martes, 15 de mayo de 2012

La promesa del Espíritu Santo


Juan 16, 5-11. Pascua. Él está con nosotros siempre, aunque no lo veamos físicamente.
 
 La promesa del Espíritu Santo
Del santo Evangelio según san Juan 16, 5-11


Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Dónde vas?" Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado.

Oración introductoria

¡Ven, Espíritu Santo! Ayúdame a estar abierto a tus inspiraciones, a conservar en mi corazón la alegría de saberme amado por Ti para que, con gran confianza, siga con prontitud y docilidad lo que hoy quieras pedirme.

Petición

¡Ven Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y enciende en ellas el fuego de tu amor!

Meditación del Papa

La historia de la salvación, que culmina en la encarnación de Jesús y tiene su pleno cumplimiento en el misterio pascual, es una revelación conmovedora de la misericordia de Dios. En el Hijo se hace visible el "Padre de las misericordias" que, siempre fiel a su paternidad, "es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado". La misericordia divina no consiste sólo en la remisión de nuestros pecados; consiste también en que Dios, nuestro Padre, a veces con dolor, tristeza o miedo por nuestra parte, nos devuelve al camino de la verdad y de la luz, porque no quiere que nos perdamos. Esta doble manifestación de la misericordia de Dios muestra lo fiel que es Dios a la alianza sellada con todo cristiano en el bautismo. Al releer la historia personal de cada uno y la de la evangelización de nuestros países, podemos decir con el salmista: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor" Benedicto XVI, 18 de noviembre de 2011.

Reflexión

Siempre las horas más tristes tienen que ser las de la despedida, no de aquellas en las que se dice sencillamente "hasta luego", sino las que comprenden en su totalidad el significado del "adiós". En esos momentos nos asaltan las lágrimas de los ojos y no sabemos qué decir. La tristeza nos invade, y todo queda cubierto por la niebla.

Así era como se sentían los discípulos en las horas del adiós al Maestro. Para ellos parecía el adiós definitivo, mientras que para Él sólo era un hasta pronto. Además sabe que la tristeza de los discípulos se volverá en alegría, cuando Él regrese. También nos promete un Consolador, aquél que nos ayudará a entender lo que nuestra pobre inteligencia no alcanza en esta vida.

Por eso no desesperemos en la tristeza de ver que Cristo no está entre nosotros. Él está, aunque no físicamente, pero sí espiritualmente. Él vendrá en el tiempo señalado, y quiere encontrarnos en vela para entrar con Él en su Reino.

Pidamos a Dios que nos dé la gracia de vivir siempre esperando a Cristo, no con cara llena de tristeza, sino con rostros de resucitados.

Propósito

Programar mi siguiente confesión para celebrar plenamente la fiesta de Pentecostés.

Diálogo con Cristo

Espíritu Santo, Tú eres el guía y el artífice de la santidad, por eso te ofrezco en esta oración todo mi ser, ven hacer en mí tu morada, dame la gracia para acoger tus inspiraciones, sin límite ni reserva alguna, con humildad y celo por hacerlas fructificar, por el bien de los demás. 
 
 martes 15 Mayo 2012
Martes de la sexta semana de Pascua

San Isidro Labrador



Leer el comentario del Evangelio por
San Bernardo : «Os conviene que me vaya»

Lecturas

Hechos 16,22-34.


La multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y ordenaron que los azotaran.
Después de haberlos golpeado despiadadamente, los encerraron en la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con mucho cuidado.
Habiendo recibido esta orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo.
Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban las alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban.
De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.
El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver abiertas las puertas de la prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían escapado.
Pero Pablo le gritó: "No te hagas ningún mal, estamos todos aquí".
El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas.
Luego los hizo salir y les preguntó: "Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?".
Ellos le respondieron: "Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia".
En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia.
Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios.


Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.7c-8.


Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo,
y daré gracias a tu Nombre
por tu amor y tu fidelidad,
porque tu promesa ha superado tu renombre.



Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.

Tu derecha me salva.
El Señor lo hará todo por mí.
Tu amor es eterno, Señor,
¡no abandones la obra de tus manos!



Juan 16,5-11.


Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'.
Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí.
La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
3º sermón de Pentecostés

«Os conviene que me vaya»

Él cubrió con su sombra a la Virgen(Lc 1,35) y, el día de
Pentecostés, confortó a los apóstoles; preparó un acceso a la divinidad en
un cuerpo virginal, y revistió a los apóstoles con una fuerza venida de lo
alto(Lc 24,49), es decir, con su ferviente caridad. El coro de los
apóstoles se vistió esa coraza como un gigante para tomar venganza de los
pueblos y aplicar el castigo a los paganos, sujetando a los reyes con
argollas y a los nobles con esposas de hierro. Como se trataba de meterse
en casa de un hombre fuerte y deshacer todo su ajuar, era necesario ser más
fuerte que él. Triunfar de la muerte y no sucumbir ante el poder del
infierno les era totalmente imposible: únicamente vencerían llenos de «un
amor fuerte como la muerte» (Mt 16,18; Ct 8,6) y de una pasión tan cruel
como el abismo. Este es el celo que los devoraba cuando la gente los creía
borrachos. Es cierto que estaban bebidos, pero no de un vino ordinario.
Estaban ebrios, repito, pero del vino nuevo que los odres viejos no merecen
ni pueden contener. Este vino es fruto de la «vid celestial», un vino que
alegra el corazón y no trastorna la mente; un vino que desarrolla a los
jóvenes y no extravía a los hombres inteligentes. Un vino desconocido para
los habitantes de la tierra. En el cielo siempre había sido abundante...
Por todas las calles y plazas de la ciudad corría ese vino que llena de
alegría el corazón(Jn 15,1; Sal. 103,15)... Así, pues, el cielo
saborea un vino especial que la tierra todavía no ha probado. Y era tal su
ignorancia que tampoco se deleitaba en la humanidad de Cristo, cuya
presencia ansiaba el cielo. ¿Cómo no iban a hacer, pues, el cielo y la
tierra, los ángeles y apóstoles un negocio tan honesto como provechoso para
ellos? Aquellos piden la humanidad de Cristo, estos el vino del cielo; que
el Espíritu venga a la tierra y la carne suba al cielo, y en adelante todo
sea común para todos. Jesús había dicho: si no me voy, no vendrá vuestro
Defensor. Que quiere decir: Si no dais eso que tanto amáis, no tendréis lo
que deseáis. Os conviene que yo me vaya, para trasladaros a vosotros de la
tierra al cielo y de la carne al espíritu. El Hijo es espíritu, el Padre es
espíritu, y el Espíritu Santo es espíritu. Recordemos la Escritura: Cristo,
el Señor, es un espíritu que está siempre con nosotros. Y el Padre, por ser
espíritu, quiere que se le adore en espíritu y de verdad. (Jn 4,23-24).
 
 

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