miércoles, 16 de mayo de 2012

Solemnidad de la Ascensión del Señor, ciclo B






Padre nuestro.

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Amén


   ¿Dónde está Jesús? ¿Dónde están los cristianos?
   Estimados hermanos y amigos:
   Jesús fue humilde entre los humildes cuando vivió en Palestina. Nació en el seno de una familia humilde, y, durante los años que vivió, fue un pobre más entre los pobres. Nuestro Señor vino al mundo a realizar una gran obra, y, aunque se manifestó como enviado de Dios, pues "pasó por todas partes haciendo el bien y curando a todos los que padecían oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (CF. HCH. 10, 38), pocos fueron los que se percataron de quién es Nuestro Redentor, porque jamás intentó llamar la atención, para que se le reconociera como un gran personaje.
   Jesús predicó el Evangelio intentando que sus oyentes reconocieran la grandeza de Nuestro Santo Padre, con quien se siente plenamente identificado. Esta es la razón por la que Nuestro Salvador dijo en cierta ocasión:
   "El Padre y yo somos uno" (JN. 10, 30).
   A pesar de ser consustancial a Nuestro Santo Padre y al Espíritu Santo, Jesús reconocía su grandeza, en cuanto vivía plenamente identificado con el Padre. Jesús se sentía realizado plenamente, no por los logros que alcanzaba, sino por cuanto cumplía cabalmente la voluntad de Nuestro Creador. Esta es la razón por la que el Señor decía:
   "-Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra de salvación" (JN. 4, 34).
   "-Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre (cuando yo sea crucificado), entonces reconoceréis que "yo soy el que soy" (reconoceréis que soy Dios) y que no hago nada por mi propia cuenta; solamente enseño lo que aprendí del Padre" (JN. 8, 28).
   Los primeros cristianos eran conscientes de que no podían interpretar la Palabra de Dios desde el punto de vista de la lógica humana. Ellos estaban convencidos de que Jesús había resucitado de entre los muertos, y, aunque la mayoría de los tales no vieron físicamente al Hijo de Dios y María, se adaptaban al cumplimiento de la voluntad divina, porque estaban convencidos de que Nuestro Redentor formaba parte de su vida, y de que se manifestaba al mundo por su mediación.
   Entre muchos hijos de la Iglesia primitiva surgió la creencia de que el mundo no tardaría mucho tiempo en acabarse, y por ello vivían intentando ser miembros del futuro Reino de Dios, cuya instauración entre los cristianos creían muy cercana. Conforme pasaban las décadas, y nuestros antepasados en la vivencia de la fe que profesamos sobrevivieron a periodos de persecuciones intensas por parte de judíos y romanos, vieron que no acontecía el retorno de Jesús, y que por ello sus interpretaciones del fin del mundo deberían tener un sentido diferente al que le habían atribuido desde que fue fundada la Iglesia madre de Jerusalén. el hecho de que no acontecía la Parusía del Señor, y de que muchos cristianos eran torturados y asesinados, atentó contra la fe de muchos creyentes, los cuales empezaron a cuestionarse la Resurrección de Jesús, y la presencia del Señor en su Iglesia, que muchos consideraron que era producto de la mente humana.
   Quizá nos cuesta creer que Jesús se hizo pobre rechazando la oportunidad de ser rico, que la mayoría de sus seguidores fueron extremadamente humildes porque el Señor no comulgó con la ideología de quienes explotaban inmisericordemente a los más necesitados, que renunció a formar una familia y se consagró a la predicación del Evangelio para demostrarnos que Dios existe realmente y nos ama, que renunció a su vida para poder realizar plenamente la misión de redimirnos con que vino al mundo, que venció a la muerte, y permanece en la presencia de Nuestro Santo Padre, al mismo tiempo que se manifiesta en la vida de sus creyentes, lo cual se demuestra, por las obras benéficas que llevan a cabo los miembros de la Iglesia, que se esfuerzan para conseguir que su vida sea un reflejo del Ministerio divino del Hijo de Dios y María.
   A pesar de la dificultad que podemos tener para creer en Dios al intentar adaptar los misterios de la fe que profesamos a la lógica humana, Jesús nos dice:
   "Si no entendéis lo que yo digo, es sencillamente porque no queréis aceptar mi mensaje" (JN. 8, 43).
