miércoles, 15 de febrero de 2012

Macario el Grande, Santo


Abad, 16 de febrero
Macario el Grande, Santo
Macario el Grande, Santo

Abad

NOTA: En la actualidad el Martirologio lo recuerda el 19 de enero, en el calendario anterior se lo celebraba el 16 de febrero

Martirologio Romano: Conmemoración de san Macario el Grande, presbítero y abad del monasterio de Scete, en Egipto, que, considerándose muerto al mundo, vivía sólo para Dios, enseñándolo así a sus monjes (c. 390).

Etimología: Macario = Aquel que ha encontrado la felicidad, es de origen griego.
Este santo nació en Egipto por el año 300. Pasó su niñez como pastor, y en las soledades del campo adquirió el gusto por la oración y por la meditación y el silencio.

Una mujer atrevida le inventó la calumnia de que el niño que iba a tener era hijo de Macario, el cual, según decía ella, la había obligado a pecar. La gente enardecida arrastró al pobre joven por las calles. Pero él le pidió al Señor en su oración que hiciera saber a todos la verdad, y sucedió que tal mujer empezó a sentir terribles dolores y no podía dar a luz, hasta que al fin contó a sus vecinos quién era el verdadero papá del niño. Entonces la gente se convenció de la inocencia de Macario y cambió su antiguo odio por una gran admiración a su humildad y a su paciencia.

Para huir de los peligros del mundo, Macario se fue a vivir en un desierto de Egipto, dedicándose a la oración, a la meditación y a la penitencia, y allí estuvo 60 años y fueron muchos los que se le fueron juntando para recibir de él la dirección espiritual y aprender los métodos para llegar a la santidad.

El obispo de Egipto ordenó de sacerdote a Macario para que pudiera celebrarles la misa a sus numerosos discípulos. Después fue necesario ordenar de sacerdotes a cuatro de sus alumnos para atender las cuatro iglesias que se fueron construyendo allí cerca donde él vivía, para los centenares de cristianos que se habían ido a seguir su ejemplo de oración, penitencia y meditación en el desierto.

Macario quería cumplir aquella exigencia de Jesús: "Si alguno quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo", y se dedicó a mortificar sus pasiones y sus apetitos. Estaba convencido de que nadie será puro y casto si no les niega de vez en cuando a sus sentidos algo de lo que estos piden y desean. Deseaba dominar sus pasiones y dirigir rectamente sus sentidos. Sentía la necesidad de vencer sus malas inclinaciones, y notó que el mejor modo para obtener esto era la mortificación y la penitencia. Como su carne luchaba contra su espíritu, se propuso por medio del espíritu dominar las pasiones de la carne. A quienes le preguntaban por qué trataba tan duramente a su cuerpo, les respondía: "Ataco al que ataca mi alma". Y si a alguno le parecían demasiadas sus mortificaciones le decía: "Si supieras las recompensas que se consiguen mortificando las pasiones del cuerpo, nunca te parecerían demasiadas las mortificaciones que se hacen para conservar la virtud".

En aquellos desiertos, con 40 grados de temperatura y un viento espantosamente caliente y seco, no tomaba agua ni ninguna otra bebida durante el día. En un viaje al verlo torturado por la sed, un discípulo le llevó un vaso de agua, pero el santo le dijo: "Prefiero calmar la sed, descansando un poco debajo de una palmera", y no tomó nada. Y a uno de sus seguidores les dijo un día: "En estos últimos 20 años jamás he dado a mis sentidos todo lo que querían. Siempre los he privado de algo de lo que más deseaban".

Dominaba su lengua y no decía sino palabras absolutamente necesarias. A sus discípulos les recomendaba mucho que como penitencia guardaran el mayor silencio posible. Y les aconsejaba que en la oración no emplearan tantas palabras. Que le dijeran a Nuestro Señor: "Dios mío, concédeme las gracias que Tú sabes que necesito". Y que repitiera aquella oración del salmo: "Dios mío, ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme".

Admirable era el modo como moderaba su genio y su carácter, de manera que la gente quedaba muy edificada al verlo siempre alegre, de buen genio y que no se impacientara por más que lo ofendieran o lo humillaran.

