domingo, 29 de julio de 2012

Tiempo de agradecer, tiempo de volver al espíritu del Concilio Vat II

Concilio Vaticano II

Concilio Vaticano II
XXIº Concilio Ecuménico
de la Iglesia Católica
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Apertura de la segunda sesión (29 de septiembre de 1963)
Fecha de inicio 11 de octubre de 1962
Fecha de término 8 de diciembre de 1965
Aceptado por Iglesia católica
Concilio anterior Concilio Vaticano I
Concilio posterior -
Convocado por Juan XXIII
Presidido por Juan XXIII (1962)
Pablo VI (1963-1965)
Asistencia 2450 obispos
Temas de discución Promover el desarrollo de la fe católica.
Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.
Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.
Cánones {{{cánones}}}
Documentos y declaraciones Constituciones: Dei Verbum, Lumen gentium, Gaudium et spes y Sacrosanctum concilium.
Decretos: Ad Gentes, Apostolicam Actuositatem, Christus Dominus, Inter Mirifica, Optatam Totius, Orientalium Ecclesiarum, Perfectae Caritatis, Presbyterorum Ordinis y Unitatis Redintegratio.
Declaraciones: Dignitatis Humanae, Gravissimum Educationis y Nostra Aetate.
El Concilio Vaticano II fue un concilio ecuménico de la Iglesia católica convocado por el papa Juan XXIII, quien lo anunció el 25 de enero de 1959. Fue uno de los eventos históricos que marcaron el siglo XX.
El Concilio constó de cuatro sesiones: la primera de ellas fue presidida por el mismo Papa en el otoño de 1962. Él no pudo concluir este Concilio ya que falleció un año después, (el 3 de junio de 1963). Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el papa Pablo VI, hasta su clausura en 1965. La lengua oficial del Concilio fue el latín.
Comparativamente, fue el Concilio que contó con mayor y más diversa representación de lenguas y razas, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo. Asistieron además miembros de otras confesiones religiosas cristianas.

Objetivo

El Concilio se convocó con los fines principales de:
  • Promover el desarrollo de la fe católica.
  • Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.
  • Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.
  • Lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales.
Se pretendió que fuera un aggiornamento o puesta al día de la Iglesia, renovando los elementos que más necesidad tuvieran de ello, revisando el fondo y la forma de todas sus actividades.
Pretendió proporcionar una apertura dialogante con el mundo moderno, actualizando la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemas actuales y antiguos.
Presbiterio con la cátedra de San Pedro en la basílica homónima, durante el Concilio Vaticano II. Foto de Lothar Wolleh.
El Concilio Vaticano I (1869-1870) no había terminado debido a la suspensión impuesta por el estallido de la guerra franco-prusiana. Algunos querían que se continuara este concilio pero no fue así. Los sectores más liberales o modernistas dentro de la Iglesia lo consideran uno de los cinco concilios más importantes (Niceno I, Calcedonense, Lateranense IV, Tridentino y Vaticano II). Trató de la Iglesia, la revelación, la liturgia, la libertad religiosa, etc. siendo sus características más importantes la renovación y la tradición.
En cambio, los sectores más conservadores aplican un término llamado la hermenéutica de la continuidad para leer los textos conciliares a la luz de la Tradición y del Magisterio bimilenario para que no entre en contradicción.
Por su parte, los sectores tradicionalistas minoritarios, como la Hermandad San Pío X, denuncian que el Concilio enseña errores y que hay puntos que deben ser condenados porque contradicen abiertamente la Tradición, el Magisterio Papal y de los anteriores Concilios de la Iglesia católica.

Antecedentes

A lo largo de los años 1950, la investigación teológica y bíblica católica había empezado a apartarse del neoescolasticismo y el literalismo bíblico que la reacción al modernismo había impuesto desde el Concilio Vaticano I. Esta evolución puede apreciarse en teólogos como los jesuitas Karl Rahner o John Courtney Murray, que se habían venido esforzando por integrar la experiencia humana moderna con el dogma cristiano, así como en otros: el dominico Yves Congar, Joseph Ratzinger (ahora Papa con el nombre Benedicto XVI), Henri de Lubac y Hans Küng que buscaban lo que veían como una comprensión más ajustada de la Escritura y de los Santos Padres, un retorno a las fuentes (ressourcement) y una actualización (aggiornamento).
Al mismo tiempo los obispos de todo el mundo venían afrontando tremendos desafíos asociados al cambio político, social, económico y tecnológico. Algunos de ellos aspiraban a formas nuevas de responder a esos cambios. El Concilio Vaticano I, desarrollado casi un siglo antes, había sido interrumpido cuando el ejército italiano entró en Roma en los momentos finales de la unificación italiana. Sólo habían concluido las deliberaciones relativas al papel del papado, dejando sin resolver los aspectos pastorales y dogmáticos concernientes al conjunto de la Iglesia.

Preparación

Desde febrero de 1959 a noviembre de 1962 tuvo lugar la etapa de preparación del Concilio, bajo la responsabilidad de la Curia Romana.

Primer anuncio

El papa y beato Juan XXIII, responsable de la convocatoria del Concilio Vaticano II
Durante la celebración de la fiesta de la Conversión de san Pablo el 25 de enero de 1959, en un consistorio que el Papa Juan XXIII tuvo con los cardenales tras la celebración en la basílica de san Pablo Extramuros, anunció1 su intención de convocar un concilio ecuménico.2
El secretario del papa Juan describió así la situación en que el pontífice brindó el «discorsetto» (discursito) que, con una simplicidad llamativa, modificó el rumbo pastoral de la Iglesia Católica, al anunciar la intención de realización del Concilio:
Fue un día como los demás. Se levantó el pontífice como de costumbre a las cuatro, hizo sus devociones, celebró la misa y asistió después a la mía. Se retiró a continuación a la salita de comer para la primera colación, dio una ojeada a los periódicos y quiso revisar el borrador de los discursos que había preparado. A las diez partimos para la Basílica de San Pablo Extramuros. La primera parte de la ceremonia duró de las 10.30 hasta las 13. Entonces entramos en la sala de los monjes benedictinos, nos retiramos todos y quedó el papa con los cardenales. Leyó el discursito que había preparado, digo «discorsetto» porque así lo definió él mismo, y en un cuarto de hora estaba todo terminado. Pocos minutos después se difundía por el mundo la noticia del Concilio ecuménico.
Mons. Capovilla, secretario de Juan XXIII
Juan XXIII presentó la iniciativa como algo absolutamente personal:
Pronuncio ante ustedes, cierto, temblando un poco de conmoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución de propósito, el nombre y la propuesta de la doble celebración de un sínodo diocesano para la Urbe y de un concilio ecuménico para la iglesia universal.3
Los cardenales reaccionaron con un «impresionante y devoto silencio».4 El anuncio causó una gran sorpresa en todos: todavía no pasaban tres meses desde la elección de Juan XXIII,5 en el cónclave de octubre de 1958, que lo había elegido como un Papa considerado extraoficialmente "de transición",6 a continuación del papado de Pío XII. Los medios de comunicación, a excepción de L'Osservatore romano,7 dieron gran eco a la noticia subrayando diversos elementos del discurso del Papa.
En sus discursos posteriores, el Papa fue poco a poco delineando los objetivos del concilio y recalcando especialmente que se trata de un concilio pastoral y ecuménico.8 Aunque el propósito de Juan XXIII encontró muchas formas de manifestarse durante los tres años siguientes, una de sus expresiones más conocidas fue aquella que, preguntado por los motivos, presentó al tiempo que abría una ventana: «Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior». Invitó a otras iglesias a enviar observadores al concilio, aceptándolo tanto iglesias protestantes como ortodoxas. La Iglesia Ortodoxa Rusa, por temor al gobierno soviético comunista, sólo aceptó tras recibir seguridades de que el concilio sería apolítico (es decir, de que no se reiteraría la condena al comunismo).

Etapa antepreparatoria

El 17 de mayo de 1959, Juan XXIII anunció la creación de la comisión antepreparatoria: encargó la presidencia de la comisión al Cardenal Domenico Tardini y la secretaría a mons. Pericle Felici. Los secretarios de varios dicasterios de la curia fueron los demás miembros de la comisión. El 26 de mayo se reunió por primera vez y se decidió dar luz verde a dos cartas: una a los organismos de la curia para que prepararan comisiones de estudio sobre los temas a tratar en el Concilio y otra a todos los obispos para que antes del 30 de octubre indicaran sus sugerencias para el Concilio. A estas dos consultas se añadió luego una tercera a las facultades de teología y de derecho canónico que tenían plazo hasta el 30 de abril de 1960 para enviar sus propuestas.
El 15 de julio de 1959, el Papa Juan XXIII comunicó a Tardini que el concilio se llamaría «Vaticano II» y que, por lo tanto, no debía considerarse como una continuación del Vaticano I (que había quedado suspendido).
Para el 30 de octubre siguiente se habían recibido ya 1600 respuestas de obispos, superiores generales y facultades de teología o de derecho canónico. En la fecha límite, 30 de abril de 1960, se contó con 2109 respuestas, a cuya catalogación y ordenamiento se procedió de manera que fuera posible su síntesis. El documento final se llamó Analyticus conspectus consiliorum et votorum quae ab episcopis et praelatis data sunt.9

Fase preparatoria

La fase preparatoria propiamente dicha se inició el 5 de junio de 1960 con la publicación del motu proprio Superno Dei nutu10 que fue redactado por el Cardenal Tardini. Este documento fijó las comisiones preparatorias por temas en 10 con una comisión central que supervisaba y coordinaba los trabajos de todas. Pericle Felici fue nombrado secretario general de esta comisión central. Los presidentes de las comisiones temáticas preparatorias eran los prefectos de los dicasterios correspondientes de la curia.
El cardenal Augustin Bea, a quien se acredita influencia en algunas de las reformas ecuménicas más significativas del Concilio Vaticano II
A estos organismos se añadió, para cubrir el deseo del Papa de que las demás iglesias cristianas participaran en el concilio, un «Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos» presidido por el cardenal Augustin Bea, quien solicitó a Mons. Johannes Willebrands que le ayudara como secretario del nuevo ente.11 También se creó un Secretariado para los medios de comunicación.
El 14 de octubre de 1960, el Papa constituyó un secretariado administrativo del Concilio al que le encargó tratar los asuntos de financiamiento y desarrollo material del mismo. El 7 de noviembre se creó la comisión para el ceremonial que trataría los temas relacionados con la liturgia y los lugares a ocupar en la Basílica de San Pedro por parte de los padres conciliares. El presidente de esta última comisión fue el cardenal Eugène Tisserant.
Los trabajos de las comisiones comenzaron oficialmente el 14 de noviembre de 1960, tras un discurso de Juan XXIII.12 La principal misión de estas comisiones era elaborar los documentos que, tras pasar por el visto bueno del Papa, serían presentados para la discusión en aula. Las temáticas eran tan variadas que fue necesario incluso crear subcomisiones.
Tras un año y medio de trabajos, las comisiones y el Secretariado para la unión de los cristianos produjeron un total de 75 esquemas. Estos esquemas fueron revisados luego por la comisión central que incluyó diversas modificaciones y recortes.
El 25 de diciembre de 1961, el papa Juan XXIII convocó la celebración del concilio para 1962 con la bula Humanae salutis y el 2 de febrero siguiente, por medio del motu proprio Consilium diu fijó la fecha de apertura para el 11 de octubre.

