miércoles, 9 de mayo de 2012

San Juan Clímaco: el uso de la lupa es indispensable para orar


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VIDA

Sin duda alguna, Juan Clímaco es el más popular de los ascetas orientales de su época, si bien conocemos muy pocos datos de su vida. El sobrenombre de Clímaco viene del célebre tratado de ascética escrito por él, La Escalera del Paraíso (del griego clímax, que quiere decir escalera), y que le había encomendado el abad del monasterio de Raithu, al suroeste del Sinaí.

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Su biógrafo, el monje Daniel, nos cuenta que Juan nació en Palestina y a la edad de dieciséis años abandonó el pueblo natal para retirarse a un monasterio del Sinaí. Allí recibió la tonsura monacal a los cuatro años de su ingreso y vivió 19 años en comunidad bajo la guía de un santo anciano, llamado Martirio.

Cuando murió el Abad, Juan se retiró a una celda solitaria sobre el monte Sinaí, a poca distancia del monasterio, a donde bajaba los sábados y los domingos para participar en las ceremonias litúrgicas con los demás hermanos. En la celda no había sino una gran cruz de madera, una mesa y un banco que servía de silla y de cama. Su única compañía eran los libros de la Sagrada Escritura y las obras de los Padres de la Iglesia.

Más adelante, fue sacado de su amada soledad para ponerlo al frente del monasterio del Monte Sinaí. Y fue en ese período cuando compuso su “La Escalera del Paraíso”, que la pensó como una síntesis de la toda la doctrina espiritual.

Se señala como fecha aproximativa de su muerte el año 649.


APORTACIÓN PARA LA ORACIÓN

San Juan Clímaco es el Sherlock Holmes de la vida espiritual de la Era Antigua. Dedicó gran parte de su vida a analizar muchos de los libros. Pero, sobre todo, observaba… ¡observaba mucho!

Podemos afirmar que su Escalera del Paraíso es un manual sacado de su propia experiencia. Una a una, Juan analiza todas las virtudes, todos los vicios. Luego propone los medios para alcanzar las primeras y vencer los segundos. Y lo hace con un lenguaje conciso y lleno de imágenes, como gusta a los orientales.

¿Y qué tiene que ver todo esto con nuestra oración? La respuesta es sencilla: para orar mejor, debo analizarme, conocerme. Por ello, debo sacar la lupa de mi razón, graduada con la fuerza de mi fe, y ver qué virtudes poseo y qué vicios debo vencer. Una vez hecho esto, me lanzo a mi oración para pedirle a Dios que toque mi alma, que la transforme, que me dé las fuerzas para superarme.

Sí, no es fácil; nunca lo será. Porque la vida es justamente una escalera: una que puede subir directo al Paraíso… como la que San Juan Clímaco, ese muchacho de 16 años, se lanzó a buscar al inicio de su vida. ¿No quieres hacer tú también la experiencia?.


SAN JUAN CLÍMACO

San Juan el Escolástico es conocido principalmente por su
apelativo de Clímaco, que deriva de la transcripción latina «de la
escalera», tomada del titulo de su principal obra: La escala del
Paraíso.

Sus datos biográficos son escasos. Nacido alrededor del año
579, entró en el monasterio del Monte Sinaí a la edad de dieciséis
años. A los veinte, hizo la profesión religiosa según la regla del
monasterio, hasta que se decidió a vivir como anacoreta. Dios le
favoreció con el don de lágrimas, y subió a tal grado su fama de
santidad, que los monjes del monasterio le eligieron como abad:
tenía entonces sesenta años. Su muerte acaeció alrededor del
año 649.