A un joven que le pedía consejos de cómo librarse de la preocupación del qué dirán los demás, lo mandó a un cementerio a que les dijera un montón de frases duras a los muertos. Cuando volvió le preguntó Macario: Qué te respondieron los muertos? NO me respondieron nada, le dijo el joven. ¡Entonces ahora vas y les dices toda clase de elogios y alabanzas! El muchacho se fue e hizo lo que el santo le había mandado, y éste volvió a preguntarle: ¿Qué te respondieron los muertos? ¡Padre, nada me respondieron! "Pues mira", le dijo el hombre de Dios: "Tú tienes que ser como los muertos: ni entristecerte porque te critican y te insultan, ni enorgullecerte porque te alaban y te felicitan. Porque tú eres solamente lo que eres ante Dios, y nada más ni nada menos".

A uno que le preguntaba qué debía hacer para no dejarse derrotar por las tentaciones impuras le dijo: "Trabaje más, coma menos, y no les conceda a sus sentidos y a sus pasiones el gusto al placer inmediato. Quien no se mortifica en lo lícito, tampoco se mortificará en lo ilícito". El otro practicó estos consejos y conservó la castidad.

Macario le pidió a Dios que le dijera a qué grado de santidad había llegado ya, y Nuestro Señor le dijo que todavía no había llegado a ser como la de dos señoras casadas que vivían en la ciudad más cercana. El santo se fue a visitarlas y a preguntarles qué medios empleaban para santificarse, y ellas le dijeron que los métodos que empleaban eran los siguientes: dominar la lengua, no diciendo palabras inútiles o dañosas. Ser humildes, soportando con paciencia las humillaciones que recibían y la pobreza y los oficios sencillos que tenían que hacer. Ser siempre amables y muy pacientes, especialmente con sus maridos que eran muy malgeniudos, y con los hijos rebeldes y los vecinos ásperos y poco caritativos. Y como medio muy especial le dijeron que se esmeraban por vivir todo el día en comunicación con Dios, ofreciéndole al Señor todo lo que hacían, sufrían y decían, todo para mayor gloria de Dios y salvación de las almas.

Los herejes arrianos que negaban que Jesucristo es Dios, desterraron a Macario y sus monjes a una isla donde la gente no creía en Dios. Pero allí el santo se dedicó a predicar y a enseñar la religión, y pronto los paganos que habitaban en aquellas tierras se convirtieron y se hicieron cristianos.

Cuando los herejes arrianos fueron vencidos, Macario pudo volver a su monasterio del desierto. Y sintiendo que ya iba a morir, pues tenía 90 años, llamó a los monjes para despedirse de ellos. Al ver que todos lloraban, les dijo: "Mis buenos hermanos: lloremos, lloremos mucho, pero lloremos por nuestros pecados y por los pecados del mundo entero. Esas sí son lágrimas que aprovechan para la salvación".

Jesús dijo: "Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt. 5). Dichosos los que lloran y se afligen por sus propios pecados. Dichosos los que lloran por las ofensas que los pecadores le hacen a Dios. Lloremos arrepentidos en esta vida, para que no tengamos que ir a llorar a los tormentos eternos". Y murió luego muy santamente. Llevaba 60 años rezando, ayunando, haciendo penitencia, meditando y enseñando, en el desierto.

Oración
San Macario, santo penitente:
consíguenos de Dios la gracia de hacer penitencia por nuestros pecados en esta vida,
para no tener que ir a pagarlos en los castigos de la eternidad.
Amén


¡Felicidades a quienes tengan este nombre!

Oración de San Macario el Grande...


Oh Dios, purifícame a mi pecador pues no he hecho nunca nada bueno en tu presencia; líbrame del malvado, y ojalá tu voluntad esté en mí, para que yo pueda abrir mis labios indignos sin condenación, y alabar Santo Nombre de X Padre, Hijo, y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén.


