sábado, 18 de febrero de 2012

Jeremías (profeta)


Representación del Profeta Jeremías hecha por Miguel Ángel.

Jeremías (Anatoth, Judea 650 a. C. - Daphnae, Egipto 585 a. C.). Fue un Profeta hebreo, hijo del sacerdote Hilcías, perteneciente a una casta tradicional de sacerdotes, Jeremías vivió entre el 650-586 A.C en Judá, Jerusalén, Babilonia y Egipto. Vivió en la misma época que el profeta Ezequiel y fue antecesor de Daniel.


Llamamiento y misión

Según él mismo escribe, fue preordinado por Dios antes de que naciere (Jer 1:4-5) y comenzó su misión en el decimotercer año de gobierno del rey Josías. Es autor del libro de la Biblia que lleva su nombre: el Libro de Jeremías Libros de Reyes y del Libro de las Lamentaciones. La labor de Jeremías fue llamar al arrepentimiento al reino de Judá y principalmente a los reyes Josías, Joacim o Joaquim, Sedequías o Sedecías debido al castigo impuesto por Yahvéh de que serían conquistados por los caldeos si no volvían su corazón hacia Dios. Su vida como profeta se caracterizó por soportar con una férrea entereza los múltiples apremios y acusaciones que sufrió a manos de estos reyes y de los principales de Israel, desde azotes hasta ser abandonado en cisternas o mazmorras.

La mayoría de sus profecías fueron escritas en rollos por el escriba Baruc, hijo de Nerías quien le acompañó en una buena parte de su misión.

Con sus profecías sobre la invasión de los "pueblos del norte" (Babilonia) desafió la política y el paganismo de los reyes de Judea, Joaquim y Sedecías y anunció el castigo de Yahvéh por la violencia y corrupción social, que rompían la alianza con Dios: Hablan de paz, pero no hay paz, escribió.

Según Jeremias 36:23, la primera versión de su libro fue destruida a fuego por el rey Joaquim, bajo cuyo gobierno el profeta vivió en continuo peligro de muerte . La persecución contra Jeremías se acrecentó bajo el mandato de Sedecías, quien a pesar de reconocerlo como portador de la palabra de Dios lo trató con crueldad y lo acusó de ser espía de los babilonios, por anunciar que Judea sería destruida si no se arrepentía de sus pecados y cambiaba para volver a la alianza con Yahvéh. Jeremías llegó a lamentarse por su destino, pero finalmente decidió continuar su misión profética (Jeremias 20:7-11)

Jeremías llamó a liberar a los esclavos como muestra de conversión. En principio su llamamiento fue acatado, pero luego los amos volvieron a esclavizar a quienes habían liberado, con lo cual el profeta consideró sellada la suerte de reino de Judea, de Sedecías y de Jerusalén (ver Jeremias 34:8-22). El anuncio de la derrota de Judea fue acompañado sin embargo, por la profecía sobre la futura ruina de Babilonia, la Nueva Alianza (Jeremias 31:31) y la restauración.

En el año 587 Nabucodonosor II derrotó a los judíos, llevó cautivos a los notables, esclavizó a miles de personas, ejecutó al rey y destruyó el Templo de Jerusalén. Únicamente los pobres fueron respetados y Jeremías se retiró a Mizpah y luego a Egipto, donde según la tradición murió aserrado o apedreado, empero la Biblia no entrega estos datos. Nabucodonosor además protegió a Jeremías sacándolo de la prisión de Ramá (Belén) donde estaba encadenado junto a los principales cautivos de Jerusalem y Judá para que viviera entre los caldeos, este hecho lo llevó a ser tratado como un traidor y espía de los babilonios. Muchos judíos huyeron a Egipto y fueron también parte de las profecías de Jeremías.

Fuentes apócrifas

  • Según una tradición apócrifa (2 Sam 2, 4ss) Jeremías antes de la ruina de Jerusalén, habría ocultado el Arca de la Alianza en una cueva del Monte Nela antes de la proclamación de la caída de Jerusalén.

