la violencia de la Roma pagana; su Evangelio expresa, por decir lo menos, la actitud cristiana hacia Cristo en esa época. Los Hechos nos informan, de todos modos, lo que se pensaba en Siria y Palestina hacia el año 65 de la fundación de la Iglesia; presentan ante nuestros ojos el diario de un viajero que nos permite seguir a San Pablo día a día durante los diez años de sus misiones. comunes respecto a Jesucristo y su obra durante el último cuarto del siglo I, es decir, a una distancia de cuarenta o cincuenta años de los eventos. Pocos de los primeros historiadores estaban en tan favorables condiciones. Las biografías de los césares (Suetonio y Tácito) no estaban en mejor posición de obtener información exacta. Además, todos están forzados a admitir que en las epístolas de

¿Debe nuestro conocimiento terminar aquí? ¿Pertenecen los primeros monumentos de la literatura cristiana a la clase de escritos llamados “memorias”, y revelan sólo las impresiones y juicios de sus autores? Ni un solo crítico (los que son estimados como tales) se han atrevido a menospreciar el valor histórico del Nuevo Testamento tomado en su totalidad. Los antiguos ni siquiera esbozaban la pregunta, tan evidente les resultaba que estos textos narraban fielmente la historia del cristianismo primitivo. Lo que hizo surgir la desconfianza de los críticos modernos fue el caprichoso descubrimiento de que estos escritos aunque sinceros eran muy parcializados. Compuestos, como se decía, por creyentes y para creyentes o, de todos modos, a favor de la fe, ellos se inclinan mucho más a hacer creíble la vida y enseñanzas de Jesús en lugar de un simple relato de lo que Él hizo o predicó. Y entonces ellos dicen que estos textos contienen contradicciones irreconciliables que atestiguan de la incertidumbre y variedad en la tradición expuesta por ellos en diferentes etapas de su desarrollo.

(1) Todos están de acuerdo que los autores del Nuevo Testamento eran sinceros. ¿Fueron ellos engañados? Si es así los escritos de la historia verdadera deberían aparentemente ser abandonados por completo. Ellos estuvieron cerca de los eventos: todos testigos presenciales o que dependían inmediatamente de testigos presenciales. En su opinión la primera condición a ser concedida para “atestiguar” sobre la historia del Evangelio es haber visto al Señor, especialmente al Señor resucitado (Hechos 1,21-22; 1 Cor. 9,11; 11,23; 1 Juan 1,1-4; Lc. 1-1-4). Estos testigos garantizan asuntos fáciles de observar y al mismo tiempo de suprema importancia para sus lectores. Los últimos deben haber controlado afirmaciones que reclaman imponer una obligación de fe y atendidos con consecuencias prácticas considerables; tanto más puesto que este control era fácil, puesto que los asuntos eran en asuntos que se habían realizado en público y no “en los rincones”, como dice San Pablo (Hch. 26,26; cf. 2,22; 3,13-14). Además, ¿qué esperanza razonable había para obtener libros aceptados que contenían una forma alterada de la tradición familiar desde la enseñanza de las Iglesias por más de treinta años, y queridos con el mismo afecto que se le tenía a Jesucristo en persona? Es en este sentimiento que debemos buscar la razón final para la tenacidad de las tradiciones eclesiásticas. Finalmente, estos textos se controlan entre sí. Escritos en diferentes circunstancias, con preocupaciones variadas, ¿por qué la concordancia en substancia? Porque la historia sólo conoce a un Cristo y un Evangelio; y esta historia está basada en el Nuevo Testamento, la realidad objetiva sola explica este acuerdo.

Es cierto que estos mismos textos presentan un sinnúmero de diferencias en detalles, pero la variedad y vaguedad a las cuales puede dar origen no debilita la estabilidad del todo desde un punto de vista histórico. Además, esto es compatible con la inspiración e inerrancia de la Sagrada Escritura, vea Inspiración de la Biblia. Las causas de estas aparentes contradicciones han sido señaladas desde hace mucho tiempo; es decir, narraciones fragmentadas de los mismos eventos abruptamente puestas lado a lado, diferentes perspectivas del mismo objeto según uno tome una posición de frente o de lado; diferentes expresiones que significan lo mismo; adaptación, no alteración, del asunto-materia según las circunstancias que un rasgo trajo al relieve; documentos o tradiciones que no concuerdan en todos los puntos, y los que sin embargo el autor sagrado ha relatado, sin reclamar garantizarlos en todo o decidir el asunto de su divergencia. Estos no son artificios o subterfugios inventados para excusar tanto como sea posible a nuestros Evangelistas. Observaciones similares se le pueden hacer a los autores profanos si se ganase algo con eso; por ejemplo tratar de armonizar a Tácito consigo mismo en “Historiæ”, V, IV, Y V, IX. Pero Herodoto, Polibio, Tácito, Livy no narraron la historia de un Dios que vino a la tierra a hacer que los hombres sometan toda su vida a su Palabra. Es bajo la influencia del prejuicio naturalista que alguna gente fácilmente, y como si fuese a priori, se oponen al testimonio de los autores bíblicos. ¿Acaso no han demostrado los descubrimientos recientes que San Lucas es un historiador más preciso que Flavio Josefo? Es cierto que los autores del Nuevo Testamento eran todos cristianos, pero para ser sinceros, ¿debemos ser indiferentes hacia los hechos que relatamos? El amor no necesariamente nos hace ciegos o mentirosos, por el contrario, nos puede permitir penetrar más hondamente en el conocimiento de nuestros temas. En cualquier caso, el odio expone al historiador a un peligro mayor de parcialidad; ¿y es posible estar sin amor u odio hacia el cristianismo?

(2) Siendo estas las condiciones, si el Nuevo Testamento nos ha traído una historia falsificada, la falsificación debe haber venido desde una fecha más temprana, y no debe ser asignada ni a la insinceridad ni a la incompetencia de sus autores. Es de la tradición cristiana primitiva de la que depende de la que se sospecha en sus fuentes vitales, como si hubiese sido formada bajo la influencia de instintos religiosos, que la condenaron irremediablemente a ser mística, legendaria o, de nuevo, idealista, como los simbolistas la colocan. Lo que nos trasmitió no fue tanto las figuras históricas de Cristo (en la aceptación moderna del término), sino su imagen profética. El Jesús del Nuevo Testamento se había convertido en el que pudo o debió ser imaginado por alguien que veía en Él al Mesías. Es, sin duda, por el dicho de Isaías, “He aquí que una doncella dará a luz”, que surge la creencia en la concepción sobrenatural de Jesús---una creencia que es formulada definitivamente en las narraciones de San Mateo y San Lucas. Tal es la explicación corriente entre los no creyentes de hoy día, y entre el cada día creciente número de protestantes liberales, notoriamente la de Harnack.

Reconocidamente o no, este modo de explicar la formación de la tradición evangélica ha sido expuesto principalmente para explicar el elemento sobrenatural con el cual se permea el Nuevo Testamento: a la objetividad de este elemento se le niega reconocimiento por razones de orden filosófico, anteriores a cualquier criticismo del texto. El punto de partida de esta explicación es meramente un prejuicio especulativo. A la objeción de que las posiciones de Strauss eran insostenibles el día en que los críticos comenzaron a admitir que el Nuevo Testamento era obra del siglo I, y por lo tanto, un testigo que seguía cercanamente los eventos, Harnack contesta que veinte años e incluso menos son suficientes para la formación de leyendas. En cuanto a la posibilidad abstracta de que la formación de una leyenda que pueda ser, pero todavía queda por ser probado que es posible que una leyenda se forme, aun más, que gane aceptación, en las mismas condiciones concretas que la narrativa evangélica. ¿Cómo es que los apócrifos no lograron abrirse paso en la poderosa corriente que llevó a los escritos canónicos a todas las Iglesias, y lograron ser aceptados? ¿Por qué los más antiguos no fueron conocidos por nosotros no compuestos hasta por lo menos un siglo después de los eventos?

Además, si la narrativa evangélica es realmente una creación exegética basada en las profecías del Antiguo Testamento ¿cómo vamos a explicar que sea lo que es? No hay referencia en él a los textos de los cuales la naturaleza mesiánica es patente y aceptada por las escuelas judías. Es extraño que la “leyenda” de los Reyes Magos que vinieron de Oriente a adorar al Niño Jesús llamados por una estrella haya dejado completamente fuera la estrella de Jacob (Nm. 24,17) y el famoso pasaje de Isaías (60,6-8). Por otro lado, se apela a textos en el que el mesianismo no es obvio, y que no parecen haber sido interpretados comúnmente (por lo menos entonces) por los judíos del mismo modo que por los cristianos. Ese es exactamente el caso con San Mateo (2,15-23 y quizás 1,23). Los evangelistas representan a Jesús como el predicador popular, par excellence, el orador de la multitud en pueblo y campo; nos lo muestran con el látigo en la mano, y ponen en su boca palabras aun más punzantes dirigidas a los fariseos. Según San Juan (7,28.37; 12,44), Él “gritó” incluso en el Templo de JerusalénTemplo. ¿Puede ese rasgo de su fisonomía ser fácilmente explicado por Isaías 42,2, que había predicho del siervo de Yahveh: “No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz”? De nuevo, “Serán vecinos el lobo y el cordero… y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano.” (Is. 11,6-8) habría aportado material para un idilio encantador, pero los evangelistas han dejado ese realismo a los apócrifos y a los milenaristas. ¿Cuál pasaje de los profetas o incluso del apocalipsis judío inspiró a la primera generación de cristianos con la doctrina fundamental del carácter transitorio de la Ley; y sobre todo, con la predicción de la destrucción de Jerusalén y su Templo? Una vez se admite el paso inicial en esta teoría, uno es guiado lógicamente a no dejar nada establecido en la narrativa evangélica, ni siquiera la crucifixión de Jesús, ni su existencia misma. Salomón Reinach realmente pretende que la historia de la Pasión es meramente un comentario sobre el salmo 22(21), mientras que Arthur Drews niega la misma existencia de Jesucristo.

Otro factor que contribuyó a la alegada distorsión de la historia evangélica fue la necesidad impuesta sobre el cristianismo primitivo de alterar, si iba a durar, la concepción del Reino de Dios predicado por Jesús en persona. En sus labios, se dice, el Evangelio era meramente un grito de “Sauve qui peut” dirigido al mundo, el cual Él creía que estaba pronto a finalizar. Tal era también la persuasión de la primera generación cristiana. Pero pronto se percibió que ellos tendrían que bregar con un mundo perecedero, y la enseñanza del Maestro tenía que ser adaptada a la nueva condición de las cosas. Esta adaptación no se logró sin mucha violencia, hecha, inconscientemente, es cierto, a la realidad histórica, pues se sintió la necesidad de derivar del Evangelio todas las instituciones eclesiásticas de fecha reciente. Tal es la explicación escatológica propagada particularmente por J. Weiss, Schweitzer, Loisy; y recibida favorablemente por los pragmáticos.