   Desde nuestro punto de vista humano, no podemos comprender los misterios divinos, lo cual no debe servirnos de excusa, para no trabajar en la conversión del mundo en una sociedad familiar, en que desaparezcan las barreras de la falta de solidaridad y desconfianza. Quizá no nos valoramos teniendo en cuenta la conducta que observamos, sino las riquezas que hemos conseguido. En la Biblia se nos insta a considerar el ejercicio de la caridad cristiana como nuestro mayor tesoro, de hecho, si todos nos amáramos como hermanos, el mundo sería muy diferente.
   La grandeza de la fe que profesamos, no solo se demuestra orando. Es cierto que si no oramos no tenemos fe en Dios, pero, si oramos, y no hacemos el bien, no vivimos como cristianos, sino como quienes practican técnicas de relajación, para reducir su estrés. Esta es la causa por la que San Juan nos instruye, en los siguientes términos:
   "Por nuestra parte, sabemos que Dios nos ama, y en él hemos puesto nuestra confianza. Dios es amor, y quien ha hecho del amor el centro de su vida, vive en Dios y Dios vive en él... Si alguno viene diciendo: "Yo amo a Dios", pero al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no   es capaz de amar al hermano, a quien ve?" (1 JN. 4, 16. 20).
   San Pedro, siendo consciente de que muchos se reían de los cristianos que seguían creyendo en Jesús, a pesar de que no acontecía la segunda venida del Salvador de la humanidad a concluir la instauración de su Reino en el mundo, escribió en su segunda carta:
   "De cualquier modo, queridos hermanos, hay una cosa que no debéis olvidar:  que, para el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día. (Dios no está sometido al tiempo como nuestra corta vida, y por ello actuará cuando lo considere oportuno). No es que el Señor se retrase en cumplir lo prometido, como algunos piensan; es que tiene paciencia con vosotros, y no quiere que ninguno se  pierda, sino que todos se conviertan" (2 PE. 3, 8-9).
   Si vemos de una forma positiva el hecho de que Dios no haya concluido la instauración de su Reino en el mundo, nos percatamos de que aún nos es posible creer en El, lo cual significa que tenemos tiempo para reparar el mal que hayamos podido hacer, con el fin de equiparar nuestra vida a la existencia de Jesús, para que el Señor pueda manifestarse al mundo por nuestro medio, y nuestro ejemplo de bondad infinita, haga que muchos no creyentes, se acerquen a la Iglesia, cuya misión consiste en evangelizar a la humanidad.
   Desgraciadamente, aún hay mucha gente que espera que este mundo sea destruido, para poder vivir en el Reino de Dios. Han surgido religiones que se dicen cristianas, que enseñan a sus seguidores a odiar a quienes no son sus adeptos. Los primeros cristianos, al ver que no acontecía la segunda venida de Jesús al mundo, comprendieron que la Iglesia de que formaban parte es el Reino espiritual de Dios, lo cual no es contrario a la espera de la conversión del mundo en el Reino mesiánico, y nos estimula a trabajar en la viña del Señor, como si la santificación de la humanidad dependiera de nuestra actividad cristiana. Esta es la causa por la que San Pablo les escribió a los cristianos de Tesalónica:
   "En cuanto a la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y al momento de nuestra reunión con él, una cosa os pedimos, hermanos: no perdáis demasiado pronto la cabeza ni os dejéis impresionar por revelaciones, rumores o supuestas cartas nuestras. ¡Nada de eso debe haceros suponer que el día del Señor sea inminente!" (2 TES. 2, 1-2).
   Aunque ignoramos cuándo concluirá Jesús la instauración de su Reino en el mundo, debemos creer el mensaje contenido en el siguiente texto lucano.
   "Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre vosotros."" (LC. 17, 20-21).
   El Reino de Dios no ha sido plenamente instaurado en la tierra, porque aún no han sido evangelizados todos los que han sido destinados a ser santos, pero la conversión del mundo en el Reinado divino, es una gran obra que está siendo llevada a cabo, desde que Jesús fue ascendido al cielo, y, como Hombre, alcanzó la realeza divina, que siempre lo ha caracterizado, porque es Dios.
   El Reino de Dios se manifiesta en el mundo según hemos recordado al leer LC. 17, 20, y, al mismo tiempo, es una realidad que no se hace sentir estrepitosamente. En el mundo se llevan a cabo muchas buenas obras, y hay quienes oran muchas horas, y no necesitan publicitarse, para sentirse motivados a ser buenos cristianos, recibiendo el aplauso de los hombres.