Enlaces externos

Jeremias: El profeta de las lamentaciones - Pelicula completa

El Profeta Jeremías
(566 A.C.)


Historia


Se llama "profeta" al que trae mensajes de Dios.

En el Antiguo Testamento los profetas se dividen en dos clases: Profetas mayores, los que redactaron escritos más largos. Estos son Isaías y Jeremías, Ezequiel y Daniel. Y Profetas Menores, los que redactaron escritos más breves. Estos son 12. Por ej. Oseas y Miqueas. Sofonías, Zacarías, Abdías y Malaquías. Joel y Amos, etc. Jeremías pertenece al grupo de los Profetas Mayores.

El nombre Jeremías significa: "Dios me eleva".

Vivía en Anatot un pueblecito cercano de Jerusalén (a 5 kilómetros) en la finca de sus padres, cuando fue llamado por Dios a profetizar. Jeremías se resistía aduciendo como excusa que él era demasiado joven y débil para este oficio tan importante y Dios le respondió: "No digas que eres demasiado joven o demasiado débil, porque Yo iré contigo y te ayudaré".

Los primeros 17 años profetizó solo por medio de la palabra hablada. Después empezó a dictar sus profecías a su secretario Baruc, y lo que le dictó son los 52 capítulos del Libro de Jeremías en la Biblia (unas 70 páginas).

Empezó a profetizar durante el reinado del piadoso rey Josías (año 627 antes de Cristo). Siguió profetizando durante los reinados de Joacaz, Joaquín, Jeconias y Sedecías. Presenció la destrucción de Jerusalén y su templo (año 585 antes de Cristo) y se quedó en la ciudad destruida consolando y corrigiendo a los israelitas que allí habían quedado. Estos lo obligaron luego a irse con ellos a Egipto y allá lo mataron a pedradas porque les corregía sus maldades. Quizás Jesús pensaba en Jeremías cuando decía: "Oh Israel que apedreas a los profetas que te son enviados" (Lc. 13,34).

El principal problema para Jeremías fue que la gente no lo comprendió ni le quiso hacer caso. De los cinco reyes en cuyo tiempo tuvo que vivir, sólo uno le hizo caso: fue el piadoso rey Josías, que se propuso restaurar la religiosidad en todo el país y se dejó ayudar de Jeremías para entusiasmar al pueblo por Dios. Pero los otros cuatro lo despreciaron y no quisieron atender a los avisos que él les deba en nombre de Dios (como hacen los gobernantes de ahora cuando los obispos les advierten acerca de las leyes dañosas que apoyan el aborto, el divorcio, la inmoralidad, y el quitar la religión de la enseñanza. Se hacen los sordos. Pero después, como les sucedió a los reyes malos del tiempo de Jeremías, verán los malos efectos de no haber querido obedecer a Dios que habla por medio de sus enviados).

El rey Joaquín quemó las profecías que había mandado escribir Jeremías, y este tuvo que hacerlas escribir otra vez. En tiempos del rey Sedecás encarcelaron al profeta y lo metieron en un pozo muy profundo lleno de lodo, y casi se muere allí, y probablemente ese estarse allí en tan grande humedad debió afectarle mucho la salud.

Muchísimas veces fue amenazado de muerte si seguía profetizando en contra de la ciudad y los gobernantes. Pero Dios le anunció: "Te haré fuerte como el diamante si no te acobardas. Pero si te dejas llevar por el miedo, me apartaré de ti". Y Jeremías no se acobardó y siguió predicando.

El oficio de este profeta era anunciar al pueblo y a sus gobernantes que si no se convertían de sus maldades tendrían espantosos castigos y la ciudad sería destruida y ellos muertos o llevados al destierro. Esto lo gritaba él continuamente en el templo y en las calles y plazas. Pero la gente se burlaba y seguían portándose tan mal como antes.