Es cierto que sólo fue más tarde que los discípulos entendieron el significado de ciertas palabras y hechos de su Maestro. Pero tratar y explicar toda la historia evangélica con la retrospección de la segunda generación cristiana es como tratar de balancear una pirámide sobre su ápice. Realmente la hipótesis, en su aplicación general, implica un estado de la mente difícil de reconciliar con la calma y serenidad que es fácilmente admitida en los evangelistas y San Pablo. En cuanto al punto de partida de la teoría, es decir, que Cristo fue víctima de una ilusión sobre la inminente destrucción del mundo, no tiene base en el texto, incluso para los que consideran a Cristo un simple hombre, excepto al distinguir dos clases de discursos (y eso sobre la fuerza de la teoría misma), los que se remontan a Jesús mismo y los que se le han atribuido luego a Jesús; esto es lo que se llama un círculo vicioso. Finalmente, es falso que la segunda generación cristiana estaba imbuida de la idea de remontar todo, per fas et nefas---instituciones y doctrinas---a Jesús en persona. La primera generación decidió por sí misma más de una vez asuntos de la mayor importancia al referirse no a Jesús sino al Espíritu Santo y a la autoridad de los apóstoles. Este fue especialmente el caso con la conferencia apostólica en Jerusalén (Hch. 15), en la cual se decidiría en cuáles observancias concretas el Evangelio reemplazaría a la Ley. San Pablo distingue claramente las doctrinas o las instituciones que él promulga en virtud de su autoridad apostólica, desde las enseñanzas que la tradición remontaba a Cristo (1 Cor. 7,10.12.25).

Además se debe presumir que si la tradición cristiana había sido formada bajo la alegada influencia, y eso, con tal libertad histórica, hubiera quedado menos contradicciones aparentes. Son bien conocidos los esfuerzos hechos por los apologistasHijo de Dios” señala una nueva actitud de la conciencia cristiana hacia Jesucristo, ¿por qué la misma simplemente no ha sustituido la de “Hijo del Hombre”? La supervivencia de esta última expresión en los Evangelios, muy cercana en los mismos textos a su equivalente (que sola mostraba claramente la fe real de la Iglesia) sólo podía ser un estorbo; no más, quedó como una indicación indiscreta del cambio que vino (después). Se puede decir quizás que la evolución de las creencias populares, que vinieron instintivamente y poco a poco, no tiene nada que ver con las exigencias de una lógica racional, y por lo tanto, no tiene coherencia. Concedido en su totalidad, pero no se debe olvidar que, la literatura del Nuevo Testamento es una obra reflexiva, razonada e incluso apologética. Nuestros adversarios pueden todo lo menos negar su carácter, que, según ellos, los autores del Nuevo Testamento son “tendenciosos”, es decir, inclinados más de lo debido a dar un sesgo a las cosas para hacerlas aceptables. para armonizar los textos del Nuevo Testamento. Si el apelativo “

Doctrinas

Éstas son (1) específicamente no cristianas; o (2) específicamente cristianas.

(1) Doctrinas específicamente no cristianas: Al ser el cristianismo la continuación normal del judaísmo, el Nuevo Testamento necesita heredar del Antiguo cierto número de doctrinas religiosas respecto a Dios, su culto, los destinos originales del mundo, y especialmente del hombre, la ley moral, espíritus, etc. Aunque esas creencias no son específicamente cristianas, el Nuevo Testamento las desarrolla y perfecciona.

  • Se insiste más plenamente en los atributos de Dios, particularmente su espiritualidad, su inmensidad, su bondad, y sobre todo su paternidad.
  • Se restablece la ley moral a su perfección primitiva en lo que respecta a la unidad y perpetuidad del matrimonio, respeto al nombre de Dios, perdón de las injurias y en general los deberes hacia el prójimo; se establece claramente la culpabilidad por el simple deseo de una cosa prohibida por la Ley; las obras externas (oración, donación de limosnas, ayuno, sacrificio) realmente derivan su valor de las disposiciones del corazón que las acompañan.
  • Se purifica la esperanza mesiánica de los elementos temporales y materiales en que se había envuelto.
  • Se especifica más claramente las retribuciones del mundo venidero y de la resurrección del cuerpo.

(2) Doctrinas Específicamente Cristianas: Otras doctrinas, específicamente cristianas, no se añaden al judaísmo para desarrollarlas, sino más bien para reemplazarlas. En realidad, entre el Nuevo y el Antiguo Testamento hay una sucesión directa pero no revolucionaria como estaría inclinado a creer un observador superficial; igual que en los seres vivos, el estado imperfecto de ayer debe dar paso a la perfección de hoy aunque uno haya preparado a la otra. Si el misterio de la Santísima Trinidad y el carácter espiritual del Reino Mesiánico están clasificados entre los dogmas cristianos peculiares es porque el Antiguo Testamento era en sí mismo insuficiente para establecer la doctrina del Nuevo Testamento sobre este tema; y aun más porque, en la época de Jesús, las opiniones corrientes entre los judíos iban decididamente en dirección contraria.

  • La vida divina común de las Tres Personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en la Unidad de una y la misma naturaleza es el misterio de la Trinidad, oscuramente tipificado o esbozado en el Antiguo Testamento.
  • El Mesías prometido por los profetas ha venido en la persona de Jesús de Nazaret, que fue no sólo un hombre poderoso en palabras y obras, sino el verdadero Dios mismo, el Verbo hecho hombre, nacido de una virgen, crucificado bajo el gobierno de Poncio Pilatos, pero resucitado de entre los muertos y ahora exaltado a la derecha de su Padre.
  • Fue con una muerte ignominiosa sobre la Cruz, y no por poder y Gloria, que Jesucristo redimió al mundo del pecado, muerte y de la ira de Dios; Él es el Redentor de toda la humanidad (tanto gentiles como judíos) y los unió a todos a sí mismo sin distinción.
  • La legislación mosaica (ritos y teocracia política) fue dada sólo a los judíos, y con el tiempo debe desaparecer, como la figura antes de la realidad. Cristo sustituye estas prácticas ineficaces en sí mismas con ritos realmente santificantes, especialmente el bautismo, la Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia. Sin embargo, la nueva economía es a tal grado una religión en espíritu y en verdad, que, absolutamente hablando, el hombre se puede salvar, en ausencia de todos los medios exteriores, al someterse a sí mismo completamente a Dios por la fe y el amor del Redentor.
  • Antes de la venida de Cristo, Dios había tratado a los hombres como esclavos o niños pequeños, pero con el Evangelio comienza una nueva ley de amor y libertad escrita primero en el corazón; esta ley no consiste meramente en la letra que prohíbe, ordena o condena; es también, y principalmente, una gracia interior que dispone el corazón a hacer la voluntad de Dios.
  • El Reino de Dios predicado y establecido por Jesucristo, aunque existe ya visiblemente en la Iglesia, no será perfeccionado hasta el fin del mundo (del cual nadie sabe el día ni la hora), cuando Él venga en poder y majestad a pagar a cada uno según sus obras. Mientras tanto, la Iglesia asistida por el Espíritu Santo, gobernada por los apóstoles y sus sucesores bajo la autoridad de Pedro, enseña y propaga el Evangelio hasta los confines de la tierra.
  • El amor al prójimo se eleva a la altura del amor a Dios, porque el Evangelio nos hace ver a Dios y a Cristo en todos los hombres pues ellos son, o deben ser, sus miembros místicos. Cuando es necesario, el amor debe ser llevado hasta el sacrificio de uno mismo, tal es el mandamiento de Cristo.
  • La moralidad natural en el Evangelio se eleva a una esfera más alta por los consejos de perfección (pobreza y castidad), que pueden ser resumidos como la renuncia positiva a los bienes materiales de esta vida, hasta donde impiden nuestra entrega total al servicio de Dios.
  • La vida eternal, la cual no se realizará completamente hasta la resurrección del cuerpo, consiste en la posesión de Dios, visto cara a cara, y de Jesucristo.

Tales son los puntos fundamentales del dogma cristiano, según enseñados claramente en el Nuevo Testamento. No se hallan reunidos juntos en ninguno de los libros canónicos, sino que fueron escritos a través de un período que se extendió desde mediados del siglo I hasta comienzos del II; y en consecuencia, se puede reconstruir la historia del modo como fueron expresados. Estos textos nunca pudieron, y nunca fueron destinados, a prescindir de la tradición oral que los precedió. Sin este comentario perpetuo, ellos nunca hubiesen sido entendidos y hubiesen sido mal interpretados a menudo.




El Canon del Nuevo Testamento

El Nuevo testamento Católico, definido en el Concilio de Trento, no difiere, respecto a los libros que contiene, del de todos los grupos cristianos actuales. Como el Antiguo Testamento, el Nuevo tiene sus libros deutoercanónicos y partes de libros cuya canonicidad ha sido tema de controversia en la Iglesia. Completos: Epístola a los Hebreos, la de Santiago, la Segunda de Pedro, la Segunda y Tercera de Juan, Judas y el Apocalipsis. En total, siete libros completos controvertidos del Nuevo Testamento controvertidos. Los pasajes discutidos son tres: la sección que cierra el Evangelio de Marco xvi, 9-20, sobre la aparición de Cristo tras la Resurrección; los versos de Lucas sobre el sudor de sangre de Jesús, xxii, 43, 44; la Perícopa de la Adúltera (Pericope Adulterae), o narración de la mujer sorprendida en adulterio: S. Juan, vii, 53 a viii, 11. Desde el Concilio de Trento no se permite a los católicos cuestionar la inspiración de estos pasajes.


A. LA FORMACIÓN DEL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO ( AÑOS 100 a 229 dC.)
La idea de que existió un Canon del Nuevo Testamente claramente definido desde el principio, desde los tiempos apostólicos, no tiene fundamento histórico. El Canon del Nuevo Testamento, como el del Antiguo, es el resultado de un desarrollo, un proceso inmediatamente estimulado por las disputas de los que dudaban, dentro y fuera de la Iglesia, y retardado por ciertos puntos oscuros, las dudas naturales, y que no llegó a su estado final hasta la definición dogmática del Concilio de Trento.

