sábado, 18 de febrero de 2012

Sodoma y Gomorra


Sodoma es una ciudad de la mitología judeo-cristiana, mencionada en varios libros de la Biblia. La mitología la describe como una de las cinco ciudades de la Pentápolis bíblica, situada a orillas del Mar Muerto. Su gentilicio es sodomita.


En la Biblia

El libro del Génesis menciona Sodoma a partir del capítulo 10 y la sitúa dentro del territorio poblado por los cananeos.

Sodoma y Gomorra estaban situadas una cerca de la otra, en una llanura. Cerca de ellas había un valle, llamado Valle de Sidim, en el que abundaban los pozos de asfalto, cercano al Mar Salado (Mar Muerto). Cercana a estas ciudades estaban Adma, Zoar y Zeboím.

El rey de Sodoma era Bera (Gen. 14:2-3) y el de Gomorra era Birsa. En aquellos tiempos en que Lot se había establecido, habían sostenido una guerra con los reinos de Elam, Sinar, Elazar y Goim, siendo estos los vencedores.

Lot y su gente fueron hechos prisioneros por los vencedores y llevados a Dan. En este lugar Abraham y sus aliados rescataron a Lot, sus bienes y su gente (Gen. 14: 15-16). Lot regresó a Sodoma. Para aquel tiempo, Sodoma ya tenía fama de ciudad de gente perversa.

Según el relato de la Biblia en el capítulo 18 del Génesis, Dios reveló a Abraham que destruiría Sodoma por medio de fuego y azufre porque su pecado era muy grave e irreversible, sólo Lot y su familia podrían ser salvados. Abraham intercedió por los justos de la ciudad, y Dios le repuso que no la destruiría si, al menos, encontraba cincuenta justos en la ciudad, Dios, sin embargo, permitió a Abraham interceder hasta que Abraham se convenciera de que en Sodoma no había ni diez justos.

Según continúa el capítulo 19, en los versículos 1 a 38, dos ángeles de Dios entraron en Sodoma a rescatar a Lot, sobrino de Abraham, los ángeles eran de hermosa apariencia y llamaron la atención de los habitantes. Al verlos, Lot los invitó e insistió en que pasaran la noche en su casa.

Pero antes de que se acostasen, los sodomitas cercaron la casa y exigieron que les entregase a sus invitados para abusar de ellos. Lot se negó y les ofreció a cambió sus dos hijas vírgenes, para que se saciaran con ellas. La turba no aceptó e intentó romper la puerta, pero los dos invitados cegaron a los asaltantes.

Lot salió de la casa y se dirigió hacia ellos, cerrando la puerta detrás de sí, y les dijo: “Les ruego, hermanos míos, que no cometan semejante maldad. Miren, tengo dos hijas que todavía son vírgenes. Se las voy a traer para que ustedes hagan con ellas lo que quieran, pero dejen tranquilos a estos hombres que han confiado en mi hospitalidad”. Pero ellos le respondieron: “¡Quítate de en medio! ¡Eres un forastero y ya quieres actuar como juez! Ahora te trataremos a ti peor que a ellos”. Lo empujaron violentamente y se disponían a romper la puerta
Génesis (19.6-9)

Después dijeron a Lot que sacara a su familia de la ciudad. Lot avisó a sus yernos, pero estos creyeron que bromeaba, así que Lot marchó sólo con su esposa y sus hijas. Los ángeles antes de retirarse instruyeron a Lot que pasara lo que pasara no se volviesen a mirar puesto que quien lo hiciese se convertiría en sal.

Después que los ángeles sacaran de Sodoma a la familia, Dios envió una lluvia de fuego y azufre que incineró completamente la ciudad con sus habitantes, y otras ciudades de la llanura (al menos cuatro de las cinco). Uno de los que acompañaba a Lot en la huida, su mujer, se dio vuelta para mirar y se convirtió en una estatua de sal.

El tío de Lot, Abraham, desde una montaña a lo lejos vio la columna de humo que se levantó sobre la destruida Sodoma.

En Deuteronomio 29:23 se señala que conjuntamente con estas ciudades, también se destruyeron Adma, Zeboím. Lot se refugió en Zoar, pero teniendo temor de Dios por la suerte de esta ciudad, prefirió refugiarse en una cueva con toda su descendencia.

Otros libros de la Biblia utilizan este pasaje de la historia de Sodoma como ejemplo de cómo los pecadores son castigados.

Sodomía y sus aspectos

Habitantes de Sodoma provocando la ira divina. François Elluin (1781).