Muchas veces Jeremías clamaba a Dios diciendo: "Señor, estoy cansado de hablar sin que me escuchen. ¡Todos se burlan de mí! Cuando paso por las calles se ríen y dicen: ‘Allá va el de las malas noticias’. ¡Miren al que regaña y anuncia cosas tristes! Señor me propongo decirles cosas amables y Tu en cambio pones en mis labios anuncios terroríficos!".

Dicen que el profeta Jeremías fue en la antigüedad el que más se asemejó a Jesús en sus sufrimientos y en ser incomprendido y perseguido. Solamente después de su muerte reconoció el pueblo la gran santidad de este profeta. Y cuando todas sus profecías se hubieron cumplido a la letra, se dieron cuenta de que sí había hablado en nombre de Dios. Lástima que lo reconocieran cuando ya era demasiado tarde.

~ Jeremías ~

Significado: "Jehová eleva".

Nombre propio de varios personajes bíblicos (2 R. 24:18; 1 Cr. 5:24; 12:4, 10, 13; Neh. 10:2; 12:1-34; Jer. 35:3). Pero el más conocido es el profeta Jeremías.

Jeremías nació en Anatot, de familia sacerdotal, hacia el año 650 a.C. (cfr. Jer. 1:2, 6). Su padre se llamaba Hilcías (1:1), pero no es, probablemente, el sacerdote que aparece con idéntico nombre en tiempos del rey Josías (2 R. 22-23). Jeremías fue llamado al profetismo en el año 13 de Josías (627 a.C.). Su actividad profética, que casi se limitó exclusivamente a Jerusalén, se extiende, por lo menos, por espacio de cuarenta años, pues sus últimas palabras llegaron hasta nosotros datan de fecha posterior a la destrucción de Jerusalén (año 587/586, cfr. Jer. 44). Sin embargo, no se conserva ningún discurso del profeta de los años 622 hasta la muerte de Josías (año 609).

Muerto Josías en un vano intento por resistir a Egipto, fue sucedido por Joacaz (llamado también Salum, Jer. 22:11), quien también fue depuesto por el faraón egipcio (2 R. 23:31-33). Este colocó en el trono a Eliaquim (también llamado Joacim, 2 R. 23: 34; 2 Cr. 36:3, 5). Jeremías lamenta la deposición de Joacaz y su exilio a Egipto (22:10-12). Durante el reinado de Joacim (607-597 a.C.), Nabucodonosor, emperador de Caldea, derrotó a Egipto en la batalla de Carquemis (605 a.C., cfr. Jer. 46) y dominó la región (Jer. 25:l5ss.). Jeremías exhortó a la sumisión ante Nabucodonosor (Babilonia), pero Joacim vacilaba entre Egipto y Babilonia. Además, su vanidad y tendencias idolátricas (2 R. 23:37) le impedían oír el consejo de Jeremías (22:13-19; 26:20-23). Nabucoclonosor saqueó Ascalón (47:5-7; Sof. 2:4-7) y Joacim intentó finalmente rebelarse, pero solamente obtuvo una sumisión más penosa (2 R. 24:lss.).

Jeremías recordó sus obligaciones al rey, a los profetas y sacerdotes de la corte y con ello se granjeó persecución, prisión y amenazas (Jer. 11:18-23; 12:6; 15:15-18; 18:18; 20:2; 26:lOs., 24).

El rey llegó hasta a destruir las profecías de Jeremías, las que su amanuense Baruc había copiado (Jer. 36:1-4, 23, 24), pero éste volvió a escribirlas (36:27, 32).

A pesar de todo, Jeremías continuó profetizando e intercediendo por Jerusalén (11:14; 14:11; 17:16); véase la pasión del profeta (Jer. 17:14-18; 18:18-23; 20:7-18) denunciando a los falsos profetas (23:9-40) y anunciando la destrucción final de Jerusalén y del Templo (7:1-15; 9:1; 13:17; 14:17, 18).