1. El testigo del Nuevo Testamento para si mismo: las primeras colecciones.
Los escritos que poseían con toda seguridad el sello y garantía del origen apostólico deben haber sido especialmente apreciados y venerados desde el principio y sus copias buscadas con ilusión por las iglesias locales y por personajes cristianos pudientes, prefiriéndolos a los Logia o Dichos de Cristo que provinieran de fuentes menos autorizadas. En el mismo Nuevo Testamento hay alguna evidencia de una difusión de los libros canónicos: II Pedro, iii,15,16 supone que sus lectores son conocedores de algunas de las epístolas de S Pablo; El evangelio de S. Juan supone implícitamente la existencia de los Sinópticos ( Mateo, Marcos, Lucas). No hay indicaciones en el Nuevo Testamento de un plan sistemático de distribución de los escritos apostólicos como tampoco de que haya un determinado nuevo canon legado por los Apóstoles a la Iglesia o de un autotestimonio de inspiración divina. Casi todos los escritos del Nuevo Testamento fueron evocados en ocasiones particulares o dirigidos a destinatarios particulares. Pero podemos presumir de que cada una de las iglesias líderes –Antioquía, Tesalónica, Alejandría, Corito, Roma -- intentaron añadir a su tesoro especial todos los escritos apostólicos de los que tuvieron conocimiento, con intercambios con otras iglesias cristianas, para la lectura pública en las asambleas religiosas. Sin duda, de esta manera crecieron las colecciones y llegar a completarse, dentro de ciertos límites, aunque esto requirió un considerable número de años (contando desde la composición del último libro) antes de que las iglesias del primer cristianismo, tan separadas geográficamente, llegaran a tener completa la nueva literatura sagrada. Y esta necesidad de una distribución organizada, teniendo en cuenta la ausencia de una fijación temprana del Canon, dejó espacio para variaciones y dudas que duraron varios siglos. Pero se presentará aquí la evidencia de que desde los días inmediatos a los últimos Apóstoles hubo dos cuerpos bien definidos de escritos sagrados del Nuevo Testamento que constituyeron el mínimo universal, firme, irreducible y núcleo de su Canon completo: eran los Cuatro Evangelios, tal como los tiene hoy la Iglesia, y trece Epístolas de S. Pablo, el decir, el Evangelium y el Apostolicum.

2. El principio de Canonicidad
Antes de entrar en la prueba histórica de esta primitiva emergencia de un Canon compacto y nuclear, es pertinente examinar brevemente este problema: ¿Qué principio operaba en la selección de los escritos del Nuevo Testamento y su reconocimiento como divinos durante el período formativo?—Los teólogos están divididos en este tema. El punto de vista de que la Apostolicidad era la prueba de la inspiración durante la formación del Canon del Nuevo Testamento, es lo que sostienen las muchas instancias en las que los primitivos Padres basan la autoridad de un libro, su origen apostólico, y por el hecho verdadero de que la inclusión definitiva en el Catálogo del Nuevo testamento coincidió con su aceptación general como de autoría apostólica. Más aún, los defensores de esta hipótesis señalan que el oficio de Apóstol se corresponde con el de Profeta de la Antigua Ley infiriendo que de la misma manera que la inspiración iba unida al munus propheticum, así los Apóstoles fueron ayudados por la inspiración divina siempre que hablaban o escribían en el ejercicio de su vocación. Hay argumentos positivos que se deducen del Nuevo Testamento para establecer que los Apóstoles gozaron de un carisma profético ( ver CHARISMATA) por una forma especial de inhabitación de Espíritu Santo en ellos, que comienza en Pentecostés: Matth., x, 19, 20; Acts, xv, 28; I Cor., ii, 13; II Cor., xiii, 3; I Thess., ii, 13.

Los oponentes a esta teoría alegan que los Evangelios de Marcos, Lucas y Los Hechos no son obra de los Apóstoles (sin embargo la tradición conecta el segundo Evangelio con la predicación de S. Pedro y el de S. Lucas con la de S. Pablo ); que libros que corrían bajo el nombre de los Apóstoles, como la Epístola de Bernabé y el Apocalipsis de S. Pedro, fueron sin embargo excluidos del rango de los canónicos, mientras por otra parte Orígenes y S. Dionisio de Alejandría, en el Apocalipsis, S. Jerónimo en el caso de II y III Juan, aún cuestionando la autoría apostólica de estos libros, las reciben sin vacilaciones como Sagrada Escritura.
De la misma naturaleza de la inspiración ad scribendum, se deriva una objeción de tipo especulativo: que parece necesitar un impulso específico del Espíritu Santo en cada caso y excluye la teoría de que pudiera ser poseída de forma permanente como un don o carisma.
El peso de la opinión teológica católica está merecidamente en contra de la mera Apostolicidad como suficiente criterio de inspiración. Se oponen a esto Franzelin (De Divina Traditione et Scriptura, 1882), Schmid (De Inspirationis Bibliorum Vi et Ratione, 1885), Crets (De Divina Bibliorum Inspiratione, 1886), Leitner (Die prophetische Inspiration, 1895--a monograph), Pesch (De Inspiratione Sacræ, 1906). Estos autores ( algunos de los cuales tratan el tema más de forma especulativa que histórica) admiten que la Apostolicidad es una piedra de toque positiva y parcial de la inspiración, pero niegan enfáticamente que sea exclusiva en el sentido de que no todos los escritos no- apostólicos fueran por eso mismo excluidos del Canon del Nuevo Testamento. Mantiene la Tradición doctrinal como el verdadero criterio.
Los campeones católicos de la Apostolicidad como criterio son: Ubaldi (Introductio in Sacram Scripturam, II, 1876); Schanz, ein Theologische Quartalschrift, 1885, pp. 666 ss., y A Christian Apology, II, tr. 1891); Székely (Hermeneutica Biblica, 1902). Recientemente, el profesor Batiffol, mientras rechaza las reclamaciones de estos últimos defensores, ha enunciado una teoría respecto al principio que presidió sobre la formación del Canon de Nuevo Testamento que requiere atención y quizás crea un nuevo escenario en la controversia.

Según Mons. Batiffol, los Evangelios, (i.e. las palabras y mandamientos de Jesucristo) llevaban en sí su propia sacraliza autoridad desde el principio. Este Evangelio fue anunciado a lo ancho del mundo por los Apóstoles y los discípulos apostólicos de Cristo, y ese mensaje, hablado o escrito, ya en forma narrativa de evangelio o de epístola, era santo y supremo por el hecho de contener la palabra del Señor. En consecuencia para la primitiva iglesia, el carácter evangélico era la prueba de la sacralidad de la Escritura. Pero para garantizar este carácter era necesario que un libro fuera reconocido como apostólico por los testigos oficiales y órganos del Evangelio, de ahí la necesidad de certificar la autoría apostólica, o al menos su sanción, en un libro que afirmaba contener el Evangelio de Cristo. En opinión de Batiffol la noción judía de inspiración no entró al principio en la selección de las Escrituras Cristianas. De hecho, para los primeros cristianos, el Evangelio de Cristo, en el sentido amplio anotado arriba, no debía ser clasificado con el Antiguo testamento, puesto que lo transcendía. No fue hasta mediada la segunda centuria que los escritos del Nuevo Testamento se asimilaron al Antiguo bajo la rúbrica Escritura. La autoridad del Nuevo Testamento como la Palabra precedía y producía su autoridad como una Nueva Escritura (Revue Biblique, 1903, 226 sqq.). la hipótesis de Monseñor Batiffol tiene eso en común con las posturas de otros estudiosos recientes del Canon del Nuevo Testamento, que la idea de un nuevo cuerpo de escritos sagrados era más clara en la primitiva iglesia a medida que los fieles avanzaban en el conocimiento de la fe. Pero debe recordarse que el carácter inspirado del Nuevo Testamento es un dogma católico y debe de alguna manera haber sido revelado a los Apóstoles y enseñado por ellos. Asumiendo que la autoría apostólica es un criterio positivo de inspiración, dos epístolas inspiradas de S Pablo se han perdidos como parece por I Cor, v. 9, sgs.; II Cor., ii, 4,5.

3. La formación del Tetramorfo o Evangelio Cuádruple
Ireneo en su libro “Contra las Herejías”- (182-88 dC), testifica la existencia de un “Tetramorfo” o Evangelio Cuádruple, dado por la Palabra y unificado por el Espíritu ; repudiar ese Evangelio o una parte de él como hicieron los Alogoi y los Marcionitas, es pecar contra la revelación del Espíritu de Dios. El santo doctor de Lyon afirma explícitamente los nombres de los cuatro elementos de este Evangelio y cita repetidamente a todos los Evangelistas de manera paralela a sus citas del Antiguo Testamento. Por el testimonio de S. Ireneo no cabe duda razonable de que el Canon del Evangelio estaba ya fijado de forma inalterable en la Iglesia Católica en el último cuarto del siglo segundo. Se pueden multiplicar las pruebas de que los evangelios canónicos eran universalmente reconocidos en la Iglesia, con la exclusión de todo otro pretendido Evangelio. La afirmación magistral de Ireneo puede ser corroborada por el muy antiguo catálogo conocido como Canon Muratoriano, y S. Hiopólito, que representa la tradición romana; por Tertuliano en África, por Clemente en Alejandría; las obras de gnóstico Valentino y el sirio Tessaron de Tatiana, una mezcla de los escritos de los evangelistas, presuponen la autoridad que tenía el evangelio Tetramorfo hacia la mitad del siglo segundo. A este período o a un poco antes pertenece la epístola Pseudo-Clementina en la que encontramos por primera vez, siguiendo a II Pedro, iii,16, la palabra Escritura aplicada al libro del Nuevo Testamento. No es necesario en este artículo presentar la fuerza completa de estos y otros testigos, pues hasta los especialistas como Harnack admiten la canonicidad del evangelio Tetramorfo entre los años 140 -175.
Pero, contra Harnack, somos capaces de hacer seguimiento del Tetramorfo como colección sagrada retrocediendo hasta un período más remoto. El Evangelio Apócrifo de S. Pedro, que data aproximadamente del año 150, se basa en nuestros evangelistas canónicos. Y así con el muy antiguo Evangelio de los Hebreos y Egipcios (ver APÓCRIFOS). S. Justino Mártir (30- 63) en su Apología se refiere a ciertas “memorias de los Apóstoles, que se llaman evangelios” y que “se leen en las asambleas cristianas junto con los escritos de los Profetas”. La identidad de esa “memorias” con nuestros Evangelios está establecida por ciertos restos de los tres, sino de todos, que quedan en las obras de S. Justino, aunque no era aún la época de las citas explícitas. Marción el hereje refutado por S. Justino en una polémica que se ha perdido, como sabemos por Tertuliano, instituyó un criticismo de Evangelios que llevaban los nombres de los Evangelios y de sus discípulos, y un poco antes (c.120) Basílides, el líder alejandrino de una secta gnóstica, escribió un comentario sobre el “evangelio” que es conocido por las alusiones que hay en los Padres, resumió los escritos del los Cuatro Evangelistas.
En nuestra búsqueda hacia atrás en el tiempo hemos llegado a la edad sub-apostólica y sus importantes testigos se dividen en asiáticos, alejandrinos y romanos:

· S. Ignacio, Obispo de Antioquía, y S, Policarpo de Esmirna, habían sido discípulos de los Apóstoles y escribieron sus epístolas en la primera década del segundo siglo (100-110). Emplean a Mateo, Lucas y Juan. En S, Ignacio encontramos la primera instancia del término ritual “está escrito” aplicado a un Evangelio (Ad Philad., viii, 2). Estos dos Padres muestran no sólo un conocimiento personal con “el Evangelio” y las trece Epístolas Paulinas sino que suponen que sus lectores están tan familiarizados con ellos que sería superfluo nombrarlos. Papías, obispo de Hierópolis Frigia, según Ireneo, discípulo de S. Juan, escribió hacia el año 125. Describiendo el Evangelio de S. Marcos habla de Logia hebreos (aramáicos) o Dichos de Cristo compuestos por S. Marco, que es razonable creer que formaban la base del evangelio canónico de ese nombre, aunque la mayor parte de los escritores católicos los identifican con el Evangelio. Puesto que sólo tenemos unos pocos fragmentos de Papías, preservado por Eusebio, no se puede alegar que permanece silencioso sobre otras partes del Nuevo Testamento.