Como herencia de la cultura judeo-cristiana, en varios idiomas occidentales se utiliza el gentilicio sodomita para designar a quienes practican diversas clases de aberraciones o parafilias sexuales desde la época cristiana, como por ejemplo: sadomasoquismo, necrofilia, vampirismo, homosexualidad, etc. Aunque estas definiciones son modernas; en la Antigüedad tales prácticas tenían otra connotación que podrían estar relacionadas con la falta de amor al prójimo.

Un pasaje del profeta Ezequiel (Ezequiel 16:49-50) deja entrever esta connotación:

“He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no tendió la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominaron de mi Ley.”

Al estudiar los versículos de la Biblia referidos al tema se deduce que, para el autor, los habitantes de Sodoma y Gomorra habían traspasado los limites aceptados por la cultura israelita en materia sexual y de relaciones humanas; por lo tanto, estas prácticas se consideraban abominables para Yahvé. los comentaristas sostienen, apoyados en el texto, que Yahvé mantenía a Lot en ese lugar con la misión de revertir estas conductas mediante exhortaciones, dado que Lot no pertenecía a ese asentamiento pues había llegado a situarse en las puertas de la ciudad. Su prédica, según estos comentarios, no tuvo éxito.

Cabe señalar que este acontecimiento, el de Sodoma y Gomorra, caló tan hondo en la tradición judaica que en el Nuevo Testamento aún se le hace referencia como sinónimo de perversión.

La tradición popular sostiene que la razón del castigo era la práctica de la homosexualidad (por lo menos masculina) por parte de los sodomitas, la cual pasó a llamarse sodomía. Otros lugares de la Biblia donde se apunta a esta práctica sexual son Judas 1, 7 y 2 Pe 2, 1-22, 1 Corintios 6, 9-13 en el Nuevo Testamento.

Sodoma es mencionada expresamente 46 veces en la Biblia (la primera en Gn 10, 19 y la última en Ap 11, 8), y representa la perversión humana en muchas formas. Fueron parte de un jardín antes de ser destruidas (Gn 13, 10), luego de lo cual serán referencias típicas de ciudades de malvados (Gn 13, 13; Dt 32, 32; 2 Pe 2, 6), y no solamente por la homosexualidad de sus habitantes, sino por muchas cosas, comenzando por el descaro de ufanarse de sus pecados (Is 3, 9). Otros sostienen sin embargo, que el versículo no describe ninguna relación (no hay consentimiento) homosexual sino una violación, lo que constituye claramente una malinterpretación. En Judas, versículo 7 arroja luz sobre el tema:

-Como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquellos habiendo fornicado e ido en pos de vicios en contra de la naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo castigo de fuego eterno

En la Italia de fines del Renacimiento, al pintor Giovanni Antonio Bazzi (1477-1549), le llamaban Il Sodoma ('el sodomita' u homosexual).

Intentos de ubicar a Sodoma y Gomorra.

Sodoma y Gomórra son consideradas parte de la mitología judeo - cristiana. Investigadores israelitas han intentado encontrar evidencia que sustente los mitos, pero han fracasado en encontrar evidencia; aunque según sus hipótesis, estas ciudades estuvieron emplazadas en la parte sur del actual fondo marino del Mar Muerto. Con esta hipótesis, varios arqueólogos israelíes buscaron evidencias en una península, la península de Lisan que se interna en el sur del Mar Muerto y hallaron restos de vasijas y huellas de cementerios en ese sector; sin embargo no son atribuibles a las ciudades, ya que su data no corresponde a las fechas en que se considera, existieron dichas ciudades. La península de Lisan, formó parte del territorio moabita, proviene de uno de los descendientes de Lot.

En el caso de que las ciudades míticas esten basadas en algunas ciudades reales destruidas por causas naturales, se han planteado hipótesis al respecto. De las cuales se ha descartado que haya habido una erupción volcánica en los 4.000 años en esta zona, pero es posible que los pueblos hayan sido destruidos por un terremoto, especialmente si se hallaban sobre una falla importante, como la Falla del Valle del Jordán.