Considerado un doctor universal, San Juan Clamado profundizó
en el camino ascético que puede recorrer cualquier cristiano. La
escala del Paraíso, libro de gran riqueza interior y enorme difusión,
desarrolla la idea de la ascensión del alma, bajo la guía del
Espíritu Santo, hasta la semejanza con Cristo. Titulada en memoria
de la escala de Jacob y dividida en treinta escalones, se pueden
considerar en la obra dos partes principales: la primera abarca los
veintitrés primeros capítulos y trata de la lucha contra los vicios;
los siete capítulos restantes giran en torno a la adquisición de las
virtudes.

El fragmento que se expone a continuación, recoge una parte
del sermón número veintiocho, donde el santo habla del estado de
oración y muestra la naturaleza de esa unión con Dios.

EL DIÁLOGO CON DIOS
(La escala del Paraíso, escalón XXVlll, no. 188-189, 190-191,
193)

La oración, como bien expresa su nombre, es diálogo del
hombre con Dios, unión mística. Según los efectos que la
caracterizan, es el apoyo del mundo y reconciliación con el Señor;
fuente de lágrimas y propiciatoria de nuestros pecados; defensa
de la tentación y baluarte ante las contradicciones; victoria en la
lucha y empeño de los ángeles; alimento de los seres incorpóreos
y alegría en la espera; actividad que no finaliza jamás y fuente de
virtud; forjadora de carismas y del progreso espiritual, alimento del
alma y luz de la mente (...).

Reza con toda sencillez, con una sola expresión, como hicieron
el publicano y el hijo pródigo que se dirigieron a Dios
misericordioso (...).

No te afanes en mirar con minuciosidad las palabras que debes
usar en la oración. A menudo los simples y sencillos balbuceos de
los niños aplacaron al Padre que está en los cielos (cfr. Mt 6, 9).
No busques muchas palabras (cfr. Mt 6, 7), porque tal deseo
provoca la disipación de la mente. Con una pequeña frase el
publicano agradó al Señor (cfr. Lc 18, 3), y con una sola expresión
dicha con fe, salvó al ladrón (cfr. Lc 23, 39-43). A menudo muchas
palabras distraen en la oración porque llenan la mente de
fantasías; una sola, con frecuencia, contribuye al recogimiento:
cuando a un cierto punto hay una palabra que te agrada y propicia
la compunción, permanece allí; entonces se unirá a tu oración el
Ángel Custodio.

Después, no abuses de la libertad confiada, aunque hayas
alcanzado la purificación. Es más, acercándote a Dios con gran
humildad, podrás obtener la más alta libertad. También si te
encontrases en lo alto de la escala de la virtud, continúa rezando
para que sean perdonados tus pecados como hizo San Pablo que,
asemejándose a los pecadores, exclamaba: yo soy el primero de
ellos (cfr. I Tim 1, 15). La pureza y compunción de lágrimas deben
dar alas a la oración, y el sabor, como el aceite y la sal
condimentan los alimentos. Añade la bondad y la dulzura, con las
que debes revestirte si quieres liberar al corazón de todo aquello
que arranca la libertad, y poder elevarte sin esfuerzo hacia Dios.

Hasta que no hayamos alcanzado después de muchas
experiencias tal claridad de oración, seremos principiantes, como
niños que empiezan a caminar. Trata de elevar la mente a Dios, o
mejor, de tenerla cerrada dentro de las operaciones de la oración
y, si por debilidad infantil, no la tienes tranquila, ponla rápidamente
en orden: por desgracia nuestra mente es débil, pero el
Omnipotente podrá fijarla.

Si continúas luchando sin rendirte, finalmente descenderá sobre
ti Aquél que mantiene en sus límites los mares de la mente, y dirá,
mientras tú te elevas en oración: De aquí no pasarás, ahí se
romperá la soberbia de tus olas (...) (cfr. Job 38, 11).