· La llamada Epístola de Bernabé, de origen incierto, pero muy antigua cita un pasaje del primer Evangelio con la fórmula “está escrito”. La Didajé, o Enseñanza de los Apóstoles, una obra no canónica que data de alrededor del año 110, implica que el “evangelios” era ya una colección bien conocida y definida.
· S. Clemente, Obispo de Roma y discípulo de S. pablo, dirigió su Carta a la iglesia de Corinto alrededor del 97 y aunque no cita explícitamente a ningún Evangelio, esta epístola contiene combinaciones de textos tomados de los Evangelios sinópticos, especialmente del de S. mateo. Que Clemente no aluda a Cuarto Evangelio es muy natural, puesto que aún no estaba compuesto en ese tiempo

Así pues, los testimonios patrísticos nos han levado paso a paso al divino, inviolable Evangelio Tetramorfo que existía al final de la era apostólica. Pero cómo se soldó en una unidad y fue entregado a la Iglesia, es una cuestión de conjetura. Sin embargo, como observa Zahn, hay buenas razones para creer que la tradición proveniente de Papías, de que el Evangelio de S. Marcos fue aprobado por S. Juan el Evangelista, revela que él mismo o un grupo de sus discípulos añadieron el Cuarto Evangelio a los Sinópticos para formar así el compacto e inalterable Evangelio, uno en cuatro, cuya existencia y autoridad dejó su clara impronta sobre toda la literatura eclesial posterior, y que encontró su formulación consciente en el lenguaje de Ireneo.

4. Las Epístolas Paulinas
Paralelamente a la cadena de evidencias que hemos trazado para los Evangelios canónicos se extiende otra para las Trece Epístolas de S. Pablo, formando la otra mitad del meollo irreductible del canon completo del Nuevo Testamento. Todas la autoridades citadas para el Canon del Evangelio muestran familiaridad y reconocen la calidad sagrada de estas cartas. S. Ireneo, como reconoce la crítica de Harnack, emplea todos los escritos paulinos, excepto el breve a Filemón, como sagradas y canónicas. El Canon Muratoriano, contemporáneo de Ireneo, da la lista completa de las trece, lo que, hay que recordar, no incluye Hebreos. El hereje Basílides y sus discípulos citan de este grupo paulino en general. Los copiosos extractos de las obras de Marción diseminados por Ireneo y Tertuliano muestran que estaba familiarizado con las trece como de uso eclesial y seleccionó su Apostolikon de seis de ellas. El testimonio de Policarpo e Ignacio es de nuevo capital en este caso. Ocho de los escritos de Pablo son citados por Policarpo; S. Ignacio de Antioquía valoraba a los Apóstoles sobre los Profetas y debe haber dado a las composiciones de los Apóstoles el mismo rango que a las de los Profetas ("Ad Philadelphios", v). S. Clemente de Roma se refiere a los corintios como cabeza de “del Evangelio”; el Canon Muratoriano concede el mismo honor a I Corintios de manera que podemos muy bien sacar la conclusión, con del Dr. Zahn, de que ya en los días de Clemente las Epístolas de S. Pablo habían sido coleccionadas para formar un grupo con un orden fijado. Zahn a apuntado a señales que lo confirman en la manera en que Ignacio y Policarpo emplean esas epístolas. A lo que tiende esta evidencia es a establecer la hipótesis de que la importante iglesia de Corintio fue la primera en formar una colección completa de los escritos de S. Pablo

5. Los libros restantes
En este período de formación, la Epístola a los Hebreos no obtuvo un lugar firme en el Canon de la Iglesia Universal. En Roma no se la reconocía como canónica, como muestra el Catálogo Muratoriano, de origen romano. Ireneo probablemente la cite, pero no hace referencia a su origen paulino. Pero era conocida en Roma por S. Clemente como atestigua su carta. La iglesia de Alejandría la admitió como obra de S. Pablo y canónica. Los montanistas la aceptan y precisamente esa facilidad con la que vi, 4-8, se adapta dentro del rigor montanista y novacianista fue sin duda una razón por la que era sospechosa en Occidente. Durante este período varió lo que excede al Canon mínimo compuesto por los Evangelios y las trece cartas. Las Siete Epístolas Católicas (Santiago, Judas. I y II Pedro y tres de Juan) aún no habían sido reunidas en un grupo especial, y con la excepción de las tres de Juan, permanecieron como unidades aisladas, dependiendo para su fuerza canónica de circunstancias variables. Pero al final del siglo segundo el mínimo canónico fue ampliado y además del Evangelio y las Epístolas Paulinas, inalterablemente abarcaron Los Hechos, I Pedro, I Juan (a la que probablemente se juntaron Juan II y III) y el Apocalipsis. Pero Hebreos, Santiago, Judas y II Pedro permanecieron flotando fuera de los límites de la canonicidad universal y la controversia sobre ellos y la posterior sobre el Apocalipsis forman la parte más importante de la historia restante del Canon del Nuevo Testamento. Sin embargo, a principios de la tercera centuria en Nuevo Testamento se formó en el sentido de que el contenido de sus divisiones principales, lo que puede llamarse sus esencia, fue definido muy cortantemente y recibido universalmente, mientras todos los libros segundarios fueron reconocidos en algunas iglesias. Una singular excepción a la la universalidad de la sustancia del Nuevo Testamento arriba descrita fue el Canon de la primitiva iglesia siria, que no contenía ninguna de las Epístolas Católicas ni el Apocalipsis.

6. La idea de un Nuevo Testamento.
La cuestión del principio que dominaba la canonización práctica de las Escrituras del Nuevo Testamento ya se ha discutido en (b). Los fieles deben haber tenido desde el principio alguna conciencia de que en los escritos de los Apóstoles y Evangelistas habían adquirido un nuevo cuerpo de Sagradas Escrituras, un Nuevo Testamento escrito destinado a estar junto al Antiguo. Tan pronto como las colecciones fijas se formaron, se dieron completa cuenta de que los Evangelios y la Cartas eran la Palabra de Dios escrita; pero captar la relación de este nuevo tesoro con el antiguo sólo fue posible cuando los fieles adquirieron un mejor conocimiento de la fe. Zahn observa con mucha verdad que el surgir del montanismo alrededor de la iglesia cristiana, con sus falsos profetas que reclamaban para sus escritos - el auto denominado Testamento del Paráclito – la autoridad de la revelación, hacia un sentido más pleno, que la edad de la revelación había terminado con el último de los Apóstoles, y que el círculo de la Sagrada Escritura no es extensible más allá del legado de la Era Apostólica. El Montanismo comenzó en 156. Una generación después, en las obras de Ireneo, encontramos la idea de dos Testamentos ya firmemente asentada y con el mismo Espíritu obrando en ambos. Para Tertuliano (c 200) el cuerpo de la Nueva Escritura era una instrumentum exactamente de igual rango que el instrumentum formado por la Ley y los Profetas. Clemente de Alejandría fue el primero en utilizar la palabra “Testamento” para los libros sagrados del nuevo designio divino. Análoga influencia externa ha de darse al Montanismo: la necesidad de poner una barrera entre la literatura genuinamente inspirada y la riada de apócrifos seudoapostólicos, dio un nuevo impulso a al idea del un Canon del Nuevo Testamento, y más tarde contribuyó no poco a la demarcación de sus límites fijados

B. EL PERIODO DE DISCUSION ( 220 – 367 dC.c)

En este momento del desarrollo histórico del Canon del nuevo Testamente, encontramos por primera vez una consciencia, que se refleja en ciertos escritores eclesiásticos, de las diferencias que hay entre las colecciones sagradas en diversos lugares del cristianismo. Estas variaciones son atestiguadas y la discusión se estimula en dos de los más sabios de la antigüedad cristiana, Orígenes y Eusebio de Cesarea, el historiador eclesiástico. Un vistazo al Canon como se muestra en las autoridades de la iglesia africana o cartaginesa, completarán nuestro breve recorrido por este período de diversidad y discusión.
1. Orígenes y su escuela
Los viajes de Orígenes le dieron oportunidades excepcionales para conocer las tradiciones de iglesias muy separadas geográficamente y le hicieron muy versado en las actitudes discrepantes hacia ciertas partes del Nuevo Testamento. Dividió los libros con reclamaciones bíblicas, en tres clases:
· Los recibidos universalmente.
· Aquellos cuya apostolicidad era cuestionada.
· Obras apócrifas
Un la primera clase, los Homologoumena, estaban los Evangelios, las Trece Epístolas de S. pablo, Los Hechos, Apocalipsis. I Pedro y I Juan. .
Los escritos cuestionados eran Hebreos, II Pedro, II y III Juan, Santiago, Judas, Bernabé, El pastor Hermas, La Didajé y probablemente el Evangelio a los Hebreos. Orígenes aceptaba personalmente todas ellas como divinamente inspiradas, aunque veía las opiniones contrarias con tolerancia.
La autoridad de Orígenes parece haber contribuido a que Hebreos y las disputadas Epístolas católicas entraran con firmeza en el Canon de Alejandría. Donde habían estado antes de forma insegura, a juzgar por el trabajo exegético de Clemente y la lista del Códice Claromontanus, al que competentes investigadores asignan un temprano origen alejandrino
2. Eusebio
Eusebio, Obispo de Cesarea en Palestina fue uno de los más eminentes discípulos de Orígenes, y hombre de amplia erudición. Imitando a su maestro dividió la literatura religiosa en tres clases
· Homologoumena, o composiciones universalmente recibidas como sagradas, como Los Cuatro Evangelios, las Trece Epístolas de S. Pablo, Hebreos, Hechos I Pedro, I Juan y Apocalipsis Hay, sin embargo alguna inconsistencia en esta clasificación , por ejemplo al dar el mismo rango a Hebreos que a los libro es de recepción universal, puesto que después Admite que es cuestionada.
· La segunda categoría se compone de los Antilegomena, o escritos discutidos: estos a su vez tiene una clase superior y otra inferior. Los mejores son: las Epístolas de Santiago, Judas, II Pedro, II y III Juan. Como Orígenes, Eusebio quería que entrasen en el Canon pero se vio obligado a reflejar su situación incierta. Los Antilegomena de la clase inferior eran: Bernabé, la Didajé, El Evangelio de los Hebreos, Los Hechos de Pablo, el Pastor y el Apocalipsis de Pedro
· El resto eran espurios (notha).
Eusebio discrepaba de su maestro alejandrino al rechazar personalmente el Apocalipsis como no-bíblico, aunque obligado a reconocer la casi universal aceptación. ¿De qué venía este desfavorable punto de vista sobre el volumen que cierra el Testamento Cristiano?