Macario el Viejo

Este artículo trata sobre el eremita egipcio del siglo IV. Para otros usos de este término, véase Macario.
Macario el Viejo
Saint Macarius the Egyptian.jpg
Padre del Desierto
Nacimiento ca. 300
Fallecimiento 390
Venerado en Iglesia Copta, Iglesia Católica, Iglesia Ortodoxa
Festividad 15 de enero

Santo Eremita egipcio llamado "Macario el viejo", "Macario el grande" o "Macario de Egipto".

Originario del alto Egipto, a la edad de 30 años es miembro de una colonia monástica al oeste del delta del Nilo en el lugar llamado Deir Abu Makar. Discípulo de San Antonio, remarcado por una santidad precoz, de la cual se le apodaba el «joven anciano».

Sacerdote a los 40 años, poseía el don de sanación y de profecía. firmemente opositor de la herejía arriana, fue, hacia el 374, exiliado a una isla del Nilo por el obispo Lucius de Alexandria. Regresó, sin embargo al desierto para ahí terminar sus días a la edad de más de 90 años. Muerto hacia el año de 391.

Se le atribuyen 50 homilías griegas. Se celebra su fiesta el 15 de enero.


Enlaces externos

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APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO.

Abba Macario, de Egipto

1.– Macario contaba respecto a sí mismo lo siguiente: "Cuando yo era joven, mientras moraba en una celda en Egipto, se me destinó para ocupar el cargo de clérigo en el lugar. No deseando ocuparme de esa tarea, huí a otro sitio. Mientras tanto, un laico piadoso había ido en mi busca para hacerse cargo de mi trabajo manual y servirme. Ahora bien, apenas llegados a ese pueblo, ocurrió que una virgen cedió ante la tentación y pecó. Cuando se le preguntó a la embarazada quién había sido el culpable, ella respondió: `El anacoreta'. Entonces, los habitantes del lugar se apoderaron de mí, colgaron de mi cuello viejas cacerolas ennegrecidas por el hollín y diversos objetos y me pasearon por todas las calles del pueblo, golpeándome y diciendo: `Este monje ha mancillado nuestra virgen, tomadlo, tomadlo! .' Y me golpearon casi hasta matarme. Entonces, uno de los ancianos se acercó y dijo: `¿Hasta dónde vais a golpear a este monje extranjero? ' Aquél que me servía y que caminaba detrás mío lleno de vergüenza, también era cubierto de injurias mientras se le reclamaba: `Mira lo que ha hecho este anacoreta del que eres el garante'. Los padres de la joven también reclamaban: `No le dejemos partir hasta que no nos dé la seguridad de que habrá de alimentarla! .' Yo hablé entonces con quien me servía de garante y, yendo con él a mi celda le entregué todas las cestas que había tejido encargándole: `Véndelas y da de comer a la mujer'. Mientras tanto me decía a mí mismo: `Macario, he aquí que has encontrado una mujer; necesitas trabajar un poco más para alimentarla'. Así fue que trabajé día y noche y le hice llegar el producto de mi trabajo. Pero, cuando llegó el tiempo de que la infeliz diera a luz, se hicieron largos los días en medio de dolores sin que se produjera el parto. Cuando se le preguntó qué sucedía, ella respondió: `Lo sé, es porque yo calumnié al anacoreta, porque mentí acusándolo. El no fue el culpable sino tal joven. Entonces mi garante vino a mi, lleno de alegría, para decirme: `Esa muchacha no pudo dar a luz hasta que no hubo confesado su mentira. Todo el mundo quiere venir para hacer solemnemente, penitencia contigo! .' Yo, al escuchar sus palabras, por temor a que los hombres me perturbaran, escapé hacia Escete. Tal es la causa por la cual estoy aquí".