Joacim murió cuando Nabucodonosor estaba a las puertas de Jerusalén listo para castigar su insurrección (Jer. 22:18; cf r. 2 R. 24:lss.). Su hijo Joaquín solo reino tres meses (2 R. 24:8) y tuvo que rendirse (2 R. 24:12). Fue llevado cautivo a Babilonia con la mayoría de la aristocracia, el ejército y todo el pueblo. El Templo fue arrasado (24:14-16.), y llegó el fin de la casa reinante tal y como el profeta lo había predicho.

Cuando la caída de Jerusalén era inminente, el profeta anunció con actos simbólicos (32:1-15) y palabras (32:36-44; 33:1-26) la futura restauración. Esta no significaría la mera restauración política de Judá, sino el establecimiento de un nuevo pacto (31:31-14). Jerusalén cayó en 587 a.C. y Jeremías fue tratado bondadosamente por Nabucodonosor, pero rehusó la oferta de ir a Babilonia. Prefirió quedarse con los que permanecieron en Judá bajo el gobernador Gedalías (40:1-6). Después de asesinado Gedalías, el resto huyó a Egipto y Jeremías también fue con ellos (42:1 - 43:7). Allí se pierde su historia. Lo (último que sabemos de él es que animaba a los judíos, a los refugiados, anunciaba la próxima caída de Egipto (43:8-13) y reprendía a su pueblo porque la idolatría se había adueñado de ellos (44:1ss)

La vida de Jeremías es una de las que conocemos mejor entre las de los profetas el Antiguo Testamento. Su llamado, a temprana edad (1:6), conformó en él una profunda vocación, en la que el anuncio del juicio siempre prevaleció sobre el consuelo: (1:9, 10).

Con él, la conciencia profética alcanzó un nivel más alto, y se expresó como un constante estar "en la presencia de Dios". En un temperamento profundamente emotivo como el suyo, y en las condiciones trágicas de su pueblo, la comunión con Dios es una lucha. Jeremías es tierno y sensible por naturaleza, pero su vocación profética obliga a una constante denuncia de la desobediencia, idolatría y rebeldía de su pueblo. Declara la destrucción de Judá frente a la fallida reforma deuteronómica bajo Josías. Su libro está lleno de alusiones su propia vida en bellísimos pasajes (8:18,21; 9:1; 15:10; 20:14-18) que nos cuentan también su lucha y agonía en la vida de ministerio profético.

JEREMÍAS.

LA VOCACIÓN EN TIEMPOS DIFÍCILES

INTRODUCCIÓN: Muchos han experimentado cómo la mayoría de la gente no comprendía su vocación. Los proyectos humanos no coinciden con los caminos de Dios. La denuncia de la injusticia y el anuncio de la verdad, de parte de Dios, a través del profeta son rechazados, Estorban. Molestan. Ser fieles a Dios sin dejarse “domesticar” no es fácil. La experiencia de Jeremías, en un etapa de profunda crisis en el pueblo de Israel, se ha repetido en la historia. También hoy hay indiferencia y oposición. Se sufre el desprecio por ser llamado. Pero en este tiempo de intemperie se hace más veraz la vocación.

1.- SU BIOGRAFIA.

El profeta Jeremías era de familia sacerdotal. Nace en Anatot, pequeña aldea situada a unos 7 km., al norte de Jerusalén, hacia el año 650 a. Cr. Su vida comprende dos períodos muy distintos: antes y después del año 609, fecha de la muerte del rey Josías.

Antes de este acontecimiento son años de optimismo: independencia política, prosperidad creciente, reforma religiosa. Los años siguientes son de decadencia: Judá dominada por Egipto (609-597) y por Babilonia: dos asedios y dos deportaciones (597 a. Cr., al rey Joaquín, y 586 a. Cr., al rey Sedecias). En este año Jerusalén cae en manos de los babilonios y el reino de Judá desaparece definitivamente de la historia.

Jeremías quedará en Jerusalén junto al gobernador Godolías. Este será asesinado por unos fanáticos. Al temer las represalias de Nabuconodosor huirá a Egipto arrastrando en su fuga al profeta.

Nadie como Jeremías ha sentido en su corazón y vivido en su propia carne el drama de su pueblo.

2.- EN ANATOT.