Véase también

Enlaces externos

SODOMA Y GOMORRA

Se asume generalmente que Sodoma fue juzgada y destruida por Dios debido al pecado
de homosexualidad que prevalecía en la ciudad. El mismo término “sodomía” se refiere a la
perversión sexual perpetrada por los hombres de Sodoma. Sin embargo, aunque este
terrible pecado era en verdad practicado por la gente de Sodoma y es condenado en la
Escritura como una abominación (Lev. 18:22), un acto de caos sexual, la verdad es que la
Biblia en ninguna parte le da a este pecado la preeminencia como la razón para la
destrucción de Sodoma y Gomorra. En Gén. 18:20-21 se nos dice nada más que “Jehová le
dijo: — Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra aumenta más y más y su pecado se
ha agravado en extremo, descenderé ahora y veré si han consumado su obra según el clamor
que ha llegado hasta mí.” Y en Gén. 21:13 se nos dice que Dios destruiría el lugar porque
“el clamor contra la gente de esta ciudad ha subido de punto delante de Jehová.” El hecho
de que los ángeles que Dios envió para evaluar la condición de Sodoma se encuentran
inmediatamente con la insaciable lujuria homosexual de los hombres de la ciudad se toma
como la razón para la destrucción de Sodoma. Esta es quizás una lectura entendible del
texto tomado en sí mismo. Pero como todos los textos de la Escritura, no debiese ser
tomado en sí mismo. Debemos interpretar la Escritura con la Escritura, y es cuando
hacemos esto que toda la historia lastimosa de Sodoma asume un nuevo significado.
En Romanos capítulo uno Pablo expone claramente el curso de la apostasía humana y
su inevitable conclusión. Nos dice allí que toda la realidad creada da testimonio de la gloria
de Dios. Pero los hombres se rehúsan a aceptar esto. Ellos niegan al Dios de la creación y
buscan encontrar el significado y el propósito de la vida en algún otro lugar. Pero el único
lugar al cual los hombres pueden volverse para encontrar tal significado además de Dios es
al mismo orden creado. Por tanto, elevan algún aspecto de este orden creado al nivel de
principio último de explicación. En otras palabras, colocan algún aspecto del orden creado
en el lugar de Dios y buscar explicar el significado y el propósito de la vida en términos de
aquello que toma el lugar de Dios. Esto es lo que la idolatría es. Importa poco si tal
idolatría es del tipo de superstición grosera, o de la clase más seudo intelectual como la
evolución, el principio básico es el mismo, a saber, la creencia de que la causa, el
significado y el propósito de todo el cosmos se ha de encontrar en el mismo orden creado.
Esto es así para todas las formas de paganismo lo mismo que para la filosofía y la ciencia
moderna, las cuales son apóstatas, puesto que los dioses de la antigüedad y de los mundos
paganos eran ellos mismos aspectos del cosmos mismo, el cual era considerado eterno. Por
cierto, los dioses que los paganos creían que habían dado forma al mundo se hallaban
bastante arriba en la cadena del ser, pero eran esencialmente todavía parte de la misma
sustancia, la misma realidad de la humanidad y de todas las otras cosas. Este mundo es todo
lo que hay. No hay un ser totalmente trascendente quien haya creado al cosmos de la nada.
Por lo tanto, el significado del cosmos ha de encontrarse en sí mismo.
Como resultado de esta idolatría, esta búsqueda de significado en el mismo orden
creado, en lugar de buscarlo en aquel que lo creó de la nada, los hombres se volvieron
necios y cambiaron la verdad de Dios por la mentira (Rom. 1:25). Por tanto, Dios entregó a
los hombres a su propio pecado, a sus propias pasiones degradadas, i.e. la lujuria por las
relaciones homosexuales (Rom. 1:26ss.).
Por tanto, el predominio del pecado homosexual en la sociedad no es la causa del juicio
de Dios sobre los hombres por su pecado. Más bien, es el juicio de Dios sobre los hombres
por su pecado. El mismo hecho de que la sociedad es afligida con este pecado de caos
sexual señala hacia el juicio de Dios sobre la sociedad por su idolatría y su apostasía. Las
prácticas homosexuales eran comunes en el mundo del paganismo de la antigüedad, y
parece que este patrón se repite dondequiera que la sociedad abraza la idolatría y la
apostasía. La ruina de la homosexualidad sobre la sociedad es el juicio de Dios contra los
hombres por su idolatría, una expresión de su ira, no lo que inicialmente provoca esa ira. La
cultura homosexualizada es el producto final de una sociedad que ha abandonado al Dios
de la Escritura y se ha vuelto a la idolatría con el propósito de encontrar el significado y el
propósito de la existencia, y es por tanto la consecuencia de que los hombres hayan sido
entregados a su pecado, a su propio deseo de ser libres de Dios y de Su voluntad para sus
vidas.
Si como Cristianos queremos ver a nuestra sociedad libre de la ruina del
