jueves, 3 de mayo de 2012

María Catalina Troiani, Beata


Fundadora, Mayo 6
 
María Catalina Troiani, Beata
María Catalina Troiani, Beata

Fundadora de la Congregación de las Franciscanas Misioneras

Martirologio Romano: En El Cairo, en Egipto, beata María Catalina Troiani, virgen de la Tercera Orden de San Francisco, que desde Italia fue enviada a Egipto, en donde fundó una nueva familia de Hermanas Franciscanas Misioneras (1887).

Etimológicamente: María = Aquella señora bella que nos guía, es de origen hebreo.

Etimológicamente: Catalina = Aquella que es pura y casta, es de origen griego.
A nuestra María Catalina se la llama también con frecuencia simplemente Catalina, y a veces María Catalina de Santa Rosa de Viterbo, que es el nombre completo que tomó al ingresar en religión; de seglar se llamaba Constanza Troiani.

Nació en Giuliano di Roma, provincia de Frosinone, en el Lacio, un centenar de Km. hacia el sur de la capital de Italia, el 19 de enero de 1813. Fue la cuarta de cinco hermanos, el segundo de los cuales llegó a ser sacerdote y los otros tres murieron a edad temprana. Sus padres, de posición desahogada, fueron Tomás Troiani y Teresa Panici Cantoni. Constanza pasó feliz en el hogar paterno los 6 primeros años de su vida, pero su madre falleció en 1819, y su padre se vio en la necesidad de confiarla, para su educación, a las religiosas que tenían un colegio pensionado en el convento de Santa Clara de la Caridad situado en Ferentino (Frosinone). Esta comunidad observaba unas constituciones inspiradas en la Regla de Santa Clara, guardaba clausura episcopal y se dedicaba a la educación y enseñanza de niñas. Inteligente, sensible, vivaracha, era a la vez obediente, y en el silencio y con aplicación iba desarrollando su personalidad humana y espiritual. Llegó el momento en que algunos familiares suyos le propusieron volver a su puesto en la vida social. Pero ella rehusó tales propuestas porque pronto sintió la vocación al claustro, y de hecho el 8 de diciembre de 1829, a la edad de 16 años, vistió el hábito franciscano allí mismo. Al año siguiente fue admitida a la profesión religiosa, y Constanza tomó el nombre de Sor María Catalina de Santa Rosa de Viterbo. Se le confió enseguida el cargo de enseñante en la escuela y luego el de vicemaestra de las educandas, además de otros varios oficios en el seno de la comunidad religiosa. Escribió entonces la crónica de su monasterio desde que se fundara en 1803.

Desde aquel tiempo se sintió fuertemente atraída por la contemplación de Jesús crucificado, por el amor a la penitencia y a la vida oculta imitando la de Cristo en Nazaret: «Quiero ser siempre la última en la casa de Dios, que eso es lo mejor para una religiosa», escribe el día de su profesión, a lo que añade: «Me acostumbraré a ofrecer cada acción antes de emprenderla y a vivir sin pausa en presencia de Dios, esforzándome en ser cada día mejor que el anterior». Su trato íntimo con el Señor fue progresando, y a veces se la oía exclamar: «¡Oh Jesús, dame el fuego de tu amor para que pueda consumirme por ti!» Se complacía en decir: «Penetremos en el interior del Corazón de Jesús: allí se está bien, y nadie puede hacernos daño».