El reglamento

Una novedad del Concilio Vaticano I fue que el reglamento a seguirse durante las sesiones no fue votado por los mismos padres conciliares. Dado este precedente y tras el código de derecho canónico de 1917 que daba muchos más poderes en relación con el concilio al Papa, no se contempló que en este nuevo concilio el reglamento fuera sometido al parecer de sus participantes. Así, en marzo de 1961 mons. Felici solicitó a la comisión preparatoria central que se manifestara sobre algunos temas relacionados con el reglamento. En junio siguiente el Cardenal Arcadio Larraona solicitó la formación de una subcomisión para la redacción del reglamento. El 7 de noviembre la subcomisión fue creada y trabajó desde el 11 de noviembre hasta el 27 de junio. Dos días después el texto fue entregado al P. Felici quien a su vez lo hizo ver al papa Juan XXIII. Tras integrar algunos cambios solicitados por el mismo pontífice, el reglamento fue oficializado el 6 de agosto de 1962 mediante motu proprio titulado Ordo Concilii oecumenici Vaticani II celebrandi.13
El texto estaba dividido en tres partes: participantes, normas y procedimientos.

Participantes

Además de los obispos diocesanos, se contempló que los obispos titulares tuvieran voto deliberativo así como los superiores generales de congregaciones de derecho pontificio con más de 3000 miembros. Los expertos y teólogos invitados por el Papa podrían participar en las congregaciones generales e incluso, si se les solicitaba, intervenir en el aula o en la redacción de esquemas para las diversas comisiones. Los observadores podrían participar solo en las congregaciones generales y sesiones públicas, que gozarían de traducción simultánea. Los peritos invitados por cada obispo no podrían participar en las congregaciones generales.

Normas

Se mantendría el secreto sobre lo discutido en el Concilio. La lengua oficial sería el latín, aunque en las comisiones podían emplearse otras lenguas. El derecho a hablar se daba en orden eclesiástico: los cardenales primero, luego los patriarcas, a continuación los arzobispos, obispos, etc.
Se creaba una «presidencia del concilio» formada por 10 cardenales y una secretaría general. Existirían además 10 comisiones (según las 10 comisiones preparatorias aunque con alguna variante) con 24 miembros cada una: 16 elegidos por la asamblea y 8 nombrados por el Papa (entre los cuales el presidente de cada comisión). A estas comisiones se añadió un secretariado para asuntos extraordinarios.

Procedimientos

Los textos preparados por las comisiones preparatorias, tras el visto bueno del Papa se enviarían a los padres conciliares para su conocimiento antes de tratarse en las congregaciones generales. En la sesión correspondiente, un relator -normalmente el secretario de la comisión preparatoria respectiva- presentaría el esquema a la asamblea. Cada padre conciliar podría, a continuación y durante 10 minutos, intervenir para admitir, rechazar o solicitar enmiendas generales del esquema presentado. Sin embargo, tales intervenciones deberían ser indicadas con tres días de antelación a la secretaría del concilio. Luego se votarían los cambios propuestos y se analizarían los resultados de la votación. Finalmente, se daría una votación del esquema completo y, si este obtenía la mayoría necesaria, se dejaría pendiente su aprobación solemne para la siguiente sesión pública con la presencia del Papa.
El texto del reglamento no preveía con claridad los pasos a seguir en caso de que un esquema fuera rechazado, pero sí los pasos para incluir las enmiendas propuestas.

Participantes del concilio

Padres conciliares en el Concilio Vaticano II. Foto de Lothar Wolleh.
  • Los 2450 obispos de la Iglesia católica. El único grupo que fue excluido fue el de los obispos del bloque comunista chino, por lo que estuvieron ausentes unos 200 obispos. Existía un convenio con los soviéticos para permitir a los obispos salir de y entrar a sus países sin problemas. Así, fue el concilio más grande en cuanto a cantidad (a los efectos de comparar, el concilio de Calcedonia contó con unos 200 participantes y el concilio de Trento, unos 950) y en cuanto a catolicidad, pues fue la primera vez que participaron de modo sustancial los obispos no europeos (sobre todo africanos y asiáticos). En los primeros dos años, predominaron las intervenciones de los obispos europeos, pero las siguientes sesiones fueron más participadas. Incluso participaron algunos cardenales teólogos o no obispos, pero por insistencia de Juan XXIII fueron ordenados obispos. Además participaron algunos abades, superiores o maestros de grandes órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, etc.).
  • Teólogos invitados del Papa como consultores, no como miembros plenos (Yves Congar, Karl Rahner, Henri de Lubac, Hans Küng, Gérard Philips). Podían escuchar aunque no hablar en el aula, pero mantenían influencia en las diez comisiones ya mencionadas. Al inicio del Concilio se dio el nombramiento de las comisiones conciliares (dos tercios nombrados por los obispos y un tercio por el Papa) teniendo como tarea guiar y escribir aquellos decretos ya discutidos en el aula.
  • Consultores de Iglesias ortodoxas e Iglesias protestantes.
  • Observadores, y católicos laicos (cf. Mary Goldic, Ospite a casa propia, ed. en inglés)
  • Periodistas. Se dio participación como observadores a periodistas de muchas publicaciones, en especial el Times; Raniero La Valle para L'Avvenire d'Italia; Caprile para La Civiltà Cattolica; el redentorista Francis X. Murphy, bajo el pseudónimo de Xavier Rynne, para The New Yorker; y enviados de otras publicaciones como Frankfurter Allgemeine Zeitung, Le Monde, Assomptionisti La Croix, etc. En este sitio puede también incluirse el diario personal que llevó el teólogo Yves Congar, conocido como Mon Journal du Concile (Paris: du Cerf, 2002), de gran valor histórico-documental.

Sesiones

La primera sesión (1962)