homosexualismo, por lo tanto, debemos buscar entender las causas del juicio de Dios sobre
la nación. Nada más protestar por los males del homosexualismo no va a lograr nada
(aunque esto no significa que no debamos desaprobar, y declarar nuestra desaprobación, de
tal pecado.) Debemos buscar entender qué condujo a tal juicio a que visitara nuestra
sociedad. La causa va a encontrarse en la apostasía espiritual de la nación hacia Dios, no en
los bares de gays del inframundo homosexual. Y el remedio se encontrará en el
arrepentimiento de la nación por esa apostasía espiritual, no en la promulgación de leyes
que prohíban la actividad homosexual. Por supuesto esto no significa que no debamos tener
leyes que proscriban la actividad homosexual. Los actos homosexuales son crímenes en la
Biblia y nuestra propia legislación debiese reflejar este hecho. Pero simplemente renombrar
como crímenes los actos homosexuales sin buscar remediar la apostasía nacional que
condujo a Dios a que visitara con este terrible juicio nuestra sociedad no resolverá, por sí
solo, el problema. Debemos tomar seriamente el argumento de Pablo en el primer capítulo
de Romanos. El cerrar nuestros ojos a la verdad que allí expone no va a ayudarnos.
¿Qué luz puede arrojar la historia de Sodoma y Gomorra sobre nuestra situación?
Mucha, en realidad. Las Escrituras nos son dadas para que podamos aprender y entender la
voluntad de Dios para nuestras vidas y para nuestras sociedades y naciones, porque como
Jesús ordenó, hemos de discipular a todas las naciones para Cristo, i.e., enseñarles a vivir
en conformidad con la voluntad de Cristo tal y como se revela en su palabra, la Biblia. Esa
es nuestra Gran Comisión de parte de Cristo mismo (Mt. 28:18-20. cf. 5:17-20).
Entonces, ¿cuál fue la razón para la destrucción de Sodoma y Gomorra? ¿Cuál fue su
pecado? Ezequiel nos dice, de manera bastante explícita, que el pecado de Sodoma fue
cuádruple, a saber, soberbia, exceso, holgazanería y descuido del pobre y del necesitado
(Eze. 16:49). Y luego se le añade a esto que el pueblo de Sodoma era “altanero” (soberbio)
e “hicieron abominaciones” delante del Señor (v. 50). Además, se nos dice que los pecados
de Jerusalén eran más grandes que los de Sodoma y Gomorra, e Isaías compara a Jerusalén
con Sodoma, diciéndoles a los gobernantes de Jerusalén, “¡Príncipes de Sodoma, oíd la
palabra de Jehová! ¡Escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra!... Lavaos y
limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos, dejad de hacer lo
malo, aprended a hacer e bien, buscad el derecho, socorred al agraviado, haced justicia al
huérfano, amparad a la viuda.” (Is. 1:10, 16-17) – i.e., aseguraos de que prevalezca la
justicia y que el huérfano y la viuda no sean oprimidos en su aflicción. En estas Escrituras
los pecados de Jerusalén y los de Sodoma, con la cual se hace la comparación, no son
exclusivamente pecados sexuales, e.g., la perversión de la homosexualidad, sino los
pecados de la soberbia, el exceso, la holgazanería y la injusticia perpetrados en contra de
aquellos que en la sociedad son menos capaces de defenderse ellos mismos en contra de la
opresión, e.g., el pobre y el necesitado, los huérfanos y las viudas.
Ahora, está claro que la sociedad Occidental moderna, incluyendo Inglaterra, es afligida
con la plaga de la homosexualidad. Por lo tanto, la comparación con Sodoma es pertinente.
Pero la comparación no se limita a su pecado sexual. La soberbia y la arrogancia de la
sociedad Occidental moderna en su rechazo de Dios y de Su palabra, la satisfacción con la
cual confía en su propia sabiduría, y el desprecio ridiculizador que tiene por la ley de Dios,
– y tal desprecio y ridículo por la ley de Dios incluso se encuentra en la Iglesia – es tan
nefasto a la vista de Dios como la soberbia de Sodoma, por la cual fue destruida. El exceso
de pan, la saciedad, cuya referencia Ezequiel hace es explicado en el libro de Proverbios:
“Vanidad y mentira aparta de mí, y no me des pobreza ni riquezas, sino susténtame con el
pan necesario, no sea que, una vez saciado, te niegue y diga: «¿Quién es Jehová», o que,
siendo pobre, robe y blasfeme contra el nombre de mi Dios.” (Pr. 30:8-9). No hay nada
pecaminoso en las riquezas per se, y la prosperidad no es un pecado. En realidad Dios
prometió prosperidad a su pueblo si ellos obedecían su ley (Deut. 28). Se nos dice que el
Señor se complace en la prosperidad de su pueblo (Sal. 35:27). Pero el problema con el
pecaminoso corazón humano es que tiende a olvidar quién es el autor de esa prosperidad.
Los hombres se felicitan a sí mismos y rehúsan darle la gloria a Dios. Llegan a confiar en sí
mismos y creen que no tienen necesidad de volverse a Dios. ¿Qué ha hecho Dios por ellos?
Su propia diligencia les ha producido la abundancia que disfrutan. Es su trabajo duro lo que