   El Reino de Dios es militante. Muchos cristianos intentamos matar a los hombres y mujeres viejos que habitan en nuestro ser, con el fin de asemejarnos a Cristo.
   El Reino de Dios aún es purgante, porque muchas son las almas que esperan ser plenamente santificadas, para poder ser una sola cosa con el Dios Uno y Trino.
   El Reino de Dios es triunfante, porque son muchas las almas que están en la presencia de Nuestro Santo Padre, alabándolo gustosamente, porque han comprendido que están llevando a cabo el propósito para el que fueron creadas.
   ¿Cómo podemos experimentar la presencia de Jesús en nuestra vida y en el mundo los miembros de la Iglesia militante?
   Jesús resucitado se le apareció a María Magdalena, y ella no lo conoció, hasta que la llamó por su nombre.
   "Jesús le preguntó: -Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: -Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo. Entonces Jesús la llamó por su nombre: -¡María! Ella se volvió y exclamó en arameo: -¡Rabboní! (que quiere decir "Maestro"). Jesús le dijo: -No me retengas, porque todavía no he ido a mi Padre; anda, ve y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es también vuestro Padre; a mi Dios, que es también vuestro Dios" (JN. 20, 15-17).
   María confundió a Jesús con un hortelano. Si no conocemos profundamente el Evangelio predicado por el Señor, ni somos conscientes de que El murió para demostrarnos que Dios nos ama, no podremos valorar suficientemente al Mesías.
   ¿Somos capaces de hacer el bien por amor a nuestros prójimos los hombres, evitando llamar la atención?
   ¿Hacemos el bien por amor a Dios y a sus hijos, o actuamos intentando que los hombres aplaudan nuestras buenas obras?
   Jesús fue confundido por María con un hortelano. Cuando estaba entre sus seguidores, Jesús no se distinguía de sus creyentes, aunque destacaba por su ciencia y las obras que realizaba, no para ser estimado sobremanera, sino para cumplir la voluntad de Nuestro Padre celestial.
   María conoció a Jesús cuando el Señor la llamó por su nombre. Para los judíos, el hecho de saber el nombre de alguna persona, equivalía a tener un conocimiento pleno sobre la misma.
   ¿Le confesamos nuestra vida a Jesús, y le pedimos que nos santifique por medio del Espíritu Santo?
   ¿Conocemos a Jesús y lo consideramos como el mejor de nuestros amigos?
   ¿Actuamos siempre tal como lo haría Jesús si viviera nuestras circunstancias?
   María quería experimentar la presencia de Jesús tal como lo hizo antes de que el Señor fuera entregado por Judas a sus enemigos, y Nuestro Redentor le dijo que, aunque no estaría con ella físicamente, podría experimentar su presencia en la comunidad creyente, predicando constantemente al Padre de Jesús y de los cristianos, al Dios de Nuestro Salvador y los seguidores del Redentor de la humanidad, de hecho, María Magdalena, -la primera misionera del Resucitado-, cumplió puntualmente el encargo del Mesías.
   Jesús Resucitado se les apareció a sus discípulos, con la excepción de Tomás, que no estaba con sus hermanos de fe. Dado que Tomás no vio al Señor Resucitado, no podía creer que su Maestro estaba vivo. Antes de que finalizara el siglo I de la era cristiana, muchos creyentes querían ver a Jesús físicamente para poder creer en el Señor. Esta fue la razón por la que Nuestro Salvador le dijo a Tomás las siguientes palabras, que San Juan escribió en su Evangelio en el citado tiempo, para demostrarnos que a Jesús no podemos verlo físicamente, pero sí podemos experimentar su presencia entre nuestros hermanos de fe:
   "Después dijo (Jesús) a Tomás: -Trae aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente. Tomás contestó: -¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Crees porque has visto? ¡Dichosos los que crean sin haber visto!" (JN. 20, 27-29).
   Es importante pensar que Tomás no pudo creer en Jesús vagando perdido por el mundo recordando al Señor y sufriendo pensando cómo se truncó el proyecto de su Maestro, pero sí pudo hacerlo entre sus hermanos de fe, aquellos que, junto a El, vivieron el apasionante Ministerio apostólico, que el mismo Jesús les encomendó.
