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Josefa Stenmanns, Beata |
Co-Fundadora de la Congregación de Misioneras Siervas del Espíritu Santo
Nació el
28 de mayo de 1852 en Issum, en la Baja
Renania (Alemania). Era la mayor de siete hermanos. Ya desde
su infancia mostró gran preocupación por los pobres y por
los que sufren, a quienes visitaba con su madre. También
cuidaba con responsabilidad a sus hermanos menores. Cuando dejó la
escuela, contribuyó a los ingresos familiares con su trabajo como
tejedora de seda. Ya en su juventud comenzaron a manifestarse
las cualidades que la caracterizarían: su naturaleza maternal y jovial,
la amabilidad y la compasión. Siempre buscaba a los enfermos
y necesitados, y la gente se dirigía a ella en
busca de consejo para resolver sus problemas. Sin que ella
misma lo supiera, Dios estaba preparando el carácter y los
talentos que necesitaría para sus futuras tareas.
A los 19 años
entró a formar parte de la Tercera Orden de San
Francisco. En ese suelo fértil desarrolló una gran sencillez, tanto
en la oración como en su trato con los demás,
además de la confianza en Dios y su capacidad de
entrega total. Su deseo de consagrarse a Dios fue creciendo
en la medida en que absorbía el espíritu de san
Francisco, pero la Kulturkampf («lucha por la cultura»), que implicaba
una serie de leyes anticatólicas y que por entonces reinaba
en Alemania, hacía imposible la vida religiosa. A esto se
sumó la promesa que hizo a su madre agonizante de
ocuparse de sus hermanos menores. La idea de la vida
religiosa parecía cada vez más imposible.
Algunos años más tarde, a
través de un aprendiz de su padre, Hendrina encontró el
camino que la llevaría a Steyl y a pedirle al
fundador de la Sociedad del Verbo Divino, Arnoldo Janssen, que
la aceptara en la Casa Misional como Ayudante de cocina.
Su intención profunda era apoyar la causa misionera con su
trabajo en la cocina. Cuando llegó a Steyl tenía casi
32 años de edad. La carta a Arnoldo Janssen era
una expresión de su espiritualidad y de su profundo deseo
dedicarse totalmente a la tarea misional. No tenía grandes planes.
Simplemente llevaba a cabo lo que reconocía como la voluntad
de Dios en cada momento.
Su decisión de vivir en la
Casa Misional como ayudante de cocina implicaba para ella, al
igual que para su compañera Elena, descender hasta el nivel
más bajo de la escala social. Así comenzó una vida
de duro trabajo y de renuncias que duraría cinco años,
mientras esperaba el momento de la fundación femenina. El 8
de diciembre de 1889, ella y un pequeño grupo de
compañeras comenzaron su postulantado. Era la piedra fundamental de la
nueva congregación, las Siervas del Espíritu Santo. Luego siguió el
noviciado y los primeros votos, emitidos en marzo de 1894,
con los que Hendrina recibió el nombre de Josefa.
La ahora
hermana Josefa era responsable de dirigir los aspectos prácticos de
la casa. Más tarde se convertiría en maestra de postulantes.
Se caracterizó por su gran comprensión de la naturaleza humana
y mostró su capacidad para introducir a las jóvenes en
la vida religiosa con sabiduría y empatía. Luego el convento
se abriría para retiros de mujeres, un apostolado que implicaba
trabajo extra para las hermanas. Pronto se agregarían el estudio
de idiomas y un curso de capacitación docente.
A la hermana
Josefa se la conocía sobre todo por su amor a
la oración. En medio de sus múltiples tareas, progresaba cada
vez más en el. silencio interior y la verdadera contemplación.
El rosario y ciertas jaculatorias, como la invocación «¡Ven, Espíritu
Santo!», la llevaban a la presencia interior de Dios en
su corazón.
Cuando la hermana María Elena pasó a la rama
de clausura, Siervas del Espíritu Santo de Adoración Perpetua, la
hermana Josefa asumió la dirección de la comunidad de las
hermanas misioneras. A pesar del peso de las tareas y
las exigencias de una comunidad grande y joven, no se
perdió en el activismo. En lo profundo de su corazón
permanecía en unión con Dios y supo mantener la paz
interior.
Los últimos meses de la vida de la hermana Josefa
estuvieron marcados por una grave y dolorosa enfermedad. Ya en
su lecho de muerte, en medio de un ataque de
asma, entregó su testamento espiritual a las hermanas: cada respiro
de una Sierva del Espíritu Santo debía decir «¡Ven, Espíritu
Santo!».
Murió en Stevl el 20 de mayo de 1903.
Fue beatificada
el 29 de Junio del 2008 en el pontificado de
S.S. Benedicto XVI.
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