viernes, 7 de octubre de 2011

NO POR CUMPLIR


"Si alguien me dijera que es mi amigo por cumplir, o que sale conmigo por simple cumplimiento, me quedaría de piedra. Uno tiene amistad con alguien, o comen juntos, conversan o salen, no por cumplimiento sino por verdadera amistad, porque se quiere o aprecia a la otra persona, se la estima y estamos a gusto con ella. Eso mismo pasa con Dios, El es un ser personal, no es una cosa, ni un ente o una idea, es persona, persona divina claro está, pero con las características que atribuimos a la persona, pensamiento, voluntad, sentimiento, etc... A Dios no podemos tratarlo por cumplimiento, sino por amor, porque lo queremos, estamos contentos con su amistad. De Moisés se dice que hablaba con Dios como un amigo habla a otro amigo. Cuando alguien ama a otra persona, como por ejemplo una pareja de novios, si quedan no lo hacen por cumplimiento, si así fuera no sería amor, sería otra cosa. Y si tienen una cita a ninguno de ellos se les ocurre pensar que es un rollazo tener que verse con la persona amada, que es un fastidio y que para qué sirve el tenerse que ver cada día si siempre es lo mismo. A alguien que le oyésemos decir eso le diríamos que no sabe lo que es el amor. Cuando dos personas se quieren están deseando encontrarse, cada cita es algo nuevo y maravilloso, el tiempo no corre, se ansía que llegue el momento del encuentro porque se ama de veras, con todo el corazón. De igual manera pienso que debe ser nuestro encuentro con Dios. Un momento ansiado, deseado, en dónde no tiene cabida el reloj. Por eso cuando oigo decir que la Eucaristía dominical es un rollo, que siempre es lo mismo, que no hace falta para ser bueno, que si los que van son así o asá, pienso para mis adentros, esa persona todavía no se ha encontrado con el verdadero Dios, todavía no está enamorado de El. Si Dios es el amor de nuestra vida, cada Eucaristía se convertirá en una cita maravillosa, un momento único e irrepetible. No se deseará otra cosa que eternizar ese encuentro con quien sabemos nos ama y al que amamos con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro ser. No miraremos el reloj, ni nos fijaremos en lo que hacen los demás, ni nos parecerán iguales las palabras, ni será una pesadez, ..., porque estaremos amando. Los enamorados se dicen casi siempre las mismas cosas, se miran, hacen más o menos lo habitual, y sin embargo es todo maravilloso, novedoso, porque se aman. Si nuestro encuentro con Dios no es así, es señal de que todavía no amamos del todo a Dios, o quizás que amamos a otros dioses. Si Dios no ocupa el centro de nuestro corazón es que está ocupado por otra persona o por otra cosa o cosas. Dónde esta tu tesoro allí está tu corazón, dice la Escritura. A lo mejor es que nuestro tesoro no es Dios. A lo mejor su lugar lo ocupan otras cosas y por eso Dios no nos dice nada, e incluso nos molesta y hastía. Dios no puede ser segundo plato, o tercero o cuarto. No podemos poner a Dios dónde no moleste demasiado, posponerlo a otras mil cosas que nos surgen el fin de semana. Dejar a Dios para el final o ni siquiera para eso. Siempre encontrando excusas como cuando alguien nos fastidia o es un compromiso y vamos dando largas para quitárnoslo de encima. Cuando Dios se va quedando para nuestro tiempo libre, o en ciertas ocasiones, malo. Debe saltar la señal de alarma en nuestro interior y pararnos a reflexionar. Dice el primer mandamiento, amarás a Dios sobre todas las cosas. ¿Y es así cuando lo tenemos después de una larguísima lista de cosas? Dios tiene que ser lo primero en nuestra vida porque también sera todo lo que nos quede al final de ella aquí en la tierra. ¿O es que pensamos que vamos a vivir eternamente en este mundo y que seguiremos indefinidamente con nuestras tareas, ocupaciones y cosas? Todo se pasa, Dios no cambia, dice Santa Teresa, sólo Dios basta, y es así. Dios tiene que ser el centro de nuestra existencia, pues en El vivimos, nos movemos y existimos. Nuestro corazón debe ser por entero del Señor. Pero para ello tenemos que enamorarnos de El, y para enamorarnos de alguien necesitamos conocerlo, tratarlo. De lo contrario Dios será siempre un extraño, un ser superior, lejano, extraterrestre, pero nunca será el Dios de nuestros Padres, el Dios de Abrahám, de Isaac y de Jacob, el Dios Uno y Trino que Jesucristo nos ha mostrado, el Dios de Pedro y Pablo, del resto de los Apóstoles, el Dios de Agustín, de Teresa de Jesús, el Dios del Santo Cura de Ars, el Dios de los Santos, de los Mártires, de cada uno de los cristianos que hemos conocido el Dios del amor y al que amamos profundamente porque decimos como Pablo, me amó y se entregó por mí.

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