Zahn lo atribuye a la influencia de Luciano de Samosata, uno de los fundadores de la escuela de exégesis de Antioquía y con cuyos discípulos había estado a asociado Eusebio El mismo Luciano había recibido su educación en Edesa, la metrópolis de Siria oriental, que tenía, como ya se ha dicho, un Canon singularmente abreviado. Se sabe que Luciano editó las Escrituras en Antioquía y se supone que introdujo allí el Nuevo Testamento más corto que más tarde S., Juan Crisóstomo y sus seguidores emplearon – en el que no estaban ni el Apocalipsis, II Pedro , II y III Juan y Judas.
Se sabe que Teodoro de Mompsuestia rechazó las Epístolas católicas. Y que en las amplias exposiciones de las Escrituras de S. Juan Crisóstomo no hay ni un solo resto claro del Apocalipsis, que explicadamente excluye las cuatro epístolas menores – II Pedro, II y III Juan y Judas – del número de libros canónicos.
Luciano, según Zahn, había llegado a un compromiso entre el Canon Siríaco y el Canon de Orígenes admitiendo las tres epístolas católicas más largas y manteniendo fuera el Apocalipsis. Pero aunque admitamos el prestigio del fundador de la escuela de Antioquía, es difícil conceder que su autoridad personal hubiera sido suficiente para eliminar libro tan importante como el Apocalipsis del Canon de una iglesia tan notable, en la que había sido admitido previamente. Es más probable que una reacción contra el abuso del Apocalipsis por parte de los Montanistas y Quiliastas – Asia Menor era el centro de ambos errores – llevó a la eliminación de un libro de cuya autoridad se había sospechado, quizás, antes. De hecho es muy razonable suponer que su temprana exclusión del la Iglesia Oriental Siria fue una oleada exterior del movimiento extremadamente reaccionario de los Alogoi – también de Asia Menor - que designaban al Apocalipsis y todas los escritos de Juan como obra del hereje Cerinto.

Sean cuales fueren las influencias que determinaron el canon personal de Eusebio, el caso es que éste eligió el texto de Luciano para las 50 copias de la Biblia que proporcionó a la Iglesia de Constantinopla por orden de Constantino, su protector imperial. Y él incorporó todas la Epístolas Católicas, pero excluyó el Apocalipsis, que permaneció fuera de las colecciones sagradas tan corrientes como las de Antioquía y Constantinopla, por más de un siglo.
Sin embargo este libro mantuvo una minoría de sufragios asiáticos y puesto que tanto Luciano como Eusebio podían estar contaminados de arrianismo, finalmente pareció una señal de ortodoxia la aprobación del Apocalipsis, a la que se habían opuesto. Eusebio fue el primero en llamar la atención de las importantes variaciones en los textos de los Evangelios, por ejemplo, la presencia en alguna copias y la ausencia en otras de párrafo final de Marcos, el pasaje del la mujer adúltera, y el sudor de sangre.

3. La Iglesia Africana
S. Cipriano, cuyo Canon de las Escrituras refleja ciertamente el contenido de la primera Biblia Latina, recibió todos los libros del Nuevo Testamento excepto Hebreos, II Pedro, Santiago y Judas. Sin embargo siempre hubo una fuerte inclinación en este ambiente a admitir II Pedro como auténtica: Judas había sido reconocido por Tertuliano pero extrañamente había perdido su posición en la Iglesia Africana probablemente debido a su cita del apócrifo Enoc. El testimonio de Cipriano a la no-canonicidad de Hebreos y Santiago es confirmado por Comodio, otro escritor africano del período. Un testigo muy importante es el documento conocido como Canon de Mommsen, un manuscrito del siglo X, pero cuyo original ha sido certificado hasta la fecha desde África occidental alrededor del 350. Es un catálogo formal de los libros sagrados, sin mutilaciones en la parte del Nuevo Testamento y prueba a en su tiempo los libros universalmente reconocidos en la influyente iglesia de Cartago eran casi idénticos a los recibidos por Cipriano un siglo antes. Hebreos, Santiago y Judas están completamente ausentes. Las tres Epístolas de S. Juan y II Pedro aparecen pero tras ellas hay la nota una sola, añadida por una mano casi contemporánea, evidentemente en protesta contra la recepción de estos Antilegomena que, presumiblemente, habían encontrado recientemente un lugar en la lista oficial, pero cuyo derecho a estar allí era seriamente cuestionado

C. El PERIODO DE FIJACION (367-405 dC)
1. San Atanasio
Mientras que la influencia de Atanasio en el Canon del Antiguo testamento fue negativa y excluyente ( ver arriba) en el del Nuevo Testamento fue muy activamente constructiva. En su “"Epistola Festalis" ( 367 dC) el ilustre Obispo de Alejandría coloca atrevidamente todos los Antilegnema de Orígenes, que son idénticos a los deúteros, dentro del Canon, sin dar cuenta de ningún escrúpulo acerca de ellos. En adelante fueron firme y formalmente admitidos en el Canon de Alejandría.
Y es muy esclarecedor de la tendencia de la autoridad eclesiástica el hecho de que hasta libros que habían gozado de un alto rango en la Alejandría más liberal, por ejemplo el Apocalipsis de Pedro y los Hechos de Pablo, Atanasio los reúne con los apócrifos, y hasta algunos que Orígenes había considerado como inspirados -- Bernabé, El Pastor de Hermas, La Didajé – fueron excluidos tajantemente con el mismo estilo condenatorio

2. La Iglesia Romana , el Sínodo y S. Jerónimo
El Canon o Fragmento Muratoriano, compuesto en la iglesia romana en el último cuarto del siglo segundo, guarda silencio respeto a Hebreos, Santiago, II Pedro. La I Pedro no es mencionada pero debe haberse omitido por un descuido puesto que era universalmente recibida en ese tiempo. Hay evidencia de que este canon restringido obtuvo aprobación no solo en la iglesia africana, con ligeras modificaciones como hemos visto, sino también en Roma y en general en occidente hasta el final del siglo cuarto. La misma antigua autoridad testifica que en Roma gozaron del mismo estado favorable y quizás canónico, el Apocalipsis de Pedro y El Pastor de Hermas. En las décadas centrales del siglo cuarto el intercambio de puntos de vista entre Oriente y Occidente llevó a un mejor conocimiento respecto a los Cánones Bíblicos y a la corrección del catálogo de la Iglesia Latina. Es un hecho singular que mientras el Este, principalmente por la pluma de Jerónimo, ejerció una influencia distorsionadora y negativa sobre las opiniones occidentales sobre el Antiguo Testamento, la mismo influencia, probablemente debido al mismo intermediario, ayudó a que se completara en toda su integridad el Canon del Nuevo Testamento. El Occidente comenzó a darse cuenta de que durante más de dos siglos las antiguas iglesias de Jerusalén y Alejandría habían reconocido a Hebreos y Santiago como libros apostólicos inspirados, mientras que la venerable iglesia alejandrina, apoyada en el prestigio de Atanasio y el poderoso patriarca de Constantinopla, con la sabiduría de Eusebio apoyando su juicio, habían canonizado todas las Epístolas disputadas.
S. Jerónimo, una luz que surgía en la Iglesia, aunque era un simple sacerdote, fue llamado por el papa Dámaso de oriente, donde estudiaba los conocimientos sagrados, para que asistiera a un ecléctico, pero no ecuménico sínodo en Roma en el año 382. Ni el sínodo del año anterior en Constantinopla ni el de Nicea (365) habían considerado la cuestión del Canon. Este sínodo romano debe haberse dedicado especialmente a ese asunto. El resultado de sus deliberaciones, presididas, sin duda, por el enérgico Dámaso, ha sido preservado en el documento llamado "Decretum Gelasii de recipiendis et non recipiendis libris", una compilación parcialmente del siglo sexto, pero que contiene mucho material que data de los dos que le preceden. El Catálogo de Dámaso presenta el canon completo y perfecto que ha sido el de la Iglesia Universal desde entonces. La parte del Nuevo Testamento acusa los puntos de vista de Jerónimo, que en cuestiones bíblicas parece siempre inclinado a favor de las posturas orientales, que ejerció una feliz influencia respecto al Nuevo Testamento, y si intentó poner alguna restricción oriental al Canon sobre el Canon del Antiguo Testamento, su esfuerzo fue un fracaso. El título de decreto -- "Nunc vero de scripturis divinis agendum est quid universalis Catholica recipiat ecclesia, et quid vitare debeat"— prueba que el concilio elaboró una lista de apócrifos y de auténticos de la Sagrada Escritura. El Pastor y el falso Apocalipsis de Pedro recibieron ahora el golpe definitivo. “Roma había hablado y las naciones de occidente habían escuchado” (Zahn). Las obras de los Padres latinos del período – Jerónimo, Hilario de Poitiers, Lucifer de Cerdeña, Filaster de Brescia –manifiestan el cambio de actitud hacia Hebreos, Santiago, Judas, II Pedro y III Juan.
3. Fijación en las iglesias Africana y Galicana
Un poco antes de que la Iglesia Africana ajustara perfectamente su Nuevo Testamento Al Canon de Dámaso, Optato de Mileve (370-85) no usa Hebreos. S. Agustín que ha recibido el Canon integral reconoce que muchos dudan de esa epístola, pero en el Sínodo de Hipona (393) la postura del gran doctor prevaleció y se adoptó el canon correcto. Sin embargo es obvio que encontró muchos oponentes en África, ya que en breves intervalos, tres Sínodos – Hipona, Cartago en 393, III de Cartago (397) y Cartago de 419 – creyeron necesario proponer catálogos. La Introducción de Hebreos fue una cruz especial y una reflexión sobre ello se encuentra en la primera lista de Cartago, donde la muy discutida epístola, aunque escrita en el estilo de S. Pablo, aun se enumera de forma separada del grupo de las Trece ya consagrado por el tiempo. Los catálogos de Hipona y Cartago son idénticos al canon católico actual. En Galia, algunas dudas se mantuvieron durante algún tiempo, como sabemos por el papa Inocencio I, que en 405 envió una lista de los libros sagrados a uno se sus obispos, Exsuperius de Toulouse.