Siendo muy joven, recibe la vocación profética (Jer. 1,4-10). En este relato destaca la irrupción de Dios en la vida del hombre como algo inesperado y diferente:

* Encuentro con Dios: “El Señor me habló así” (v.4)

* Discurso introductorio: “Antes de formarte en el vientre de tu madre te conocí.” (v.5)

* Objeción: “Yo dije: ¡Ah Señor Dios, mira que yo no sé hablar; soy joven” (v.6).

* Orden: “Pero el Señor me respondió: No digas: soy joven. porque adonde yo te envíe, irás, y todo lo que yo te ordene, dirás” (v.7).

* Palabras de aliento: “No tengas miedo de ellos, porque yo estoy contigo...”

* Sino: “El Señor extendió su mano, toco mi boca y me dijo: Yo pongo mis palabras en tu boca.” (v.9-10)

En este relato vocacional Jeremías indica: “El Señor me habló así”. La palabra del Señor es lo único decisivo en su vida. Todo lo demás -el lugar, el modo- es secundario. Todo el peso recae en esa palabra que se comunica al hombre.

En el discurso introductorio se indica la misión: “Te constituí profeta de las naciones”. Dimensión universal. Misión que desborda los límites de la patria. Dios piensa en Jeremías antes que nazca. Tres verbos destacan la acción de Dios: te he formado, te he elegido, te he consagrado. Es el profeta de la intimidad. No ha sido elegido para gozar de Dios, sino para entregarse a los demás, como profeta, mensajero de Dios.

Jeremías tiene miedo. Por la grandeza de su misión. Se considera inadecuado. Es la reacción humana ante la vocación. Aduce que no sabe hablar. Que es muy joven. Pero Dios no acepta su objeción.

“Yo estaré contigo”. Palabras de aliento. Dios toca la boca de Jeremías. Pone sus palabras en ella. Se refrenda la autoridad del profeta. Su palabra será palabra de Dios. Su misión: arrancar-arrasar; destruir-derribar; edificar-plantar. Denuncia del pecado del pueblo y anuncio de salvación.

3.- EN JERUSALEN.

Pronto marcha a Jerusalén, en la época de Josías: reforma política y religiosa. El profeta ve con buenos ojos esta reforma. (Coincidió con cinco reyes y sólo hablo bien de éste). La muerte de Josías (en Meguido, 609) provoca su cambio de vida. En el reinado de Joaquín (609-589), en un discurso, ataca la confianza fetichista de los jerosolimitanos que han convertido el templo en una cueva de bandidos (Jer. 7, 1-15). Con el discurso pone en peligro su vida.

En el 605 Nabuconodosor vence a los egipcios. Babilonia, gran potencia. Jeremías anuncia la invasión de los babilonios en castigo por los pecados de Judá. (Jer. 19, 1-20,6). No le escuchan. Lo azotan y lo encarcelan. No ceja. A través de su secretario Baruc sigue leyendo en el templo las palabras recibidas del Señor. Joaquín rompe el escrito y lo tira al fuego. Arresta al profeta y a su secretario. Pero consiguen escapar.

Tantas persecuciones influyeron en el profeta. Escribe sus “confesiones”. Aflora el cansancio y el dolor profundo por su misión. Muestra su rebeldía ante Dios. Se desahoga de su propia desgracia. No siente la presencia de Dios. Su vocación entra en crisis. Reclama del Señor el cumplimiento de sus promesas.

Se lamenta de tanta persecución (Jer. 15, 10-20). El Señor le responde que tiene razón, pero que es para su bien y que debe ser fuerte, pues también la suerte de su pueblo será dura. Aduce tanto su intimidad con la palabra de Dios como su soledad. Una soledad exigida por Dios y no recompensada con su presencia prometida.

Jeremías analiza su vocación, las consecuencias que le ha traído. La oposición contra él crece. Su tensión interna alcanza cotas más elevadas. La quinta confesión (Jer. 20, 7-8) es el culmen del desgarramiento psicológico.

