viernes, 7 de octubre de 2011

NO SEAS INCRÉDULO...


"Son las palabras de Cristo al apóstol Tomás después de que este dijera no creer en la resurrección del Señor si no tocaba las señales de los clavos en su cuerpo y no metiera su dedo en el costado traspasado por la lanza. Es el prototipo del hombre racional, pragmático, escéptico, del que lo tiene que pasar todo por su razón, pesarlo y medirlo, si no toco no creo. Cuántos hombres hoy en día dicen esto mismo, no lo creo si no lo veo. Tengo que tener seguridades, tiene que ser demostrable empíricamente, no tiene que caber duda alguna sobre ello, tiene que ser patente a los sentidos y a la inteligencia. Son los argumentos de aquellos que niegan la existencia de Dios, de los milagros, de lo espiritual, del alma, de la vida eterna, de todo aquello que podríamos decir que entra en el ámbito de la fe. Por eso en cierta medida se le representa entre los apóstoles con el símbolo de la escuadra, instrumento para trazar ángulos rectos y cuadrar las piedras, signo también entre otros significados, de la rectitud, de la sinceridad y de la legalidad. Tomás es un hombre legalista, necesita pruebas del hecho, testigos fiables de lo ocurrido, es más, él no lo ha visto resucitado y por eso quiere tocar al Señor con sus propias manos. Duda del testimonio de sus compañeros que afirman que Cristo ha resucitado y que se les ha presentado vivo. Tomás quizás piensa que el cariño y el deseo de ver a Cristo trás su pérdida, ha influido sobremanera en el ánimo y en los sentidos de los apóstoles, les ha trastornado la muerte del Maestro y ven visiones, son ensoñaciones fruto del dolor y del deseo. Se han sugestionado mutuamente y creen ver lo que sólo está en su imaginación. No puede ser que alguien resucite de entre los muertos piensa Tomás, necesito cerciorarme por mí mismo, tener yo la experiencia de la resurrección del Señor, ¿porqué los otros la han tenido y yo no? El no se encontraba con el grupo de los Doce, no estaba con la comunidad de los discípulos, estaba en otro lado, en otras cosas, y quizás por eso se perdió un hecho tan portentoso. Si no veo, si no toco. El Señor es condescendiente con la poca fe de Tomás en las palabras y testimonio de sus hermanos, y cuando estaban de nuevo reunidos, y esta vez Tomás con ellos, el Señor se aparece de nuevo e invita al incrédulo Tomás a tocar las señales de sus clavos y a meter la mano en su costado. Y no seas incrédulo sino creyente, le dice el Señor. Tomás ahora si cree, y hace una de las más bellas confesiones de fe del evangelio, Señor mío y Dios mío. Tomás reconoce en Cristo a Dios. Y el Señor le responde, ¿porque has visto has creído?, ¡dichosos los que crean sin haber visto! ¡Qué gran enseñanza la del Señor! Esa bienaventuranza va dirigida a nosotros, a aquellos que creemos únicamente por la fe y por el testimonio de los apóstoles. No necesitamos pruebas, pues la mayor prueba es el amor manifestado en Cristo. Ciertamente que Dios no necesita demostrarnos nada, ni somos nosotros quienes para pedírselas a El. Pero Dios que no tiene porqué demostrarnos su existencia, nos ha mostrado en su Hijo cuánto nos ama, y en ese amor conocemos de la existencia de Dios. Por eso Tomás reconoce en Cristo resucitado al Dios único y verdadero, porque el Señor le muestra las heridas del amor de Dios por los hombres. Esas heridas de amor son las de sus manos y pies, la de su costado abierto, las de su Pasión. Tomás mete tu mano en mi costado, contempla cuánto te amo, cuál es el precio de mi amor por tí. Señor mío y Dios mío, perdón por no haberme dado cuenta de cuánto me amas, por mi cobardía ante tu cruz, por mi resistencia a creer en que estabas vivo. Tomás queda transformado interiormente y lleno de nuevo de la gracia de Dios llegará hasta a dar su vida por el evangelio. La tradición nos lo presenta predicando en la India y dando su vida allí por Cristo. El apóstol incrédulo, convertido de nuevo, rectificando su vida a la luz del encuentro con el Señor, al final, ha sido capaz de ser otro Cristo en su martirio. El encuentro con el Resucitado transformó su vida definitivamente. Haz Señor que también nosotros, resucitados con Cristo, podamos nacer a una vida nueva en El como tu apóstol Santo Tomás.

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