   Tomás no pudo tocar las llagas de Jesús porque el Cuerpo del Mesías Resucitado es espiritual y por ello no está sometido al tiempo ni al espacio (recordemos que Dios es ubicuo, es decir, está en todas partes), pero sí pudo recordar sus vivencias, y pensar en las virtudes que adoptaron El y sus hermanos siguiendo al Señor, y en los defectos que tenían que superar, tanto individual como colectivamente. ¿Cuál fue el resultado de la citada visión de Tomás? el citado Apóstol del Señor, palpó con sus manos la realidad de su comunidad, en la que, a pesar de los defectos que tenían que superar sus miembros, se percató de que Jesús estaba presente, no durante el tiempo que se prolongó la aparición del Mesías sobre la que estamos meditando, sino siempre.
   Gracias a San Juan Evangelista, los cristianos que vivieron  al final del siglo I, y quienes creemos en el Señor después de aquel tiempo, tenemos la oportunidad de no vivir obstinados en ver a Jesús físicamente, pues estamos convencidos de que, tal como les sucedió a los primeros cristianos, el Hijo de María se manifiesta en nuestra vida santificándonos, y le vemos en el medio en que vivimos, porque su Iglesia aún trabaja incesantemente para lograr que la humanidad sea santificada por el Espíritu Santo, en la medida en que crea en el Hijo de Dios.
   Si creemos que Jesús se manifiesta en nuestra vida y en el medio en que vivimos, tenemos que eliminar las barreras que nos separan, con tal de experimentar más plenamente la presencia del Señor. A modo de ejemplo de lo que hemos de hacer, no solo debemos experimentar el perdón sacramental de nuestros pecados, sino que debemos vivir perdonando y enseñando a quienes acepten creer en el Evangelio a perdonar.
   Jesús les dijo a sus discípulos cuando se les apareció en la noche del Domingo de Resurrección:
   "A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar" (JN. 20, 23).
   Si nos han hecho daño, y no podemos evitar que nos ciegue el rencor, o recordamos con amargura el dolor que nos han causado, ello significa que no hemos aprendido a perdonar, y en nuestro corazón no pueden subsistir al mismo tiempo el amor de Dios y el odio demoníaco. Si aprendemos a perdonar, el amor de Dios será la llama que alimentará nuestro crecimiento espiritual, pero, si no podemos eliminar el resentimiento, rechazaremos a Jesús, y nos impediremos alcanzar la plenitud de la felicidad.
   Poder es querer. Perdonemos, amemos y seamos felices. No vivamos obsesionados esperando el castigo de quienes consideramos malos, porque los hijos de Dios, no deben vivir del odio, ni enseñar a despreciar a quienes no comparten sus creencias.
   La Palabra de Dios tiene el poder de encender nuestro corazón para que deseemos ser perfectos imitadores de Jesús. Recordemos las siguientes palabras de los discípulos de Jesús, a quienes el Señor les interpretó los pasajes del Antiguo Testamento en que se describen su vida, misión, Pasión, muerte, Resurrección y glorificación:
   "Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino  y nos explicaba las Escrituras?»" (LC. 24, 32).
   Quienes huyeron desde Jerusalén a Emaús por miedo a las represalias que las autoridades podían tomar contra los creyentes pensando que Jesús estaba muerto, cuando comprobaron que el Mesías estaba vivo, volvieron a la ciudad santa durante la noche, -cuando corrían más peligro de sufrir percances desagradables-, porque no podían esperar a que amaneciera, para comunicarles a los creyentes su gozo, con las siguientes palabras:
   "Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan" (LC. 24, 35).
   Mientras quienes estudian la Biblia discuten las posibilidades de que Jesús fuera conocido por los discípulos de Emaús por celebrar la Eucaristía con ellos o por su forma de partir el pan, nosotros pensamos que a Jesús se le experimenta en una comunidad de hermanos, que medita constantemente la Palabra del Mesías, y que celebra la Cena del Señor.
   Uno de los discípulos de Emaús se llamaba Cleofás, pero el nombre del otro permanece oculto. Cuando San Lucas escribió su Evangelio, los Apóstoles Pedro y Pablo habían sido asesinados por causa de la fe que profesaban, y los cristianos habían sido víctimas de grandes persecuciones, como lo fue, -a modo de ejemplo-, la de Nerón. El relato de la ida de los discípulos de Jerusalén a Emaús, -es decir, el abandono de la comunidad creyente-, y de su encuentro con Jesús, cuya presencia experimentaron, y dieron fe de ello al regresar a Jerusalén, -esto es, al insertarse nuevamente en la comunidad de hermanos en la fe de Jesús-, describe la experiencia de fe de muchos creyentes. ¿Nos atrevemos a ser el compañero anónimo de Cleofás?
