viernes, 7 de octubre de 2011

LA MEDIDA QUE USÉIS


"No juzguéis a nadie, y tampoco Dios os juzgará a vosotros. No condenéis a nadie, y tampoco Dios os condenará a vosotros. Perdonad, y Dios os perdonará. Dad, y Dios os dará: él llenará hasta los bordes vuestra bolsa. Os medirá con la misma medida con que vosotros midáis a los demás... Estas palabras del Señor son, a mi entender, como el colofón del Sermón de la Montaña. Jesús ha proclamado las Bienaventuranzas y sus ayes, que son como la antítesis de aquellas, después nos ha hablado del amor a los enemigos, poniendo el listón del amor en su cumbre, y como resumen a esta nueva doctrina del amor al prójimo, el Señor nos da esta máxima de oro: la medida que uséis la usarán con vosotros. ¿Cómo debemos comportarnos con los demás? Pues es bien fácil: Tratadlos como queremos que nos traten a nosotros. Es una norma moral de conducta sencilla y clara. Si queremos que nos respeten, que nos traten con cariño, que nos escuchen, que nos tengan en cuenta, que nos ayuden en las necesidades, etc..., tratemos de esta manera a los demás. ¿Pero y si los otros no nos tratan así? ¿Y si a pesar de nuestra bondad somos maltratados, despreciados, humillados, abandonados, perseguidos, calumniados, etc...? Pues el Señor nos dice: amad a vuestros enemigos. No devolváis mal por mal. Jesús sabía de esta posibilidad, de no ser correspondidos en el bien al prójimo, de que a pesar de ser buenos con los demás, podrían no ser así con nosotros. El Señor pasó por ésto. El todo lo había hecho bien, pasó por el mundo haciendo el bien. Sanando, perdonando, redimiendo, ..., y sin embargo, los hombres lo condenaron injustamente, lo maltrataron y lo crucificaron. Jesús sabe muy bien que a veces el bien no es correspondido. Sin embargo, Dios hace salir el sol sobre buenos y malos. Dios no nos trata como merecen nuestros pecados, sino que es lento a la cólera y rico en piedad. Así nos invita El a ser nosotros, misericordiosos. A saber compadecernos de la pobreza espiritual del prójimo, a sentir lástima por aquellos que son ciegos en su maldad, que obran el mal y creen que hacen un bien, que disfrutan haciendo daño a sus semejantes, que persiguen a los justos, que se burlan de los que son mansos y humildes de corazón, que se aprovechan del débil, que se echan a las espaldas los preceptos de Dios, que se ríen de la fe de los sencillos, que se vanaglorian de su astucia, que se creen sabios y entendidos, etc... Jesús nos dice que les tengamos gran pena y que no seamos como ellos. A ellos Dios los juzgará y los medirá con la medida que han usado en este mundo con los demás. Y creedme, si no se convierten al Señor, su destino será el del llanto y el del rechinar de dientes en el lugar de la perdición, dónde el fuego no se extingue, ni el gusano muere. Sentir lástima y tristeza por ver como su vida se emplea en hacer el mal y en destruirse ellos mismos cerrándose la puerta a la misericordia de Dios. El Señor compara a éstos con aquel que construyó su casa sobre arena, cuando se desbordaron los ríos y se precipitaron las aguas sobre ella, se vino abajo al instante y fue grande su ruina. Por eso el Señor nos invita a rezar por ellos para que se conviertan y vivan. Nos invita a hacer como El, que no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores. El no desea la muerte del pecador, pero nos deja libres para elegir nuestro destino final. El quiere que nosotros, sus discípulos, le imitemos en ésto también. Que no devolvamos mal por mal, porque entonces seremos semejantes al que nos hace el mal y correremos su mismo destino. Nosotros debemos haced el bien a los que nos hacen el mal, así nos pareceremos al Señor y habremos alcanzado la verdadera sabiduría del espíritu. Seremos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Ahoguemos el mal en abundancia de bien.

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