11 de Mayo
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Entre los santísimos prelados
que ilustraron la Iglesia de Dios en el siglo V, uno fue el glorioso san
Mamerto, obispo de Viena en el Delfinado. En aquel tiempo desolaban todo el país
grandes calamidades y azotes del cielo. Sucedíanse unos a otros los terremotos,
incendios y guerras: las fieras, llenas de pavor por los temblores de la tierra,
dejaban las cuevas de los montes y se llegaban a las poblaciones con grande
espanto de la gente; la cual a vista de estos azotes hacía penitencia de sus
pecados y se disponía a la festividad de la Pascua de Resurrección para
recibir dignamente la comunión pascual, esperando alcanzar de esta suerte el
remedio de tantos males. Concurrieron pues todos contritos a la iglesia, a
celebrar el misterio en la vigilia de la gloriosa noche: pero habiéndose
incendiado varias casas principales de la ciudad, huyeron del templo
despavoridos. Solo el santo obispo quedó en la iglesia, implorando con entrañables
gemidos la divina misericordia, y fue tan grande la eficacia de sus lágrimas,
que presto se apagó aquel grande incendio, y los fieles volvieron para
continuar su penitencia a los oficios divinos. En esta ocasión ordenó el santo
obispo tres días de rogativas públicas acompañadas de ayunos y oraciones, en
los días que preceden a la fiesta de la Ascensión de nuestro Señor
Jesucristo, a los cuales concurrió toda la ciudad con grande compunción, lágrimas
y gemidos, y desde entonces se vio libre de las calamidades que la oprimían.
Divulgada la fama de esta institución y su buen suceso, fue imitada en las
provincias vecinas y se extendió muy presto por la Iglesia occidental, donde se
ha venido siguiendo hasta nuestros días: de manera que aunque semejantes preces
precedieron a la edad de san Mamerto desde tiempo indefinido, en cuanto a la
determinación de la forma con que se hacen tienen por autor a este insigne y
santo prelado. Ha lló san Mamerto las preciosas reliquias de san Julián y san
Ferreolo, ilustres mártires que padecieron en la sangrienta persecución de
Dioclesiano y Maximiano; las cuales trasladó a un magnífico templo que había
labrado. Finalmente después de haber gobernado santamente su iglesia algunos años,
edificádola con sus virtudes y milagros, murió en la paz del Señor, y su
sagrado cadáver fue sepultado con gran veneración en la iglesia de los santos
Apóstoles, extramuros de la ciudad de Viena, desde donde se trasladaron después
sus reliquias a la basílica Constantiniana de santa Cruz de Orleans. Allí
permanecieron en grande veneración hasta el siglo XVI, en el que los hugonotes,
durante sus sacrílegas irrupciones del año 1562, entrando en Orleans, quemaron
la cabeza y huesos del santo, que estaban en diferentes cajas y dispersaron sus
cenizas.
¿Qué son todas las calamidades
y males que nos afligen sino frutos del pecado? que no hizo Dios la muerte, como
dice el apóstol, sino que por el pecado entró la muerte en el mundo. Y aunque
en la presente providencia se sirve nuestro Señor de estos males, ya para
castigarnos, ya para darnos ocasión de mayo res merecimientos, ya para darnos a
en tender que no hemos de buscar en este mundo nuestro paraíso, siempre ha sido
costumbre muy cristiana la de implorar en los comunes males la divina clemencia
con públicas rogativas. Procura asistir a ellas con grande piedad, que el Señor
casi siempre suele oír las plegarias de todo un pueblo contrito y humillado y
suele darle lo mismo que pide.
ORACIÓN
Concédenos, oh Dios
omnipotente, que en la venerable solemnidad del bienaventurado Mamerto, tu
confesor y pontífice, se acreciente en nosotros el espíritu de piedad y el
deseo de nuestra salvación. Por J. C. N. S. Amén.
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