   ¿Experimentamos a Jesús Resucitado en nuestra vida, en la Iglesia y en el medio en que vivimos, y nos atrevemos a predicar esa realidad que marca positivamente nuestra vida, tal como lo hicieron los discípulos de Emaús, a pesar del riesgo que corrieron al regresar a Jerusalén durante la noche?
   ¿Cómo podemos creer en Dios?
   ¿Cómo podemos arriesgarnos a creer en realidades cuya existencia no podemos demostrar empíricamente?
   Al meditar la siguiente historia, podremos responder estas y otras preguntas que muchos se plantean, porque San Pablo decía que el mensaje de la cruz es una locura para muchos, en la medida que nos cuesta creer en la grandeza del amor de Dios, cuando pensamos en el egoísmo de los hombres.
   “Jugando a las escondidas
Cuentan que una vez se reunieron todos los sentimientos y cualidades de los hombres en un lugar de la tierra cuando el Aburrimiento ...(bostezo)........ reclamo por tercera vez. La Locura, como siempre loca, les propuso:
¿Vamos a jugar a las escondidas?
La Intriga levanto la ceja intrigada y la Curiosidad, sin poder contenerse pregunto: escondidas ¿qué es eso?
Es un juego, explico la Locura, en el que cierro los ojos y comienzo a contar de uno a un millón mientras ustedes se esconden cuando yo termine de contar; el primero de ustedes que encuentre ocupara mi lugar para continuar el juego.
El Entusiasmo danzó seguido de la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que termino de convencer a la Duda y también a la Apatía, que nunca se interesaba en nada.
Pero no todos quisieron participar, la Verdad prefirió no esconderse, ¿para que? si al final todos la encontraban. La Soberbia opino que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le incomodaba era que la idea no había sido de ella) y la Cobardía prefirió no arriesgarse.
- uno, dos, tres, cuatro - comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Prisa, que como siempre cayó detrás de la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió detrás de la sombra del Triunfo, que por propio esfuerzo había conseguido subir a la copa mas alta del árbol mas alto.
La Generosidad casi no consigue esconderse, por que cada lugar que encontraba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: si era un lago cristalino, ideal para la Belleza, si era la copa del árbol perfecto para la Timidez, si era el vuelo de una paloma. Lo mejor para la Voluntad, si era una ráfaga de viento, magnifico para la Libertad. Así terminó escondiéndose en un rayo del sol.
El Egoísmo, al contrario encontró un lugar bueno desde el principio,ventilado, cómodo, pero solo para el. La Mentira se escondió en el fondo del océano (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris). Y la Pasión y el Deseo, en el centro de los volcanes. El Olvido, no recordamos donde se escondió, pero eso no es lo mas importante.
Cuando la Locura estaba en el número 999.999 el AMOR todavía no había encontrado lugar para esconderse, pues todos estaban ya ocupados, hasta que encontró un rosal y cariñosamente decidió esconderse entre sus flores.
-un millón. Contó la Locura y comenzó la búsqueda. La primera en aparecer fue la Prisa, apenas a tres pasos de una piedra. Después escuchó a la Fe discutir con Dios, sobre la zoología, en el cielo. Sintió vibrar a la Pasión y al Deseo en los volcanes. En un descuido, encontró a la Envidia y claro pudo deducir donde estaba el Triunfo.
Al Egoísmo no tuvo que buscarlo, el solo salió disparado de su escondite que en verdad era un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al aproximarse a un lago, descubrió a la Belleza. La Duda fue la mas fácil de encontrar pues estaba sentada sobre un cerro sin decidir donde esconderse.
Así fue encontrando a todos. Al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una cueva oscura, a la Mentira detrás del arco iris (mentira estaba en el fondo del océano) y hasta al Olvido a quien se le había olvidado que estaban jugando a las escondidas.
Pero. . . . el AMOR no aparecía en ningún lugar. La Locura lo busco detrás de cada árbol, debajo de cada roca del planeta y encima de las montañas. Cuando estaba a punto de darse por vencida; encontró un rosal. Tomo una horquilla y comenzó a mover sus ramas, cuando en el ultimo momento escuchó un grito doloroso. las espinas habían herido al AMOR en los ojos. La Locura no sabia que hacer para disculparse, lloró, rezó, imploró pidió perdón y hasta prometió ser su guía.
Desde entonces, ....desde que por primera vez se jugo a las escondidas en la tierra:
¡El AMOR es ciego y la Locura siempre lo acompaña!