Así pues a finales de la primera década del siglo quinto toda la iglesia occidental estaba en posesión del canon completo del Antiguo Testamento. En oriente donde, con la excepción de la iglesia siria de Edesa, se había obtenido un canon completo aproximado hacia tiempo sin la ayuda de una declaración formal, las opiniones estaban aún algo divididas sobre el Apocalipsis. Pero para la iglesia Católica como un todo, el contenido del Nuevo Testamento estaba definitivamente fijado y la discusión cerrada.
El final del proceso del desarrollo del Canon había sido doble: positivo, en el aspecto de la permanente consagración de algunos escritos que durante algún tiempo estuvieron sobre la línea divisoria entre lo canónico y lo apócrifo; negativo, por la definitiva eliminación de ciertos apócrifos privilegiados que habían gozado aquí y allí de un status quasi-canónico. En la recepción de libros discutidos una creciente convicción de autoría apostólica tuvo mucho que ver, pero el criterio último fue su reconocimiento como inspirado por una gran y antigua parte de la Iglesia Católica. S Jerónimo, como Orígenes, aduce el testimonio de los antiguos y el uso eclesial al defender la causa de la Carta a los Hebreos (De Viris Illustribus, lix). No hay señal de que la iglesia occidental repudiase nunca ninguno de los deúteros; aunque no se admitieran desde el principio, avanzaron hacia una completa aceptación allí. Por otra parte, la aparente exclusión formal del Apocalipsis del catálogo de ciertas iglesias griegas fue una fase transitoria y supone su aceptación primitiva. La cristiandad griega tenía prácticamente un canon completo y puro del Antiguo Testamento prácticamente desde el principio del siglo sexto. (ver EPISTOLA A LOS HEBREOS, EPISTOLAS DE S- PEDRO, EPISTOLA DE SANTIAGO, EPISTOLA DE JUDAS, EPISTOLAS DE JUAN, APOCALIPSIS)

D. HISTORIA SUBSECUENTE DEL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO.
1. Hasta la Reforma Protestante.
El Nuevo Testamento en el aspecto canónico tiene poca historia entre los primeros años del siglo quinto y la primera parte del siglo dieciséis. Como era natural en edades en las que la autoridad eclesiástica no había alcanzado su centralización moderna hubo divergencias esporádicas de la enseñanza común y de la tradición. No había libro alguno que fuera contestado, pero aquí y allí había intentos individuales para añadir algo a la colección recibida. En varios manuscritos latinos antiguos, la espuria Epístola a los Laodicenses se halla entre las cartas canónicas, y en unas pocas situaciones, también la apócrifa III Corintios. La última huella de una contradicción al Canon del Nuevo testamento en la iglesia occidental revela un curioso transplante de dudas orientales concernientes al Apocalipsis. Un acta del Sínodo de Toledo, de 633, manifiesta que muchos se oponen a ese libro y ordena que se lea en las iglesias bajo pena de excomunión. La oposición con toda probabilidad venía de los visigodos que se habían convertido recientemente al arrianismo. La Biblia Gótica se había hecho bajo auspicios orientales en un tiempo en el que había aún mucha hostilidad en oriente contra el Apocalipsis.
2. El Nuevo Testamento y el Concilio de Trento (1546)
Este sínodo ecuménico tuvo que defender la integridad del nuevo Testamento, y tambien del Antiguo , contra los ataques de los pseudos-reformadores. Lutero, basándose en razones dogmáticas y el juicio de antigüedad, había descartado Hebreos, Santiago, Judas y el Apocalipsis como totalmente no-canónicas. Zwinglio no podía ver en el Apocalipsis un libro bíblico. Oecolampadio colocó a Santiago, Judas, II Ppedro, II y III Juan en un rango inferior. Hasta unos pocos estudiosos católicos del tipo de los del Renacimiento, notablemente Erasmo y Cayetano, habían arrojado algunas dudas sobre la canonicidad de estos Antilegomena. En cuanto a los libros completos, las dudas protestantes fueron las únicas de las que los Padres de Trento fueron conscientes, pero no hubo la más ligera duda con respecto a la autoridad de ningún documento completo. Las partes duterocanónicas dieron algunas preocupaciones al concilio, por ejemplo los doce últimos versos de Marcos, el pasaje del sudor de sangre de S. Lucas, y la Pericope Adulteræ de Juan. El cardenal Cayetano citó aprobándolo un comentario desfavorable de S. Jerónimo respecto a Marcos xvi, 9-20. Erasmo había rechazado la sección de la Mujer Adúltera como no auténtica. Sin embargo aunque hubo preocupación por estas partes, en Trento no se expresó duda alguna sobre su autenticidad, siendo solamente la manera en que habían sido recibidas lo que se ponía en cuestión. Finalmente estas partes fueron recibidas, como los libros deuterocanónicos, sin la más ligera distinción. Y la cláusula "cum omnibus suis partibus" se refiere especialmente a estas partes.

Para más información respecto a la acción de Trento sobre el Canon, se invita al lector a la sección respectiva del artículo: II. El Canon del Antiguo testamento en la Iglesia Católica.
El decreto tridentino que define el Canon afirma la autenticidad de los libros a los que cita con sus propios nombres, sin incluir esto en la definición. El orden de los libros sigue el de la Bula de Eugenio IV (Concilio de Florencia), excepto que Hechos se mueve de un lugar antes del Apocalipsis a su posición presente y Hebreos se pone al final de las Epístolas de S. Pablo. El orden Tridentino ha sido conservado en la Vulgata oficial y en las Biblias vernaculares católicas. Lo mismo se ha de decir de los títulos, que como regla general son los tradicionales, tomados de los Cánones de Florencia y Cartago ( con respecto al Concilio Vaticano sobre el Nuevo Testamento , ver Parte II arriba)
3. El Nuevo Testamento fuera de la Iglesia.
Los Ortodoxos rusos y otras ramas de las Iglesia Ortodoxa Oriental tiene un Nuevo Ttestamento idéntico al católico. En Siria, los Nestorianos poseen un Canon casi idéntico al canon final de los antiguos Sirios Orientales, que excluyen las cuatro Epístolas Católicas más cortas y el Apocalipsis. Los Monofisitas reciben todo el libro. Los Armenios tienen una carta apócrifa a los Corintios y dos de los mismos. La Iglesia Copto–arábiga incluye en las Escrituras Canónicas, las Constituciones Apostólicas y las Epístolas Clementinas. El Nuevo testamento etiópico también contiene las llamadas “Constituciones Apostólicas”

Con respecto al Protestantismo, los Anglicanos y los Calvinistas siempre conservaron el Nuevo testamento. Pero durante un siglo los seguidores de Lutero excluyeron Hebreos, Santiago, Judas y el Apocalipsis y aún fueron más lejos que su maestro rechazando las tres deuterocanónicas que quedaban, II Pedro, II y III Juan. La tendencia de los teólogos luteranos del siglo diecisiete era clasificar todos estos escritos como de autoridad dudosa o al menos inferior. Pero gradualmente los protestantes alemanes se fueron familiarizando con la idea de que la diferencia entre los libros del Nuevo Testamento contestados y el resto era solamente de grado de certeza respecto al origen más que de carácter intrínseco. El reconocimiento completo de estos libros por los Calvinistas y los Anglicanos puso más difícil a los Luteranos excluir a los deúteros del Nuevo testamento que los del Antiguo. Uno de sus escritores del siglo diecisiete permitió solamente una diferencia teorética entre las dos clases y en 1700, Bossuet pudo decir que todos los Católicos y Protestantes estaban de acuerdo en el Canon del Nuevo testamento. La única huella de oposición que permanece ahora en las Biblias protestantes alemanas está en el orden: Hebreos va al final con Santiago, Judas y el Apocalipsis; el primero no está incluido en los escritos paulinos, mientras Santiago y Judas no están en el mismo rango que las Epístolas católicas

4. El criterio de inspiración (menos correctamente conocido como criterio de canonicidad).
Hasta esos teólogos católicos que defiende la apostolicidad como prueba de inspiración del Nuevo testamento (ver arriba) admiten que eso no excluye otros criterios, como la Tradición Católica tal cual se manifiesta en la recepción universal de las composiciones de inspiración divina, o la enseñanza ordinaria de la Iglesia, o los pronunciamientos infalibles de los concilios ecuménicos. Esta garantía externa es la prueba suficiente universal y ordinaria de inspiración. La única cualidad de los Libros Sagrados es un dogma revelado. Más aún por su misma naturaleza, la inspiración elude la observación humana y no es evidente pro si misma siendo esencialmente superfísica y sobrenatural. Su único criterio absoluto, por consiguiente, es el Espiritu Santo inspirador, testigo decisivo de Si Mismo, no en la experiencia subjetiva de las almas individuales, como mantenía Calvino, ni en el tenor doctrinal y espiritual del la Sagrada Escritura misma, como Lutero, sino a través del órgano constituido y custodio de Sus revelaciones, la Iglesia. Todas las demás evidencias se quedan cortas en la certeza y finalidad necesarias para imponer la esencia absoluta de la fe. (ver Franzelin, "De Divinâ Traditione et Scripturâ"; Wiseman, "Lectures on Christian Doctrine", Lecture ii; también INSPIRACION.)


EL NUEVO TESTAMENTO

"De los Hechos al Apocalipsis"

INTRODUCCION

LA SOCIEDAD EVC en su empeño de poner al alcance de todos los Católicos literatura religiosas sencilla y comprensible, ha editado una introducción al Antiguo Testamento Folleto 460: LA BIBLIA; a los Evangelios Folleto 461:¿QUE SON LOS EVANGELIOS? y en el presente Folleto 462 aborda el resto del Nuevo Testamento, Hechos de los Apóstoles, Cartas y Apocalipsis, haciendo de los tres una colección sumamente útil para acercarnos a la Palabra de Dios.

La Biblia es un libro difícil de interpretar, porque aunque su mensaje resultaba fácil y sencillo para sus primeros destinatarios, actualmente vivimos en otras culturas y a siglos de distancia. Siendo el Libro de los Libros, es muy complejo y necesitamos de la mano de la Iglesia Católica, Madre y Maestra, para no caer en el error como ha sucedido con los protestantes, que por el principio luterano de la libre interpretación de la Biblia, cada quien ha querido leer en ella lo que le conviene. Por algo ya San Pedro nos advierte que: La Biblia "no es de interpretación privada" (2 Pe-1,20).

