viernes, 14 de octubre de 2011

La cerámica del Emperador



Cuento popular chino


Al emperador de China le regalaron cincuenta y cinco magníficos vasos de porcelana. Eran de gran valor. El color dominante era el azul, con gradaciones violeta. ¡Una maravilla!

El Emperador andaba orgulloso, tanto que hasta hizo construir un palacio para ambientar dignamente aquellas obras de arte. Y encargó a un Mandarín cuidar de ellos: él sólo podía tocar los vasos con cuidado y quitarles el polvo delicadamente. Y, ¡ay de aquel que los dañase!, dijo severamente.

- ¡Si alguien raya un vaso, le cortaré las manos, y si alguien rompiera uno, lo pagará con su cabeza.

El Mandarín puso todo el empeño, pero una tarde tropezó contra un vaso que cayó a tierra y se rompió. Y al día siguiente, rodó por tierra también la cabeza del Mandarín. Un segundo y tercer guardián corrieron la misma suerte. Los riesgos de aquel encargo, evidentemente, eran superiores a las ventajas; de manera que nadie en la corte tenía el coraje de aceptarlo.

Al fin, se presentó un viejo sabio, vivo y sonriente.
- Yo, dijo, tengo ya setenta años, y si me va mal, pierdo poco.

Sus modales agradaron tanto al Emperador que lo aceptó, a pesar de las acostumbradas exhortaciones y amenazas. Al recibir el encargo, el viejo se puso en acción inmediatamente: tomó un grueso palo y con ganas daba golpes a lo loco. En pocos instantes rompió todos los vasos. Dejó una montaña de cascotes en el suelo.

Fuera de sí el Emperador gritó:
- Maldito salvaje, ¿qué has hecho?

- Hijo del Cielo, respondió el viejo sabio con imperturbable calma.
- He salvado la vida a cincuenta y uno de vuestros mejores súbditos.

El Emperador pensó en ello durante algún tiempo. Después comprendió, y lo hizo su consejero.

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