Es la confesión más dura de todas. Ya no se fija ni en Dios ni en los hombres. Se encierra en si mismo, en el absurdo de su existencia, “para pasar trabajo y fatigas y acabar mis días derrotado’. Sólo le queda maldecir y desearse la muerte. La experiencia termina en el silencio de Dios. Ya no hay ni consuelo interior. Pero la palabra del Señor siguió llegando a Jeremías. Continúo proclamando el mensaje.

Su oficio se había vuelto muy problemático. Había aceptado la misión por obediencia y le parecía sobrehumana. Recorrió su camino hasta el fin, en el abandono de Dios. Sólo desde el misterio de Dios entendemos cómo su mensajero más fiel cumplió la tarea desde la noche más espantosa y la incomprensión más absoluta.

4.- EN RAMÁ.

Julio del 586, los babilonios entran en Jerusalén. Unos son deportados. Otros quedarán libres. Otros serán juzgados. Jeremías queda en libertad (Jer. 38, 28b-39,l4).

En medio de la confusión es hecho prisionero. Conducido a Ramá con los deportados.

Después le liberan (Jer. 39, 11-12). Le ofrecen tres posibilidades. Elige quedarse en Jerusalén con el gobernador Godolias. Asesinan a éste. Jeremías aconseja permanecer en Judá, pero no le hacen caso y le obligan a marchar con ellos a Egipto.

5.- LA VOCACIÓN EN TIEMPOS DIFÍCILES

Le tocó vivir uno de los momentos más difíciles de su pueblo: la caída de Jerusalén y el destierro de Babilonia. Es un profeta de corazón abierto, que transparenta su grandeza y su tragedia. Es el hombre con sus miedos, dudas, debilidades. Pero con la firme confianza de que Dios puede sostener y dar sentido a una existencia como la suya, marcada por la incomprensión y el fracaso. Nos acerca a los abismos de soledad y abandono, a sus riesgos y desafíos, y a esa fidelidad última de una palabra encendida en sus entrañas que pugnará por salir, venciendo decepciones y resistencias.

Hombre de fe: Descubrimiento de la vocación y maduración de la fe. Fe de receptividad y acogida. confianza y simplicidad. Necesidad de purificar y personalizar: de una religión de obras a una de fe profunda. De una religiosidad cultual a una religión del corazón (Jer. 31, 3-6).

Hombre de Dios: Elegido por Dios. Ya no se pertenece. Vida prendida sólo desde Dios. Consagrado antes de nacer. Amor divino desde el seno de la madre: amor particular, electivo, determinante. La vocación es aquí don y en estado puro. Dios se fija con preferencia en lo que es menos apto o es desproporcionado o indigno.

Hombre del pueblo: La vocación se vive en el seno de una comunidad. Descubre su vocación “político-social”: está llamado a restaurar a Israel como pueblo, y la presencia del Señor en medio de las naciones. La situación del profeta es terrible en relación con el pueblo: es “un hombre sin pueblo”. A Jeremías: Yavé le prohibe hasta orar por su pueblo. El profeta no puede ni llorar con su pueblo (16, 3-7) ni hacer fiesta con ellos (15, 18). Esto es voluntad de Dios.

Como todos los profetas Jeremías anuncia el castigo sobre su pueblo si no cambia de conducta. Pero habla también de la esperanza y del consuelo cuando se confía en el Señor.

SAN JEREMÍAS, PROFETA

(Antiguo Testamento)

"Tú me sedujiste, ¡oh Yahvé, y yo me dejé seducir. Tú eres el más fuerte, y fui vencido. Ahora soy todo el día la irrisión, la burla de todo el mundo. Siempre que hablo tengo que gritar: "¡Ruina, devastación!". Y aunque me dije: "No volveré a hablar en su nombre", su palabra hierve dentro de mi como fuego abrasador”.

Si la historia de la humanidad es la historia de Dios entre los hombres, el forcejeo del cielo con la tierra, de Yahvé con Jacob, indiscutiblemente, Jeremías dibuja su colosal figura en las cumbres más altas. Los judíos del tiempo de Jesús dirán del Maestro: "Es Jeremías, que ha resucitado".

