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Manuel Gómez González, Beato |
Sacerdote y Mártir
Nació el 29 de mayo de 1877 en
As Neves (cerca de Tuy, provincia de Pontevedra, España). Al
día siguiente fue bautizado en la iglesia parroquial. Era el
hijo primogénito de José Gómez Rodríguez y Josefa González Durán.
Recibió la confirmación el 20 de septiembre de 1878.
Después
de los estudios de primaria en su pueblo natal, entró
en el seminario menor diocesano de San Pelayo, en Tuy.
Luego pasó al seminario mayor, donde hizo los estudios de
filosofía y teología. Recibió la ordenación sacerdotal el 24 de
mayo de 1902.
Durante el breve período de tiempo que
permaneció en su diócesis, ejerció el ministerio sacerdotal como coadjutor
en la parroquia de As Neves, pero en 1905, con
los debidos permisos, se incardinó en la vecina archidiócesis de
Braga (Portugal). Allí, su primer cargo fue el de párroco
de Nossa Senhora di Extremo, en Valdevez (1906-1911). Luego fue
trasladado a las parroquias de Taias y Barroças, en Monsão,
donde estuvo hasta 1913 cuando, a causa de la persecución
religiosa en Portugal, le permitieron partir para Brasil.
En este
nuevo destino, después de una breve estancia en Río de
Janeiro, monseñor Miguel de Lima Valverde, lo acogió en la
diócesis de Santa María (Rio Grande do Sul). Cuando el
párroco de Saudade, João Antônio Faria, también él de la
archidiócesis de Braga, tuvo que volver a Portugal por enfermedad
de su padre, don Manuel lo sustituyó durante varios meses;
al regresar don João, le ayudó como coadjutor hasta que,
a fines del año 1915, el obispo nombró al padre
Manuel párroco de Nonoai.
En su parroquia, que tenía una
extensión inmensa, promovió y organizó la catequesis; impulsó la participación
de los fieles en las santas misas y en los
sacramentos. Con tenacidad y gran celo apostólico logró vencer
la indiferencia de mucha gente; asimismo, contribuyó a mejorar la
calidad de vida de los fieles.
Allí llevó a cabo
una labor pastoral tan intensa que en ocho años cambió
el rostro de la parroquia, cuidando también de los indios.
Recorrió a lo largo y a lo ancho el territorio
de su vasta parroquia, fundando pequeñas comunidades. Dado que no
había escuelas en aquellos lugares, abrió una en su propia
casa; en ella enseñaba gratuitamente a niños y adolescentes. Además,
como había gran carestía de todo, con espíritu de iniciativa,
construyó un horno para la fabricación de ladrillos; así pudo
edificar la casa parroquial y viviendas para la población, que
destinó a los más pobres, los cuales no necesitaban pagar
alquiler. Restauró la iglesia y se esforzó por fomentar el
cultivo de arroz y patatas.
Como atestiguan quienes le conocieron,
era un sacerdote alegre y caritativo. Sufría con los que
sufrían. Hacía siempre el bien. Sepultaba a los muertos y
ayudaba a las viudas.
Carmelinda Daronch Socal, hermana del acólito
Adílio, muerto mártir con don Manuel, atestiguó: "Era muy
amable y respetado por todos. Era considerado la persona más
importante del lugar. Aconsejaba a las personas. Era caritativo. Poseía
un carisma muy especial. Don Manuel enseñaba a orar, a
leer y a escribir. Sus misas eran muy hermosas. Yo
participaba siempre en las celebraciones con mi familia".
Otra hermana
de Adílio, Zolmira, también da un testimonio de su admiración
por el santo párroco: "Don Manuel era una persona
muy amiga de mi familia. Él y mi padre dialogaban
con frecuencia. Fue él quien me dio la primera Comunión.
Todos los parroquianos lo admiraban porque era una de las
pocas personas que se preocupaba de la gente e instruía
a los fieles. Don Manuel era simpático, amable, humilde; tenía
buenas relaciones con todos. Era un hombre trabajador, recorría todos
los lugares a lomos de su asno".
En varias ocasiones
debió ocuparse incluso de la vecina parroquia de Palmeiras das
Missões, en calidad de administrador, en la región de Colônia
Militar, cerca del río Uruguay, en las inmediaciones de la
frontera con Argentina. Fue precisamente en el territorio de esta
segunda parroquia encomendada a su cuidado pastoral donde sufrió el
martirio.
En el mes de mayo de 1924, el obispo
de Santa María, monseñor Àtico Eusébio da Rocha, le pidió
que fuera a visitar a un grupo de colonos brasileños
de origen alemán instalados en la floresta de Três Passos.
El padre Manuel celebró la Semana santa en la parroquia
de Nonoai; luego emprendió el viaje, acompañado del joven Adílio,
sin preocuparse de los peligros de esa región, sacudida por
movimientos revolucionarios.
La primera etapa fue Palmeiras das Missões —distante
80 km—, donde administró los sacramentos. Prosiguió después su viaje
hasta Braga y, luego, a Colônia Militar donde, el 20
de mayo de 1924, celebró por última vez la santa
misa.
Los fieles indígenas avisaron al sacerdote del peligro que
correría si penetraba en la floresta, pero él no les
hizo caso, porque ardía en deseos de llevarles la gracia
divina.
Al llegar a un emporio, en busca de informaciones
sobre cómo llegar a los colonos de Três Passos, se
encontraron con algunos militares que, amablemente, se ofrecieron para acompañarlos.
En verdad, se trataba de una emboscada organizada premeditadamente. El
padre Manuel y su fiel monaguillo Adílio, que entonces sólo
tenía dieciséis años, en realidad fueron llevados a
una zona remota de la floresta, donde los esperaban
los jefes militares para asesinarlos.
Un testigo narra:
"No había pasado media hora cuando repentinamente se escucharon
varios disparos procedentes del bosque, a poca distancia de donde
nos encontrábamos. Eran las nueve de la mañana del miércoles
21 de mayo de 1924. Nos preguntábamos a qué habían
disparado los soldados. Luego, cuando, media hora después, volvieron los
militares, nadie se atrevía a decir nada, por miedo a
los revolucionarios, y menos a ir al bosque a averiguar
lo que había pasado. Podía haber sucedido cualquier cosa.
Al
día siguiente, jueves, por la tarde, aparecieron dos asnos sin
aparejos, comiendo. El campesino del lugar, al no conocerlos, los
echó de allí; por la tarde, llegaron a la tierra
del señor Diesel, el cual reconoció que eran los asnos
del sacerdote y del muchacho. Sin perder un instante, montó
a caballo y fue de prisa hasta la capilla católica
de Três Passos. Al llegar, preguntó: ¿Ha llegado el
padre Manuel para celebrar la misa? Le respondieron que no.
Entonces dedujeron que los habían matado en la floresta de
Feijão Miúdo".
Efectivamente, don Manuel Gómez González y Adílio Daronch,
en un altozano, habían sido maltratados, y luego atados a
dos árboles y fusilados, muriendo así por odio a la
fe cristiana y a la Iglesia católica.
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