¿A quién tengo yo en los cielos? Fuera de ti, nada deseo sobre
la tierra (cfr. Sal 73, 25). Esto persigue la oración. Si unos aspiran
a la riqueza, otros a la gloria u otra posesión, mi bien es estar
apegado a Dios, único fundamento de mi esperanza (cfr. Sal 73,
28). La fe es la que otorga las alas a la oración, pues de ningún
otro modo podrá volar hacia el cielo. Sólo esto pedimos al Señor
(cfr. Sal 27, 4). Somos todavía víctimas de las pasiones, pero de
esta condición todos deseamos elevarnos, cortando
definitivamente ese camino. Aquel juez que no temía a Dios, cede
a la insistencia de la viuda para no tener más la pesadez de
escucharla (cfr. Lc 18, 1-4). Dios hará justicia al alma, viuda de El
por el pecado, frente el cuerpo, su primer enemigo, y frente a los
demonios, sus adversarios invisibles. El Divino Comerciante sabrá
intercambiar bien nuestras buenas mercancías, poner a
disposición sus grandes bienes con amorosa solicitud y estar
pronto a acoger nuestras súplicas (...).

No digas no haber obtenido aquello que has pedido rezando
mucho, porque te has beneficiado espiritualmente. De hecho,
¿qué bien más sublime puede existir al de estar unido con el Señor
y perseverar en esa unión ininterrumpida con Él? Quien se
encuentra protegido por la oración no deberá tener miedo de la
sentencia del Juez divino, como le sucede al condenado aquí en la
tierra. Por eso, si eres sabio y no corto de vista, al recuerdo de
ese juicio podrás fácilmente alejar de tu corazón las ofensas
recibidas y todo rencor, las preocupaciones por los negocios
terrenos y los sufrimientos que se derivan; la tentación de las
pasiones y de todo género de maldad. Con la súplica constante
del corazón prepárate a la oración perenne de los labios, y rápido
avanzarás en la virtud (...).

Como canta el Salmista: «Yo conozco verdaderamente cuánto
bien quisiste para mí porque en tiempo de guerra no permitiste
que el enemigo riese a mis espaldas; por eso, grité a ti de todo
corazón, con cuerpo y alma, porque donde se encuentran unidos
estos elementos, allí se encuentra Dios en medio de ellos» (cfr. Sal
40, 12;1 19, 145;1 Tes 5, 23; Mt 18, 20).

No todos tienen las mismas dotes, ni según el cuerpo, ni según
el espíritu. Para algunos va bien la oración más breve, para otros
es mejor la larga de los salmos. Hay quien todavía confiesa estar
prisionero de su cuerpo, o debe luchar con la ignorancia del
espíritu; si entonces invocas a nuestro Rey contra los enemigos
que te asaltan de cualquier parte, ten confianza. Ya no deberás
fatigarte mucho desechándolos de una vez, pues se alejarán de ti
rápidamente: no querrán asistir a la segura victoria que obtendrás
con la oración; es más, huirán despavoridos por la fusta de tu
ferviente coloquio. Recoge todas tus fuerzas, y Dios se ocupará en
cómo enseñarte a rezar. 

Juan Clímaco


San Juan Clímaco
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Icono de San Juan Clímaco
Padre de la Iglesia
Apodo San Juan de la Escalera, Juan el Escolástico
Nacimiento c. 575
Siria
Fallecimiento 30 de marzo de 649 (año probable)
Egipto, Monte Sinaí
Venerado en Iglesia Ortodoxa, Iglesia Católica
Festividad 30 de marzo
Atributos La escalera, vía ascética para la ascención al Paraíso.
Juan de la Escalera (latín: Ioannus Climacus y griego: Ἰωάννης τῆς Κλίμακος) o San Juan Clímaco (Siria?, c. 575 - 30 de marzo de 649?) —también conocido como Juan el Escolástico y Juan el Sinaíta—, fue un monje cristiano ascético, anacoreta y maestro espiritual entre los siglos sexto y séptimo, abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí (Monasterio de la Transfiguración). Es considerado santo por la iglesia católica. Célebre por su escrito Scala Paradisi o La escala al Paraíso del cual derivaría su apodo (del griego klimax, escalera); obra de carácter ascético y místico.

