¡Qué absurdo no llamar al sacerdote para que el enfermo no se asuste! El susto se lo va a llevar si muere sin confesión
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En una ocasión un amigo me dijo: «Vaya a ver a Fulano que está grave».
Fui a ver al enfermo. Después de estar un rato con él y los familiares, dije: «Déjenme solo con él, que tenemos que echar un parrafito».
Al quedarnos solos me dice el enfermo: «Padre, qué alegría he sentido al verle entrar por esa puerta. Estaba deseando llamarle, pero no me atrevía para no asustar a mi familia».
Le confesé, y se quedó encantado. Al salir, en la puerta de la calle, me dijo la familia: «Padre, le agradecemos mucho que haya venido. Estábamos deseando llamarle, pero no nos atrevíamos para no asustar al enfermo».
Todos deseando llamar al sacerdote, y por un miedo absurdo un enfermo iba a morir sin confesión. ¡Qué absurdo no llamar al sacerdote para que el enfermo no se asuste! El susto se lo va a llevar si muere sin confesión.
El estar en gracia de Dios da al enfermo una paz y una tranquilidad maravillosa. El mayor bien que podemos hacer a un moribundo es llevarle un sacerdote que le confiese. Nadie en la vida le ha hecho un favor superior a éste.
Esta historia y otras mil, fueron recopiladas durante el Año Sacerdotal. Las cien mejores están publicadas en el libro "100 historias en blanco y negro", que puede adquirirse en
Fui a ver al enfermo. Después de estar un rato con él y los familiares, dije: «Déjenme solo con él, que tenemos que echar un parrafito».
Al quedarnos solos me dice el enfermo: «Padre, qué alegría he sentido al verle entrar por esa puerta. Estaba deseando llamarle, pero no me atrevía para no asustar a mi familia».
Le confesé, y se quedó encantado. Al salir, en la puerta de la calle, me dijo la familia: «Padre, le agradecemos mucho que haya venido. Estábamos deseando llamarle, pero no nos atrevíamos para no asustar al enfermo».
Todos deseando llamar al sacerdote, y por un miedo absurdo un enfermo iba a morir sin confesión. ¡Qué absurdo no llamar al sacerdote para que el enfermo no se asuste! El susto se lo va a llevar si muere sin confesión.
El estar en gracia de Dios da al enfermo una paz y una tranquilidad maravillosa. El mayor bien que podemos hacer a un moribundo es llevarle un sacerdote que le confiese. Nadie en la vida le ha hecho un favor superior a éste.
Esta historia y otras mil, fueron recopiladas durante el Año Sacerdotal. Las cien mejores están publicadas en el libro "100 historias en blanco y negro", que puede adquirirse en
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