La primera sesión se inició con la inauguración solemne en la basílica de San Pedro el 11 de octubre de 1962.
La primera sesión partió con la inauguración solemne en la Basílica de san Pedro el 11 de octubre de 1962. Juan XXIII presidió la Misa y ofreció un discurso programático, el Gaudet Mater Ecclesia, donde habló del puesto de los concilios en la historia de la Iglesia, de la situación del mundo y de algunos aspectos generales que debían tenerse en cuenta durante el concilio: se trata de custodiar el depósito de la fe católica enseñarlo de una manera adecuada a los tiempos empleando para ello los métodos más eficaces. También recordó que no era una actitud de condena de los errores sino de misericordia, lo que se esperaba del concilio. Alude al tema del ecumenismo que era uno de los que habían causado mayor expectativa en los medios de comunicación.
Para el 13 de octubre se tenía programada la elección del porcentaje de miembros de las comisiones que correspondía nombrar a la asamblea conciliar. La secretaría general del concilio entregó entonces una lista con los nombres de todos los padres conciliares y otra lista con los nombres de los miembros de las respectivas comisiones preparatorias. Sin embargo, el cardenal Achille Liénart, tras recibir una solicitud de un grupo de obispos franceses y alemanes, solicitó al consejo de presidencia más tiempo de manera que los participantes pudieran conocerse y hacer una votación concienzuda. Por tanto, la elección fue pospuesta para el 16 de octubre y tras los recuentos de votos e intervenciones sobre cuál mayoría sería tomada en cuenta, se eligieron los miembros respectivos de las comisiones.
El 20 de octubre, tomando en cuenta el interés mostrado por algunos padres conciliares de ofrecer un mensaje de parte del concilio al mundo, se votó rápidamente una propuesta que obtuvo la mayoría necesaria y fue asumida como Mensaje de los padres conciliares a todos los hombres. Luego comenzó la discusión del esquema sobre la liturgia (De sacra liturgia que luego se llamará Sacrosanctum concilium).
Las discusiones, con diversos puntos de vista enfrentados, se prolongaron hasta el 14 de noviembre en que se hizo una primera votación exploratoria. El texto fue ampliamente aprobado (2162 placet contra 46 non placet)
Ese mismo día, se presentó en aula el esquema De fontibus revelationis (que luego será el Dei Verbum). Las diferencias dentro del concilio se hicieron todavía más claras durante las discusiones sobre este esquema de manera tal que parecía que el documento sería rechazado completamente. Esta posibilidad no estaba contemplada en el reglamento lo cual hacía más tensas las discusiones de esos días. Tras una votación exploratoria, no se alcanzó la cuota necesaria para que el texto volviera a la comisión y el mismo papa Juan XXIII intervino el 21 de noviembre, creando una comisión mixta que reharía el texto de la constitución dogmática.
El 23 de noviembre se entregó a los padres conciliares dos esquemas para su estudio antes de la discusión en aula: era el De Ecclesia (luego la constitución dogmática Lumen Gentium) y un apéndice con un esquema sobre la Virgen María (De beata Maria Virgine).
Ese mismo día se comienza a discutir la constitución sobre los medios de comunicación social (que luego será el decreto Inter mirifica). El texto fue aprobado en sus grandes rasgos aunque se solicitó que fuera reducido considerablemente y que se tratase más ampliamente del rol de los laicos en los medios de comunicación. La votación exploratoria dejó 2138 placet y 15 non placet.
Para el 27 de noviembre inició la discusión del esquema sobre la unidad de los cristianos, Ut omnes sint. El texto causó desilusión14 ya que, dado que había sido preparado por la comisión preparatoria para las Iglesias orientales, trataba únicamente de esas iglesias sin hablar, por ejemplo, de los protestantes. El patriarca Maximos de los melquitas criticó el esquema que consideraba mediocre. Dado que la comisión preparatoria teológica y el secretariado para la unidad habían preparado otros esquemas sobre los mismos temas, los padres conciliares solicitaron que fueran fundidos en un solo documento reelaborado por una comisión mixta. Ese fue el resultado de la votación que a propósito se realizó: 2068 placet y 36 non placet.
Padres conciliares. Foto de Lothar Wolleh.
El 1 de diciembre se comenzó a discutir el esquema De ecclesia. El cardenal Ottaviani había intentado en días anteriores que la discusión en aula del esquema se retrasase a la siguiente sesión, pero el consejo de presidencia prefirió mantener el orden del día como había sido propuesto inicialmente. La discusión fue menos acalorada que la de las fuentes de la revelación. Pero de todas maneras a medida que proseguía el debate las críticas de aspectos generales del esquema se hacían más populares. Así, por ejemplo, mons. Emil de Smedt que consideraba que el esquema era triunfalista, clericalista y juridicista. Sin embargo, era el tema del episcopado el que más discusión generaba. El debate no llega a puerto y las discusiones se concluyen el 7 de diciembre, víspera de la clausura de la primera sesión conciliar.
Unos días antes, tanto el cardenal belga Leo Jozef Suenens como el cardenal italiano Giovanni Montini habían intervenido en aula solicitando una dirección más clara para el concilio y proponiendo para ello una visión eclesiológica: se trataría de la Iglesia ad intra y ad extra y esta temática podría dar unidad y finalidad a los trabajos. Esto dejaba al documento De ecclesia como el más importante y programático del concilio.
El 5 de diciembre la secretaría general comunicó que los 75 esquemas serían reducidos a 20. Asimismo se dieron a conocer los modos de trabajo de las comisiones durante el período de intersesión. Se elaborarían nuevos esquemas de acuerdo con el sentir manifestado por la mayoría de los obispos durante el concilio y se pasarían a aprobación del Papa. Este los haría llegar a los padres conciliares para que estos indicaran las enmiendas consideradas oportunas a la comisión antes del inicio de la segunda sesión. Para organizar todo este trabajo, Juan XXIII creó una comisión de coordinación a cargo de la Secretaría de Estado.
El 8 de diciembre se concluye oficialmente la primera sesión con un discurso del Papa.

Primera intersesión

Las comisiones continuaron el trabajo de elaboración y agrupamiento de esquemas. El Papa envió una carta, la Mirabilis ille (6 de enero de 1963) donde recordaba a los padres conciliares que el concilio continuaba durante el período entre sesiones.
El papa Pablo VI, responsable del desarrollo de la segunda, tercera y cuarta sesión del Concilio Vaticano II
La comisión de coordinación comenzó sus trabajos el 21 de enero. El 22 de abril, Juan XXIII aprobó 12 de los 17 esquemas que la comisión le había hecho llegar. Estos fueron enviados a los obispos en mayo y se iniciaron reuniones de grupos de obispos en todo el mundo para discutir juntos los esquemas y llegar así a la segunda sesión con propuestas conjuntas de enmiendas.
El 3 de junio, el papa Juan XXIII falleció. El 21 de junio siguiente fue elegido el cardenal Montini, que tomó el nombre de Pablo VI. Al día siguiente, en su primer radiomensaje, aseguró que el concilio continuaría y el 27 anunció la fecha de apertura de la segunda sesión: el 29 de septiembre de 1963.
En el período inmediatamente anterior al inicio de la segunda sesión, Pablo VI introdujo algunas modificaciones en el reglamento. Se amplió el número de observadores integrando incluso laicos que fueron llamados a participar aunque sin voto deliberativo. La comisión de coordinación quedaba como organismo permanente del concilio. Y, dada la ineficacia mostrada por el consejo de presidencia, se nombraba un grupo de cuatro delegados o moderadores que agilizarían y dirigirían los debates.

La segunda sesión (1963)

Imagen del Concilio en la que se observa al papa Pablo VI presidiendo la celebración desde el presbiterio de la basílica de San Pedro. Foto de Lothar Wolleh.
El 29 de septiembre, tras una sencilla ceremonia inaugural y un discurso de Pablo VI, los trabajos recomenzaron en San Pedro. Al día siguiente se reinició la discusión en aula del esquema De ecclesia. El nuevo texto fue presentado por el cardenal Ottaviani y atrajo mayor consenso que el anterior. El texto a modo de base para la discusión fue votado y obtuvo 2231 placet contra 43 non placet.
Entonces, de acuerdo con el reglamento, comenzó la discusión de cada capítulo. Para cada capítulo fueron declarándose las objeciones de los padres o los aspectos que convenía añadir. El tema de la naturaleza sacramental del episcopado ya había obtenido la casi unanimidad de los consensos pero el de la colegialidad episcopal permanecía discutido (debido a que algunos lo consideraban un atentado contra el primado pontificio) y se dieron intervenciones a favor y en contra durante las sesiones. Lo mismo en relación con la posibilidad de reactivar el diaconado permanente.
Las discusiones continuaron hasta el 15 de octubre sin llegar a un acuerdo. Ese día el cardenal Leo Jozef Suenens propuso verificar el apoyo que las diversas posturas tuvieran en la asamblea por medio de una votación de algunos puntos discutidos. Indicó incluso que al día siguiente se tendría tal votación, pero mons. Felici obtuvo que el Papa permitiera impedir esa votación. Suenens también acudió a Pablo VI, quien mandó reunir a la comisión de coordinación, al consejo de presidencia y al secretariado general para tratar el asunto. Era ya el 23 de octubre. En esos días se fijó el texto de las preguntas y el Papa aprobó que se hiciera la consulta para el 30 de octubre. La idea era que de la votación se saliera con una indicación clara para la comisión teológica sobre los contenidos discutidos del esquema. La gran mayoría de los padres se manifestó a favor de la definición de la colegialidad y, aunque menos, también de la reactivación del diaconado permanente.15
A continuación se discutieron los demás capítulos del De Ecclesia y se trató sobre la posibilidad de integrar el esquema sobre la Virgen María al final de este. La asamblea se dividió completamente (la votación explorativa dio 1114 placet y 1074 non placet).

El 2 de noviembre se comenzó a tratar el esquema sobre el episcopado. Era evidente que no podía ser discutido sin haber decidido lo concerniente a la colegialidad en el esquema De Ecclesia: de hecho, las discusiones sobre ese punto continuaron ya que el cardenal Ottaviani buscaba minimizar los resultados de la votación del 30 de octubre. Se produjeron discusiones de tono más elevado y el cardenal Josef Frings incluso cuestionó durante una sesión en aula, el modo de actuar del Santo Oficio, provocando una áspera respuesta del cardenal Ottaviani.16 La discusión del esquema se prolongó hasta el 15 de noviembre.
Un nuevo esquema sobre el ecumenismo se presentó para la discusión. El nuevo texto tenía cinco capítulos e incluía también el tema de los no cristianos especialmente los judíos. También se incluyó en este esquema el texto sobre la libertad religiosa. Aun cuando la discusión inicial fue difícil, finalmente se aprobó en línea de principio el texto aunque se solicitó a la comisión mixta que mejor separase lo aplicable a las denominaciones cristianas de los no cristianos.
Durante los debates de estos esquemas se realizaban también las votaciones de los capítulos de los esquemas sobre la liturgia y sobre los medios de comunicación. Ambos obtuvieron finalmente el consenso requerido y fueron oficialmente promulgados en la sesión pública del 4 de diciembre.
Antes de la ceremonia conclusiva de la segunda sesión, Pablo VI anunció que se aumentaría el número de participantes en las comisiones. En el discurso conclusivo resumió los resultados, que consideraba positivos, de la sesión y anunció su intención de visitar Tierra Santa.

Segunda intersesión

Al concluir los trabajos de la segunda sesión, el papa Pablo VI había mencionado su interés en reducir el tiempo requerido para concluir el concilio por medio de la reducción de los esquemas o de la elaboración de textos que siguieran las directivas ya consideradas mayoritarias. Por ello encargó al cardenal Julius August Döpfner que elaborara una propuesta en ese sentido. La idea indicada por él era reducir a seis los esquemas más amplios a discutirse y dejar los demás en una serie de proposiciones que ya no se discutirían sino solo votarían. La comisión de coordinación analizó la propuesta del 28 de diciembre al 15 de enero, la aprobó e indicó a las demás comisiones que procedieran de ese modo. El Papa en los meses siguientes tuvo que tranquilizar a los obispos que consideraban que esto era una medida para concluir «expeditivamente» el concilio.17
Ya en abril se enviaron los primeros textos (de los esquemas más importantes: De Ecclesia, De fontibus revelationis y sobre la Iglesia en el mundo actual, llamado Esquema XIII) a los obispos para que prepararan su análisis durante el concilio.
Por su parte, los cardenales Larraona, Micara y Ruffini enviaron cartas a Pablo VI para que reservara al magisterio pontificio el tema de la colegialidad y mandara retirar el capítulo correspondiente del esquema De Ecclesia.

