viernes, 9 de diciembre de 2011

Algunas virtudes familiares



Al iniciar el año, quizás nos vendría bien cultivar algunas actitudes, por ejemplo:

Delicadeza (o tacto). Es el fino instinto, el tacto acertado para saber lo que pide el amor en cada momento. El hombre que posee esta virtud no va por el mundo como orgulloso, encerrado en sí mismo y sin preocuparse de los intereses de los demás.

El hombre delicado procura siempre hacerlo todo bien. Por eso, su conducta aparece tan clara y leal. Sabe cuando debe callarse, y cuando ha de decir o hacer algo.

Lo explica acertadamente San Francisco de Sales, un gran amigo de esas pequeñas virtudes: “Un silencio discreto es siempre mejor que una verdad sin amor”.

Esa delicadeza presupone lucha incesante contra la superficialidad, la vanidad y el egoísmo. En cambio, la conducta de una persona con poco tacto suele ser como la de un elefante que entrara en una tienda de porcelanas.

Ejemplo preclaro de esta delicadeza fraternal es la Virgen en las bodas de Caná (Jn 2,1ss.). Allí incluso se adelanta a las necesidades de los novios, para evitarles la molestia y la humillación de tener que pedir ayuda. Esta “solicitud por prevenir las necesidades de los demás” forma parte de la delicadeza fraternal.

Otra forma de delicadeza es saber escuchar con atención a todos, también a los pesados y aburridos, sin dar muestras de fastidio o impaciencia.

Otras veces se manifiesta esa actitud en saber instruir o enseñar a los ignorantes, sin avergonzarlos o humillarlos. ¿Tenemos nosotros esa delicadeza, ese tacto en nuestro trato con los demás?

Respeto. Se trata del “respeto ante la originalidad ajena”, fundamento de nuestra convivencia. Tenemos que rendirnos ante el hecho de que somos un misterio el uno para el otro. Y para respetarlo al hermano, debo descubrirlo y admirarlo en su originalidad profunda.

Respeto en el trato significa también: dejarle al otro la libertad de pensar y actuar como a él le parezca. El ideal de nuestras familias es llegar a ser un solo corazón y una sola alma, pero sin que cada hermano pierda su originalidad.

Este respeto a la libertad es importante no sólo en relación con el hermano, sino también en relación con las otras familias: cada familia es autónoma, tiene derecho a su vida, sus formas y su estilo propios.

Templanza. La templanza es el término medio de las cosas, el autodominio en cualquier circunstancia, el no dejarse llevar por excesos sino acertar con equilibrio en el complicado laberinto de la vida. Somos hombres de extremos: o todo o nada; entusiasmo o desesperación; triunfo o fracaso. Vamos por la vida dando tumbos de un lado a otro, haciendo difícil el avance sereno y tranquilo. Siempre habrá oscilaciones, pero ellas han de ser moderadas, controladas e integradas en el ritmo de la vida para poder llegar a buen puerto.

Equilibrio. Los altibajos de la vida son los que nos impiden ver más claro. Agitan el horizonte y enturbian la mirada. Lo más importante en la vida es ver claro en las encrucijadas, para poder seguir el camino con acierto. Y no es fácil ver claro en la confusión que nos rodea por fuera y con los asaltos de instintos y sentimientos que nos aprietan por dentro. Falla el equilibrio, la certeza, el punto de mira independiente. Fácilmente se toma una decisión equivocada, se elige la peor opción, se equivoca el camino. Para ver claro y elegir mejor hay que recobrar la serenidad y volver al término medio.

Preguntas para la reflexión

1. ¿De qué manera puedo practicar la templanza?

2. ¿Somos respetuosos con cada hermano aunque nos conozcamos muy bien?

3. ¿Le dejamos libertad en el pensar y actuar?




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