Reseña biográfica

Su biografía es parcialmente conocida pues los datos disponibles son escasos, principalmente provenientes de una reseña biográfica escrita por el monje Daniel del Monasterio de Raithu (El Tor), sede más próxima al Monasterio de la Transfiguración.
Hay que resaltar que no hay acuerdo sobre las fechas de su nacimiento y muerte, pues, aparte de las reseñadas arriba, otras fuentes dan como nacimiento c.525 y como muerte c.6061
Se cree nació en Siria. Con una importante formación secular, se convirtió en novicio hacia los 16 años, siendo discípulo del abad Martyrius en el Monte Sinaí por más de quince años. A la muerte de Martyrius, Clímaco se retira a vivir una vida solitaria y ascética en una gruta del propio monte Sinaí durante aproximadamente 40 años. A pesar de sus deseos de soledad, muchas veces fue consultado y enseñaba a otros monjes.
Ya a una edad mayor, por petición de los monjes, Clímaco accedió a ser abad del Monasterio de Santa Catalina. Allí redactó su Scala y otros textos. Poco tiempo antes de su muerte, dejó la abadía en manos de su hermano Jorge y volvió a la vida solitaria a esperar su muerte.

Véase también

  • San Juan, otros santos con el nombre «Juan».

Referencias

  1. The Catholic Encyclopedic.St John Climacus

Enlaces externos


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San Juan Clímaco
30 de Marzo
 