Tercera sesión (1964)

La tercera sesión del concilio se inauguró el 14 de septiembre de 1964. La misa, ya aplicando la constitución Sacrosanctum concilium fue concelebrada por 24 padres conciliares con el Papa. El discurso de Pablo VI resultó esclarecedor de su posición dado que empleó la expresión colegio episcopal apoyando así la posición de la mayoría conciliar.
Al día siguiente se inició la discusión de los últimos capítulos del esquema De Ecclesia. El capítulo sobre la escatología fue rápido y sin problemas. En cambio el de la Virgen María aunque fue también breve mantuvo las diferencias de concepto entre los padres conciliares que se habían manifestado en la segunda sesión y en la última intersesión dentro de la comisión teológica.18 Se optó por una solución de compromiso con un texto que pudiera complacer a ambas partes. El 16 de septiembre comenzaron las votaciones por capítulo del esquema aunque el capítulo tercero (sobre la jerarquía), que era el más discutido, fue votado número por número (38 votaciones).
El 18 de septiembre se retomó el esquema sobre los obispos que pasó las votaciones casi sin problemas.
El 23 de septiembre se presentó un esquema nuevo sobre la libertad religiosa. Aunque todos estaban de acuerdo en el principio, el texto dividía a la asamblea conciliar por la forma de presentar la doctrina y las consecuencias que podía tener (por ejemplo, en los países donde por concordato la Iglesia católica tenía privilegios). El 9 de octubre, mons. Felici indicó de parte del Papa, que el texto debía ser reformulado por una comisión mixta donde se incluyó al mayor opositor del texto, el arzobispo Marcel Lefebvre.
Salida de los Padres conciliares de la basílica de San Pedro. Foto de Lothar Wolleh.
A continuación se examinó el esquema sobre los hebreos que había sido rehecho y ampliado tomando en consideración las religiones no cristianas. Las posiciones encontradas (por motivos de oportunidad pastoral)19 hicieron que el texto volviera al secretariado para ser reescrito. En el secretariado se rehizo el texto sobre los hebreos y se añadieron párrafos relacionados con las demás religiones (hindúes y budistas). El nuevo texto fue votado el 20 de noviembre y obtuvo la mayoría necesaria para aprobarse definitivamente.
El texto del esquema sobre la Revelación fue representado y tras cinco sesiones fue aprobado aunque quedaban varios elementos discutidos y que debían tratarse en sede de la comisión teológica. Esta terminó las enmiendas a mediados de noviembre, ya demasiado tarde para que se pudiera discutir de nuevo en aula.
Mientras, y ya desde el 7 de octubre, se había comenzado a estudiar el documento sobre el apostolado de los laicos. Las opiniones eran variadas y las críticas al texto venían de todas las sensibilidades. El 20 de octubre otro texto complejo, el llamado esquema XIII fue presentado en aula. La mayoría de las críticas lo consideraban un esquema aceptable pero poco fundado teológicamente. Las discusiones sobre los problemas particulares tratados en el esquema (el ateísmo, la guerra, la familia, el matrimonio) fueron más ásperos.
Ese mes de octubre se trataron los esquemas más breves que habían sido reducidos a proposiciones a votar. Así, por ejemplo, los que trataban de los presbíteros, la formación sacerdotal, las iglesias de rito oriental, las misiones, los religiosos, la educación cristiana y el matrimonio. Este último fue convertido en una serie de observaciones que se hicieron llegar al Papa para que él decidiera qué hacer.
El mes de noviembre vio el renacer del problema de la colegialidad. Las discusiones en la comisión no llegaban a puerto por lo que se encargó a Mons. Gérard Philips que redactara una nota explicativa que aclarara los elementos empleados en la redacción propuesta, que era una solución que buscaba contentar a todas las partes. El Papa pensaba introducir esta nota como explicación del capítulo III de la Lumen Gentium y tras hacer algunas modificaciones al texto la mandó al concilio. Esta se presentó el 14 de noviembre y causó perplejidad por lo que implicaba de intervención pontificia en el concilio. Tras la lectura del texto y las votaciones el texto de la Lumen gentium se aprobó.
Sin embargo, el 19 de noviembre se presentaba el texto de la declaración sobre la libertad religiosa que en vez de ser corregido según las intervenciones anteriores, había sido casi completamente rehecho. Se solicitó entonces que fuera votado de nuevo pero la presidencia del concilio anunció que no se votaría el nuevo texto hasta la siguiente sesión. Esto causó molestia en varios padres conciliares (por ejemplo, los cardenales Meyer, Ritter, Léger, Suenens y Frings), quienes intentaron por todos los medios persuadir a Pablo VI de que se procediese a la votación, pero el Sumo Pontífice no cedió. El descontento de éstos creció cuando se informó a la asamblea que Pablo VI había introducido 19 modificaciones al esquema sobre el ecumenismo (que había sido votado favorablemente por los padres conciliares, aunque todavía no había sido promulgado).
Estos hechos –aunque a la luz de la historia posterior no se manifestaron tan importantes (el texto de la nota explicativa realmente no cambia lo indicado en el texto final de la Lumen gentium, el mayor tiempo de elaboración del esquema sobre la libertad religiosa permitió perfilarlo mejor y las modificaciones incluidas en el esquema sobre el ecumenismo eran de mera forma)– crearon un clima de descontento y desilusión en los obispos y expertos de la así llamada «mayoría» conciliar.20
La sesión pública conclusiva vio la aprobación de nuevos documentos (la Lumen gentium, los dos decretos sobre el ecumenismo y el de las Iglesias orientales). Además el Papa proclamó a María como Madre de la Iglesia.

Tercera intersesión

Al concluir la tercera sesión conciliar, las comisiones quedaban con 11 esquemas sobre los que trabajar para la cuarta, según las orientaciones recibidas de parte de la asamblea conciliar. Algunos textos como el que trataba de la revelación, requerían retoques más o menos importantes; otros, como el que hablaba de los presbíteros debía ser rehecho a partir de las proposiciones que se habían votado.
Los textos elaborados fueron enviados a mediados de junio a los obispos para que prepararan sus intervenciones o hicieran llegar directamente sus comentarios a las comisiones.

La cuarta sesión (1965)

El 14 de septiembre de 1965 se reanudaron los trabajos en San Pedro. En el discurso de apertura, Pablo VI anunció la creación del sínodo de los obispos (que algunos inicialmente consideraron la aplicación de la colegialidad) y que visitaría la sede de la ONU para el XX aniversario de su creación.
Al día siguiente el Papa participó en la congregación general donde firmó el decreto de creación del sínodo.
Después que Pablo VI se retirara de la basílica, se inició la discusión del esquema sobre la libertad religiosa. El debate fue tenso y tras cinco días no se llegaba al consenso. La comisión de coordinación se reunió para discutir si se podía hacer la votación del esquema como base y el resultado fue no hacer la votación. Pero el Papa intervino e indicó que se votaría de todos modos. El esquema recibió luz verde (1997 a favor y 224 en contra) para ser usado como base aunque debía «ser perfeccionado según la doctrina católica sobre la verdadera religión y en base a los cambios propuestos durante el debate» según indicaba la pregunta.
El 21 de septiembre se llega a la discusión sobre el esquema XIII, debate que se prolongó durante dos semanas. La votación sobre el esquema en cuanto tal (antes de pasar a los capítulos) fue positivo (2100 placet y 44 non placet). El debate sobre el capítulo del matrimonio fue más breve debido a que el Papa había reservado a sí el tema del control de la natalidad. Los demás capítulos pasaron sin mayores dificultades.
Franz König, cardenal vienés de gran prestigio por su tendencia innata al diálogo, a la concordia y al pluralismo, fue propulsor de un Concilio Vaticano II «abierto» al cambio. Realizó aportes notables en la declaración Nostra Aetate, referida a la relación entre la Iglesia católica y las religiones no cristianas.
Desde el 7 de octubre se discutió el esquema sobre las misiones. El texto fue bien acogido y se sugirieron una serie de mejoras. Sin embargo, un texto del documento que hablaba de cómo universalizar el dicasterio de Propaganda fidei fue modificado por la comisión debido a que la reforma de la curia era competencia exclusiva del Papa según había indicado la Comisión pontificia para la reforma de la Curia romana. Alrededor de 300 padres firmaron un manifiesto de protesta por este cambio en un documento aprobado con 2070 placet.
Luego se discutió el documento sobre los presbíteros. Volvió a discutirse el tema del celibato o al menos de la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres casados. El 11 de octubre, Pablo VI mandó leer un comunicado por el que solicitaba que no se discutiera públicamente el argumento y que las propuestas le fueran enviadas a través del consejo de presidencia.
Los días siguientes se dedicaron solo a votaciones de esquemas o de capítulos de estos sin debates. El 28 de octubre se tuvo una sesión pública de promulgación solemne de la Christus Dominus, la Perfectae caritatis, la Optatam totius, la Gravissimum educationis y la Nostra aetate.
El 29 de octubre se reiniciaron las votaciones, esta vez del documento sobre la revelación, Dei Verbum. Nuevamente se llegó a un punto muerto por las enmiendas que consentía el sistema de votación iuxta modum. Entonces Pablo VI envió una serie de propuestas de redacción (teológicamente aceptables) para que la comisión teológica, con la ayuda del cardenal Augustin Bea, escogiera la más apropiada. Así, a pesar todavía del disenso de unos pocos padres (55 en la votación preliminar) se logró pasar la constitución.
Desde el 9 de noviembre se votó el esquema sobre el apostolado de los laicos. El documento sobre las misiones fue nuevamente propuesto y recibió 712 placet iuxta modum que obligaba a la comisión a enmendar el texto.
El 18 de noviembre se tuvo otra sesión pública donde se promulgaron la Dei Verbum y la Apostolicam actuositatem. El Papa, en la homilía, anunció la apertura de los procesos de beatificación de Pío XII y de Juan XXIII.
Tres Padres conciliares, durante el Concilio Vaticano II. Foto de Lothar Wolleh.
En los días siguientes se continuaron las agotadoras votaciones. La declaración sobre la libertad religiosa pero no fue posible vencer la oposición de un grupo de 250 padres.
La votación de la constitución Gaudium et spes fue todavía sufrida debido a las peticiones de incluir una condena expresa del comunismo y por una nueva intervención del Papa en el capítulo sobre el matrimonio. Pero finalmente lograron el consenso sobre el texto.
Los últimos días del concilio se desarrollaron entre agradecimientos. El 7 de diciembre fue la última sesión pública solemne: se promulgó la constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum ordinis, la declaración Dignitatis humanae. Asimismo se leyó la declaración común que retiraba las excomuniones recíprocas con la Iglesia ortodoxa.
El concilio concluyó con una misa presidida por Pablo VI el 8 de diciembre.

