miércoles, 12 de octubre de 2011

El juicio de la piedra





Un adolescente de nombre Than viajaba a pie a la aldea de su abuelo. Marchó sin descanso desde la salida del sol. A la caída de la noche, llegó a las afueras de una ciudad. Se detuvo un poco más abajo del camino y buscó un lugar para dormir. Than tenía algunas monedas en la bolsa, que constituían toda su fortuna. Temió ser robado mientras dormía y buscó un lugar seguro para guardar su dinero. Vio una gran piedra plana, la levantó y puso sus monedas debajo. Tranquilizado, se acostó y se durmió.

Un hombre poco escrupuloso pasó por allí en el momento mismo que Than ponía la piedra en su lugar. Esperó que el joven se durmiera, robó su dinero y desapareció. Than durmió con los puños cerrados hasta el alba.

Apenas levantado, se fue a lavar a un arroyo y regresó a donde se encontraba la piedra plana. La levantó para recoger sus monedas, con las que pensaba comprar un buen desayuno en la ciudad. Levantó la piedra y pasó su mano por debajo. Sus dedos no encontraron más que la tierra seca. El dinero había desaparecido. Than estaba desesperado, no entendía qué podía haber sucedido. Estalló en sollozos y se puso a dar voces pidiendo ayuda. La gente que pasaba a la ciudad escuchó sus gritos. Se reunieron alrededor suyo y le preguntaron cuál era la causa de su perturbación. Entre dos sollozos, Than intentó explicar lo que le había sucedido. Poco a poco una multitud lo rodeó, pero nadie entendía nada hasta que llegó el alcalde de la ciudad. Se abrió paso entre la multitud, se aproximó a Than y le pidió que se calmara para que pudiera explicar la causa de su desgracia.

- La noche anterior dormí al borde del camino. Escondí mi dinero debajo de una piedra. Por la mañana miré debajo de la piedra y mis monedas habían desaparecido.

El alcalde frunció el ceño, reflexionando seriamente sobre lo dicho por Than. La multitud lo siguió atentamente para ver cuál sería su reacción.

- ¿Dónde está la piedra? -preguntó el alcalde.

- Aquí está -respondió Than, mostrándoles a todos el lugar donde su dinero había desaparecido.

- ¡Detened a esa piedra! -ordenó severamente el alcalde- será juzgada por robo. ¡Ella es sin duda alguna la culpable!

La gente estaba estupefacta, no creían lo que oían.

- ¿Por qué me miran así? ¡Arriba, carguen con esta piedra, está claro que ella ha robado a este joven!

El tono del alcalde no se prestaba a discusiones. Los habitantes obedecieron sus órdenes. Cargaron la piedra y la llevaron a la plaza central de la ciudad, donde se celebraban todos los procesos judiciales. El alcalde se sentó y el escribano abrió los registros de justicia, presto a registrar el proceso. Toda la población de la ciudad los rodeaba, curiosos por ver el desarrollo del proceso. Los jueces tomaron su asiento en la plaza. El alcalde dio la orden de presentar a la piedra para responder por la acusación de robo. Dos hombres trajeron la piedra plana y la depositaron delante del alcalde, que la miró con un aire furioso. En el público, cada uno hacía lo posible por no reírse. Cada uno disimulaba su sonrisa escondiendo el rostro entre sus manos mientras el alcalde interrogaba a la piedra.

- Piedra, ¿admites haber robado el dinero de este joven?

- Escribano, anote que el acusado se rehúsa a responder. Piedra, ¿qué hacías tú en el borde del camino? ¿De que aldea eres?

El alcalde jamás había estado tan serio. Miró severamente a la piedra. Entre la multitud, la gente escondía el rostro para reírse.

- ¿Cuál es tu nombre? ¿Qué edad tienes?

Las risas se escapaban dentro de la multitud. Algunos reían abiertamente, otros pretendían estornudar o toser. El alcalde, molesto, miró alrededor suyo y dijo:

- Ustedes saben que la ley prohíbe reír en un juicio. Esta es una corte donde la ley ejerce sus derechos. Les prevengo, ¡aquél que transgreda las leyes del tribunal será castigado!

Se volvió de nuevo hacia la piedra y le preguntó:

- Piedra, ¿te crees muy mala? No pienses que te librarás guardando silencio. Responde a las preguntas que te hago. ¿Qué hiciste cuando este joven se durmió? ¿Qué has hecho con el dinero?

El juez le gritó:

- ¿Te burlas de la ley? Puesto que es así, ¡te condenamos a treinta latigazos y seguidamente, perderás la cabeza!

La multitud no se pudo contener más. Un hombre estalló de la risa, una mujer rió abiertamente y poco a poco todos rieron a carcajadas. Un clamor alegre se elevó sobre la plaza y, una vez que todos reían, fue imposible detener la algarabía general. Sólo el alcalde estaba serio. Miró al público y esperó a que se callasen. Cada uno hizo lo que pudo para controlarse y poco a poco la calma regresó. El alcalde se giró hacia su escribano:

- Anota en los registros que cuando el público ha escuchado la sentencia de los jueces sobre el proceso de la piedra ladrona, ha mostrado su desdén por la justicia mediante la risa, poniendo en ridículo a su alcalde. Cada persona presente está por tanto condenada a pagar una multa de diez piastras.

Nadie más osó reírse. Los hombres y las mujeres se pusieron en fila y pagaron su multa. El alcalde recogió las monedas y se las dio a Than:

- Ten, hijo mío, he aquí una compensación por el perjuicio que has recibido en nuestra ciudad. Si no se puede ejercer una buena justicia, es necesario por lo menos consolar a la víctima.

Than, contento, agradeció al alcalde y retornó a su camino.

En cuanto a la piedra, los hombres la colocaron en las afueras de la ciudad, donde le fueron aplicados treinta latigazos. No sabiendo cómo decapitarla, fue dejada al borde del camino para ayudar a los ladrones a reflexionar antes de actuar.

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