viernes, 7 de octubre de 2011

SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS


"Son las palabras de Cristo a la samaritana junto al pozo de Jacob. El Señor se había sentado a descansar y en ésto se acercó una mujer de Samaria a sacar agua del pozo, se entabla entonces una conversación entre el Señor y ella. Jesús le pide de beber y ella le responde extrañada: ¿cómo tú siendo judio me pides de beber a mí que soy samaritana? El Señor comienza con una petición que nos recuerda la petición que luego hará desde la cruz: Tengo sed. ¿Realmente tenía sed el Señor o era una forma de comenzar a romperle los esquemas a la samaritana? El evangelista hace incapié en la enemistad existente entre los judios y los samaritanos a consecuencia del lugar en dónde se debía dar culto. El Señor da el primer paso y le pide de beber a la samaritana. Ella le responde como cabía esperar, con un reparo y en cierta forma con la exposición del motivo principal de su enemistad, el hecho religioso del culto. El Señor le contesta que a Dios hay que adorarle en espíritu y verdad, y que los verdaderos adoradores de Dios lo harán así, y nada tiene que ver el espacio físico, el lugar concreto. No aquí ni en Jerusalén, sino en cualquier lugar, siempre que se haga en espíritu y en verdad. El Señor está rompiedo el localismo fanático de los judios y de los samaritanos, el nacionalismo exacerbado que hacía apropiarse a Dios y a su culto. Dios no es propiedad de nadie, de ninguna raza o nación. Dios es Dios. Es el Señor de todo y de todos. Con Dios no se juega, no podemos constreñirlo a nuestros pobres parámetros humanos. Los hombres pensamos controlar a Dios, manejarlo a nuestro antojo, hacerlo nuestro y por ende quitárselo a los otros. Qué fácil es hacer decir a Dios lo que no son otra cosa que palabras humanas, nuestras propias palabras. Estamos tan acostumbrados a dividir a los hombres entre buenos y malos, los mios y los otros, que queremos usar a Dios para perpetuar la división entre los hombres. El Señor no entra al trapo de lo que le propone la samaritana y la deja totalmente descolocada. Quizás ella esperaba que el Señor entrara en un debate religioso en dónde defendiera el punto de vista judio del problema, así ella argumentaria por su parte con las razones samaritanas al respecto. Y todo quizás para quedarse en algo que no comprometía su ser más profundo. Pero el Señor la lleva a su terreno y quiere que ella se enfrente consigo misma que es lo verdaderamente importante: ¿Dónde está tu marido? Muchas veces nos resistimos a entrar en nosotros y a enfrentarnos con este tipo de preguntas, con aquello que nos implica de verás. Qué fácil es echar balones fuera y discutir de cosas elevadas pero que en definitiva lo que pretenden es quedarse en la periferia de nuestro corazón, como un juego de distración que no nos compromete seriamente. Nos da miedo entrar y enfrentarnos con nosotros mismos. Cuántas veces al decirle a alguién el porqué no viene a la eucaristía, me sale que si la Iglesia ésto o lo otro, que si los que van no son un ejemplo, que si uno tiene más fe que los que se dan golpes de pecho en el templo, que si ésto u lo otro, ... En el fondo es lo mismo que la samaritana, un no querer contestar claramente y echar balones fuera. El Señor podría decirles: Todo eso está muy bien, pero yo te pregunto el porqué no quieres recibirme a mí. Yo te amo, me he entregado por tí, quiero darte la vida con mayúsculas, y tú me sales por los cerros de Ubeda. La samaritana le dice: no tengo marido. El Señor le contesta es verdad, has tenido cinco y con el que ahora estás tampoco es tu marido. El Señor nos conoce mejor que nosotros mismos, y ¿queremos engañarle? ¿Tanto trabajo nos cuesta admitir que no acudimos a la eucaristía por pereza, o porque Dios quizás es el gran desconocido en nuestra vida, que nos importa poco, que en verdad no tenemos tanta fe como decimos tener, que nos cuesta reconocernos pecadores, que nos avergüenza el ser cristianos, que vivimos más cómodos poniendole una vela a Dios y otra al diablo según convenga, que de cristianos sólo tenemos el nombre, que anteponemos otras mil cosas a Dios, etc...? Ahí está la respuesta que debemos dar al Señor y dejarnos de andar por las ramas, de teorizar, de dar argumentos o excusas. El Señor nos dice como a la samaritana: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber... Ojalá conozcamos quién es el que nos pide de beber. Quién es el que nos invita a su mesa, quién el que desea que le comamos para darnos vida. Ojalá conociéramos el don de Dios, el inmenso regalo que nos hace y nos atreviéramos a dejar de intentar protejernos del Señor como si viniera a complicarnos la vida. Si conocieras quién soy, tú le pedirías a El, y te daría un agua que en tí haría nacer una fuente inagotable que salta hasta la vida eterna.

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