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Rafael-Luis Rafiringa, Beato |
En 1856, al nacer Rafiringa (el 3 de noviembre)
en el barrio de Mahamasina en Antananarivo, el país se
hallaba poco o nada abierto a las influencias externas; a
su muerte, acaecida el 19 de mayo 1919, Madagascar se
había abierto a la civilización cristiana y era una colonia
francesa desde hacía más de 20 años.
La vida de
nuestro Beato transcurrió, pues, en un marco tradicional al inicio,
luego con influencia franco-inglesa y finalmente totalmente francesa. El panorama
en que tuvo que desenvolverse proyecta una luz muy especial
sobre él, convirtiéndolo en un intérprete muy significativo de la
evolución acontecida en su país.
El Hermano Rafael Luis
Rafiringa se nos muestra, así, como el nuevo malgache situado
sobre la cima de dos épocas. Y aún suscita en
nosotros mayor interés porque sus vivencias atraviesan muchos y diferentes
ámbitos: pagano, cristiano, escolar, literario, político y hasta judicial.
La personalidad del Hermano Rafael Luis Rafiringa asume realmente su
verdadero significado sobre todo en el campo espiritual. Fue principalmente
un hombre de Dios a quien las circunstancias empujaron a
salir del ámbito circunscrito a la pequeña escuela para dar
respuesta por sí mismo a una exigencia de la cual
probablemente ni él mismo comprendiese el alcance.
Primer discípulo
de San Juan Bautista de La Salle en Madagascar, dotado
de una gran inteligencia y fuerza de voluntad, desafió las
ambiciones de la familia y pidió, cuando tenía 14 años,
unirse a aquellos “extraños” misioneros, no sacerdotes, recién llegados a
la isla. El Hermano que se encargó de acompañarlo en
la formación ¡no le concedió su autorización hasta después de
un “aprendizaje” de siete años! Había madurado de modo sorprendente,
creciendo humanamente, culturalmente y religiosamente. Escuela, traducción a la lengua
malgache de obras francesas, composición de textos escolares: estas fueron
sus constantes ocupaciones, hasta que, como consecuencia de los motines
independentistas que estallaron en la isla, todos los misioneros extranjeros
fueron expulsados y él se vio elegido, por aclamación popular,
jefe de los católicos. En esa inesperada responsabilidad dio prueba
inigualable de sus nada comunes capacidades, formando catequistas, organizando encuentros,
reuniones y paraliturgias en cada rincón de la isla, escribiendo
opúsculos y resúmenes de la doctrina católica, cantos y poesías.
Cuando se concedió a los misioneros la posibilidad de regresar,
maravillados, se encontraron las comunidades cristianas más numerosas y fervorosas
que cuando las habían dejado.
Este pagano, convertido en
dignísimo hijo de San Juan Bautista de La Salle, es
una espléndida demostración del poder de la gracia de Dios
cuando encuentra un terreno fértil. Por su ciencia, su actuación
y su santidad es ya una de las glorias más
genuinas de las que puede enorgullecerse la Gran Isla.
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