2.– Macario el Egipcio se dirigió un día, desde Escete hacia la montaña de Nitria para la ofrenda del abba Pambo. Los Ancianos le dijeron: "Padre, di una palabra a los hermanos". El dijo: "Yo no me he convertido aún en monje, pero he visto monjes. En efecto, un día en que estaba sentado en mi celda, en Escete, mis pensamientos me alborotaban, sugiriéndome partir al desierto para contemplar la visión que me esperaba. Así pasé cinco años combatiendo mi pensamiento, diciéndome: Tal vez él viene de los demonios. Pero, como el pensamiento permanecía, yo partí al desierto. Y encontré allí una extensión de agua con una isla en el medio y bestias del desierto que iban a beber allí. En medio de esas bestias, vi a dos hombres desnudos; mi cuerpo tembló pues creí que eran espíritus Ellos, viéndome temblar, me dijeron: "No temas, también nosotros somos hombres". Yo pregunté: `¿De dónde sois y cómo habéis venido a este desierto? ' Ellos respondieron: `Venimos de una comunidad a la que, habiéndonos puesto de acuerdo, llegamos hace cuarenta años'. Uno de ellos era egipcio y el otro libio. Ellos también me interrogaron y me preguntaron: `¿Cómo está el mundo? ¿Llega bien el agua y a su tiempo? ¿Goza el mundo de prosperidad? ' Yo les respondí que sí y después, les pregunté: `¿Cómo puedo convertirme en monje? ' Ellos afirmaron: `Si el hombre no renuncia a todo lo que hay en el mundo, no puede convertirse en monje'. Yo les dije: `Pero yo soy débil y no puedo ser como vosotros'. Ellos expresaron: `Si no puedes ser como nosotros, siéntate en tu celda y llora tus pecados'. Yo pregunté: `Cuando llega el invierno, ¿no os heláis? ¿Y cuando llega el calor, vuestros cuerpos no se queman? ' Ellos dijeron: `es Dios quien hizo esta manera de vivir para nosotros. No nos helamos en invierno y el verano no nos hace daño'. Es por esto que yo os decía que no me he convertido en monje aún, pero que vi monjes".

3.– Cuando Macario moraba en el gran desierto. permanecía solo y apartado pero, más abajo, había otro desierto donde vivían muchos hermanos. Cierta vez, mientras vigilaba la ruta, el Anciano descubrió, tras la apariencia de un hombre que pasaba frente a él, a Satán. Llevaba, al parecer, una toga de lino llena de agujeros y, de cada agujero colgaba una pequeña redoma. El gran Anciano le dijo: "¿Hacia dónde te diriges?" El otro respondió: "Voy a despertar la memoria de los hermanos". El Anciano preguntó: "¿Y para qué sirven esas pequeñas redomas?" "Llevo alimentos para la merienda de los hermanos", respondió Satán. " ¿Todo eso?," preguntó el Anciano. "Pues sí, ya que en caso de que un alimento no guste a un hermano, le presento otro, y si el segundo no le agrada le ofrezco un tercero. Así, de todos éstos, al menos uno le gustará". Habiendo pronunciado estas palabras, partió. El Anciano permaneció vigilando los caminos hasta que lo vio regresar. Cuando estuvo cerca le dijo: "¡Salud!." "¿Cómo sería eso posible?," respondió el otro. El Anciano le preguntó el porqué. "Porque todos fueron muy duros conmigo y nadie me recibió".

