jueves, 27 de octubre de 2011

La Oración como fin y no como medio

Es común escuchar decir oremos para o también oremos por. Creo que está muy enrraizada en nosotros la idea de que la oración es un medio para obtener algo, es decir que el objetivo de nuestra plegaria es otro y no la comunicación con Dios.

Una de las enseñanzas más fuertes que he recibido del Beato Manuel González es precisamente esta. La oración y el culto a Dios, son un fin en sí mismos, no un medio para alcanzar otra cosa. Nuestra prioridad es Jesús, el abandonado de todos, que está vivo y presente en el Sagrario. Nuestro principal objetivo es consolarlo, darle y buscarle compañía, todo lo demás viene como consecuencia de esto.

Todos quienes servimos en la Iglesia (y otros que sirven también fuera de ella) afirmamos que el bien que hacemos, lo hacemos por amor a Dios. Y de allí que nuestra oración sea, tantas veces, para pedirle luces y fuerzas para cumplir la tarea que hemos asumido.

Sin embargo, cuántas veces nos pasa lo que a Marta, la hermana de Lázaro, y nos quedamos sólo en la actividad . Y terminamos conviertiendo incluso al mismo Cristo en un medio, pues tomamos nuestro apostolado como el fin, la razón y el objetivo de todo nuestro obrar.

Creo que aquí es donde el testimonio de quienes viven en los monasterios de clausura se vuelve pedagógico. Ellos han renunciado a todo, incluso al servicio pastoral o asistencial, para dedicar sus vida a la oración. Vida contemplativa, como María que escogió la mejor parte, la principal.

No oramos para o por, debemos orar porque esa es la razón de nuestra existencia, como la de toda la creación: alabar al Creador. Hemos sido creados para servir a Dios y nuestro principal servicio es darle culto, santificar su nombre, darle gloria. Y todo eso se hace de rodillas y de ser posible, delante del Sagrario, donde está Dios físicamente presente.

Ojalá seamos capaces de cambiar nuestra mentalidad instrumentalista, que nos hace pensar que Dios es algo que podemos usar para conseguir nuestros fines. Que asumamos nuestro papel de creaturas, reconociendo el señorío de Dios. Que digamos como Santa María: "He aquí la esclava del Señor".
Hasta el Cielo

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