domingo, 26 de agosto de 2012

Relato de una profesión monástica.


sarayLa joven Saray Castillo realizó su profesión monástica como contemplativa el viernes 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y de María, en la localidad francesa de Saint Pé de Bigorre.  El pasado 19 de junio, Saray Castillo Lecuona, joven hermosa, con estudios universitarios y de posición acomodada económicamente, dio, “en la fuerza del Espíritu Santo”, su “sí” al Señor como consagrada de clausura en la familia monástica de las hermanas de Belén, de la Asunción de la Virgen y de San Bruno.

Fue en la localidad francesa de Saint Pé de Bigorre. En una emotiva ceremonia, ante la presencia de un centenar de familiares y amigos de las comunidades neocatecumenales, a las que pertenecía esta joven natural de Pamplona, de 30 años, realizó su profesión monástica temporal, o votos temporales. Entre los asistentes, estaban sus padres Félix y Maite y sus ocho hermanos, de la que es la segunda hija. Había también una decena de amigos procedentes de Milán, ciudad italiana donde la joven cursó parte de sus estudios universitarios.

Saray decidió entrar en esta orden monástica, que fue fundada hace 59 años, tras licenciarse en Bellas Artes en Salamanca hace ahora 7 años. Desde entonces reza y trabaja cada día en este bello monasterio situado en la ladera sur de los Pirineos a unos 15 kilómetros del Santuario de Lourdes. En esta misma comunidad, compuesta por dos decenas de contemplativas, entró unos meses después que Saray la también pamplonesa Teresa de Jesús Ruiz Rodríguez, de 25 años (Maitetxu, en la familia monástica).

“Si somos sencillos, se nos revela el secreto de una historia de salvación a la que nosotros también hemos sido llamados”, expuso durante la homilía monseñor Jesús Sanz Montes, obispo de Huesca y Jaca, quien ofició la ceremonia junto a otros nueve concelebrantes, entre los que se encontraban varios procedentes de la diócesis Navarra, el recién ordenado vicario general, Juan Aznárez Cobo, y Francisco Azcona, obispo emérito de la curia vaticana.

“El amor de Jesucristo excede a toda la sabiduría humana, y hace que vaya penetrando la plenitud de Dios”, aseguró monseñor Sanz, quien animó a Saray y a todos los presentes a ser pacientes, ya que el Señor va mostrando su voluntad cada día: “Es posible que, si en mi formación Dios me hubiera contado todo lo que estaba por venir, me habría abrumado, asustado o fugado. Por eso, Dios nos va diciendo día a día la historia que va haciendo, en la que hay hechos maravillosos, algún renglón torcido, borrones y hasta alguna página en blanco”, confesó Sanz.

“Dios quiere también hacer la historia que ha escrito para ti, a través de tu familia terrenal, monástica y del camino neocatecumenal”, aseguró a la joven. Eso sí, no será “fruto” de las propias fuerzas o “de un cálculo”, sino del “milagro” de la gracia divina, al igual que la Saray bíblica “no concibió al hijo de su posibilidad, sino de su imposibilidad”.

“¿Qué habrá después en esta historia? Queremos más datos, que nos cuente el futuro, para que podamos tranquilizarnos y dar serenamente nuestro “sí”, aventuró monseñor Sanz.  Sin embargo, “el único dato que saben los que se casan es que se quieren, y a partir de ahí se pasa de la pertenencia de un corazón a otro corazón”, aseguró el obispo. Del mismo modo, “el “sí” de tu corazón en este día te abraza para siempre al corazón de tu Santo Esposo”, prometió a la monja. A partir de ahora, su vida “no es la vida de quien está en el debate de la cultura de este tiempo, ni de la que se desempeña como misionero. Tu vocación es la de quien está en silencio. No en el silencio de quien no tiene nada que decir, sino de quien tiene tanto que escuchar. Eres llamada profesionalmente a escuchar el silencio, para escuchar al Señor en el corazón”. Como María, “que vivió haciendo carne lo que escuchaba y también lo que callaba, toda la madre Iglesia reconoce en tu “sí” a una hija en la que la historia de salvación tiene continuidad”, concluyó Sanz.

El rito prosiguió con la catequesis monástica. Después de que Saray se postrara boca abajo en el suelo, en señal de humildad. La priora del monasterio cortó el pelo de la joven en forma de cruz, mientras decía “mira a Quién te uno, hacia Quién vas, a quién renuncias, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Tras lo cual, entregó el velo, la cogulla, la Biblia, el libro del Oficio Divino, las reglas de la familia monástica de Belén y el Rosario, “que expresa la voluntad del Señor de que tu corazón vele y ore sin cesar”.

Tras la firma de los padres y la Comunión, siguió la fiesta con una comida a base de ensalada, paella y pastel. Las religiosas habían instalado una carpa en el jardín del monasterio, bajo la cual los invitados pudieron cobijarse de la fina lluvia que cayó durante buena parte de la tarde.

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