Bendito sea el SEÑOR tu Dios que se agradó de ti para ponerte sobre el trono de Israel; por el amor que el SEÑOR ha tenido siempre a Israel, te ha puesto por rey para hacer derecho y justicia. I Reyes 10, 9
Se acordó del pacto que había hecho con ellos y por su gran amor les tuvo compasión. Salmo 106, 45
Enséñame, Señor, tus decretos;¡la tierra está llena de tu gran amor! Salmo 119, 64
FIESTA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

1.El Señor de Todo y de Todos
2.Se Necesitan Testigos

Nota.-  
1.En muchos países la Solemnidad de la Ascensión del Señor reemplaza al Séptimo Domingo de Pascua.
2.Seguimos el Ciclo B de lecturas tal como se ofrece, para uso opcional, en la nueva edición del Leccionario 1981. Los que quieran usar todavía las antiguas lecturas pueden hacerlo; éstas se encuentran tanto en la antigua como en la nueva edición del Leccionario. Naturalmente, la primera lectura se usa los tres años, ya que narra el acontecimiento mismo de la Ascensión.

Saludo (Ver Segunda Lectura)
Hagan todo lo que puedan para preservar la unidad del Espíritu
por medio de la paz que les une como un cuerpo.
Que el Señor les envíe su Espíritu de unidad
y esté siempre con ustedes.

Introducción por el Celebrante (Dos Opciones)

  1. El Señor de Todo y de Todos
    Celebramos hoy la Ascensión del Señor. ¿Quiere esto decir que Jesús nos ha dejado, que ha desaparecido para siempre? Es cierto que ya no podemos verle ni tocarle como pudieron hacerlo los apóstoles y los primeros discípulos. Jesús no pertenece ya sólo a un grupo minúsculo, sino a todos los hombres y mujeres de la tierra que quieran aceptarle. Él es ahora el Señor de todo y de todos, el Señor de la gloria, y aun así todavía uno de nosotros, muy cercano, más intimo a nosotros que nosotros mismos; él es el corazón de nuestro corazón por medio de su Espíritu, vivo en nosotros. Nosotros, su Iglesia, tenemos que continuar el trabajo y misión que él comenzó y dar testimonio de que él es nuestro Señor vivo y resucitado. Escuchémosle conforme nos habla en esta Eucaristía y démosles gloria y alabanza a él y al Padre.
  2. Se Necesitan Testigos
    Hoy es el día de la Ascensión del Señor a los cielos, día de alegría, porque una parte de nosotros está ya ahora muy cerca de Dios: nuestro hermano Jesús, que es uno de nosotros, el primero en resucitar de entre los muertos y el primero en vivir plenamente en la gloria y alegría de Dios. Él nos conduce y nos muestra el camino. Pero, en el entretanto, tenemos que llevarle a nuestro mundo y a la gente de nuestro tiempo. Proclamemos con nuestra vida que él vive. Demos a conocer la Buena Noticia de Salvación. Jesús actuará con nosotros por medio del Espíritu que él mismo nos da; y él confirmará todo lo que decimos y hacemos.

Acto Penitencial
Nuestro testimonio del Señor vivo y resucitado es seguramente pobre.
Nuestra forma de vida no siempre muestra que creemos
que su Espíritu nos guía. – Pidamos al Señor que nos perdone.
(Pausa)

  • Señor Jesús, tú fuiste elevado a la gloria del Padre, y, aun así, permaneces presente donde dos o tres se reúnen en tu nombre:
    R/ Señor, ten piedad de nosotros.
  • Cristo Jesús, tú preparas un lugar en el cielo para los que creen en ti y viven en tu amor:
    R/ Cristo, ten piedad de nosotros.
  • Señor Jesús, tú nos envías a todos los rincones del mundo para ser tus testigos y compartir la Buena Nueva de tu amor:
    R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Ten misericordia de nosotros, Señor; No nos abandones a nuestros pecados, sino otórganos tu perdón, ayúdanos a vivir en tu presencia y llévanos a la vida eterna.

