martes, 25 de octubre de 2011

Fresias Amarillas


Un ramo de fresias amarillas con perfume a una primavera cercana, posaban sobre un bolso de mano, y este a su vez puesto sobre una silla contigua a la que él se encontraba sentado absorto en su mundo.


Una multidud lo rodeaba, pero el hombre seguía en lo suyo, no prestaba atención a nada, solo a la espera de que la persona a quien necesitaba ver desde hacía tiempo llegara a su lado , para ello estaba ahí y había recorrido kilómetros.


Nada importaba en ese momento, solo las ansias del encuentro era crucial y por ende su accionar para con los otros era indiferente. Sin poner su espalda apoyada en el respaldo de la silla de la confitería, se acomodó con sus antebrazos sobre la mesa y no desviando la mirada del teléfono comenzó a borrar mensajes por temor que no entraran los de ella ,que eran los que le importaban.


Estando en su mundo -como ya había dicho-, escuchó una voz detrás suyo que le indicaba que la mujer había llegado:_¿Hay muchos sentimientos no?_ dijo ella
Se abrazaron, luego se sentaron y solo se miraban, tratando de reconocer en el otro a la persona que durante tanto tiempo había despertado en forma mutua emociones y sentimientos dormidos en ambos.


La sensación dentro de ella era de verguenza, timidéz y pudor por hacerse ver por primera vez por ese hombre que por mucho tiempo le había devuelto gran parte de sus ganas de vivir.

Pero la serenidad de la mirada del hombre la tranquilizaba.


Luego de charlas rápidas, como si se hubiesen visto el día anterior y desde siempre, decidieron caminar bajo la lluvia, tomados de la mano como dos adolescentes, pero con el paso firme de dos personas maduras que sabían el significado de transitar con la compañía de alguien, dándole el valor como lo tiene el "NO CAMINAR YA SOLOS".


Mientras las gotas caian "como bendición " en sus cabezas, ellos pararon para darse ese primer beso, beso tímido pero con la entrega real de querer sentirse, beso que la gente miraba al pasar, no creyendo lo que veían de dos personas grandes, como si el amor tuviera caducidad por la edad, un beso que cada uno buscaba darle al otro, la seguridad que la verdad y la lealtad estaban instaladas en cada uno de ellos.


El caminar era parejo, como si por años hubieran caminado juntos tomados de la mano, abrazados en otros momentos. La coordinación era perfecta, ni un paso atrás ni otro adelante, era uno al lado del otro, parejos y constantes.


Y así transcurrieron las horas, pocas, pero tan intensas y maravillosas que hoy se dice que a partir de esa noche, más allá de no haberlos visto ya pasar por ese lugar, se sigue sintiendo la fragancia de las fresias amarillas, y la gente del lugar comenta que cada tanto un halo de luz ilumina el barrio, viéndose las sombras de dos amantes que sin prejuicios, le muestran al mundo el amor que se sienten.


Dicen los que alguna vez pasaron por allí, que una figura de hombre abraza a una mujer con tanta ternura, que el aire se invade de un maravilloso poder que solo el amor logra dar.

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