martes, 11 de octubre de 2011

Que se haga como el Señor quiera



Un señor de la ciudad fue a pasar unas vacaciones a la sierra, a unas altas montañas. Tenía un trabajo que lo agobiaba, muchos problemas y quería renunciar a todo. Un amigo lo convenció que antes se tomase un descanso en la montaña y así lo hizo. Todas las tardes salía a dar un paseo y de regreso solía encontrarse una viejecita que regresaba a su casa. Se podía observar que la anciana había estado trabajando todo el día y que le costaba trabajo subir una cuesta muy empinada con una pesada carga de leña sobre sus espaldas. Sin embargo, la humilde anciana nunca mostraba en su rostro el más leve signo de malhumor o impaciencia. Iba siempre risueña y alegre. La saludaba todas las tardes, preguntándose cómo haría para no quejarse. Pensaba el señor que él, con menos problemas y muchos más bienes materiales que la viejecita, era un impaciente y siempre andaba de mal humor.
Por fin un día se decidió a preguntárselo. Al verla se le acercó y le pidió le explicara cómo hacía para estar siempre alegre a pesar de lo cansada que debía estar. La viejecita le contestó:
- "Tengo un secreto que me hace estar menos cansada y saber llevar el cansancio con alegría".
El señor tuvo gran curiosidad por saber de qué se trataba, y le preguntó si acaso era un brebaje o una medicina.
- "No señor, nada de eso", respondió la viejecita. Y continuó diciéndole: "Tengo una oración que me hace olvidar mis penas y cansancios".
El señor le preguntó con interés de que oración se trataba.
- "Durante el día pienso a ratos en Jesús cuando llevaba cargando la cruz hacia el Calvario, y medito las palabras de Dios a Adán en el principio de la humanidad: «Comerás tu pan con el sudor de tu frente». Y entonces me repito constantemente: «¡Que se haga como Dios quiere! ¡Que se haga como Dios quiere!». Y esa oración me da un gran
aliento para continuar adelante. Es la fe y el amor a Dios lo que me da fuerzas en mi debilidad".
El señor después de meditar las palabras de la viejecita, regresó a su vida cotidiana con una razón suficientemente fuerte para ya no desesperarse y continuar luchando.

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