Documentación y nivel de aceptación por los Padres Conciliares

El Concilio Vaticano II dio lugar a un total de 4 constituciones (2 de ellas dogmáticas y 1 pastoral), 9 decretos conciliares y 3 declaraciones conciliares, a los que se pueden sumar la Constitución apostólica Humanae salutis por la cual Juan XXIII convocó el concilio, el mensaje Ad omnes de los Padres del concilio a todos los hombres, los mensajes del concilio a la humanidad, y otros breves (In Spiritu Sancto y Ambulate in dilectione). Los documentos se pueden ver en «Le fonti ufficiali» que se conservadan en un archivo dividido en:
  • Materia preparatoria:
    • Serie I, ante preparatoria que corresponde a antes del inicio del concilio, son las respuestas de los obispos a los cuestionarios. No están en sentido sistemático.
    • Serie II, Materia preparatoria (4 volúmenes en 6 tomos). Corresponde al último año después de la convocación del concilio. Son los documentos preparados por la Curia para el concilio. La Curia divide los temas en 10 temas (que corresponden a los 10 dicasterios del Vaticano que presidían las 10 comisiones preparatorias).
Tras un largo y duro trabajo, se redactaron 16 documentos, cuyo conjunto constituye una toma de conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen. Los documentos, la fecha de promulgación y el nivel de aceptación final por parte de los Padres conciliares se pueden apreciar en la Tabla 1.
Tabla 1: Cuándo y cómo fueron votados los documentos conciliares
Documentos promulgados Fecha Placet Non placet Votos nulos Votantes
Constitución sobre la sagrada liturgia (Sacrosanctum Concilium) 4-12-1963 2147 4 1 2152
Decreto sobre los medios de comunicación social (Inter mirifica) 4-12-1963 1960 164 7 2131
Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium) 21-11-1964 2151 5 -- 2156
Decreto sobre las Iglesias orientales católicas (Orientalium Ecclesiarum) 21-11-1964 2110 39 -- 2149
Decreto sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio) 21-11-1964 2137 11 -- 2148
Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos (Christus Dominus) 28-10-1965 2319 2 1 2322
Decreto sobre la vida religiosa (Perfectae caritatis) 28-10-1965 2321 4 -- 2325
Decreto sobre la formación sacerdotal (Optatum totius) 28-10-1965 2318 3 -- 2321
Declaración sobre la educación cristiana (Gravissimum educationis) 28-10-1965 2290 35 -- 2325
Declaración sobre las religiones no cristianas (Nostra aetate) 28-10-1965 2221 88 1 2310
Constitución dogmática sobre la revelación divina (Dei Verbum) 18-11-1965 2344 6 -- 2350
Decreto sobre el apostolado de los seglares (Apostolicam actuositatem) 18-11-1965 2340 2 -- 2342
Declaración sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae) 7-12-1965 2308 70 6 2384
Decreto sobre la actividad misional (Ad gentes divinitus) 7-12-1965 2394 5 -- 2399
Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros (Presbyterorum Ordinis) 7-12-1965 2390 4 -- 2394
Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes) 7-12-1965 2309 75 7 2391
Los documentos son:
Constituciones
Decretos conciliares
Declaraciones conciliares

Referencias

  1. Cf. AAS 51 (1959) I/65-69.
  2. En sus notas personales el Papa escribe «general» pero en la edición oficial del discurso se habla de «ecuménico». No se sabe exactamente qué palabra usó, cf. Melloni (1992:628).
  3. El texto original en italiano: «Pronunciamo innanzi a voi, certo tremando un poco di commozione, ma insieme con umile risolutezza di proposito, il nome e la proposta della duplice celebrazione: di un Sinodo Diocesano per l'Urbe, e di un Concilio Ecumenico per la Chiesa universale».
  4. Así indica el Papa mismo en sus notas personales según Aubert (1994:133).
  5. «Essa fu inattesa, imprevista e sorprendente per quasi tutti gli ambienti» Alberigo (1995:21).
  6. Franzen, August (1988) (en alemán). Papstgeschichte. Freiburg im Breisgau: Herder. ISBN 978-3-451-01924-1.
  7. «A Roma L'Osservatore Romano pubblica solo il communicato della segreteria di stato» Alberigo (1995:37).
  8. Cf. Alberigo (1995:57-59).
  9. Cf. vol. II del Acta et documenta.
  10. Texto oficial en español en la página del Vaticano.
  11. Cf. Thomas Stransky, «The foundation of the SPCV» en Alberic Stacpoole (ed.), Vatican II by those who were there, G. Chapman, Londres 1986.
  12. Texto oficial en español de la página vatican.va.
  13. (en latín) Ordo Concilii oecumenici Vaticani II celebrandi. 52 pp. Libreria Editrice Vaticana. 1962. ISBN 978-88-209-1003-7.
  14. «si rivelò doppiamente deludente» Aubert (1994:240).
  15. Los eventos de esos días son conocidos en la historiografía como la crisis de octubre y es ampliamente tratada en los libros que cuentan la historia del concilio. Aquí se ha hecho un resumen esquemático de la narración que ofrece Aubert (1994:259-261).
  16. «A questa affermazione, che fu accolta da applausi, il card. Ottaviani replicò subito con veemenza» Aubert (1994:265).
  17. Cf. carta Spiritus Paraclitus del 30 de abril de 1964, AAS 56 (1964), p. 353-356.
  18. Cf. B.N. Bersutti, «Note di cronaca sul concilio Vaticano II e lo schema 'De beata Maria Virgine'» en Marianum 26 (1964), p. 1-42; R. Laurentin, La Vierge au concile, París 1965.
  19. «Il cardinal Tappouni, membro del Consiglio di presidenza fece a nome di tutti i patriarchi orientali per chiedere che il testo venisse semplicemente ritirato, precisando che non si trattava affatto di una manifestazione di antisemitismo, ma di una questione di opportunità pastorale», Aubert (1994:292).
  20. Es la llamada «semana negra» cf. Aubert (1994:309-311).

Bibliografía

  • Ralf van Bühren: Kunst und Kirche im 20. Jahrhundert. Die Rezeption des Zweiten Vatikanischen Konzils (Konziliengeschichte, Reihe B: Untersuchungen), Paderborn: Ferdinand Schöningh 2008 (ISBN 978-3-506-76388-4)
  • Michael Bredeck: Das Zweite Vatikanum als Konzil des Aggiornamento. Zur hermeneutischen Grundlegung einer theologischen Konzilsinterpretation (Paderborner theologische Studien, 48), Paderborn: Ferdinand Schöningh 2007 (ISBN 978-3-506-76317-4)
  • Alberigo, Giuseppe: Breve storia del concilio Vaticano II (1959–1965), Bologna 2005
  • Chenaux, Philippe: Les agents de la réception de Vatican II. Métodologie et orientations de recherche, in: Annuarium Historiae Conciliorum 33, 2001, S. 426–436
  • Alberto Melloni, «'Questa festiva ricorrenza'. Prodromi e preparazione del discorso di annuncio del Vaticano II (25 gennaio 1959)» en Rivista di Storia e Letteratura Religiosa 28 (1992), p. 607-643
  • Giuseppe Alberigo, «L'annuncio del concilio. Dalle sicurezze dell'arroccamento al fascino della ricerca» en Storia del Concilio Vaticano II, vol. 1: Il cattolicesimo verso una nuova stagione. L'annuncio e la preparazione, Il Mulino, Bolonia 1995, ISBN 88-15-05146-5
  • Roger Aubert, «La preparazione» en Storia della Chiesa, vol. XXV/1: La Chiesa del Vaticano II (1958-1978), San Paolo, Cinisello Balsamo 1994, ISBN 88-215-2867-7

Enlaces externos



Concilio Vaticano II
50 años de luz
File:Konzilseroeffnung 2.jpgEn unos meses, el próximo 10 de octubre, 
conmemoraremos el 50 aniversario de la
 apertura del Concilio Vaticano II, cuyas
 huellas imborrables seguimos viendo en
 la vida cristiana actual.
       ¡Cuánta alegría despertó, cuánta
 esperanza, cuánta luz! Aún hoy, a
 medio siglo, nos maravillamos del
 arrojo de los Padres Conciliares,
 que tuvieron la valentía de soltar
 amarras para dejar que la Iglesia
 saliera de su inmovilismo y navegara
 con menos seguridades y más fe
 en el mar de la modernidad.

       Mucho está aún por hacer: la libertad
 y el diálogo interno entre hermanos que 
se llaman cristianos, un nuevo modelo de
 jerarquía no-patriarcal, el dar a la mujer
 su puesto en una comunidad de discipulado
 de iguales, la inculturación de la
 liturgia, la reforma de la formación
 sacerdotal, el sacerdocio de los casados,
 la opción preferencial por los pobres
 y pequeños, la renuncia a los privilegios
 obtenidos a lo largo de 2000 años, 
el testimonio de cuidado de la Naturaleza
 manifestado en un estilo de vida más 
sencillo, el seguimiento de Jesús, que
 no tenía donde reclinar la cabeza y nos
 invita en el Evangelio a confiar en el
 Padre como las aves y los lirios del campo...
       ¡Gracias, Señor, por estos

 cincuenta años! Danos la fuerza 
para seguir el
 camino que el Espíritu marcó
 a esta comunidad que peregrina
 por un mundo
 lleno de luces, pero también de
 sombras, escuchando "los gozos y las
 esperanzas, las tristezas y las
 angustias de los hombres de
 nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres y
 de cuantos
 sufren"
 (Proemio de la Constitución "Gaudium et Spes").