El Anciano preguntó: "¿Así que no tienes allí abajo ningún amigo?" El respondió: "Sí, tengo abajo un monje amigo, él al menos me obedece y, cuando me ve, gira como el viento". El Anciano le preguntó cómo se llamaba ese monje. "Théopemptos", fue la repuesta. Y, después de esas palabras, siguió su camino. Entonces Macario se dirigió hacia el desierto vecino. Sabiéndolo, los hermanos tomaron ramas de palmeras para ir a su encuentro. Y cada uno se preparó, también, para recibirlo, pensando que sería en su celda donde el Anciano rompería el ayuno. Pero él se informó sobre quién era aquél que, en la montaña, se llamaba Théopemptos y, cuando lo encontró, fue a su celda. Théopemtos lo recibió con alegría. Cuando estuvo a solas con él, el Anciano le preguntó: "En lo que a ti concierne, hermano, ¿cómo te va?" Théopemptos respondió: "Gracias a tus plegarias, bien". El Anciano preguntó: "¿No te hacen tus pensamientos la guerra?" El respondió: "Hasta aquí, voy bien". Parecía tener temor de hablar. El Anciano dijo: "He aquí que hace tantos años que vivo en la ascesis y soy alabado por todos. Sin embargo, a mí, que soy anciano, el espíritu de la fornicación me turba". Théopemptos le dijo. "Créeme, abba, sucede lo mismo conmigo". El Anciano pretendió que, además, otros pensamientos le hacían la guerra, hasta que esto lo hizo confesarse. A continuación le preguntó: "¿Cómo ayunas?" El respondió: "Hasta la hora novena". El Anciano le dijo: "Ejercítate en ayunar más tiempo; recita de memoria el Evangelio y las otras Escrituras y, si un pensamiento extraño sube hacia ti, no mires jamás hacia abajo, sino siempre hacia lo alto, y al instante el Señor vendrá en tu ayuda". Habiendo dado esta regla al hermano, el Anciano retornó a su propio desierto. Y, cuando vigilaba nuevamente el camino, vio acercarse al demonio. Entonces le preguntó: "¿Hacia dónde te diriges?" El otro respondió: "A despertar la memoria de los hermanos". Y se fue. Cuando regresó, el santo le preguntó: "¿Cómo van los hermanos?" Le respondió que iban mal. El Anciano preguntó el por qué. Y el demonio contestó: "Son. todos duros y lo peor es que, incluso al amigo que tenía y que me obedecía, no sé quién. lo hizo cambiar. Ahora no sólo no me obedece más, sino que, además, se ha tornado el más duro de todos. Así es que me he prometido no ir más allá abajo por largo tiempo". Habiendo hablado así, se fue, dejándolo solo. Entonces el santo regresó a su celda.

4.– Abba Macario el Grande llegó un día a la montaña donde habitaba Antonio. Cuando llamó a la puerta, Antonio fue a su encuentro y le dijo: "Quién eres? El respondió: "Soy Macario". Entonces, cerrando la puerta, Antonio regresó, dejándolo allí. Después, viendo su resistencia, le abrió y lo trató amablemente, diciéndole: "Desde hace largo tiempo, yo deseaba verte porque escuché hablar de ti". Después lo atendió y cumplió con todos los deberes de la hospitalidad. Luego, Macario se retiró a reposar, ya que estaba muy fatigado. A1 llegar la tarde, abba Antonio remojaba para sí hojas de palmera. Macario le dijo: "Permíteme que moje también para mí". Antonio contestó: "Hazlo". Y, habiendo hecho un gran paquete, Macario lo remojó. Más tarde, sentados lado a lado y hablando de la salud del alma, ellos trenzaron esas hojas. Y la cuerda que hacía Macario descendía por la ventana. Al día siguiente muy temprano, el bienaventurado Antonio, al ver el largo de la cuerda de Macario se dijo: "Un gran poder sale de esas manos".

5.– Con respecto a la devastación de Escete, abba Macario dijo a los hermanos: "Cuando veáis una celda construida cerca del pantano, sabed que su devastación está próxima; cuando veáis árboles, ella está en la puerta; y cuando veáis allí niños, tomad vuestros mantos y retiraos".

6.– El contó, tratando de despertar el aborrecimiento de los hermanos, lo siguiente: "Vino aquí con su madre un pequeño niño poseído por el demonio, el cual insistía: "Levántate, mujer, partamos de aquí". Ella respondió: "Yo no puedo caminar más", y el pequeño niño dijo entonces: "Yo te llevaré''. Yo quedé admirado por la astucia que el demonio empleaba para hacerlos huir".