Oración Colecta
Oremos y alabemos al Padre por medio de Cristo, que fue por delante de nosotros.
(Pausa)
Oh Dios y Padre nuestro:
No te hemos visto nunca,
pero por medio de tu Hijo Jesús
hemos llegado a conocerte.
Él vive ahora en tu gloria.
Danos la gracia de no sentirnos abandonados,
sino más bien fortalécenos con la convicción
de que él permanece con nosotros en nuestros hermanos
hasta el fin de los tiempos.
Que su Espíritu nos guíe y fortalezca
para dar testimonio de que él está vivo
en nuestras comunidades de fe y de amor
y para proclamar a todo el mundo
su Buena Noticia de Salvación.
Te lo pedimos por medio del mismo Jesucristo
Nuestro Señor.

Primera Lectura (¿Por Qué Os Quedáis Embobados Mirando al Cielo?): Hch 1,1-11
En su Ascensión, Jesús confía su misión a los apóstoles. El Espíritu Santo les dará fuerza para ser testigos de Cristo, el Señor, en todo el mundo.

Segunda Lectura (Ascendió para Darnos Sus Dones): Ef 1,17-23
Para Pablo el misterio de la Ascensión significa que Jesús, el Señor, comenzó a derramar sus dones a los hombres cuando subió a los cielos.

Evangelio (Vayan al Mundo Entero): Mc 16,15-20
En nombre de Jesús, sus misioneros -y cada cristiano- proclaman el mensaje gozoso de su Evangelio.

Oración de los Fieles
Jesús, el Señor, nos ha confiado su misión. Él está con nosotros y actúa en nosotros por medio de su Espíritu, de modo que podamos hacer todo en su nombre. Así le decimos: R/ Quédate con nosotros, Señor.
  • Hazte presente en tu Iglesia, Señor, para que ella difunda la Buena Nueva de tu amor y de tu reino a todos los pueblos, lenguas y culturas, y así te decimos:
  • Hazte presente a todos tus profetas y misioneros, para que proclamen sin miedo tu mensaje de justicia, verdad y misericordia incluso a los que no tienen deseos de escucharle; y así te decimos:
  • Hazte presente a todos los gobernantes y líderes de las naciones, Señor, cuando intentan establecer una paz casi imposible a un mundo roto por la violencia y la guerra. Que sus esfuerzos no sean en vano. Y así te decimos:
  • Hazte presente a los oprimidos y a los que sufren, Señor; reaviva en ellos su esperanza en ti y en los hermanos; abre los ojos y las manos de tus seguidores para otorgarles tu amor y cuidado llenos de ternura; y así te decimos:
  • Hazte presente a nosotros y a todas las comunidades cristianas, Señor; dales señales de tu presencia por su espíritu de oración, su unidad, su amabilidad y paciencia de unos con otros; y así te decimos:
Oh Jesús, Señor nuestro: por la fuerza de tu Espíritu guíanos en nuestra
peregrinación al hogar donde tú vives en gloria con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos.

Oración de Ofertorio
Señor Dios nuestro:
En los signos de este pan y de este vino
tu Hijo Jesús va a estar enseguida con nosotros.
Que él nos dé su Espíritu de fortaleza,
para que no nos quedemos mirando al cielo,
a no ser para implorar tu ayuda para hacer tu trabajo.
Que prefiramos enfrentarnos al mundo
y comprometernos a la misión
de transformarlo en tu mundo,
por el poder del Espíritu de Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro
por los siglos de los siglos.

Introducción a la Plegaria Eucarística
Con gran alegría demos gracias al Padre porque Jesús, aunque elevado al cielo, sigue todavía con nosotros por medio de su Espíritu Santo,
aquí en esta eucaristía, en la Iglesia y en los hermanos que nos rodean.

Introducción al Padrenuestro
Jesús, el Señor, vive ahora en la gloria del Padre en el cielo;
Allí intercede por nosotros.
Por medio de él y con sus mismas palabras
oremos a Dios nuestro Padre.
R/ Padre nuestro...

Líbranos, Señor
Líbranos, Señor, de toda forma de egoísmo
que nos aísla de nuestros hermanos.
Guárdanos libres de todo pecado
que ponga en peligro el amor entre nosotros;
y danos la paz de la unidad.
Haznos atentos y abiertos a todos,
mientras aguardamos con gozosa esperanza
la venida de nuestro Salvador Jesucristo.
R/ Tuyo es el reino...