DOCE PALABRAS CLAVES DEL CONCILIO QUE 
PUEDEN AYUDARNOS A VIVIR ESTE TIEMPO DE GRACIA

1. "AGGIORNAMENTO". La Palabra expresa
 el esfuerzo de toda la Iglesia para mirar
 positivamente al mundo buscando estar al día en la
 lectura de los "signos de los tiempos" 
que se presentan en la realidad.

2. COLEGIALIDAD. Es la revalorización del "colegio"
 de los obispos presidido por el obispo de Roma, el Papa. 
Los obispos no son subalternos del Papa sino que son
 responsables pastorales de su Iglesia local.
 La colegialidad se expresa por medio de
algunos organismos a nivel mundial, 
como el Sínodo de los obispos, 
y a nivel nacional, como las Conferencias Episcopales.

3. DIÁLOGO. El Concilio ha promovido un diálogo
 hacia todas las direcciones siguiendo la propuesta
 de la Encíclica programática de Pablo VI,  
Ecclesiam suam, del 6 de agosto de 1964. 
De aquí en más el diálogo será herramienta 
fundamental del anuncio y de la misión de la Iglesia.

4. COMUNIÓN. El proyecto de Dios es un
proyecto de comunión. La Iglesia Católica se 
define como una comunión de Iglesias locales. 
A nivel más profundo, la Iglesia es comunión 
con Dios y entre los hombres. La pluralidad y
la diversidad son entendidas como elemento positivo.

 5. LIBERTAD RELIGIOSA. Una de las más
 grandes innovaciones del Vaticano II con respecto
 a la historia del catolicismo es la afirmación de
 la libertad religiosa, que va asociada a la libertad
 de conciencia. El papa Gregorio XVI la 
consideraba en el siglo XIX como un "delirio".
 Por primera vez, la expresión "libertad religiosa"
 figura en un texto oficial católico y el subtítulo
 del documento precisa:
 "El derecho de la persona y de la comunidad
 a la libertad social y civil en materia religiosa".

6. LITURGIA. Un deseo de los 2.500 obispos
 presentes en el Concilio era llegar pronto a una
 reforma litúrgica cercana al pueblo que permitiera
 su participación. Redescubriendo las antiguas
 tradiciones litúrgicas, el pueblo vuelve a ser
 protagonista de las celebraciones y de la vida eclesial.

7. ECUMENISMO. No sin encontrar algunas 
dificultades, la palabra ecumenismo adquiere
 legitimidad plena en la Iglesia Católica.
 La Iglesia de Cristo no se reduce a la Iglesia
 Católica romana. Las diferentes Iglesias que 
están en comunión imperfecta pero real con la
Iglesia Católica, forman parte de la única Iglesia
 de Cristo. La finalidad del camino ecuménico
 no es la incorporación de los demás sino la
 búsqueda de un diálogo serio y exigente para
 favorecer el encuentro.

8. PALABRA DE DIOS. El Vaticano II ha 
restaurado el lugar de la Palabra de Dios 
como fundamento de toda la vida cristiana.
 El Magisterio no está por encima de la Palabra
 de Dios, sino a su servicio. Todo el Pueblo
 de Dios puede y debe acercarse a la Biblia 
para que ésta ilumine su vida.

9. PUEBLO DE DIOS. Esta definición de la
 Iglesia valoriza la condición cristiana de todos
 los integrantes de la Iglesia, laicos y ministros.
 Propone también una nueva inserción en la
 historia y en el mundo, y una nueva 
configuración de relaciones en el interior
 de la Iglesia.

10. PRESENCIA. La Iglesia se percibe 
como "cuerpo de Cristo", presencia frente 
a Dios y frente a los hombres. En el mundo 
esta presencia es una presencia de servicio. 
La Iglesia centrada en el Evangelio se abre 
al mundo.

11. SANTIDAD. Para todos,
 especialmente entre los laicos.

12. MARÍA MADRE DE LA IGLESIA. María no
 aparece en un documento propio ni tiene un espacio
 singular pero está como tema transversal a lo largo
 de todo el Concilio. Hay un título especial que le da
 Pablo VI y que figura en uno de los documentos
 clave del concilio, LG, "María, Madre de la Iglesia".
En el Perú, en 1962, además de lo dispuesto por cada 
Prelado, la Asamblea Episcopal acordó dirigir al Santo
 Padre en forma colectiva pareces especiales, pidiendo
 la Consagración del mundo al Espíritu Santo,
 y subrayando de esta manera la necesidad
 primordial de la oración, de la invocación
 solemne al Espíritu Santo, a fin de que la
 celebración del concilio sea para toda la
 Iglesias un verdadero Pentecostés,
 por la abundancia de las luces y gracias
 especiales derramadas sobre la Jerarquía y 
sobre todos los fieles, y por los copiosos frutos
 de fervor en la caridad, de unidad fraterna en
 Cristo, de paz permanente entre los hombres
 y los pueblos. En su Declaración pastoral
 del episcopado peruano[2] manifiesta las
 enseñanzas del concilio: El Concilio Vaticano
 II ha surgido en nuestra generación como
 un faro portento que ha de iluminar toda
 la vida del cristianismo. Maravillosos
 don de  Dios a su Iglesia y al mundo que
 ha de dar profundos cambios de todo
 orden y será el punto de referencia 
obligatoria para orientas consciencias
 e impulsar a la acción". 

Sus palabras, 50 años después,
 son más actuales y urgentes que nunca. 



Concilio ecuménico Vaticano II
A 50 años del Vaticano II: verdaderas luces y urgentes desafíos



Preparando el cincuenta aniversario del acontecimiento
 conciliar (2012/2015), presentamos este artículo,
 
Celebrando como en toda familia…

Cuando las familias se reúnen en torno a la
 celebración de las “Bodas de  Oro” o 50
 años de matrimonio de los padres, todo
 es gozo y alegría.Aunque es bueno
 reconocer que no todo fue tan glorioso
como se pretende mostrar en ese momento,
prima más el deseo de afirmación de la vida,
 de la posibilidad de haber compartido tantos
años, de los logros alcanzados, del legado
 dejado a las generaciones actuales.
Pues bien, en la familia cristiana, estamos a
 puertas de la celebración de los 50 años del
Concilio Vaticano II y a manera de analogía
con el ejemplo anterior, podemos afirmar que
 hay deseos de celebrar y de recordar ese momento
de luz y gracia que se experimentó en la
 Iglesia universal. No se puede negar que desde
 entonces la Iglesia no es la misma. Como lo
 expresaba el teólogo colombiano Ignacio
 Madera en un artículo publicado a propósito
 de los 40 años del Concilio Vaticano II:
 “El asunto importante para mí, en esta hora
 del continente, no está en hacer consideraciones
 acerca de sus logros mayores o menores (…)
 sino en verificar lo que se ha inaugurado como
 búsqueda de respuesta al tiempo presente.
 Por ello he dado el título a esta reflexión
 ‘una mirada irreversible’ (…) las anclas han
 sido elevadas; no importa si en el mar todavía
existen corrientes resistentes o remolinos peligros.
 Ella sigue en marcha” (I. Madera,
 “Una mirada irreversible”:  
Theologica Xaveriana 148 [2003] 461).
 En efecto, la Iglesia no es la misma y no
 puede seguir siéndolo porque los “signos
 de los tiempos” tan valorados por el
 Vaticano II (Gaudium et spes, 4)
siguen interpelando la vida cristiana con
 la misma o mayor fuerza que antes y
exigen una respuesta más rápida y efectiva.

Motivos para celebrar

Pero, ¿qué podemos celebrar a 50 años de
ese acontecimiento eclesial? Una mirada
global nos permite “hacer memoria”
 –tan importante para no perder la identidad
 ni el camino que tenemos por delante–
de muchos hechos positivos que trajo la
 celebración del Concilio.
Comenzamos señalando una realidad fundamental:
el Vaticano II nos situó en un
 “nuevo paradigma eclesial y teológico”.
 Y como todo nuevo paradigma trajo la
necesidad de moverse, cambiar, situarse
 de otra manera. Trajo también el miedo,
 la incapacidad de dejar lo conocido para
 probar lo distinto y, sin duda, la perplejidad,
el asombro, los excesos, la incontrolable pasión
 de lanzarse a lo nuevo sin medir los riesgos
 ni asumir las consecuencias. Pero el cambio
 se dio y las personas que vivieron ese
 acontecimiento son testigos de que
 “en su tiempo” la Iglesia tenía otra manera de
 ser y presentarse ante el mundo.

El Vaticano II hizo cambiar la mirada eclesial.
 De una Iglesia preocupada por definirse a
 sí misma y afirmar su ser y esencia, se pasó
 a una Iglesia capaz de mirar al mundo y
preguntarse por sus desafíos. Una Iglesia
 capaz de valorar la actividad humana
 (Gaudium et spes, Iª Parte, cap. 3),
 respetar su autonomía y valorar sus logros.
Una Iglesia capaz de dar nombre a las
 realidades del mundo y comprender que
 sólo desde ellas podría realizar su tarea
evangelizadora. La economía, la política,
 la educación, lo social, los problemas
humanos, entre otras realidades, comenzaron
a ser objeto de reflexión mediante diferentes
 mediaciones sin las cuales el Reino de Dios
 no podría visibilizarse y concretarse.
La centralidad de la historia y el considerarla
 como lugar de revelación divina “en hechos
 y palabras intrínsecamente conexos entre sí”
(Dei Verbum, 2) cambió el horizonte epistemológico
de la teología y la pastoral. No se podía seguir
 apelando solamente a la autoridad como garante
de la verdad. Fue necesario aceptar con decisión
 y coraje una visión encarnada de la revelación
 necesitada de mediaciones para hablar con sentido
 de las realidades divinas. Por eso una teología
 histórica y una pastoral que parte del “ver”
 la realidad fueron consecuencias lógicas de
tal cambio epistemológico.

