viernes, 7 de octubre de 2011

LA PUERTA Y LA LLAVE


"La puerta siempre es un misterio, pues sirve para comunicar dos ámbitos, el que la precede y al que da lugar. La puerta sirve para comunicar dos estancias o espacios, o el exterior con el interior. La puerta puede dar acceso pero también puede impedirlo si se cierra. La puerta cerrada siempre es un misterio o mejor dicho, el misterio está tras ella, pues no sabemos si antes no la hemos atravesado lo que encierra tras ella. De Cristo dice El mismo, que es la puerta. Nadie va al Padre sino por El. Nos dice también que nos esforcemos por entrar por la puerta estrecha. Al mismo tiempo Cristo es la llave que abre la puerta, pues El es el camino, la verdad y la vida. ¿Qué significa todo ésto? Pues que la clave, es decir, la llave que abre la puerta al misterio de Dios y la puerta de ese misterio es el mismo Cristo, Dios hecho Hombre. La humanidad de Cristo en cierto modo vela su divinidad, pues muchos vieron en El al hijo del humilde carpintero de Nazareth sin reparar en que era el Hijo de Dios, el Emmanuel. Al igual que la puerta cerrada la carne y la sangre del Mesías ocultaban el misterio que encerraban en sí. Así nuestros ojos ven ahora sólo pan y vino sobre el ara del templo, pero los ojos de la fe ven abierta la puerta de este glorioso misterio y contemplan el cuerpo y la sangre de Cristo el Señor. ¿Cómo ven pues nuestros ojos el misterio de nuestra fe? Lo ven porque Cristo es también la llave, Aquel que nos ha abierto la inteligencia al conocimiento de su verdad. Gracias Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Cristo se nos ha dado como llave para abrir la puerta de sí mismo y tras el velo de la carne, de lo temporal, de lo mortal, contemplar con la luz de la fe lo espiritual, lo eterno, lo inmortal. ¡O misterium fidei! Cristo nos vela y nos desvela su ser, cierra y abre la puerta. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. El Padre está en mí y yo en el Padre. Nadie va al Padre sino por mí.

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