7.– Abba Sisoes dijo: "Cuando estaba en Escete, con Macario, nosotros, siete en total, fuimos con él a levantar la cosecha Ahora bien, una viuda, espigaba detrás nuestro sin dejar de llorar. Entonces el Anciano llamó al propietario del campo y le preguntó: `¿Qué tiene esa mujer que llora sin cesar? ' El otro contestó: `Es porque su marido recibió un depósito y murió súbitamente sin decir dónde lo había ocultado. Ahora el propietario del depósito quiere tomarla, a ella y a sus niños, para reducirlos a la esclavitud'. El Anciano le dijo: `Dile que vaya a vernos cuando hagamos la pausa del mediodía'. La mujer fue allí y el Anciano la interrogó: `¿Por qué lloras de ese modo todo el tiempo? ' Ella contestó: 'Mi marido, que había recibido un depósito, murió de repente y, al morir, no dijo dónde lo había dejado". El Anciano le dijo: "Ven, muéstrame donde lo enterraste". Acompañados por los hermanos, llegaron a la tumba, entonces Macario le dijo: "Retírate a tu casa". Mientras los hermanos oraban, el Anciano preguntó al muerto: "Tal, dónde pusiste el depósito?' Una voz respondió: "Está oculto en mi casa, al pie del lecho". Macario le dijo: "Reposa nuevamente, hasta el día de la resurrección". Viendo esto, los hermanos, llenos de temor, se arrojaron a sus pies. Pero él les dijo: "No es por mí que esto se produjo, ya que yo no soy nadie. Es por la viuda y por los huérfanos que Dios hizo este milagro".

8.– Se decía de Macario que, cuando se distraía con los hermanos, se había impuesto esta regla: si se trataba de vino lo bebía a causa de ellos; pero, por cada copa de vino, debía permanecer un día sin beber agua. Entonces, cuando se lo ofrecían, el Anciano aceptaba con gozo para mortificarse; pero su discípulo, sabiendo de la regla, dijo a los hermanos: "En el nombre del Señor, no le ofrezcáis más, pues de lo contrario se matará en su celda". Sabiendo esto, los hermanos no le ofrecieron más".

9.– Macario, marchaba un día, desde el pantano hacia su celda llevando hojas de palmera, cuando se encontró de pronto con el diablo. Este último quiso impresionarlo con una hoz que portaba, pero fue en vano. Entonces le dijo: "Qué fuerza emana de ti, Macario, que soy impotente contra ti? Todo lo que tú haces, yo lo hago también: Tú ayunas y yo no como nada; tú velas y yo no duermo Sin embargo me ganas en un punto". Macario le preguntó cuál. El dijo: "Tu humildad. Por su causa. yo no puedo nada contra ti".

10.– Algunos Padres interrogaron a Macario, el Egipcio: "Por qué, ya sea que tú comas, que tú ayunes, tu cuerpo permanece delgado?" El anciano contestó: "El pedazo de madera que sirve para atizar los sarmientos que se queman termina por ser consumido totalmente por el fuego; de la misma manera, cuando el hombre purifica su alma en el temor de Dios, el temor de Dios consume su cuerpo".

11.– Cierta vez, Macario subió, de Escete a Terenouthin y, al llegar, entró en el templo para dormir. Había allí dos antiguos ataúdes de Griegos. Tomó uno y lo colocó bajo su cabeza como almohada. Los demonios, viendo su audacia, se sintieron llenos de celos y, queriendo atemorizarlo, llamaron como dirigiéndose a una mujer, diciendo: "Oye mujer, ven al baño con nosotros".. Otro demonio respondió debajo de él, como si estuviera en medio de los muertos: "Yo tengo un extraño sobre mí, y no puedo ir". Pero el Anciano no tuvo temor; al contrario, golpeó con seguridad el ataúd diciendo: "Despierta y vete a las tinieblas, si puedes". Los demonios, al escuchar esto se pusieron a gritar con todas sus fuerzas: "Tú nos venciste". Y huyeron llenos de confusión.

12.– Se cuenta de Macario, el Egipcio, que un día, mientras subía hacia el río con un cargamento de cestas, se sintió abrumado por la fatiga. Entonces se sentó y se puso a orar en estos términos: "Dios mío, yo sé bien que no puedo más! ." Al instante se encontró en el río.

13.– También se cuenta que un hombre, en Egipto, tenia un hijo paralítico, el cual, cierta vez, llevó hasta la celda de Macario, a cuya puerta lo abandonó, lloroso. Cuando el Anciano encontró al niño, inclinándose hacia él le preguntó: "¿Quién te condujo hasta aquí?" El pequeño respondió: "Mi padre, él me arrojó aquí y se fue". Macario le dijo, entonces: "Levántate y ve a buscarlo". Curado allí mismo el niño se puso de pie, buscó a su padre y regresaron juntos a su casa.

