jueves, 27 de octubre de 2011

Comparecer ante el Cordero Inmaculado


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Santa_Gertrudis

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Narra Santa Gertrudis que una religiosa de su monasterio a la que amaba singularmente a causa de las grandes virtudes de que estaba adornada, habiendo muerto muy joven con los sentimientos de la más edificante piedad, se le apareció un día en uno de sus éxtasis, como colocada delante del trono de Dios, rodeada de fúlgida aureola y cubierta de ricas vestiduras, pero afligidísima en el rostro y pensativa y permaneciendo con los ojos bajos como si tuviese vergüenza de comparecer delante de Dios.

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Sorprendida a tal vista la Santa rogó al divino Esposo de la Vírgenes se dignara manifestarle la causa de la tristeza y extremada reserva de aquella alma escogida suplicándole al mismo tiempo la invitara a acercársele y a abrirle los brazos para adentrarla en la gloria.

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Entonces Jesús sonriendo dulcemente a aquélla buena religiosa hízole señal de acercarse, pero ella por el contrario, más turbada y temerosa, después de postrarse delante de la majestad de Dios y de adorarle, se alejaba.

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Más que nunca admirada la Santa, volvióse entonces directamente a aquella alma preguntándole por qué titubeaba tanto, y se alejaba mientras el Salvador tan amorosamente la invitaba, y siendo así que en vida había deseado tanto la suprema felicidad.

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Contestóle entonces aquella alma: “Ah, madre mía, aún no soy digna de comparecer delante del Cordero Inmaculado, porque tengo todavía en mi alma algunas leves manchas contraídas en el mundo. Para poder acercarse al Sol de Justicia es necesario ser más puros que la misma luz, al paso que yo no poseo aún esa pureza tan perfecta que Él desea contemplar en sus Santos. Aún cuando las puertas del Cielo estuviesen abiertas de par en par, y de mi sola voluntad dependiese el entrar, no me atrevería a hacerlo antes de estar enteramente purificada de las culpas más ligeras. Paréceme que el coro de las Vírgenes que sigue al Cordero en donde quiera que vaya, me arrojaría lejos de sí con horror. El resplandor que vos veis que me rodea no es más que la franja de las sublimes vestiduras de la inmortalidad. Cosa muy diversa y mucho más grande es el ver a Dios, vivir con Él y poseerlo para siempre”.

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