La consideración de la Iglesia como
“misterio” (Lumen gentium, cap. 1)
y todo el Pueblo de Dios como primer
depositario (Lumen gentium, cap. 2)
 de este misterio, permitió soñar con un
 modelo de Iglesia-comunión con diferentes
ministerios y carismas, ejercidos todos ellos
 para edificación de la comunidad. Desde allí
se generaron muchos cambios y renovaciones
 en la vida eclesial. La toma de conciencia
del protagonismo y misión evangelizadora del
 laicado no se hizo esperar. No faltaron verdaderas
 tareas eclesiales ejercidas con propiedad y
 responsabilidad por los laicos/as. Se sintió
 la necesidad de formación, y la teología dejó
 de ser exclusiva del ministerio ordenado.
La dinamización de comunidades eclesiales y
una participación activa en la liturgia fueron
señales claras de una Iglesia más parecida a
 la de los orígenes, con más vigor y fuerza que
 la que se había tenido en los años precedentes.
La vida religiosa sufrió una rápida transformación.
 Hubo un deseo sincero de “volver a los orígenes”
y se intentó recuperar la frescura, sencillez y
compromiso con los más pobres, a ejemplo de
 la Iglesia de Jesús formada por los excluidos
 de la sociedad, perseguida y peligrosamente
cuestionadora del judaísmo de esa época.
Aunque esa renovación supuso divisiones internas
 y radicalización de posturas, no se puede negar
 que imprimió profecía y testimonio, y las muchas
 deserciones que se dieron no pudieron opacar
 ese momento particularmente renovador e inspirador.
El compromiso con la realidad humana no supuso
 una mirada en una sola dirección. Por el contrario,
la justa autonomía de las realidades terrestres abrió
 el camino para una fecundación recíproca que
 continúa siendo un desafío hasta hoy. No podía
ser de otra manera al proclamar la autonomía
 de la conciencia rectamente formada, el respecto
 por sus libres decisiones y la urgente necesidad
de proclamar los derechos humanos de manera
 que se garantizara la dignidad de toda persona
(Gaudium et spes, 41). Menos aún, ya que ellas
también contribuyen a la construcción de los
valores sublimes “de la verdad, bondad, belleza
 y juicios de valor universal” (Gaudium et spes, 57).
 En ese sentido se legitimó la autonomía de la cultura,
 de las ciencias y de sus propios métodos
(Gaudium et spes, 59). Y en el campo intraeclesial,
 el Concilio reconoció la autonomía de los métodos
 teológicos, la necesidad de enriquecer la teología
 con el aporte de las ciencias humanas y sociales,
la justa libertad de investigación, la libertad de pensar
 y de expresar los logros de los desarrollos teológicos.
 Más aún invitó a los laicos/as a tener una formación
 adecuada para que contribuyeran con sus respuestas
 a los desafíos del momento presente
(Gaudium et spes, 62). En lo que respecta
 al compromiso político, el Vaticano II afirmó
 la legítima diversidad y pluralidad de opciones
políticas y promovió su aceptación y tolerancia,
 buscando que se garantizara el bien común
 (Gaudium et spes,75) (ver A. Parra,
 “Gaudium et Spes" y el Concilio de la
 modernidad. Memoria y prospección “:
 Theologica Xaveriana 148, [2003] 480-481).

Es particularmente importante la referencia
 a la liturgia porque, “como cara pública de
 la Iglesia”, fue la que más consiguió y
expresó los cambios propiciados por el
Vaticano II (T. Albarracín, “Perspectivas
de la reforma litúrgica”: Theologica Xaveriana
 148, [2003] 514). No sin dificultades pero sí
 con bastantes logros que hoy todavía se pueden
 constatar y celebrar. De hecho en el primer
 número de la Constitución Sacrosanctum Concilium
 se expresan los propósitos del Concilio afirmando
 que en el deseo de “acrecentar de día en día entre
 los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades
de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a
 cambio, promover todo aquello que pueda contribuir
 a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo
 que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la
Iglesia, (la Iglesia) juzga que le corresponde de un modo
 particular proveer a la reforma y al fomento de la liturgia”.
Y en efecto así fue.Se marcó la centralidad cristológica
 de la liturgia (5), la importancia de la formación y la
 participación activa de los sacerdotes y fieles en ella
 (14-19), la adaptación de la liturgia a la mentalidad
y tradiciones de los pueblos (37-40), la importancia
 del signo y la necesidad de simplificarlo para que
 fuera entendible con facilidad (7, 50) y permitiera que
 el pueblo de Dios realmente participara de la vida
 eclesial mediante su vivencia y expresión en la liturgia.
 (Símbolo de la resistencia a estos cambios es la
 Fraternidad Sacerdotal Pío X, fundada por
 Monseñor Lefebvre, quien no aceptó los cambios
propuestos por el Vaticano II, incluido lo referido
 a la liturgia. El 21 de enero de 2009 Benedicto XVI
 levantó la excomunión contra los tres obispos de
 esa Fraternidad ordenados por Lefebvre y permitió
 la celebración de la misa en latín cuando
 los fieles laicos así lo soliciten).
Pero fue la centralidad de los pobres señalada en el
 Vaticano II (Lumen gentium, 8, 38, 41; Ad gentes, 5, 12;
 Presbiterorum ordinis, 6; Gaudium et spes,
1, 63, 66, 69, 88, 90; Perfectae caritatis, 13)
 la que impulsó de manera decisiva el caminar
 de la Iglesia latinoamericana y caribeña manifestado
 en las Conferencias Episcopales celebradas en el
 Continente, especialmente Medellín y Puebla,
 conferencias proféticas y comprometidas con
 la realidad socioeconómica que mantiene a las
 mayorías en situación de pobreza y marginación,
 hoy vivida con más dramatismo como exclusión
 de las condiciones mínimas, necesarias para
 vivir. Es de anotar que este impulso fue
respaldado en la última Conferencia, la de
 Aparecida celebrada en 2007, donde
 se afirmó que “la opción preferencial por
 los pobres está implícita en la fe cristológica” (392).
Muchos otros aspectos positivos podríamos
 enumerar aquí para celebrar el paso del Espíritu
 por la vida de la Iglesia, porque el
 Vaticano II fue un nuevo Pentecostés –
así algunos pretendan ignorarlo o rebajar
su importancia–, Pentecostés que generó
 ilusiones y esperanzas, realizaciones y avances
 pero que también encontró resistencias y críticas,
 y no faltaron los que afirmaron y tal vez todavía
 hoy afirman que ese acontecimiento no fue
 presencia del Espíritu, sino como quienes en
el primer Pentecostés al oírlos hablar en sus
 propias lenguas: “algunos se maravillaban
 pero otros burlándose decían: están borrachos” (Hch 2,8-13).

Urgentes desafíos
La constante tentación en la vida personal
 y eclesial es pretender llegar a las realizaciones
 definitivas. Todo avance parece que nos
 permite “tocar el cielo con las manos”
 y surge la misma tentación de los apóstoles
en la experiencia de la transfiguración del Señor:
 “¡Qué bueno que estemos aquí! Hagamos tres
 tiendas” (Lc 9,33). Pero la vida continúa y
 el dinamismo humano no se detiene.
Menos, cuando han pasado 50 años y nos
encontramos en un “cambio de época” como
 señaló la Conferencia de Aparecida (44).
 Por eso conviene preguntarse cómo celebrar
de la mejor manera estos 50 años del Vaticano II.
 Y la respuesta más adecuada ha de ser: continuar
 caminando hacia adelante. Eso quiere decir: continuar
abiertos a la presencia del “espíritu” –ese mismo
 que haacompañado el caminar eclesial a lo largo
 de la historia y se ha manifestado claramente
 en momentos privilegiados como el Vaticano II–
 para responder hoy a los desafíos presentes.
Porque la historia no se detuvo con los cambios
 vividos en estos 50 años. Los desafíos continúan,
nuevos y sorprendentes, extraños e imprevisibles,
 pero urgentes y necesitados de respuestas adecuadas
 desde la experiencia de fe.