Hijo de Helcías sacerdote, ya desde niño le sedujo Yahvé. Las auras de Jerusalén conservaban aún su perfume de incienso al llegar a Anatot, la ciudad del profeta, a una hora de Sión, y, mientras él crecía, el Señor iba realizando uno de los significados del nombre Jeremías: "Yahvé eleva", o "elevación de Yahvé". Le seducía entonces por sí mismo: por su infinita majestad, por la belleza de su Ley. "Teth. Bueno es el Señor para los que esperan de Él, para el alma que le busca", recordará en medio del llanto, en una de sus lamentaciones. Pero es que pronto le sedujo también para aceptar sobre sus hombros la misión de profeta. Como hiciera Moisés, él protesta muy bien "que no es experto en el hablar, que es todavía un niño". Pero Yahvé tiene palabras convincentes: "Antes que te formara yo en las entrañas maternas te conocí..., te consagré y te designé para profeta de naciones". Tiende la mano, toca su boca y le da poder de hierro y bronce sobre pueblos y reinos, "para arrancar, arruinar y asolar; para levantar, edificar y plantar".

Más de una vez los labios del profeta apaleado, encepado, medio muerto, recordaron a Dios con angustiosa queja y tremenda fuerza lírica mejor que la de Job, el contraste excesivo entre la dura realidad y tan bellas palabras.: "¡Maldito sea el día en que nací! ¿Por qué no me mató Yahvé en el seno de mi madre y hubiera sido mi madre mi sepulcro, y yo preñez eterna en sus entrañas?"

Cuesta al hombre de hoy, con veinte siglos de Revelación, sopesar bien la santidad allá en el siglo séptimo antes que el Verbo se humanara. No es lo mismo adorar y acatar al Señor dentro de un marco de siete sacramentos, de comunión frecuente, inmolación incruenta, vida interior, magisterio ordinario e infalible y serenidad de culto, que ante balsas de sangre de reses desolladas en honor del Dios de los ejércitos, blasfemos apedreados, pitonisas, colegios de "hijos de profetas" y nabís, profesionales de lo religioso, que se aprestaban a la "inspiración" al compás de tambores, flautas y arpas, gesticulando y bailoteando como fuera de sí, y sobreexcitando a los demás con oscuras palabras y frenéticos hurras, como vemos aún hoy entre ciertos derviches. Y ello en medio de cultos idolátricos de los pueblos vecinos y de los mismos yaveístas.

A pesar de sus fuertes protestas momentáneas, Jeremías acepta con la mayor fidelidad, materialmente incluso, el yugo del Señor, del que se considera un simple pobre. “Pobre de Yahvé." No un romántico de la pobreza como tal, sino un siervo de Dios, un sometido a la divinidad con rendimiento pleno y absoluta confianza. La novedad impresionante de este profeta, de familia más bien acomodada, es el amor y el deseo de un Israel cualitativo —“el Israel de Dios"—: la nación en que Yahvé tendrá su ley escrita no en piedra solamente, sino en los corazones. Por algo Jeremías, que, como Amós, Oseas y Ezequiel, no hizo probablemente ni un milagro, es tenido por muchos santos Padres, principalmente San Jerónimo, por una esplendorosa figura de Jesús. Jesús nace en Belén, y es cerca de Belén donde comienza Jeremías su misión de profeta. Como Jesús, ha de luchar contra los sacerdotes que contradicen su predicación y quieren suprimirle, en un procedimiento tumultuario, al imputarle por sus profecías la intención de destruir el Templo. Como al Mesías, se le lleva a un tribunal civil para acusarle de subversión política, sin aludir al tema religioso, y él se comporta allí serena y dignamente. Nadie como él ha dibujado al futuro hijo pródigo, cuando invita a Efraím, el hijo amado y desviado, a que se plante piedras miliarias y se coloque hitos y considere las calzadas y los caminos de la perdición, para la hora del retorno. "Vuélvete, ¡oh virgen de Israel!, regresa a estas tus ciudades. ¿Hasta cuándo has de permanecer lejos, oh hija renegada?" Su vida íntima es también una pálida sombra de la del Redentor: célibe hasta la muerte, sabe de horas de oración y soledad como en Getsemaní; se le derrumba el alma previendo la ruina de la querida ciudad santa y vuelca el corazón intercediendo por sus enemigos.

