viernes, 28 de octubre de 2011

Edith Stein, Educar eucarísticamente (IV)



Última parte del escrito: el apostolado eucarístico es una educación de las almas a partir de la Eucaristía misma. Ésta influye decisivamente tanto en el educador como en el educando. ¡Cuántas transformaciones logra el Sagrario! ¡Cuántas conversiones provoca! ¡Qué proceso transformador se desencadena en el Sagrario cuando va saliendo nuestra verdad ante Él, y no podemos disimular ni oscurecer lo que hay dentro de nuestro corazón, y Cristo lo va iluminando todo! ¡Cuántas mociones se reciben en el Sagrario, qué torrente de luz, impulsos de vida, amor, fecundidad, ofrecimiento, apostolado!

Educación eucarística

“La vida que nosotros conducimos y tenemos, debemos comunicarla a los otros. Esto lo podemos hacer a través del
ejemplo, la enseñanza y la costumbre.

A través del ejemplo: Si la vida eucarística es efectiva en nosotros y se hace perceptible como fuerza, paz, alegría, amor y disposición de servicio –es decir, si claramente la Eucaristía es el centro de nuestra vida y la fuente de donde manan todos estos efectos-, entonces desarrollará fuerza de atracción.

A través de la enseñanza
: Una introducción en las verdades eucarísticas es necesaria. La instrucción escolar se apoya eficazmente en la palabra continua y la correspondiente práctica de la madre y del ambiente circundante del niño. El niño se muestra especialmente receptivo a estas verdades y a su realización práctica. Entre jóvenes y adultos hay que ser parcos en palabras y esperar su deseo de saber, estando siempre dispuestos y preparados para ello.

A través de la costumbre
: Cuerpo y alma tienen que ser formados para una vida eucarística; cuanto antes se realice esta labor mejor estará predispuesto el material y más fácilmente se podrá dar la forma: por eso comunión temprana. Cuanto más a menudo, más fuerza tendrá la obra formativa: por eso si es posible comunión diaria. Ello exige mucho del cuerpo e influye fuertemente en el orden de la vida cotidiana; igualmente proporciona protección al alma: deshabituarse del pecado, lo que supone un considerable sacrificio para el hombre natural. Esto no es posible de otro modo puesto que el Salvador eucarístico es el Salvador crucificado, y vivir en Él implica participación en su pasión. Él reveló a Santa Margarita María de Alacoque cuánto Él ama los sacrificios expiatorios de sus fieles. Pero la perfecta consagración al corazón divino es sólo alcanzable si tenemos en Él nuestro hogar, nuestra estancia diaria y el punto central de nuestra vida, y si su vida es nuestra vida”.

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