En efecto, hoy son evidentes realidades que hace
50 años apenas se vislumbraban o que no éramos
 capaces de reconocer. La cuestión de la mujer con
 sus desenvolvimientos entre la reflexión feminista y
el uso de la categoría de análisis “género”,
el reconocimiento mucho más efectivo de la multiculturalidad
 y multietnicidad aportada por los pueblos indígenas y
 afroamericanos en la mayoría de los países, la preocupación
 ecológica, el resquebrajamiento de los grandes relatos,
 la vuelta al sujeto, el valor de lo particular y cotidiano,
 el diálogo interreligioso...entre otras situaciones que
podríamos nombrar, son los signos de los tiempos que
hoy es urgente interpretar y a los que hemos de responder
para mantener vivos esos aires nuevos surgidos del Vaticano II.
Ahora bien, la tarea no se vislumbra fácil. Vientos de
involución se levantan por doquier. Y toman fuerza y
 hasta nos hacen creer que nos equivocamos. No es
de extrañar que la tentación continuamente golpee
nuestra puerta valorando tal vez excesivamente aquellas
experiencias que tienen aceptación, despiertan seguidores,
 son apoyadas por la mayoría.Todo eso puede ser un
 peligro efectivo. Hace falta mucho valor, como tuvo
Jesús en el desierto (Lc 4,1-13), para rechazar lo que
bajo capa de “más éxito” sustenta una involución eclesial.
En este espíritu de lo pequeño perono por eso
 menos audaz, de lo frágil pero no por eso
 menos valiente, de lo complejo pero no por
eso menos eficaz, podemos señalar algunos caminos
 por donde la tarea eclesial podría seguir plasmando
 el espíritu del Vaticano II:
- El camino de la conversión constante.De nada
 valdría hacer memoria de las luces traídas por el
 Vaticano II si en el hoy de nuestra historia no se
 reconoce la urgencia de mantener una actitud de
conversión.Si el Vaticano II fue capaz de mirar
 el mundo para responder a los “gozos y esperanzas,
 las tristezas y las angustias del ser humano en ese
 presente” (Gaudium et spes, 1), hoy sigue siendo
 necesario mirarlo para descubrir la actual situación.
Quien mira es capaz de abrirse a la conversión. Pero
 mirar sin temor y sin la seguridad de quien se cree
con todo resuelto. Es don del Espíritu mirar con ojos
 dispuestos a dejarse impactar, interpelar, convertir.
 Esa actitud haría mucho bien a la Iglesia hoy.
- El camino de los excluidos del Continente. 
 La situación de pobreza estructural que golpea
 al Continente y que se está extendiendo al llamado
 “primer mundo” ha de ser un camino que no puede
 abandonar la Iglesia actual si quiere permanecer fiel
 a la utopía del Reino. Tiene que liberarse definitivamente
de las ataduras de la falta de profetismo frente al
 sistema económico imperante que provoca y
 mantiene en la exclusión a millares de hermanos
y acompañar otros caminos que garanticen la
 vida de los más pobres. El reino no es un
sistema económico, pero no puede ser ajeno a
 todo aquello que promueva la liberación integral
 de los pueblos.
- El camino de la igualdad fundamental dentro 
de una diversidad funcional. En sociedades
 acostumbradas a la estratificación social, a la
 subordinación de unos frente a otros por motivos
 de género, raciales, económicos o culturales, la
 Iglesia ha de identificarse más como una Iglesia-comunión
en la que la dignidad de todos sea un hecho y la
 diferencia se viva solamente como colaboración efectiva
con el bien común: “Pero ustedes no se dejen llamar Rabí,
porque uno es su Maestro y todos ustedes
 son hermanos” (Mt 23,8). Una Iglesia sacramento
de la comunión, de la diversidad de miembros en
 el reconocimiento de la unidad e igualdad fundamental
 es una respuesta eficaz a la urgencia de un mundo inclusivo
 “donde quepan todos y todas”. Especialmente, la
participación plena de las mujeres en la comunidad
eclesial exige una respuesta rápida y contundente,
si no se quiere traicionar el “discipulado de iguales”
vivido en los orígenes del cristianismo
 (ver E. Schüssler Fiorenza, En memoria de ella. 
Una reconstrucción teológico-feminista en los
 orígenes del cristianismo, Bilbao 1989).
- El camino de un laicado formado, comprometido y
 consciente del discipulado- misionero que está llamado
 a vivir. En muchos ambientes se está hablando del siglo del
 laicado y de su responsabilidad histórica en cambiar
definitivamente el rostro de la Iglesia piramidal que ha marcado
la experiencia cristiana, por el rostro de una Iglesia-comunión
a imagen de la Trinidad. Estamos en mora de un laicado
que ejerza su mayoría de edad, que sepa llevar responsablemente
 la misión evangelizadora de la Iglesia y, todo esto, no
 por una usurpación de la misión del ministerio ordenado,
sino por una responsabilidad histórica de vivir la vocación
cristiana como seguimiento y la misión evangelizadora como
 respuesta efectiva a ese llamado.
- El camino del diálogo ecuménico e interreligioso.
 El Vaticano II reconoció la urgencia del diálogo
 ecuménico porque no es posible que el seguimiento
cristiano muestre un abismo tan grande entre quienes
 deberían ser hermanos y compañeros de camino.
 Más aún cuando la hegemonía católica se ve debilitada
por la existencia real y mucho más fuerte de otras tradiciones,
 y no sólo cristianas sino de las otras religiones del mundo.
Todas ellas van ganando ciudadanía y representatividad
 en un Continente que se reconocía católico y que
 hoy se erige como multireligioso. Hay grandes pasos a
nivel de praxis y de colaboración en aspectos que
tocan al bien común. Pero falta ese diálogo profundo
en cuestiones de fe que reconozca la diversidad y riqueza
de las “semillas del Verbo” presentes en las diversas
 confesiones religiosas.
- El camino del diálogo intercultural y la

 valoración de las diversas tradiciones culturales.
 Si las constituciones de los países van reconociendo
 la pluriculturalidad con sus efectos civiles y legales,
hoy no puede ser menos la Iglesia si quiere llegar a todos
y todas. Históricamente la Iglesia se ha configurado
en un solo modelo cultural que ofreció la posibilidad de
 vehicular el mensaje e impulsar su expansión geográfica.
Pero esas luces no son las mismas en este tiempo.
La riqueza cultural que se está valorando hoy y la
 recuperación de las propias identidades y tradiciones
 exige una Iglesia con rostros diversos, con liturgias
que incorporen los lenguajes, con la riqueza cultural
que encierran, de todos los pueblos. Esa es una
deuda que aún está vigente y supone grandes esfuerzos.
Pero es el camino para garantizar la vigencia de una fe que
 en el mandato misionero de Jesús está pensada para llegar
 “hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).
- El camino de la llamada “postmodernidad”.

 Puede resultar ambiguo proponer que la Iglesia ha
 de caminar por los senderos de la posmodernidad
 cuando ésta ha relativizado los grandes relatos y ha
 iniciado búsquedas espirituales que poco se tocan
con la experiencia eclesial vigente. Sin embargo
 otros aspectos tales como la recuperación del sujeto,
la armonía con el cosmos, la valoración de lo cotidiano,
 del cuerpo, de los sentimientos, de la narrativa, de la
 sexualidad e inclusive la búsqueda de interioridad,
espiritualidad y crecimiento interior, entre otros aspectos,
 son caminos que la experiencia eclesial puede y debe
 recorrer si quiere ser reconocida por los hombres y
las mujeres de hoy. No se concibe ya una religión
sin una antropología que valore a todo el ser humano
 y tenga en cuenta sus diferentes dimensiones, acogiéndolas
 positivamente sin considerarlas negativas de antemano,
 sino necesarias para constituir la experiencia religiosa de
 una manera mucho más integral e integradora.
- El camino del desarrollo científico, de la
 interdisciplinariedad, de la colaboración entre
 todos los estamentos sociales. En este aspecto
 la Iglesia ha de dar un gran paso para ser capaz de
 situarse en el mundo plural y renunciar definitivamente
 a usurpar el poder civil del que ha gozado en tantos
contextos. Es evangélico entender que se vive en un
 paradigma pluralista donde es indispensable buscar
los mínimos éticos que permitan garantizar la
vida de todos y todas en cada sociedad determinada.
Eso no la priva “de formar cristianamente a sus fieles
por ella misma, sin el recurso al poder civil”
(X. Alegre, J. Giménez, J. I. González Faus y J. M. Rambla,
“¿Qué pasa en la Iglesia?”: Cuadernos Cristianisme
i Justícia 153 [2008] 21).
- El camino del Evangelio de Jesús
.
 Parecería una contradicción proponer
 seguir el camino de Jesús cuando todos
 los ítems anteriores han tenido esta misma intención.
 Pero a lo que nos referimos aquí es a recuperar la
 frescura del Evangelio, la audacia del mandato
 misionero, la profecía de los primeros seguidores
 y la capacidad de impregnar de Reino de Dios
 las estructuras humanas. No por la fuerza del
 poder y la imposición, que nada tiene que ver
con el Evangelio de Jesucristo, sino a la manera
de la semilla que crece sin que lo notemos (Mc 4,27)
 o la levadura que fermenta toda la masa (Mt 13,33).

A modo de conclusión


No son tiempos de pensar que el Vaticano II
se ocupó más de la Iglesia que de Dios –como
 lo llegó a expresar el cardenal W. Kasper:
 Teología e Iglesia, Barcelona 1989, 414–
o que la teología de la liberación se
 ocupó más de los pobres que de
 Cristo –ver C. Boff, “Teología de la liberación y
 vuelta al fundamento”:
http:// www.sicsal.net/reflexiones/ClodovisBoffTL.
html, agosto 2007, consultado 25 de octubre de 2010–.
Personalmente pienso que siempre se pueden precisar
 afirmaciones o descubrir aspectos que en otro momento
 no se tuvieron en cuenta. Pero me parece mejor pensar
 que los logros de cada momento son enriquecidos con
 las visiones nuevas, y lo importante es continuar el camino.
 Y ésta es la exigencia de una celebración: mirar al pasado
 pero para tomar más impulso hacia el futuro. Y las
luces del Vaticano II, por mucho que desde una visión
 crítica puedan tener ambigüedades o algunas estén tan
 lejos de haber sido puestas en marcha, pueden
animarnos y comprometernos a seguir respondiendo a
 los desafíos presentes. Precisamente mirando al Jesús
 de los evangelios y conscientes del discipulado- misionero
 al que estamos llamados, es hora de impulsar una Iglesia
 verdaderamente profética, no sólo para denunciar las
estructuras del mundo sino también para denunciarse a sí
 misma. Es la única manera de mantener la vitalidad,
 vigencia y pertinencia de una Iglesia que no existe para
sí misma sino para hacer presente el Reino de Dios
 en la realidad histórica.
La comunidad eclesial que surge de la
 experiencia del Dios de Jesús exige
 “echar el vino nuevo en odres nuevos”
(Lc 5,38). Esto no significa una ruptura.
Me refiero a ser capaces de situarnos
en este cambio de época y atrevernos a transitar
caminos que nunca antes habíamos recorrido.
 Cultivar la “experiencia de fe” y estrenar todos
 los lenguajes posibles: la significación lingüística
 a la que de ninguna manera hemos de renunciar,
 pero también la palabra simbólica, corporal, artística,
 relacional, ecológica, erótica, entre otras, para seguir
 empujando la vivencia de una comunidad eclesia
 inclusiva, profética, evangélica, solidaria, evangelizada
 y evangelizadora. No sabemos si necesitamos un
 Vaticano III. Con seguridad que sí. Pero sobretodo
 constatamos que urge una Iglesia fiel y audaz.
 Fiel a la experiencia más genuina del Evangelio
 y audaz para responder a los desafíos presentes.

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