14.– Macario el Grande decía a los hermanos de Escete cuando los reunía. en asamblea: "Huid, mis hermanos!." Uno de los Ancianos le preguntó: "¿Dónde podríamos huir más allá de este desierto?" El señaló con un dedo la boca, diciendo: "Huid de esto". Y, entrando en su celda, cerraba la puerta y se sentaba.

15.– El mismo Macario dijo: "Si, reprendiendo a alguien tú te dejas llevar por la cólera, satisfaces tu propia pasión. Por lo tanto no te pierdas a ti mismo para salvar a los otros".

16.– El mismo Macario, mientras estaba en Egipto, encontró a un hombre que, con una acémila, estaba a punto de robarle su carga. Entonces, acercándose el ladrón lo ayudó a cargar los bultos y, con gran tranquilidad de alma lo acompañó diciendo: "Nosotros no hemos traído nada al mundo. Y no podemos, entonces, llevar nada, ya que el Señor nos ha dado todo, que se cumpla su voluntad y que. en todas las cosas el Señor sea bendito! ."

17.– Se preguntó a Macario:" ¿Cómo se debe orar?" El Anciano respondió: "No hay necesidad de hacer largos discursos, es suficiente extender las manos y decir: "Señor, como tú quieres y sabes, ten piedad de mí! ." Y si el combate prosigue: "Señor, socórreme! ." El sabe bien qué nos hace falta y nos hace misericordia".

18.– Un hermano fue a buscar a Macario el Egipcio, y le dijo: "Apa, dime una palabra a fin de que me salve". Y el Anciano dijo: "Ve, al cementerio e injuria a los muertos". El hermano fue, los. injurió y les arrojó piedras; después regresó para informar al Anciano. Este le dijo: "¿No te dijeron nada?" El respondió que no. El Anciano le dijo: "Regresa allí mañana y alábalos". Entonces el hermano fue y los alabó diciendo: "Apóstoles, santos y justos" y regresó con el Anciano y le dijo: "Ya cumplí la orden". Macario le preguntó: "¿No te respondieron nada?" El hermano dijo que no. El Anciano le dijo: "Tú sabes qué insultos les dirigiste, sin que ellos te respondieran y qué alabanzas sin que ellos te hablaran. Así también tú, si quieres salvarte, conviértete en un muerto y, como los muertos, no tengas en cuenta ni los desprecios de los hombres ni sus alabanzas".

