jueves, 13 de octubre de 2011

Los últimos días de Jacob








27Israel se estableció en el país de Egipto, en la región de Gosen. Allí arraigaron, crecieron y se multiplicaron mucho. 28Jacob vivió en el país de Egipto dicisiete años, y el total de los años de vida de Jacob fue ciento cuarenta y siete años.

29Cuando los días de Israel tocaban a su fin, llamó a su hijo José y le dijo: "Si he hallado gracia ante ti, por favor, pon la mano bajo mi muslo, y jura que actuarás conmigo con misericordia y fidelidad; no me entierres en Egipto 30cuando descanse con mis padres, sino sácame de Egipto y entiérrame en el sepulcro". José respondió: "Lo haré según tu palabra". 31Jacob insistió: "Júramelo". Y se lo juró. Entonces Israel se dejó caer sobre la cabecera de la cama. (Génesis 47, 27-31).

La petición de Jacob de no ser enterrado en Egipto sirve como de punto de partida para reflexionar sobre el hecho de que para los cristianos sólo morir en pecado constituye la verdadera muerte en el exilio (Crisóstomo).

47, 27 Isreael se estableció en Gosen

Veamos ahora lo que dice Moisés: "Israel habitó en Egipto, en el país de Gosen". Gosen significa proximidad o cercanía. Ello indica que, aunque Israel habita en Egipto, no está lejos de Dios, sino que le es cercano y está unido a Él, como Él mismo dice: "Bajaré contigo a Egipto y estaré contigo".
Luego nosotros, aunque parezca que hemos bajado a Egipto, aunque por nuestra condición carnal sostengamos las luchas y combates de este mundo, aunque habitemos entre los que son esclavos del faraón, sin embargo, si nos mantenemos cerca de Dios, si nos dedicamos a la meditación de sus mandamientos y buscamos "sus preceptos y sus juicios" -pues esto es estar siempre cerca de Dios, pensar en las cosas de Dios, "buscar las cosas de Dios"-, también Dios estará siempre con nosotros, por Cristo Jesús, nuestro Señor, "al cual es la gloria por los siglos de los siglos. Amén". Orígenes, Homilías sobre el Génesis, 16, 7.

47, 29 No me entierres en Egipto

Muchos hombres mezquinos, cuando les exhortamos a no dar gran importancia al funeral y a no pensar que es un asunto urgente el trasladar los restos de los muertos del extranjero a su patria, nos traen a colación esta historia dicendo que el patriarca estaba muy preocupado por ello. En primer lugar, como dije antes, hay que considerar que el sentir de entonces, cuando Jacob hacía su súplica, no era como el de hoy. En segundo lugar, el justo varón no deseaba que se hicieran así las cosas sin motivo, sino para darles un atisbo de felices esperanzas, es decir, para indicar que ellos volverían un día, mucho más tarde, a la tierra prometida... Como prueba de que a los ojos de la fe estaban haciéndose visibles los hechos futuros, óyelo de quien ya habla de la muerte como de un sueño. Porque dice Jacob: "Me acostaré com mis padres". Por eso afirma: "Por la fe han muerto todos éstos sin haber obtenido las promesas, aunque las conocían desde hacía tiempo y habían creído en ellas". ¿Cómo? A los ojos de la fe. Nadie, por tanto, crea que esta disposición de Jacob fue producto de la mezquinidad, sino que lo hizo en el momento propicio como premonición de un futuro retorno. Absuelve, pues, al justo varón de toda culpa.
Ahora que hemos profundizado en nuestros valores después de la venida de Cristo, sería natural censurar a quien se preocupa de cosas como la sepultura. Pues nadie debe pensar que es una desventura si uno fallece en tierra extranjera o si deja esta vida en soledad. Tal hombre no se debe considerar desafortunado, sino más bien el que muere en pecado, aunque muera en su lecho, aunque sea en su casa y aunque deje esta vida rodeados de sus familiares...
Que, efectivamente, nada perjudica al hombre bueno has de aprenderlo en el ejemplo de la mayoría de los santos, me refiero a los profetas y a los apóstoles, pues, a excepción de unos pocos, no sabemos donde fueron sepultados. Porque a unos los decapitaron, otros fueron apedreados y dejarón así este mundo, y otros entregaron sus vidas en medio de innumerables y variados suplicios a causa de su piedad, todos mártires por Cristo. Y nadie osaría decir de hombres semejantes que tuvieron una muerte deshonrosa, sino que estará de acuerdo con la Sagrada Escritura cuando dice: "Honorable a los ojos de Señor es la muerte de sus santos". E igual que llamó "honorable" a la muerte de los santos, así oye también cómo llama "vil" a la muerte de los pecadores. "Porque la muerte de los pecadores es vil"... Por tanto, aunque uno deje esta vida en su casa, con su mujer y sus hijos al lado, presente de los parientes y conocidos, si resulta que carece de virtud, la suya será una muerte vil... En cambio, aunque haya caído entre ladrones, aunque sea pasto de alimañas, aquel que posee virtud, tendrá una muerte honorable. Dime, entonces: ¿el hijo de Zacarías no fue decapitado? ¿Esteban, coronado como el primero de los mártires, no fue lapidado y perdió de este modo la vida? ¿Pablo y Pedro, no fue uno decapitado mientras que el otro sufrió boca abajo el castigo de la cruz, pasando así a la otra vida? ¿No son por eso especialmente celebrados y alabados en todas partes del mundo?
Reflexionando todas estas cosas, no nos compadezcamos de los que mueren en el extranjero ni llamemos dichosos a quienes dejaron esta vida hallándose en casa. Antes bien, siguiendo la norma de la Sagrada Escritura, consideremos bienaventurados a los que vivieron virtuosamente y así pasaron a la otra vida, y compadezcámonos de quienes murieron en pecado... Por eso, considerando estas cosas, hemos de ocuparnos de la virtud y contender en esta vida como en un pugilato para que, una vez terminado el espectáculo, podamos ceñirnos la corona resplandeciente y no tengamos que arrepentirnos de nuestra insensatez. Durante el tiempo que dura la contienda, efectivamente, es posible, si queremos, librarnos de nuestra indolencia y consagrarnos a la virtud para poder alcanzar las coronas que nos están reservadas. Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Génesis, 66, 1.

La Biblia comentada
por los Padres de la Iglesia
Antiguo Testamento, Tomo 2, p. 416-418
Director de la edición en castellano
Marcelo Merino Rodrígez

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