El año 1835, cuando contaba 22 años de edad, se sintió fuertemente llamada a trabajar en las misiones extranjeras, pero tuvo que esperar muchos años, unos 24, para poder llevar a cabo esa vocación. Mientras tanto se dedicó a la animación misional entre sus compañeras. Y tan acertadamente lo hizo, que florecieron en su monasterio las vocaciones misioneras. En efecto, cuando el Vicario apostólico de Egipto, el franciscano Mons. Perpetuo Guasco, siguiendo la sugerencia que le hizo la misma Sor María Catalina por medio de su confesor que había ido a Egipto por motivo de predicación, propuso a las monjas de Santa Clara de Ferentino, que ya eran de clausura, la apertura de una casa en Egipto para la educación de niñas, especialmente pobres, de cualquier color, nación y religión, las encontró prontas para secundar el proyecto. Y así, el obispo de Ferentino, con la aprobación de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, envió un grupo de seis clarisas misioneras que, presididas por la madre M. Luisa Castelli y animadas por sor María Catalina, llegaron a El Cairo el 14 de septiembre de 1859. Durante el viaje, cuando hicieron escala en Malta, se enteraron de que había fallecido repentinamente Mons. Guasco, que era quien las había invitado a establecerse en Egipto. Este suceso provocó dudas en las monjas viajeras, pero Sor María Catalina las hizo reflexionar diciéndoles: «Nos hemos puesto en camino para responder no al deseo de un prelado, sino a la llamada de Dios».

De inmediato ocuparon la casa misión de Clot-Bey que se les había preparado en El Cairo Nuevo, aunque su primer trabajo lo desarrollaron en la iglesia católica de Muski que regían los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Muy pronto la superiora que había guiado al grupo de misioneras hasta Egipto cayó gravemente enferma, y Sor María Catalina tuvo que ponerse al frente de las obras que habían emprendido. Luego, en 1863, fue elegida superiora de la casa misión.

La comunidad de Santa Clara de Ferentino se transformó en 1842 en monasterio, aceptando la clausura, y, aunque en 1859 había organizado la primera expedición de religiosas a Egipto, en 1865 decidió renunciar a aquella misión tan distante dadas las nuevas circunstancias y las dificultades surgidas. A ello contribuyó el hecho de que el delegado apostólico que sucedió a Mons. Guasco redactó unas constituciones nuevas para las misioneras, que debían sustituir a las que ellas habían traído de Ferentino, lo que no fue del agrado del obispo de esta ciudad ni de las monjas del monasterio de Santa Clara. Así sucedió que, buscando todos el mayor bien, surgió un conflicto entre autoridades y proyectos. En consecuencia, Sor María Catalina y sus hermanas tuvieron que afrontar la alternativa en que al fin las puso la comunidad de Ferentino: abandonar las obras emprendidas y regresar a la casa madre, o independizarse de ésta. Fue un trance muy triste y doloroso para las misioneras. Sor María Catalina y las demás religiosas decidieron permanecer en Egipto, separándose con dolor de su casa de origen. En 1868, después de los acuerdos alcanzados entre las autoridades afectadas, la Orden de Hermanos Menores y la Congregación de Propaganda Fide, mediante decreto pontificio, la misión de Clot-Bey (El Cairo, Egipto) quedó constituida como instituto autónomo, del que fue reconocida como fundadora y nombrada superiora general la Beata María Catalina, la cual fue confirmada en su cargo en el primer capítulo general, celebrado en 1877, y después de nuevo en 1883. El nuevo instituto adoptó desde el primer momento la Regla de la Tercera Orden Franciscana, aprobada por León X para los terciarios regulares (TOR), con unas constituciones adaptadas a la situación misionera del mismo, que fueron aprobadas en 1876. De este modo nació una nueva congregación de derecho pontificio, la de las Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María, hasta 1950 llamadas Franciscanas Misioneras de Egipto, que en 1897 fue agregada a la Orden Franciscana (O.F.M.).