Al leer y estudiar la Biblia guiados por la Iglesia Católica, tenemos la garantía de encontrar la verdad. Nadie como ella (tiene veinte siglos de experiencia) nos puede aclarar qué nos dice Dios en este maravilloso libro.

El Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene los Hechos de los Apóstoles, las cartas de San Pedro, San Pablo, San Juan, Santiago, San Judas Tadeo, la carta a los Hebreos y el Apocalipsis, 27 en total.

Como en el Folleto 460, nuestra inspiración principal es la BIBLIA LATINOAMERICANA que por estar editada especialmente para los fieles de habla hispana de nuestro continente, no solamente adopta un lenguaje sencillo sino que tiene al alcance de sus páginas, notas explicativas tan útiles, como comprensibles.

HECHOS DE LOS APOSTOLES

Al mismo tiempo que Jesucristo predicó en Palestina la Buena Nueva, durante tres años instruyó a los Apóstoles que El eligió para continuar su obra, ordenándoles antes de ascender al Cielo, evangelizar a todas las naciones.

¿Cómo empezó la evangelización? ¿Qué hicieron los Apóstoles para cumplir su vocación? ¿Cómo nació la Iglesia?

El relato de los principios de la Iglesia Católica es apasionante y es necesario conocerlo, como debemos también conocer su historia hasta nuestros días. No importa en realidad la mediocridad de la mayoría de los cristianos sino conocer las experiencias y hazañas de los verdaderos creyentes, apóstoles y mártires.(Ver los folletos EVC 647:"Nace la Iglesia, de Cristo a Constantino" y el 649: "La verdadera Historia de la Iglesia")

El autor de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas, no fue discípulo de Jesucristo, al que tal vez no conoció ya que era pagano y vivía fuera de Palestina, en Antioquía; pero cuando se convirtió, por su formación greco-latina, se interesó no tan solo en investigar los acontecimientos "desde el principio" sino en consignarlos por escrito.

San Lucas es una bendición para la Iglesia: con una mentalidad más cercana a la nuestra, es el cronista privilegiado que nos transmite, sólo él, por ejemplo, la infancia de Nuestro Señor, que oyó seguramente de los labios de su Madre: la Santísima Virgen María.

San Lucas en los Hechos de los Apóstoles lleva una perfecta continuidad de su Evangelio y nos relata los primeros pasos de la Iglesia en Jerusalén, después de la Ascensión de Jesús. A San Lucas debemos la noticia de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y presenta la figura de San Pedro como el jefe indiscutible, el primer Papa de la historia.

Tuvo la suerte San Lucas de haber conocido a San Pablo y a partir del año 50 acompañarlo en sus correrías apostólicas habiendo terminado su libro en el año 62.

Hubiéramos querido que un cronista como San Lucas hubiera sido el acompañante de San Pedro y de cada uno de los demás Apóstoles. De algunos de ellos no sabemos prácticamente nada, ni de sus trabajos evangelizadores ni de su martirio. Pero Dios tiene sus planes y debemos agradecerle el haber suscitado la vocación de San Lucas.

Termina el libro cuando San Pablo está en Roma en una casa alquilada, en arresto domiciliario, esperando dos años enteros el juicio del César al cual ha apelado y "recibiendo sin trabas a todos los que lo venían a ver. Proclamaba el Reino de Dios con mucha seguridad y enseñaba lo referente a Jesús" (Hech.28,30-31).

CARTA A LOS ROMANOS.

Si tenemos la suerte de que San Lucas haya escrito su Evangelio y los Hechos de los Apóstoles, también debemos alegrarnos de que San Pablo haya tenido la idea de escribir hermosísimas cartas a las diversas Iglesias fundadas por él durante sus correrías Apostólicas.

Sin embargo, la más extensa y tal vez la más importante, la Carta a los Romanos está dirigida a una Iglesia que él no fundó. En tiempos de Jesús, los judíos eran numerosos en Roma y se les daba el nombre de "libertos" porque procedían en su mayor parte de los prisioneros de guerra llevados a Roma por Pompeyo.

El día de Pentecostés, San Lucas nos lo menciona, había libertos en Jerusalén y los que se convirtieron y fueron bautizados, al regresar a Roma difundieron la Fe en Jesucristo. Además es admitido que San Pedro se encaminó a Roma en el año 44.

En todo caso, cuando San Pablo en el año 57 escribe esta carta desde Corinto, (Grecia), tenía en Roma muchos conocidos entre los convertidos tanto del judaísmo como de la gentilidad y juzga necesario instruirlos cuidadosamente en su doctrina.

Como escribe a una iglesia con la que no tenía relaciones, la epístola a los Romanos es menos familiar, menos cordial y más doctrinal que las otras. Tiene claramente dos partes principales: la dogmática de los primeros once capítulos y la moral del capítulo 12 al 15. Termina con un largo epílogo de dos capítulos.

Temas importantísimos son por ejemplo: que la justificación no nos viene sino por la Fe; que estamos liberados del pecado, que somos hijos de Dios y otros.

En el aspecto moral, expone nuestros deberes para con Dios, para con el prójimo y para con nosotros mismos.

PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS.

Como vemos en esta Carta, no todas las comunidades cristianas eran un modelo de virtudes. En la ciudad muy activa y corrompida de Corinto, judíos y paganos convertidos al cristianismo formaban una iglesia dinámica pero poco ordenada. Los responsables de la comunidad no son capaces de hacer frente a diversos problemas: divisiones internas, dudas de fe, escándalos. Entonces recurren a San Pablo, que desde Efeso les envía instrucciones sobre el celibato y el matrimonio, la convivencia con los paganos, la manera de realizar sus asambleas, la celebración de la Eucaristía, el uso de los dones espirituales y la resurrección de los muertos.

SEGUNDA CARTA A LOS CORINTIOS.

Tenía San Pablo la intención de ir a Corinto personalmente, pero no pudo hacerlo y aquella comunidad, siempre conflictiva, mótiva esta segunda carta, que tal vez no fue escrita de corrido ya que revela diversos estados de ánimo del autor. Han surgido enemigos de San Pablo como los "judaizantes", empeñados en mermar la autoridad del Apóstol. Por eso fue escrita "entre lágrimas" y San Pablo debe defenderse apasionadamente haciendo un auto-elogio del cual también se excusa.

En su autodefensa, este hombre lleno de Cristo, nos deja bellísimas páginas de lo que significa la evangelización y el hecho de ser Apóstol de Jesucristo.

CARTA A LOS GALATAS.

Galacia estaba ubicada en el centro del Asia Menor y los gálatas habían sido evangelizados por San Pablo y San Bernabé en una misión apostólica detalladamente narrada por San Lucas (Hech.1-14.)

Pero judíos mal convertidos, predicaban que los gentiles, para salvarse, primero habían de someterse a la circuncisión, poniendo más énfasis en ello que en la fe en Jesucristo como único Salvador. Por eso San Pablo escribe dolido a los gálatas, que se han alejado de la pureza del Evangelio. Este tema fue la causa del Concilio de Jerusalén en donde San Pablo defendió con éxito total su posición.

San Pablo escribió esta carta tal vez desde Antioquía o Macedonia y seguramente antes del citado Concilio entre 56 y 57, ya que no hace mención del decreto conciliar.

El tema de la carta es la suficiencia de la sola fe en Jesucristo y la inutilidad de la Ley Judaica y de la circuncisión para alcanzar la salvación.

EFESIOS

El hombre siempre se ha cuestionado acerca del origen y sentido del mundo, del hombre mismo y también del destino final de la humanidad.

San Pablo, preso en Roma ha escuchado las doctrinas venidas de todas partes del mundo y tanto en esta carta como en la escrita a los Colosenses contesta a dichas interrogantes. El cosmos ha sido creado para nosotros, para que "seamos santos e inmaculados por el amor en su presencia" y la meta es la realización del Hombre Nuevo, el Cristo Total, donde nos reuniremos, cada cual en el lugar que nos corresponda, en la unidad con Cristo capaz de abrazarnos a todos en su amor desbordante.

Al mismo tiempo que San Pablo es capaz de revelarnos los más altos misterios del plan de Dios, sabe descender a los asuntos de la vida cotidiana como el matrimonio, las virtudes cristianas y la santidad de vida.

FILIPENSES

Filipos era una ciudad de Macedonia (Balcanes), en donde San Pablo había fundado una comunidad que le era muy querida. Por eso el tono de esta carta es tan distinto de las anteriores: familiar, tierno.

En contra de su costumbre de no aceptar ayuda para no provocar maledicencias, de los filipenses sí la acepta, demostrando la gran confianza que les tenía. El capítulo 2 contiene la hermosa página: "Tengan ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús".

Escribió esta carta estando preso, no sabemos si en Efeso en 56 o en Roma en 62.

COLOSENSES

Cuando San Pablo predicó en Efeso, uno de los que oyeron el Evangelio con más fruto, fue Epafras, natural de Colosas, que al volver a su ciudad les comunicó la Fe, fundando una iglesia muy adicta a San Pablo.

Pero con el tiempo los colosenses ya no se sentían tan seguros de Jesucristo y agregaban prácticas del Antiguo Testamento y rendían culto a fuerzas ocultas que llamaban "ángeles" que según ellos determinaban el destino de los hombres. Se parecían a los que actualmente confían más en devociones como las ánimas o creen en astrología y consultan horóscopos.

En la presente carta, San Pablo aclara la supremacía absoluta de Jesucristo. Problemas actuales como la violencia, la guerra o las drogas, nos deben llevar a profundizar el mensaje de Cristo.

TESALONICENSES 1 Y 11

En el año 50 San Pablo llegó a Tesalónica y como era su costumbre, predicó el Evangelio en la sinagoga, convirtiendo a no pocos, pero despertando la enemistad de la mayoría. Por eso tuvo que huir de ahí hacia Berea. También llegaron sus enemigos y partió para Atenas. Preocupado por la Iglesia de Tesalónica, desde Corinto les manda con Timoteo una primera carta y al saber buenas noticias, les escribe una segunda.

Estos escritos son los primeros del Nuevo Testamento, datando del año 51 d.C.. Una preocupación de San Pablo es orientar a los tesalonicenses acerca de la segunda venida de Jesucristo, que ellos creían tan inminente que algunos habían dejado de trabajar, viviendo a costa de los demás.

TIMOTEO 1

Era Timoteo natural de Listra, hijo de padre griego y madre judía. Cuando San Pablo pasó por Listra, toda la familia abrazó la fe que San Pablo predicaba y éste lo tomó consigo y fue su fiel servidor en el apostolado. Cuando San Pablo, libre de su primer proceso se dirigió a Oriente, lo dejó al frente del gobierno de la Iglesia de Efeso y le dirige desde Macedonia esta primera carta.