les ha conducido a su prosperidad, no la gracia y el don de Dios. Y así, Dios es olvidado.
Los hombres confían en su propio poder. Ambos pecados, la soberbia y el exceso,
condenados por Ezequiel como pecados que trajeron el juicio de Dios sobre Sodoma, son
pecados característicos de la sociedad Occidental moderna. Por tanto, haríamos bien en
hacer caso a la lección que la historia de Sodoma provee.
El siguiente pecado mencionado por Ezequiel es la abundancia de ocio. En este punto
sería difícil y equivocado decir que este pecado es característico de la sociedad Occidental
en general, aunque sin duda es característico de algunos elementos dentro de la sociedad
Occidental (véase más abajo). La ética Protestante del trabajo ha tenido una influencia
significativa en las naciones Protestantes en este aspecto. Pero no ha sido retenido en su
forma original. En vez de ello, este ideal ha sido secularizado, vaciado de su significado
Cristiano, de manera que ahora existe más como un ídolo, un símbolo de ganancia
materialista para sus propios fines. En este sentido es parte integral de la cultura del exceso
que caracteriza a las modernas naciones Protestantes. Por ejemplo, el pueblo Británico que
tiene empleos, como un todo, trabaja bastante más que la mayoría de los otros Europeos.
De hecho, las largas horas de trabajo requeridas por muchas profesiones a conducido a
estas profesiones a ser llamadas “totalitarias” – y hay algo de verdad en esto porque ha sido
logrado a expensas de otras importantes instituciones sociales ordenadas por Dios, e.g., la
vida familiar. Pero la meta y el propósito del trabajo no es la gloria de Dios para la mayor
parte de la gente. Es el exceso de beneficios materiales, la búsqueda del ocio, liberada de
toda restricción por parte de la ley moral de Dios. El significado de la vida se reduce a la
mera satisfacción de los apetitos humanos: ¡ocio! El producto neto de la diligencia humana
no contribuye a la gloria de Dios y a la edificación de Su reino sobre la tierra. En lugar de
ello, contribuye a la cultura del exceso en la que la auto-satisfacción individual es exaltada
como el ideal humano más alto, el fin principal del hombre. En esta cultura auto-centrada
aquellas virtudes e instituciones sociales que son necesarias para la preservación y
mejoramiento de la sociedad humana en términos de la voluntad de Dios son olvidadas y
perdidas.
Tome, por ejemplo, el ideal Cristiano de la familia. Hoy en Gran Bretaña el ideal
tradicional de la familia se halla en la minoría. Ahora hay más familias sin niños y con un
solo padre que familias heterosexuales con dos padres. Se juzga que un matrimonio es
exitoso o no exitoso sobre la base de lo que cada cónyuge puede obtener de él. Si una parte
decide que el matrimonio ya no está ofreciéndole la mejor satisfacción a sus deseos y
necesidades, y se encuentra con alguien más que puede ofrecer más o hacerle más feliz, el
matrimonio puede ser disuelto fácilmente. En realidad, el matrimonio está siendo
abandonado totalmente por muchos como un vínculo obligatorio innecesario. La condición
de los niños traumatizados por la pérdida de uno de los padres cuando un matrimonio se
deshace es vista como un asunto secundario y así se justifica el divorcio con toda clase de
racionalizaciones engañosas. Pero las consecuencias generalmente son devastadoras y de
larga duración. Es mucho más difícil para los hijos de hogares quebrantados establecer
relaciones maritales exitosas y duraderas cuando se vuelven adultos que para aquellos que
han tenido un trasfondo de familia feliz y estable. Esto es en parte, al menos, lo que la
Escritura quiere dar a entender cuando dice que los pecados de los padres son visitados
sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación (Éxo. 34:7). Se necesitarán generaciones
para que nuestra sociedad escape de los efectos sociales destructivos de la cultura del
divorcio que ahora se está desarrollando en nuestra nación. Como resultado del abandono
de la familia estable la vida de la sociedad se ha vuelto disfuncional. El ideal Cristiano de
la familia es el fundamento de una sociedad bien ordenada. Si la familia se vuelve
disfuncional la sociedad como un todo se volverá disfuncional. Y esto es exactamente lo
que estamos viendo cada vez más.
Pero, ¿qué acerca del pecado de la indiferencia para con el pobre y el necesitado? De
todos los pecados enumerados por Ezequiel este es el que más provocó la ira de Dios en el
Antiguo Testamento. El pueblo de Israel es condenado por esto vez tras vez. El socorro
para el oprimido, la administración de la justicia debida al pobre y el cuidado del
necesitado eran más importantes para Dios, y por lo tanto constituían una expresión más
pura de la religión verdadera, que todos los sacrificios y ceremonias del culto del Templo
(Is. 1:11 – 17, cf. Santiago 1:27). Seguramente este pecado no puede ser imputado a la