Invitación a la Comunión
Éste es Jesús, el Señor, que nos dijo:
Sepan que estoy con ustedes siempre
hasta el fin de los tiempos.
Éste es su cuerpo, glorioso y resucitado.
Felices nosotros, ya que él es nuestro pan
en nuestro caminar hacia el Padre.

Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro:
Te damos gracias por confiar tanto en nosotros
que nos has entregado la misión misma de tu Hijo:
para hacerle presente en el mundo.
Que reinemos con él aprendiendo de él a servir,
de forma que nuestros hermanos vean palpablemente
que Cristo vive
porque somos su cuerpo visible para el mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Bendición
Jesús, el Señor, nos dice a nosotros como les dijo a los apóstoles:
“Sean mis testigos en el mundo entero”.
No nos quedemos embobados mirando al cielo,
sino que seamos su mensaje de esperanza
para los hombres y mujeres del mundo
por la forma cómo vivimos el Evangelio.
Y pidamos la bendición solemne del Señor.

Que sepamos llevar el mensaje del Señor a nuestro tiempo y a nuestros hermanos. R/ Amén.
Que siga él haciendo el bien por medio de nosotros
y que nosotros le hagamos visible hoy ante nuestros hermanos. R/ Amén.
Que permanezca él con nosotros por medio de su Espíritu
ahora y hasta el fin de los tiempos. R/ Amén.

Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo
descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.

Pueden ir en paz para amar y servir al Señor en los hermanos que nos rodean.

R/ Demos gracias a Dios.



Homilía de la Solemnidad de la Ascención del Señor (Ciclo B)

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (B)
Lecturas: Hch 1, 1-11; Ef 1, 17-23; Mc 16, 15-20

Lógica tristeza. Dicen que no se siente la despedida… Dile a quien te lo cuente que se despida… La Ascensión del Señor al Cielo fue para los Apóstoles un acontecimiento agridulce. Cuando la nube sustrajo a Jesús de los ojos de los Once, éstos se quedaron un poco tristes. Es lógica su tristeza. Habían seguido a Cristo durante tres años, y ahora no se acostumbran a la idea de la ausencia física del Señor. Ellos le vieron cómo actuaba, cómo miraba, cómo sonreía, cómo hacía el bien. Tuvieron la inmensa fortuna de convivir con el Señor. Y ahora…
Los Apóstoles contemplaron a Cristo de cerca. Le vieron sentado junto al pozo de Jacob, fatigado del camino. Y seguramente hablaron con Jesús del cansancio. Presenciaron el llanto de su Maestro ante la tumba de Lázaro. El Señor lo aprovecharía para comentar con sus discípulos el valor de la amistad. Aprendieron a hacer oración viendo a Cristo hablar con su Padre Dios, y de labios del Maestro oyeron por vez primera cómo dirigirse a Dios llamándole Padre. Estuvieron con Él cuando se compadeció de la muchedumbre. Aquella escena fue todo un ejemplo vivo de lo que es la compasión, la misericordia. Es, pues, lógico que se quedaran un poco tristes.
Presencia del Señor. Los Apóstoles no se dejaron dominar por la tristeza. Sabían que su Maestro cumpliría sus promesas: No os dejaré huérfanos (Jn 14, 18); Vuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn 16, 20); Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mt  28, 20).
Efectivamente, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que se ofreció en la cruz”, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Concilio Vaticano II).
La misión de anunciar el Evangelio. La misión de Cristo ya sido cumplida: ha redimido al hombre. Antes de subir al Padre, da las últimas instrucciones a sus Apóstoles. Éstos deben anunciar a todo el mundo el mensaje salvífico del Señor, invitando a los hombres a hacer penitencia para que se les perdonen los pecados.
Los Apóstoles, escogidos por el Señor para ser fundamento de su Iglesia, cumplieron el mandato de presentar a judíos y gentiles, por medio de la predicación, el testimonio de lo que habían visto y oído: el cumplimiento en Jesucristo de las promesas del Antiguo Testamento, la remisión de los pecados, la filiación adoptiva y la herencia del Cielo ofrecida a todos los hombres. Por esto, la predicación apostólica puede llamarse Evangelio, la buena nueva que Dios comunica a los hombres por medio de su Hijo. Y esta tarea la debemos hacer todos los cristianos.

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