Preocupa a San Pablo la aparición de falsas doctrinas que corrompen la verdad del Evangelio y advierte de ello a Timoteo. Vemos como desde los inicios de la Iglesia Católica, aparece la organización jerárquica consistente en Obispos, Sacerdotes y Diáconos. Termina la carta exhortándolo a "cuidar el Depósito de la fe" (6,20), que viene siendo uno de los principales cometidos de los Obispos.

TIMOTEO II

La segunda carta a Timoteo fue escrita ya en la prisión en Roma, cuando San Pablo presiente que su fin está cerca y lo han abandonado todos excepto San Lucas y la familia de Onesíforo. Le pide que venga con San Marcos trayéndole su capa, libros y pergaminos que dejó en Tróade. Aún próximo a morir ("Mi libación está derramada y el tiempo de mi partida se acerca" 4-6) San Pablo predica, organiza, da órdenes, recuerda a sus fieles amigos y está lleno de confianza en Dios a pesar de las traiciones sufridas.

TITO

Sabemos que Tito era pagano de origen y aparece por primera vez en la historia de la Iglesia durante el Concilio de Jerusalén cuando los partidarios de la Ley intentaban obligarle a que se circuncidara.

Acompañó a San Pablo en Efeso y fue enviado por dos veces a Corinto. Fue Obispo de las Iglesias de Creta y estuvo también en Dalmacia. La presente carta fue redactada desde Nicópolis, dándole instrucciones de cómo gobernar su iglesia.

FILEMON

Onésimo era esclavo de Filemón y huye hacia Roma para refugiarse con San Pablo. La solución que éste da al problema es sensacional: una vez convertido y bautizado Onésimo, ya no es esclavo de nadie sino hermano en Cristo de todos los cristianos, incluido su antiguo amo, Filemón y se lo devuelve en calidad de tal.

No es el cambio de estructuras sociales lo que dará justicia al mundo, sino la conversión de los corazones. En Cristo el Señor somos libres, iguales ante el Padre Celestial y hermanos en Cristo el Señor. Mientras no comprendamos y vivamos esta sublime verdad, no cesarán ni las guerras ni las injusticias.

CARTA A LOS HEBREOS

Desde el primer momento el lector puede darse cuenta de que el redactor de la presente carta no es San Pablo, aunque la doctrina sustentada sí lo es: ningún saludo, ninguna amonestación personal, un final distinto. Desde los primeros siglos del cristianismo los estudiosos se preguntaban acerca de su procedencia y de si era digna de ser considerada canónica o no.

Al final se puede decir que el autor es San Pablo, pero el redactor fue alguno de sus discípulos, por ejemplo Apolo, Timoteo o Erasto.

El tema abordado es sumamente importante para el pueblo judío en especial para la clase sacerdotal cuya vida no tenía otro sentido que el servicio del Templo de Jerusalén, con suntuosas ceremonias y numerosos sacrificios. Desprenderse de una tradición milenaria no era tan fácil.

San Pablo tiene que argumentar denodadamente demostrando cómo Moisés, la Ley, los sacrificios, el Templo, etc. No eran sino figura del único sacerdocio, del único sacrificio, de la única víctima que es Cristo.

Seguramente la carta fue redactada por el año 67 d.C., antes de que el Templo fuera destruido en 7O y el culto de la Antigua Alianza desapareciera prácticamente.

CARTA DE SANTIAGO.

En el Evangelio de San Marcos se menciona a un Santiago "hermano del Señor" (Me-6,3) según la acepción amplia del término "hermano" en los escritos bíblicos, que quiere decir en realidad pariente aún lejano.

En todo caso aparece después de Pentecostés como el jefe de la iglesia de Jerusalén y reconocido como responsable de las comunidades cristianas de Siria y Cilicia.

El autor, a diferencia de San Pablo es muy apegado y respetuoso de las tradiciones judías sin perjuicio de la fe en Jesucristo, lo que no impidió al pontífice judío Anano prenderlo y mandarlo matar en el año 62 d.C.

La carta en sí, contiene normas morales inspiradas en los Libros Sapienciales pero desarrolladas en la espiritualidad propia del Sermón de la Montaña

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CARTAS DE SAN PEDRO, I Y II.

Realmente, por desgracia, no sabemos casi nada de la actividad del Apóstol San Pedro desde el Concilio de Jerusalén. Como mencionamos arriba, hizo falta un cronista como San Lucas para saber más de lo que hizo el primer Papa de la Iglesia Católica.

En todo caso, sabemos que estuvo en Antioquía (Turquía) y que muy sabiamente, como jefe de toda la Iglesia, se dirigió a Roma, centro del Imperio Romano, donde coincidió con San Pablo, aunque por motivos muy diferentes.

Una muy antigua tradición asegura que fue martirizado en la persecución de Nerón en el año 67 y que fue sepultado en la loma Vaticana. Investigaciones recientes llevadas a cabo permitieron descubrir una tumba y huesos señalados corno los de San Pedro, exactamente bajo la inmensa cúpula de la Basílica que lleva su nombre.

Poco antes de su muerte, escribió dos cartas con palabras sencillas a los cristianos de Asia, donde empezaban ya las persecuciones. No son un tratado teológico como las cartas de San Pablo, sino más bien una exhortación dando ánimo a los que sufren, presentándoles el ejemplo de Jesucristo y explicándoles las consecuencias del Bautismo.

Encargó su redacción a Silvano, que había sido también discípulo de San Pablo y de ahí puede provenir que en varios lugares se encuentren los mismos temas de las cartas de San Pablo.

CARTAS DE SAN JUAN.

El Apóstol San Juan, adolescente cuando conoció a Cristo, vivió hasta fines del siglo primero a pesar de que según una tradición fue martirizado en un caldero de aceite hirviendo del cual salió rejuvenecido.

Le debemos no tan sólo su Evangelio sino tres cartas y el Apocalipsis. Y también por supuesto, el haber cuidado de la Santísima Virgen María hasta su muerte y asunción a los cielos.

La primera carta tiene gran parecido a su Evangelio. Al tener al Hijo de Dios, andamos en la verdad, en el amor verdadero y estamos en comunión con Dios mismo.

Pero también precisa los criterios y las condiciones para vivir en la luz y en el amor.

La segunda carta, va dirigida a una dama llamada Electa y a sus hijos, que tal vez simbolizan a una iglesia, para alabar su fe y prevenirla contra los falsos doctores. La tercera la dirige a Gayo, al cual aprecia mucho a la vez que censura a un cierto Diotrefes por su falta de respeto para el Apóstol.

SAN JUDAS TADEO.

Tadeo era hermano de Santiago el menor y tanto en los Evangelios como en los otros escritos pasa sin ser notado. Solo lo conocemos por las listas de los Apóstoles. El historiador Hegesipo, judío convertido del siglo II, nos cuenta que algunos nietos de Tadeo fueron denunciados al emperador Domiciano como "peligrosos", pero al verlos pobres y con las manos encallecidas por el trabajo los dejó libres.

Esta breve carta debió ser escrita para aquellos entre quienes su hermano era conocido, para judíos convertidos. Denuncia a los falsos doctores con acentos parecidos a los de San Pedro. Curiosamente cita a dos libros apócrifos, la Asunción de Moisés y el de Henoc, pero no por considerarlos canónicos sino como obras conocidas en su tiempo. No sabemos de sus destinatarios ni del tiempo en que fue escrita.

APOCALIPSIS.

Terminaba el siglo primero, por los años 96 al 98 d.C. cuando San Juan Evangelista, ya casi también centenario, se encontraba desterrado por Domiciano en la isla de Patmos cuando recibió la inspiración divina de escribir a las siete iglesias de la provincia proconsular de Asia. Lo hizo en el estilo "apocalíptico" ya empleado por algunos profetas del Antiguo Testamento y por el mismo Jesús cuando los Apóstoles le preguntaron acerca del fin del templo y del fin del mundo.

Este género profético es distinto del género común en el Antiguo Testamento: quiere desligarse del presente para trasladarse a edades futuras, al fin de las cosas. Es algo artificioso ya que al mismo tiempo desea escribir para el tiempo presente en el cual quiere ejercer su influencia. Es un estilo alegórico, con visiones imaginarias, describiendo escenas teatrales, con elementos de la naturaleza en acción y los ángeles como directores del movimiento escénico.

con apariencias de precisión cronológica, usa cifras aritméticas y comparaciones constantes ("como zafiro", "parecido a piedra de jaspe", "semejante a una esmeralda", etc.) que no son sino simples aproximaciones como si quisiera decir que las realidades superan toda comparación. Se repite constantemente, el número siete: 7 iglesias, 7 sellos, 7 trompetas, 7 copas, etc. y el número 144 mil, evidentemente simbólico, que no puede tomarse en sentido literal so pena de no entender nada del mensaje profundo del Apóstol.

En esta forma literaria hay que distinguir por tanto, dos cosas: la doctrina y el estilo. Con un estilo muy rebuscado lo importante es la revelación de Jesucristo y su Resurrección; de los peligros, esperanzas y triunfos de los cristianos. Conviene que el lector no olvide esto para que no se deje llevar por la ilusión de muchos visionarios, como los Testigos de Jehová, que pretenden sacar del Apocalipsis cosas y fechas que ni el mismo Jesús quiso decirnos.

Podemos distinguir en este libro cuatro tiempos: el pasado, que abarca la historia antigua del pueblo de Israel; el presente, o sea la aparición del Mesías; el milenio, o sea la paz después de las luchas que amenazan; el fin lejano con la victoria final de Cristo sobre el dragón y la restauración de todas las cosas en Dios.

Si San Juan quiso exponer su comprensión profética de la historia en forma de Apocalipsis, entenderemos su mensaje con tal de no tomar todo al pie de la letra; más bien debemos interpretar sus visiones, cifras, símbolos, según las reglas propias de la literatura apocalíptica. Entonces veremos que el Apocalipsis de Jesucristo, no es ni difícil ni terrorífico, sino lleno de esperanza.

Cristo resucitado es el centro de la historia; el mundo es el escenario de la lucha entre la Iglesia Católica, encabezada por Cristo y las fuerzas del demonio; los cristianos son llamados a dar valientemente su testimonio hasta la victoria final. Por eso la Iglesia exclama confiada: "¡Maran atha!", ¡Ven Señor Jesús!

"No hay más que una Iglesía de Jesucristo, la cual es como un gran árbol en el que estamos injertados. Se trata de una Unidad profunda, vital, que es don de Dios. No es solamente ni sobre todo unidad exterior, es un misterio y un don"

Juan Pablo II


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