19.– Abba Bitimios dijo que Macario contaba lo siguiente: "Cuando yo moraba en Escete, dos jóvenes extranjeros descendieron hasta allí. Uno tenía barba, en el otro comenzaba a despuntar. Ellos vinieron a mí, diciendo: "¿Dónde está la celda de abba Macario?" Yo les dije: "¿Para qué lo queréis?" Ellos respondieron: "Hemos escuchado hablar de él y de Escete y hemos venido a verlo". Yo les dije: "Soy yo". Entonces se prosternaron ante mí y dijeron: "Queremos permanecer aquí". Viendo que ellos eran delicados y criados en la riqueza, yo les dije: "Vosotros no podéis permanecer aquí". El primogénito dice: "Si no podemos permanecer aquí, iremos a otra parte". Entonces yo me dije a mí mismo: "¿Por qué echarlos y de este modo escandalizarlos? El mismo sufrimiento los hará partir". Entonces les dije: "Venid y haceos una celda, si podéis". Ellos dijeron: "Indícanos el lugar y la haremos". Entonces les entregué un hacha, un cesto lleno de pan y de sal, les señalé un bloque de roca y les dije: "Cavad allí y traed madera del pantano, haced un techo y morad aquí". Yo pensaba que ellos elegirían irse a causa del sufrimiento pero, en cambio, me preguntaron qué trabajo debían hacer. Yo les respondí: "Cuerdas" y tomé hojas del pantano y les mostré los rudimentos del tejido y cómo era necesario coser. Y les dije: "Confeccionad cestos, los daréis a los guardianes y os traerán pan". Después me retiré. Ellos, con paciencia, hicieron todo lo que yo les había dicho, y durante tres años no vinieron a mi casa. Yo permanecía luchando contra mis pensamientos diciendo: "Entonces, ¿cuál es su trabajo, ya que no vienen a interrogarme sobre sus pensamientos?" Aquéllos que habitan lejos vienen a verme, mientras que ellos estando cerca, no vienen, y tampoco van a otra parte, sólo a la iglesia, pero en silencio, para recibir la ofrenda. Entonces oré a Dios, ayuné toda la semana, fui a verlos para saber cómo moraban. Cuando llamé a su puerta me abrieron y me saludaron en silencio. Habiendo orado, me senté. El primogénito hizo señas al más joven de salir, se sentó a trenzar la cuerda sin decir nada. A la hora novena llamó y el más joven regresó, hizo una pequeña papilla y preparó la mesa de acuerdo con otra señal del primogénito. Colocó allí tres pequeños panes y permaneció en silencio. Yo le dije: "Levantaos y comamos". Nos levantamos para comer; él trajo un pequeño odre y bebimos. Cuando llegó la tarde, me dijeron: "¿Te vas?" Yo respondí: "No, voy a dormir aquí". Ellos colocaron para mí una estera en un costado y otra para ellos en el ángulo opuesto. Se quitaron su faja y su capuchón y se acostaron juntos sobre la estera frente a mí. Cuando estuvieron instalados, yo oré a Dios para que me revelara su obra. Y el techo se abrió y apareció una luz semejante a la del día, pero ellos no la vieron. Y cuando creyeron que yo dormía, el primogénito empujó al más joven indicándole que se levantara. Luego se colocaron sus fajas y tendieron las manos hacia, el cielo. Yo los veía pero ellos no me miraban. De pronto vi a los demonios precipitarse como moscas hacia el más joven, unos se posaban sobre su boca, otros sobre sus ojos. Y vi al ángel del Señor girando a su alrededor con una espada de fuego, expulsando lejos de él a los demonios. Pero éstos no podían acercarse al primogénito. Cuando llegó el amanecer, los hermanos se acostaron. Más tarde yo simulé que acababa de despertarme y ellos hicieron lo mismo. El primogénito me dijo: "¿Quieres que recitemos los doce salmos?" Yo le dije que sí. El más joven cantó cinco salmos por grupo de seis versículos y un aleluya y, en cada versículo, una lengua de fuego salía de su boca y subía al cielo. De la misma manera, cuando el primogénito abría la boca para cantar una cuerda de fuego brotaba de ella y se alzaba al cielo. Cuando llegó el momento de despedirme les dije: "Rogad por mí". Ellos se inclinaron sin decir nada. De este modo supe que el mayor era un hombre perfecto, pero que el enemigo luchaba aún contra el más joven. Al cabo de algunos días, el hermano primogénito murió y tres días más tarde, el segundo. Cuando los Padres venían a visitarme, yo los conducía hasta aquella celda diciéndoles: "Venid a ver el martirio de los jóvenes extranjeros".


San Macario el Grande


A un joven que le pedía consejos de cómo librarse de la preocupación del qué dirán los demás, lo mandó a un cementerio a que les dijera un montón de frases duras a los muertos. Cuando volvió le preguntó Macario: Qué te respondieron los muertos? No me respondieron nada, le dijo el joven. ¡Entonces ahora vas y les dices toda clase de elogios y alabanzas! El muchacho se fue e hizo lo que el santo le había mandado, y éste volvió a preguntarle: ¿Qué te respondieron los muertos? ¡Padre, nada me respondieron! "Pues mira", le dijo el hombre de Dios: "Tú tienes que ser como los muertos: ni entristecerte porque te critican y te insultan, ni enorgullecerte porque te alaban y te felicitan. Porque tú eres solamente lo que eres ante Dios, y nada más ni nada menos".
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