moderna Inglaterra con su Estado de asistencia social de elevado costo. A los pobres se les
suministra más de lo adecuado en este sistema, ¿verdad?
Desdichadamente, la respuesta a esta pregunta no es tan simple. Pero existe también un
importante sentido en el que tal respuesta erraría el blanco y fallaría totalmente al no tomar
en cuenta los asuntos que la Biblia coloca delante de nosotros.
Se piensa tan a menudo que la asistencia social del Estado es el mejor método para
proveer justicia al pobre y al necesitado debido a que se asegura que haya un programa de
continua redistribución de la riqueza dirigido por el Estado. En Gran Bretaña en general se
cree que esta es la manera en que debiera comportarse una sociedad humanitaria, cómo se
le debiera proveer al pobre. Y muchos Cristianos creen que la redistribución Estatal de la
riqueza, i.e., la asistencia social Estatal, al menos en alguna forma, es en verdad la
aproximación más cercana a la misma encarnación del ideal Cristiano de cuidar al pobre y
al necesitado que se presenta en la Escritura como esencial para la práctica de la verdadera
religión.
Pero esta noción es precisamente la que quiero desafiar. La sociedad de beneficencia no
es una sociedad humanitaria. Es una sociedad que ha abdicado su responsabilidad de cuidar
al necesitado entregándola al Estado anónimo. Y el Estado de beneficencia simplemente no
funciona, no solo en el nivel de entregar ayuda real para el pobre, sino en la manera en la
que intenta entregar tal ayuda. En realidad, en la misma actividad de esta beneficencia
Estatal anónima la función del estado, a saber, la administración pública de la justicia, lo
que la Biblia llama hacer juicio, es comprometida, y el fracaso de los gobernantes en hacer
justicia es condenada tan severamente en la Escritura como la indiferencia al pobre. De
hecho, es el mismo fracaso en administrar justicia lo que es condenado en la Biblia como
opresión a los pobres. Tal injusticia, claro está, puede afectar a todas las clases en la
sociedad, pero aquellos que son menos capaces de defenderse contra ella son los pobres y
los necesitados, el huérfano y la viuda, i.e., aquellos sin poder económico. Para tales
personas la injusticia es también opresión porque no tienen medios para defenderse de ella.
La corrección de tal opresión, nos dice repetidamente la Biblia, es la búsqueda de la
justicia: “buscad el derecho, socorred al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la
viuda” (Is. 1:17). Pero en la Escritura al magistrado nunca se le da la responsabilidad de
establecer un Estado de asistencia social o de hacer andar programas de redistribución
forzada de la riqueza dentro de la sociedad. ¿Por qué? Porque tales prácticas son injustas, y
es justicia lo que la Biblia ordena. En otras palabras, dos errores no dan como resultado
algo correcto. No podemos negarle a una persona la justicia que le es debida en un intento
por asegurar la justicia debida a otra. Es la labor del Estado el hacer juicio, justicia, y es la
obra de la sociedad en general, individuos, familias y comunidades, cuidar de aquellos que
están genuinamente en necesidad. La responsabilidad del Estado de proveer justicia no
puede ser abandonada para usurpar las responsabilidades de los individuos y de las
familias, ni pueden las responsabilidades de los individuos y de las familias ser cedidas al
Estado.
Sin embargo, esto es precisamente lo que ha ocurrido en nuestro Estado socialista de
beneficencia. En este proceso la justicia ha sido impedida. Los culpables son puestos en
libertad para que sigan su reinado de terror y de violencia en la sociedad, la cual es tenida
como responsable por los males que los criminales hacen, mientras los inocentes son
continuamente oprimidos económicamente para que provean para los vagos. A la sociedad
se le alimenta constantemente con la mentira de que “la pobreza causa el crimen,” y este
mantra es considerado para justificar los continuos programas de redistribución de la
riqueza que constituyen la fraudulenta virtud conocida como “justicia social.” Pero tal
sistema no solamente falla en hacer justicia – i.e., lo que es correcto (en la Biblia justicia y
hacer lo correcto significan la misma cosa). Ni tampoco ayuda genuinamente a los pobres,
i.e., los pobres dignos. Solamente crea una subclase indolente que son capaces de vivir a
costillas del sudor de otros y a disfrutar de su estilo de vida de ocio y de irresponsabilidad
como un “derecho humano” porque es apoyado por una industria perversa y políticamente
correcta de derechos humanos financiada por sus víctimas, quienes pagan los impuestos. El
resultado es un tipo de perversa sociedad esclavista, pero una en la que todas las normas
usuales de esclavitud son colocadas sobre las cabezas de ellos. No son los gobernantes y las
