miércoles, 19 de octubre de 2011

Salmo inicial





Señor, no estás conmigo aunque te nombre siempre.

Estás allá, entre nubes, donde mi voz no alcanza,

y si a veces resurges, como el sol tras la lluvia,

hay noches en que apenas logro pensar que existes.

Eres una ciudad detrás de las montañas.

Eres un mar lejano que a veces no se oye.

No estás dentro de mí. Siento tu negro hueco

devorando mi entraña, como una hambrienta boca.

Y por eso le nombro, Señor, constantemente,

y por eso refiero las cosas a tu nombre,

dándoles latitud y longitud de Ti.

Si estuvieras conmigo yo hablaría de cosas*,

del cielo, de la brisa, del amor y la pena.

Como un feliz amante que dice solo: «Mira

qué pájaro, qué rosa, qué sol, qué tarde clara»,

y vierte así en la luz de los nombres su amor.

Pero no. Tú me faltas. Y te nombro por eso.

Te persigo en el bosque detrás de cada tronco.

Te busco por el fondo de las aguas sin luz.

¡Oh cosas, apartaos, dadme ya su presencia

que tenéis escondida en vuestro oscuro seno!

Marcado por tu hierro vago por las llanuras

abandonado, inútil, como una oveja sola...

Hombre de Dios me llamo. Pero sin Dios estoy.

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