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Gil (Egidio) de Santarem, Beato |
Presbitero
Martirologio Romano: En Santarem, en Portugal, beato Gil de Santarem
o de Portugal, presbítero, que, docente de medicina en París,
abandonó la vida disoluta que llevaba y, tras ingresar en
la Orden de Predicadores, con lágrimas, oración y sacrificios, superó
todas las tentaciones. († 1265)
Fecha de beatificación: El Papa Benedicto
XIV aprobó su culto el 9 de mayo de 1748.
Gil nace en el
pueblo de Vaozela, diócesis de Viseo (Portugal) hacia el 1190,
siendo su padre el noble Rodrigo Pelagio Valladares.
Era ya profesor
de medicina en París cuando -según se cree- por una
intervención de la Virgen María abandonó su vida disoluta y
entró: en la Orden de Predicadores hacia el año 1224
junto con el venerable MO fray Humberto de Romans.
Tuvo una
gran familiaridad con el beato Jordán de Sajonia siendo ya
Maestro de la Orden. De él habla abundantemente fray Gerardo
de Frachet en Las Vidas de los frailes (parte IV,
c. 3 y 16; parte V, c. 3, n. 7).
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fuente: «Vidas de los santos», Alban Butler
Uno de los más
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Gil (Egidio) de Santarem, Beato |
íntimos consejeros del rey de Portugal Sancho el Grande, fue
Rodrigues de Vagliaditos, gobernador de Coimbra. De los hijos del
gobernador, el tercero, llamado Gil o Egidio, fue destinado por
su padre al servicio de la Iglesia. Gil estudió en
Coimbra, donde se distinguió mucho por su brillante inteligencia.
El
rey le concedió una canonjía y otros beneficios. Pero el
joven se interesaba más por las ciencias experimentales que por
la teología y decidió estudiar medicina en París. Poco después
de emprender el viaje, le alcanzó por el camino un
forastero (el beato pensaba más tarde que era el demonio
en persona), quien le invitó a ir a Toledo en
vez de proseguir el viaje a Francia. Gil se quedó,
pues, en Toledo, donde no sólo estudió alquimia y física,
sino que se interesó también por las artes de magia.
Según parece, se entregó ahí a todos los vicios y
llegó incluso a hacer un pacto con el diablo, firmado
con su propia sangre. Siete años después, pasó a París,
donde practicó la medicina con gran éxito. Pero la voz
de su conciencia empezó, por fin, a hacerse oir. Una
noche Gil tuvo un sueño en el que un espectro
gigantesco le gritó: «¡Cambia de vida!» «¡Cambiaré de vida!», exclamó
Gil al despertar. Y cumplió su palabra, ya que al
punto quemó los libros de magia, destruyó los frascos de
ungüentos y emprendió, a pie, el viaje a Portugal.
Con
los pies ensangrentados y medio muerto de fatiga, llegó al
fin a la ciudad de Valencia, donde los dominicos le
recibieron hospitalariamente. Gil aprovechó la ocasión para confesarse. Poco después,
tomó el hábito. El resto de su vida fue de
lo más edificante. Naturalmente, no le faltaron ataques del demonio
y el recuerdo del pacto que había hecho con él
le hacía temer mucho por su salvación; pero, con la
gracia de Dios, perseveró en la oración y la mortificación.
Siete años después, tuvo una visión en la que Nuestra
Señora le devolvió el pacto que había firmado con su
sangre y, a partir de entonces, vivió en paz. Poco
después de su profesión, los superiores le enviaron a la
ciudad portuguesa de Santarem. Más tarde, estuvo en un convento
de París, donde se hizo muy amigo de Humberto de
Romans, futuro maestro general de la Orden de Predicadores. Fue
elegido provincial de su orden en Portugal, pero su avanzada
edad le obligó a renunciar pronto a ese cargo. Pasó
sus últimos años en Santarem, donde Dios le favoreció con
frecuentes éxtasis y con el don de profecía.
Vuelto a su
patria se dedicó a la predicación con gran asiduidad, llevando
una vida ejemplar con lo que atrajo a muchos, especialmente
a los más descarriados, al camino de la salvación. Fue
prior provincial de la provincia de España dos veces entre
los años 1233-1249. Al momento de su muerte pidió ser
revestido de cilicio y puesto sobre el pavimento y así
dirigió a los frailes palabras de mucho consuelo.
Murió en el
convento de Santarem el 14 de mayo día de la
Ascensión, del 1265.
Sus reliquias se encuentran hoy en San Martino
do Porto, cerca de Lisboa, en una casa particular. Su
culto muy popular y extendido desde el primer momento fue
confirmado por Benedicto XIV el 9 de mayo de 1748.
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