clases medias quienes viven a expensas de la labor esclavizante de las clases más bajas sino
más bien las subclases son las que viven a expensas de los beneficios provistos por los
impuestos sobre aquellos que crean la riqueza en la sociedad. Aquellos que trabajan laboran
al menos dos días cada semana (posiblemente un poco más) para pagar los impuestos que
financian a las agencias del gobierno que le proveen a este cruel sistema los desembolsos
para la nueva clase ociosa en nuestra sociedad. La sugerencia de que a los improductivos
beneficiarios de este sistema se les debería poner a hacer algún trabajo en devolución por lo
que reciben haría subir la cólera de nuestra industria de derechos humanos financiada con
impuestos y políticamente correcta. Por lo tanto, en este sentido existe en nuestra sociedad
una medida significativa del pecado de ocio condenado por Ezequiel como una de las
causas de la destrucción de Sodoma. El Estado de asistencia social ha trastornado el
principio básico de la ética bíblica del trabajo, a saber que si un hombre no quiere trabajar,
que tampoco coma (2 Tes. 3:10).
El Estado de beneficencia se encuentra en el corazón de nuestra decadencia nacional.
No es nada más que el sistema de beneficencia dirigido por el Estado está experimentando
los efectos adversos de la des-Cristianización de nuestra cultura junto con otras
instituciones. El Estado de beneficencia es, en sí mismo, una causa sustancial del deterioro
de nuestra cultura, que es en lo medular un proceso de des-Cristianización de la sociedad.
No es la única causa. Pero es un factor mayor contribuyente en nuestra decadencia. Por
ejemplo, el Estado de asistencia social es responsable en gran medida por la decadencia del
ideal Cristiano de la vida familiar, por la pérdida de la responsabilidad de los padres para
con sus hijos, y particularmente por la pérdida del liderazgo del padre en su familia, la cual
ha sido transferida al anónimo Estado de beneficencia. Una vez más vemos aquí la pérdida
de aquellas virtudes que crean y sustentan la vida familiar porque se abandona la
responsabilidad entregándola al Estado. Tal abdicación de la responsabilidad no es la
característica – en lo absoluto – de una sociedad humanitaria. El Estado de asistencia social
es una expresión del deseo de un pueblo de deshacerse de las virtudes que caracterizan a
una sociedad humanitaria.
Además, el Estado de beneficencia tiene que ser financiado a través del sistema de
impuestos. El sistema tributario en la escala necesaria para mantener el Estado de
beneficencia confisca los recursos que la familia necesita para cuidar de sus propios
miembros adecuadamente, mucho menos cuidar de otros que necesitan ayuda. Tal sistema
saquea los recursos financieros de la familia en tal medida que la mayoría de las familias se
vuelven dependientes del Estado en alguna medida. Esto, en sí mismo, debilita la familia, la
cual es el fundamento de toda la estructura de la sociedad. De hecho hace obsoleta la
familia Cristiana. La familia es reemplazada por el siempre generoso Estado – generoso
para aquellos que dependen de él, es decir, no para aquellos que tienen que proveer fondos
a través de las facturas de impuestos para el estilo de vida irresponsable de aquellos que
dependen del Estado. Cada vez más el Estado toma el lugar de la familia. Las familias a
quienes se les imponen impuestos para pagar por todos los servicios que el Estado provee
desde una perspectiva supuestamente amoral y religiosamente neutral no son capaces de
proveer para aquellos que están en necesidad en términos de los principios bíblicos. (Por
supuesto que tal neutralidad es imposible y la supuesta amoralidad es inmoralidad desde la
perspectiva Cristiana – véase el abandono de la ética Cristiana en las esferas de la
educación y el cuidado de la salud, e.g., la cruzada para abolir la cláusula 28 en las escuelas
y el crecimiento de la industria del aborto en el Sistema Nacional de Salud [NHS, por sus
siglas en Inglés.])
La práctica de la fe Cristiana está íntimamente ligada con el cuidado al pobre y a la
sanidad del enfermo: “La religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es esta:
visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del
mundo” (Santiago 1:27). Se nos manda no solamente a predicar el evangelio del Reino sino
también a sanar a los enfermos (Mt. 10:7-8; Luc. 9:2, 10:9). Pero el cuidado por el pobre y
la sanidad de los enfermos que viola la voluntad de Dios para el individuo, la familia y la
sociedad en general no es realmente cuidado en lo absoluto, ni tampoco es sanidad. Es
idolatría, y la idolatría esclaviza a los hombres en lugar de liberarles. La beneficencia y la
atención en salud que estén despojadas de toda referencia a la voluntad de Dios para el
hombre es cruel en última instancia.
Entonces, ¿Cuál es la respuesta a esta situación? La ética Cristiana del trabajo debe ser