Dura misión la de un profeta: ser la boca de Yahvé en un pueblo vuelto casi siempre de espaldas a la Ley, gritar contra los cultos idolátricos y las infiltraciones de prácticas paganas, llenar de espíritu los ritos, desenmascarar vicios, venalidades, opresiones, a la par que instruir sobre la verdadera naturaleza del Altísimo y sus misteriosos atributos, y, sobre todo, preparar las pupilas oscuras para la luz creadora de los tiempos mesiánicos renovadores de la faz del mundo. Sin innovar ni revolucionar, restaurar, restablecer y tutelar los permanentes intereses de Yahvé en la religión, en la moral, e incluso en la política de un pueblo teocrático... La misión del profeta de los trenos fue dura entre las duras. Él no sólo anunció, sino que presenció las tremendas ruinas de Sión, así como las tres deportaciones de su pueblo. Corrió a sus pies, a ríos, la sangre de los suyos, y sobre las murallas a punto de ceder, el hambre de las madres se sació cerca de él en la carne caliente de los hijos. En su ciudad natal le quisieron matar. El rey Joaquín hizo quemar los rollos de sus terribles vaticinios. Fue encerrado en cisterna para hacerle morir. Ninguno de los reyes que él viera entronizar atendió sus consejos. En el pleito político de asirios derrotados, egipcios aliados y medos vencedores, él predicaba lealtad a la dominadora Babilonia, y no alianzas con los faraones ni con los restos de la vieja Asur. Y nadie le escuchaba. Sin embargo, cuando el representante del rey Nabucodonosor, sabiendo su fidelidad, le ofreció un puesto honroso en Babilonia, él prefirió quedarse a llorar la ignominia junto a las ruinas de Sión, con los pobres deshechos de su pueblo. La paz no era su sino. ¿Cómo, si no, habría tenido el mundo, en el tesoro inmenso de las Lamentaciones, el cálido torrente de palabras y lágrimas que inundará y traducirá magistralmente hasta el fin de los siglos el humano dolor?

También ante la esfinge precursor de Jesús, si su primera intervención profética tuvo lugar junto a Belén, fue su última en Egipto. Luego ya un gran silencio ahoga la voz de hierro y bronce del más potente oráculo de Yahvé, que Tertuliano y San Jerónimo, siguiendo una leyenda que recoge igualmente el Calendario Romano, dicen muerto a pedradas en los muros de Tafnis. Isaías, el primero de los cuatro profetas llamados mayores por el volumen de su obra, acabó su ministerio hacia el año 702. Probablemente Jeremías comenzó el suyo hacia el 614, y durante cuarenta años —los veintitrés primeros de palabra tan sólo, y después, inaugurando esta modalidad, por escrito también—, fue en medio de Judá "como una flecha de excepción", fúlgida y recta, en el carcaj de Yahvé. También comienza en él lo que podríamos llamar “literatura de las confesiones" al describir el dramatismo de la íntima lucha del profeta con Dios.

Después de haber vivido, agonizando, en una de las épocas más importantes y convulsas de la historia de Oriente y la más dolorosa de Judá, Yahvé sedujo a Jeremías con la corona del descanso eterno. Sólo entonces el pueblo amó, de veras a su gran profeta. Él había cantado, con la garganta rota de dolor, el paso hacia el exilio, a nueve kilómetros de Sión, de los judíos aherrojados: “Se oye una voz en Rama... Mucho gemido y mucho llanto. Raquel llora a sus hijos y no se quiere consolar, porque no están." Judá lloró al profeta de sus llantos; pero el coloso tampoco estaba ya.



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