Durante el siglo VI, el monte Sinaí se encontraba lleno de monjes que vivían en monasterios y cuevas, siguiendo la regla de san Basilio y la legislación de Justiniano. Entre todos ellos brilló con luz propia el monje Juan, apodado "Clímaco" o "El Escolástico".
Son muy escasos los datos que tenemos sobre la vida de Juan, quien fue abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí (fundado por Justiniano) hacia fines del siglo VI y principios del VII. La fuente de información más valiosa es la breve biografía escrita por el monje Daniel, del Monasterio de Raitu.
Si bien Daniel afirma no saber con certeza dónde nació y creció, algunos sostienen que lo hizo en Antioquía, ciudad en la que habría vivido hasta la edad de dieciséis años (otros afirman que era oriundo de Palestina). Fue entonces cuando ingresó al monasterio ubicado sobre el monte Sinaí “pretendiendo con esto que hasta el mismo nombre y condición del lugar visible despertase su corazón, llevase sus ojos a la contemplación del Dios invisible y le convidase a ir hacia él”, según palabras del monje de Raitu.
A pesar de su juventud, Juan había recibido antes de ingresar al monasterio una importante formación “en las ciencias seculares”, por lo que fue llamado "El Escolástico". La formación del postulante estuvo a cargo del abad Martyrius, quien le confirió la tonsura monástica a los veinte años. Luego Juan continuó bajo la guía de su maestro durante quince años. Entonces, al morir el abad Martyrius, pasó a la vida solitaria en una gruta del propio monte Sinaí.
Daniel afirma que comía poco; que superó la lujuria gracias a la soledad; que venció la avaricia “porque contentándose con lo poco, no tenía necesidad de codiciar lo mucho”; y que con sus ejercicios de piedad y con la memoria de la muerte dejó atrás la pereza. Además, dice que había recibido el "don de las lágrimas". Se apartaba a un “refugio secreto, una cueva en la ladera de una montaña, donde nadie lo podía ver u oír, y allí elevaba su voz al cielo con tan grandes gemidos, suspiros y clamores como quien recibiera el cauterio del fuego y otras curas del mismo estilo".
Su primer discípulo fue un monje llamado Moisés, que deseaba imitarlo y pidió a otros padres le solicitaran a Juan que lo aceptase. Con el paso del tiempo muchos otros comenzaron a acercársele buscando en él un guía espiritual.
Siendo Juan muy mayor, los monjes del Sinaí le solicitaron que tomara a su cargo el monasterio. Él se resistió, pero era tal la determinación de los monjes que tuvo que ceder al pedido. Siendo abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí redactó su Scala Paradisi ("Escalera al Paraíso"), en respuesta a una solicitud de su colega el abad Juan del Monasterio de Raitu. Esta obra, que alcanzaría gran trascendencia durante la Edad Media, le valió el apodo de "Clímaco" ("Klimax" en griego significa "escalera"). Además, proyectó la construcción de un hospedaje para los peregrinos que visitaban el monasterio, y contó para ello con la ayuda económica del papa san Gregorio Magno.
Al sentir que su muerte se acercaba, Juan dejó el cargo de abad a su hermano Jorge y volvió a su vida solitaria. La fecha de su muerte, al igual que la de su nacimiento, no se sabe con precisión. Hay quien afirma (Tatakis) que nació en el año 525 y murió en el 605, mientras otros sostienen que nació en el la segunda mitad del siglo VI y murió entre los años 650 y 680.
En su pensamiento ejercieron especial influencia Gregorio Nacianceno y el pseudo Dionisio. Pero su primera fuente es la experiencia como monje y asceta. Su Scala Paradisi es justamente una guía para recorrer el camino interior hacia Dios. El asceta reconoce que alcanzar su meta (desligarse del mundo y unirse a Dios) no depende sólo de él, por ello se educa en la humildad sometiendo su voluntad a la guía espiritual, al pastor.
La Scala Paradisi consta de treinta escalones. Los primeros veintitrés están referidos a la lucha contra los vicios, los siete restantes a la adquisición de las virtudes. El primer paso que debe dar el monje es renunciar al mundo, mediante el desprendimiento de las cosas materiales y el desasimiento interior, retirándose a una vida solitaria. De este modo, separado de todo, puede mantenerse unido a Dios a través de la meditación y alcanzar al ser que verdaderamente es. Así, habiendo vencido los vicios y debilidades de la carne y del alma, habiéndose aislado del mundo y elevado más allá de la Creación por el pensamiento y el amor, logra la impasibilidad, la paz del alma, “la muerte del alma y la muerte de la inteligencia antes que muera el cuerpo”, y se abre para recibir a aquel que lo sobrepasa, a Dios, muriendo para el mundo y resucitando en la vida contemplativa. Llegado a este punto, en el que ha logrado la perfecta obediencia —afligiéndose sólo cuando se sorprende haciendo su voluntad y no la de Dios—, al monje sólo le falta la oración para unirse con Dios.  
No se llega a Dios por los esfuerzos de la razón sino por la adhesión del alma enamorada. El hombre es imagen y semejanza de Dios y el amor constante a Dios es lo propio del alma. El alma que se reforma buscando recuperar su condición de imagen y semejanza de Dios, que se purifica, no necesita ya de la razón para mostrar a Dios, pues lo tiene dentro de sí. El "amor" así entendido no deja de tener fuertes resonancias platónicas y, en un sentido más amplio, griegas; Dios es visto más como un objeto amado que como un sujeto amante. 
El asceta medita diariamente sobre la muerte. Le produce horror la posibilidad de que ésta le llegue sin que él esté preparado. Además, teme la muerte de su contemplación, que lo llevaría a separarse de Dios y renacer para el mundo. Meditando sobre la muerte, el asceta se une más a Dios y se prepara para la eternidad.  
Al pastor dedica Juan la parte final de su obra, titulada Carta al pastor. Allí afirma que el verdadero pastor no guía por conocimientos recibidos desde afuera sino en base a una iluminación interior por la que conoce a Dios. El verdadero pastor, que recibe su sabiduría de Dios, es capaz de guiar no sólo a las ovejas dóciles y obedientes sino también a las incultas y desobedientes. El prototipo del buen pastor no es otro que el propio Jesucristo.


