viernes, 7 de octubre de 2011

LA IGLESIA... "CASTA MERETRIZ"



Así la llamó Ambrosio de Milán, “casta meretriz”, y en esas palabras encerró, no una denuncia, sino un requiebro a la Iglesia de Cristo, Iglesia santa, “jardín cerrado”, “virgen sin mancha ni arruga”.
Ambrosio la llamó meretriz, “porque muchos amantes la frecuentan atraídos por su amor”, y la llamó casta, porque la frecuentan, “pero sin contaminarse de culpa”.

No se contamina la Iglesia porque sean innumerables quienes la aman y se acogen a su amor. Pero “se lastima” en sus hijos: ¡Caemos nosotros, y es ella quien sangra!

Me asombran los cristianos que la critican sin piedad, como si la Iglesia llevase a cuestas pecados que no sean los de sus hijos. Si soy yo quien la desfigura, ¿cómo puedo censurarla? Si soy yo quien la debilita, ¿cómo pretendo que sea ella quien se enmiende?

Fustigamos a la madre, que nos acompaña con su santidad y su oración, cuando somos nosotros los únicos responsables de cambiar lo que censuramos en ella.

Ya sé que muchos, cuando dicen «Iglesia», piensan «Obispos». Pero es un mal pensamiento. Pues siendo diversos los ministerios y los carismas en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, nadie en ese cuerpo es más Iglesia o menos Iglesia que los demás. Así que, quien quiera hablar de Obispos, diga Obispos y no diga Iglesia.

Es muy posible que entonces, por honestidad intelectual, empecemos a sentir necesidad de concretar a qué “ángel” y de qué “Iglesia” criticamos y en qué lo criticamos, y, por honestidad moral, puede que sintamos también la necesidad de criticarnos primero a nosotros mismos. A no ser que seamos la voz misma del “Hijo de Dios, el de ojos llameantes y pies como bronce”, y no hayamos de confesarnos pecadores antes de denunciar pecados ajenos.

Si soy cristiano y hablo de la Iglesia, sólo puedo hacerlo con la misma admiración que expresó en las palabras el que la llamó “casta meretriz”. Y si quiero hablar al ángel de alguna Iglesia, entonces me siento obligado a hacerlo con discernimiento, con verdad, con justicia, y nada de ello será posible si no me asesora la humildad y la oración.

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