traída de regreso y vinculada a nuestro cuidado al pobre. La caridad Cristiana no debiese
estar divorciada de la ética Cristiana del trabajo. La separación de la caridad de la ética
Cristiana del trabajo es el legado de nuestro sistema impío de asistencia social Estatal, el
cual está, como resultado, sujeto al abuso masivo. La provisión de asistencia social,
educación, cuidado en salud, etc., en nuestra sociedad debe ser restaurada a aquellas
instituciones ordenadas por Dios responsables por estas cosas – la familia, el individuo y la
Iglesia, que pueden aplicar los principios Bíblicos necesarios para que estas esferas de la
vida funcionen de manera piadosa. La mejora de nuestra sociedad requiere la práctica de
las virtudes Cristianas. Tal cosa no es facilitada por el financiamiento y la organización de
asistencia social estatal. Más bien lo contrario es verdad. La asistencia social Estatal tiene
un efecto perjudicial sobre la práctica de las virtudes Cristianas y por lo tanto sobre la
práctica e influencia de la fe en la sociedad. Debemos comenzar reemplazando la
mentalidad de Estado de beneficencia con un entendimiento Cristiano de lo que significa
ser una sociedad humanitaria, i.e., con una perspectiva que liga el cuidado por los
necesitados con la ética Cristiana del trabajo, porque ambas son esenciales para el bienestar
del hombre. La ética Cristiana también debe ser restaurada en la práctica de la medicina.
Esto significa que no solamente debemos oponernos al aborto, a la eutanasia, etc., y que
sean declaradas prácticas ilegales, sino que el modelo de naturaleza humana que se utiliza
en el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades debiese ser un modelo Cristiano, que
deberíamos comenzar con un entendimiento del hombre como portador de la imagen de
Dios y como vicerregente y trabajar a partir de estos principios al buscar sanar a los
hombres. Estos desarrollos no ocurrirán en los programas impíos de asistencia social y de
atención en salud dirigidos por el moderno Estado secular. Por lo tanto, los Cristianos y las
Iglesias deben comenzar sus propios programas de asistencia social y cuidado en salud que
funcionen en términos de la ética Cristiana, un modelo Cristiano del hombre como ser
creado a imagen de Dios y un modelo Cristiano de orden social que Dios requiere de
nuestra sociedad.
El Estado de asistencia social no es un sistema de justicia, y por lo tanto no es
consistente con la realización de lo correcto. Es una negación de la justicia que Dios
demanda de los individuos y de la sociedad porque niega las responsabilidades requeridas
del individuo, la familia y la comunidad, haciendo así obsoleta la virtud. Así pues, en la
Iglesia, por ejemplo, la virtud ha sido reemplazada por la “piedad.” El buen Cristiano es el
que se comporta piadosamente, no el que practica las virtudes Cristianas, puesto que estas
en gran parte son obsoletas en nuestra sociedad. El Estado ha usurpado nuestra
responsabilidad de actuar virtuosamente. Este cuida de los pobres y necesitados a nombre
nuestro, provee educación para nuestros hijos y cuidado en salud para los enfermos, recoge
a los huérfanos y provee recursos para las viudas – todas las cuales fueron, en un tiempo,
funciones del individuo y de la familia, y donde estos eran incapaces de proveer, la Iglesia.
Pero eso fue cuando esta nación era una nación Cristiana. Ya no miramos más a Dios
buscando hacer estas cosas. El todopoderoso Estado ha tomado el lugar de Dios. Es nuestra
nueva religión. Nuestra idolatría es virtualmente completa. El Estado ha reclamado para sí
mismo una posición y una importancia en nuestras vidas y en la sociedad que pertenece
solamente a Dios. Pero a diferencia del Dios Cristiano, no puede entregar lo que promete.
El crecimiento del Estado ha ido de la mano con la decadencia de la fe Cristiana,
aumentando el colapso del orden en la sociedad y el crecimiento de la cultura de la
irresponsabilidad y del crimen descrito antes.
La cultura impía, indulgente, soberbia e inmoral en la cual vivimos es una moderna
Sodoma y Gomorra. Y el juicio de Dios ya se halla sobre nosotros. Nuestra sociedad ha
sido entregada a su propio pecado. La plaga de la homosexualidad es testimonio de ese
hecho. Es tiempo de que la Iglesia despierte a la realidad de la situación y enfrente la
apostasía espiritual que ha provocado que Dios derrame su ira sobre nuestra sociedad. ¿Qué
se necesitará para despertar a la Iglesia de este profundo sueño, para estampar sobre ella
una vez más el alto llamamiento de la Gran Comisión y las responsabilidades sociales y
políticas que esta comisión implica? No conozco la respuesta a esta pregunta. Pero
cualquiera que sea, probablemente será, dado el estado actual de nuestra nación, un duro
despertar. C&S


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