SAN JUAN CLÍMACO
Monje
(525-605)
San Juan Clímaco vivió en la segunda mitad del VI y primera del VII. El monje Daniel nos cuenta que Juan era un joven antioqueno de mucho porvenir. Parece que llegó a ser abogado en Antioquía, por lo que fue llamado El Escolástico. Pero un buen día renuncia a todo, sube como Moisés y Elías a la cumbre del Sinaí, entra en la nube de las divinas comunicaciones, que luego comunicaría en un hermoso libro, y allí se quedó.
El bíblico Sinaí estaba lleno de monasterios y de cuevas, habitadas por monjes, que se regían por la regla de San Basilio y la legislación de Justiniano. Así lo contempló Eteria, nuestra monja peregrina. Todavía queda el monasterio de los Cuarenta Mártires y el célebre de Santa Catalina, con su famosa biblioteca, donde se descubrió el Codice Sinaítico del siglo IV.
Tres años pasó Juan de noviciado con el santo monje Martirio. Muerto su maestro, se fue a vivir al extremo del monte, en una pequeña laura, como un anacoreta. Allí pasó cuarenta años, dado al estudio y al trabajo, silencio y soledad, largas oraciones y corto sueño, parco en comer y prolongadas vigilias, como un serafín, embebido en las divinas alabanzas. Su deseo era vivir completamente aislado. "¡Oh beata solitudo, sola beatitudo!" Pero pronto corrió la fama de sus virtudes y su sabiduría y acudían muchos a pedirle consejo. Juan les atendía, pues entendía que no debía "ocultar la luz bajo el celemín". El demonio le tentó con fuerza - lo hace en especial con los anacoretas - pero el Señor le ayudó.
Cuando murió el abad de Monte Sinaí, los monjes, conocedores de la virtud y discreción del anacoreta, le rogaron que aceptara sucederle. Juan se oponía. Pero fue tal la insistencia que aceptó. Y acertaron, pues el nuevo abad obró siempre con sabiduría y fue un ejemplo para todos.
San Juan Clímaco es el más popular de los escritores ascéticos de aquellos siglos, debido a su única obra Escala del paraíso. Escala es Clímax en griego, y de ahí viene a nuestro Santo el apellido Clímaco. La Escala se compone de treinta grados, que son otros tantos capítulos en los que se explican las virtudes y los vicios del monje con aforismos y sentencias.
Se sirve de ejemplos prácticos. Viendo a un cocinero muy recogido, le pregunta el autor cómo puede conseguirlo. El cocinero le responde: "Cuando sirvo a los monjes me imagino que sirvo al mismo Dios en la persona de sus servidores, y el fuego de la cocina me recuerda las llamas que abrasarán a los pecadores". (También entre los pucheros anda el Señor: Sta. Teresa).
En los primeros grados de la Escala habla de la renuncia al mundo y a los afectos terrenos, la penitencia, el pensamiento de la muerte, y el don de lágrimas. Los grados siguientes hablan de la dulzura, perdón, huir de la maledicencia, de la mentira y de la pereza, amor al silencio, a la templanza y a la castidad. "La castidad, dice, es un don de Dios, y para obtenerlo conviene recurrir a él, pues a la naturaleza no la podemos vencer con sólo nuestras fuerzas". En los últimos grados habla de la pobreza, del sueño, del canto de los salmos, de la paz, de la oración, de la humildad. El último grado del libro está dedicado a las virtudes teologales.
El santo abad, tan engolfado en las cosas de Dios, hizo edificar una hospedería cerca del monasterio, para atender a los peregrinos. Enterado de ello el papa San Gregorio Magno, le envió una buena cantidad de dinero para ayudarle en la construcción y manutención. San Juan Clímaco, cumplida su misión, subió raudo por la escala de sus buenas obras al paraíso.

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2 comentarios:

Unknown dijo...

Invensibles de la sierra

Unknown dijo...

Altamira tlaxco puebla