viernes, 7 de octubre de 2011

LA LUZ EN LA BIBLIA


"De Sí mismo dijo Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8,12). Y a sus discípulos les comunicó: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5,14). En la sola palabra “luz” encerró Jesús una parábola inmortal. Dios es la Luz. Jesucristo es Luz de Luz, “esplendor de la gloria del Padre” (Hebreos 1,3), y el cristiano es Luz que “brilla como antorcha en medio de la oscuridad del mundo” (Filipenses 2,15), desde el momento que por Dios “fue librado del poder de las tinieblas y trasladado al Reino de su Hijo querido” (Colosenses 1,13)

Si examinamos la Biblia, ¿qué significa la luz, y qué nos exige Jesús cuando nos dice que somos, que debemos ser, la Luz del mundo, exactamente tal como lo es Él mismo? La luz ha sido cantada siempre por los poetas, y en la Sagrada Escritura se habla continuamente de ella. ¡Es una criatura tan pura, tan inocente, tan bella cuando pinta de colores todas las cosas!... Para la Biblia, la luz es la primera criatura salida de la boca y de la mano de Dios, independiente del sol, que no fue creado hasta el cuarto día. La luz, por sí misma, llena la creación entera. Así piensa la Biblia. Y discurriendo siempre con la Biblia, la luz del rostro es imagen de la felicidad o alegría, como cuando dice de Dios: “¡Yahvé, dichoso el que camina a la luz de tu rostro!” (Salmo 88,16). Y otro: “¡Que Dios nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante!” (Salmo 66,2). En todos estos pasajes, y en muchos más, se confunden luz y alegría o felicidad, que son la misma cosa.

La luz es la ciencia o el conocimiento de Dios, que sobrepasa el saber de los sabios: “Vino sobre mí la sabiduría…, y preferí tenerla como luz, porque su claridad no se apaga nunca” (Sabiduría 7,5-10)


La luz entonces se convierte en vida: “Porque en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz” (Salmo 36,10)


¿Por qué la Biblia dice todo esto de la luz, que es felicidad, ciencia y vida? Porque todo eso, englobado en la palabra “sabiduría”, no es más que reflejo de Dios, llamado “la luz eterna”, conforme al texto precioso: “La sabiduría es… reflejo de la luz eterna, espejo inmaculado de la actividad de Dios e imagen de su bondad” (Sabiduría 7,24-26) Esto era lo que el pueblo judío entendía por la palabra “luz” según la Biblia en el Antiguo Testamento: claridad, alegría y felicidad, sabiduría y vida.

Viene ahora Jesús, y se lo aplica todo a Sí mismo: “Yo soy la luz del mundo; y el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8,12)


Con estas palabras, Jesús da un paso de gigante en su enseñanza como Formador de los suyos, a los que dice: “Vosotros sois la luz del mundo”, como si añadiera: “¡Igual que lo soy yo!”. Con esto les exige ser luminosos como lo es una vida sin tacha; alegres y felices que esparcen paz por doquier; conocedores de Dios, porque Dios los ha escogido y se les ha revelado; llenos de la vida del mismo Dios que se les ha comunicado por el Espíritu Santo, derramado en sus corazones. Donde va un cristiano, allí se adivina la presencia de Dios, porque el seguidor de Cristo es “una ciudad colocada sobre el monte, y no se puede esconder; es una lámpara, que no se mete dentro del recipiente que mide el grano, sino que alumbra a todos los de la casa. ¡Sed luz, igual que lo soy yo!

Pero viene la pregunta: ¿Y cuál es la luz del cristiano? Parece como si Jesús se hiciera suyas las palabras del gran profeta: “Comparte tu pan con el hambriento, da cobijo al que vive sin techo, viste al que ves desnudo. Entonces surgirá tu claridad como la aurora, y entre las tinieblas brillará tu luz” (Isaías 58, 7-10)


Esta es la luz que nos exige Cristo. Un filósofo alemán ateo nos lo dijo con palabra mordaz a los cristianos: “Si la Buena Noticia de su Biblia estuviese escrita en su rostro, no tendrían necesidad de insistir para que se acepte la autoridad de la Biblia, porque ustedes mismos serían una Biblia viviente” (Nietzsche)


¡Grandeza de Jesucristo! Se confiesa la “luz del mundo”, y viene a decir: “No creáis que en el firmamento hay lugar sólo para un Sol. Yo quiero que brilléis en el firmamento azul tantos soles como sois mis discípulos. Ellos y yo juntos, ¡que inmensidad de luz la que irradiaremos sobre todo el universo!”… "

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