viernes, 7 de octubre de 2011

EL SACRAMENTO DE LA ALEGRÍA


"Así me gusta llamar al sacramento de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación, que es como se le conoce comúnmente. Sacramento de la alegría es mi denominación favorita. Cuando alguien está enemistado con otra persona y se reencuentran habiéndose perdonado, se siente una gran alegría. Si alguien pierde algo muy precioso para él y lo encuentra de nuevo, siente también una enorme alegría. Si uno piensa que algo es imposible, que no tiene remedio, que por mucho que se esfuerce es imposible, y se encuentra con que lo que parecía imposible no lo es, siente una inmensa alegría. Pues ésto es lo que sucede en el sacramento del perdón. Por eso el mismo Señor dice que hay más alegría en el cielo por un sólo pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión. Fijémonos en la alegría inmensa del padre misericordioso de la parábola conocida como del hijo pródigo. Estaba día y noche a la puerta de casa esperando el retorno de su hijo que creía perdido. Al reconocerlo a lo lejos se llenó de una indescriptible alegría y corrió hacia él para abrazarlo. ¿Y no sintió el hijo también un vuelco en su corazón al ver venir hacia él a su padre corriendo por el camino para abrazarlo? Así sucede también cuando acudimos a Dios con el deseo de abrazarnos a su misericordia. Dios sale a nuestro encuentro para darnos un fuerte abrazo. Padre, dice el hijo pródigo, he pecado contra el cielo y contra tí, ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus empleados... Pero el padre no lo deja ni terminar, abrazándole y cubriéndole a besos, manda a sus criados que le vuelvan a poner los signos de su rango: una túnica limpia, sandalias en los pies, un anillo en su mano, etc... y ordena hacer una gran fiesta, quiere que todos compartan su alegría. Cuando hacemos esta experiencia de acercarnos a Dios y de pedirle su perdón, nos llenamos de inmensa alegría. Recobramos de nuevo la paz del corazón, parece que nos hemos quitado un gran peso de encima, y nos encontramos a gusto y felices. Parece que todo vuelve a brillar y a sonreír, y recobramos la ilusión y la esperanza, recomenzamos de nuevo y sentimos deseos de ser mejores. El hijo pródigo quizás esperaba y con razón un semblante severo y adusto, una reprimenda, un reproche por parte de su padre, no lo conocía realmente. El padre le deja descolocado. En lugar de todo eso descubre un padre lleno de ternura y de misericordia. El padre se vuelca en mostrarle todo el amor al hijo pródigo y ésto debió suponer el él un mayor deseo de c corresponder al amor de su padre, sino hubiese tenido esa experiencia de pecado quizás no habría conocido realmente el corazón de su padre, por eso el apóstol dice que dónde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Dios saca siempre bienes, incluso de los males. El hijo menor aprendió una hermosa lección para su vida y descubrió el verdadero rostro de su padre. Ojalá también nosotros en el sacramento de la alegría descubramos el rostro misericordioso de nuestro Padre Dios.

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