viernes, 25 de mayo de 2012

Orar en los momentos de tinieblas para poder ver la luz

«No digas no haber obtenido aquello que has pedido rezando mucho, porque te has beneficiado espiritualmente. De hecho, ¿qué bien más sublime puede existir al de estar unido con el Señor y perseverar en esa unión ininterrumpida con Él? Quien se encuentra protegido por la oración no deberá tener miedo de la sentencia del Juez divino, como le sucede al condenado aquí en la tierra. Por eso, si eres sabio y no corto de vista, al recuerdo de ese juicio podrás fácilmente alejar de tu corazón las ofensas recibidas y todo rencor, las preocupaciones por los negocios terrenos y los sufrimientos que se derivan; la tentación de las pasiones y de todo género de maldad. Con la súplica constante del corazón prepárate a la oración perenne de los labios, y rápido avanzarás en la virtud» (San Juan Clímaco, La Escala del Paraíso, escalón XXVlll, no. 190).
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 Soy un amante del arte. Disfruto con aquello que nos transmite la belleza de nuestro mundo y nos hace atisbar, aunque sólo sea un poquito, lo que será el cielo. Música, pintura, escultura, cine… cuando están bien hechos, todos son chispazos de eternidad, de la belleza que será ver a Dios cara a cara.
Uno de los artistas que de modo particular disfruto es, sin duda, Caravaggio. El pintor italiano nacido en Milán, pero afincado en diversas ciudades de la península itálica, es un maestro en todos los sentidos. Pero si hay algo que le caracteriza de modo especial es el juego que realiza con la luz y las sombras. Tomemos por ejemplo la famosísima “Vocación de San Mateo”.
La entrada de luz por la ventana y el modo como ilumina los personajes de la escena es magistral. Pero, y ustedes estarán de acuerdo conmigo, no podríamos valorar esa luz si no es por las tinieblas que rodean el resto y que nos resaltan con más notoriedad cada expresión y color salidos del pincel del artista italiano.
Y creo que este es justamente el paisaje que San Juan Clímaco nos quiere pintar con el texto que les he compartido. Ahí nos invita a ver nuestra vida en perspectiva y a no lamentarnos ante los momentos de dificultad, como si fueran algo estéril o carente de sentido. No. Cuando la cruz se vive en oración, en unión con Dios, no digo que se deje de sufrir y que no duela, pero sí puedo afirmar con cada una de las letras que ese sufrimiento gana en peso de cara a mi vida y de cara a mi eternidad.
Recuerdo particularmente una persona que conozco que me comentaba el dolor que sentía ante la separación de sus padres. No lo entendía y le reclamaba a Dios su dolor. Pero el paso del tiempo, y las oraciones que continuamente elevaba a Dios -muchas veces enojado y gritándole- lograron que, tras dos años, se diese cuenta de cuánto había aprendido y crecido interiormente: él y su familia.
 
¿Cuántas tinieblas rodean tu vida? ¿Muchas? ¿Una sola, pero intensa? Eleva a Dios tu oración, deja que Él te acompañe y llore contigo. El paso del tiempo te hará ver que fueron justamente esos años los que más te ayudaron a crecer y a hacerte fuerte interiormente. Vivirlos alejados de Dios y sin orar es como querer salvarse en una tormenta en el mar sin salvavidas. Pero quien los vive con Dios, dialogándolo con Él, logrará que las negras lágrimas que salen de sus ojos rieguen cada dolor y lo conviertan en una hermosa flor multicolor de paz interior en esta vida y de certeza en la eternidad que un día disfrutaremos con Dios.

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