A las obras y actividades iniciales, la madre María Catalina fue añadiendo otras nuevas como respuesta a las muchas necesidades con que se encontraba en la población y particularmente en la infancia de aquel país. Su celo apostólico y su caridad se desarrollaron especialmente en dos obras misionales y sociales: la una, iniciada en 1860 en colaboración con dos sacerdotes, Olivieri y Versi, empeñados en la lucha contra la esclavitud, y destinada a rescatar y educar a las niñas negras esclavas, y la otra, iniciada en 1872, dedicada a recoger a los expósitos, recién nacidos abandonados. Las niñas pequeñas abandonadas al nacer o destinadas a los harenes turcos eran buscadas o acogidas, incluso pagando rescate por ellas. Para las niñas que gozaban de buena salud buscaba nodrizas que las criaran, y más tarde las confiaba a familias adoptivas. Con todo, eran muchas las pequeñas que estaban exánimes y pronto fallecían. Las niñas y las gentes, conmovidas por su bondad y entrega, la llamaban cariñosamente "Mamá Blanca". Con estas obras la madre María Catalina se insertó en lo más vivo de la lucha por el rescate y redención de los esclavos y por la dignificación de la mujer, uniéndose a los grandes líderes anti esclavistas de aquel tiempo como Olivieri, Versi, Daniel Comboni y el franciscano Ludovico de Casoria.

En 1882, cuando la Beata estaba proyectando la apertura de nuevas casas, estalló la guerra angloturca. El consulado italiano pidió a las religiosas que salieran del país porque no podía garantizar su seguridad. La Madre y las hermanas tienen que marcharse a Roma; pero, tan pronto como se restablece la paz en Egipto, vuelven a su casa y misión, que permanece intacta, y reanudan su labor misionera y social. De nuevo son incontables las niñas y jóvenes que llenan sus aulas y sus centros de acogida. Pero en 1883 se extiende la epidemia del cólera, y las víctimas son incontables; las religiosas, a las que no falta el ejemplo y las palabras de aliento de la madre María Catalina, no abandonan sus puestos de trabajo sino que se multiplican en sus tareas para asistir a los apestados aun exponiendo las propias vidas.

Durante sus 28 años de actividad misionera, la madre María Catalina abrió, con la colaboración de las autoridades y la ayuda de las personas a las que tendió la mano, numerosas casas en Egipto, en Jerusalén, en Malta, en Italia. Ella procedía de un ambiente de fuerte espiritualidad franciscana, e imprimió esa espiritualidad en su propia vida y en todas sus obras.

El 10 de abril de 1887, víspera de Pascua, la Madre Troiani, enferma y agotada, tiene que meterse en cama, sin esperanza de recuperación porque su organismo está exhausto. Y el 6 de mayo de 1887, después de haber recibido por última vez la Eucaristía, fallece plácidamente en Clot-Bey, a los 74 años de edad. Al día siguiente, sus funerales se trasformaron en una solemne celebración con la presencia de cristianos y de musulmanes y entre el llanto especialmente de tantas mujeres beneficiarias de su obra, todos los cuales querían rendir un último homenaje a aquella apóstol de la caridad. Fue enterrada de momento en el cementerio latino de El Cairo, pero sus restos mortales fueron luego trasladados a la capilla de Clot-Bey, y en 1967 a Roma, y se veneran en la iglesia de la casa general del Instituto, dedicada al Corazón Inmaculado de María. «Tenemos dos vidas -había escrito-, la presente y la futura. La primera está hecha de luchas, la segunda es el final de todas ellas, la recompensa y la corona. La primera representa la navegación, la segunda el puerto. La primera dura sólo un instante, la otra no conoce la vejez ni la muerte». Y con frecuencia había recomendado a sus hermanas: «Cumplid bien vuestro deber; esperamos ir un día allá arriba, al Paraíso, llenas de gozo y alegría. ¿Después de haber soportado tantas fatigas y sufrimientos, qué podemos esperar mejor que el Paraíso? Para vivir como verdaderas religiosas, hay que comportarse cada día como si fuera el primero de nuestra vida consagrada y el último de nuestra vida terrena».

Su fama de santidad se extendió enseguida, y desde el primer momento las autoridades civiles egipcias, los diplomáticos y gobernantes europeos y cuantos tuvieron conocimiento de la obra desarrollada por la Beata y su Congregación, le mostraron la más grande estima y gratitud. El papa Juan Pablo II la beatificó el 14 de abril de 1985 y estableció que su memoria se celebre el 6 de mayo.

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