martes, 30 de octubre de 2012

Lógica y crítica

Pensar Con Libertad
Somos libres para pensar por cuenta propia. Pero, ¿tenemos el valor de hacerlo de verdad? ¿O estamos más bien acostumbrados a repetir lo que dicen los periódicos y revistas, la televisión, la radio, lo que leemos en internet o lo aseverado por alguna pers
 
Pensar Con Libertad
Pensar Con Libertad


Índice
Introducción
I. La filosofía comienza con la humanidad
II. Influencias negativas sobre la capacidad filosófica
III. Actitudes básicas para la filosofía
IV. Desafíos y libertad
V. Una meta que abre nuevos horizontes


Introducción

“Los pensamientos son libres”, dice una canción popular alemana. Se puede comprender que fue prohibido cantarla en el tercer Reich. Pero el mandato de “olvidarla”, propio de un régimen totalitario, condujo solamente a cantarla con más entusiasmo, en la clandestinidad o, al menos, por dentro, en el propio corazón, es decir, en aquel lugar íntimo que no alcanzan las órdenes, y donde “los otros” no pueden entrar.

Somos libres para pensar por cuenta propia. Pero, ¿tenemos el valor de hacerlo de verdad? ¿O estamos más bien acostumbrados a repetir lo que dicen los periódicos y revistas, la televisión, la radio, lo que leemos en internet o lo aseverado por alguna persona, más o menos interesante, con la que nos cruzamos por la calle? Hoy en día, en muchos países parece que ha desaparecido la autoridad que dicta los pensamientos, la censura. Pero lo que hallamos en realidad, es que aquella autoridad ha cambiado su modo de obrar: no se vale de la coerción sino tan sólo de una blanda persuasión. Se ha hecho invisible, anónima, y se disfraza de normalidad, sentido común u opinión pública. No pide otra cosa que hacer lo que todos hacen.

¿Somos capaces de resistir a los tiroteos constantes de este “enemigo invisible”? ¿Hemos aprendido a ejercer nuestra facultad para discurrir y discernir? Pensar es, sin duda, una gran cosa; pero es ante todo una exigencia de la naturaleza humana: no debemos cerrar voluntariamente los ojos a la luz. ¿Estamos dispuestos, en definitiva, a ser o llegar a ser “filósofos”, a entusiasmarnos con la realidad y buscar el sentido último de nuestra vida?

El Papa Juan Pablo II afirma algo que parece atrevido a primera vista: “Cada hombre es, en cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas con las cuales orienta su vida.” "[1] ¿Qué quiere decir esto? Un profesor de química, un ama de casa, un taxista, una ministra, un campesino, una artista, un futbolista, ¿todos ellos pueden ser filósofos?

I La filosofía comienza con la humanidad

Es común reclamar un especialista siempre que se quiere tratar temas de medicina, física, arquitectura o ingeniería. Nadie puede considerarse capaz de contestar competentemente las preguntas que surgen en estos campos, si no tiene una formación elemental en tales materias. Y ni siquiera intenta hablar de estos temas durante una barbacoa o una excursión. Pero ése es precisamente el caso de la filosofía: cualquiera se atreve a hablar de temas filosóficos. Hasta en algunas tascas –si el ruido lo permite– se escuchan conversaciones profundas sobre el mundo, el sentido de la vida o lo extraño que es que el tiempo pase tan rápido y no se pueda conservar el momento. Por cierto, ¡cuántos no han estado esperando en una estación delante de un reloj, y se han convertido en filósofos! Es verdaderamente impresionante pues fijándose un rato en la aguja, y observando cómo se mueven el segundero, el minutero… nos preguntamos, casi sin darnos cuenta ¿qué es el instante? ¿qué significa el presente? ¿no me estoy moviendo ya en el futuro? ¿O aún estoy en el pasado? “Hoy será el ayer de mañana,” dice la gente; y también: “Al ahora... pronto me referiré con las palabras hace poco.” Incluso San Agustín afirmó: “Yo sé lo que es el tiempo, siempre que no me lo preguntes.”

Es posible conversar sobre esta y otras muchas cuestiones casi en cualquier situación, preferentemente en la naturaleza, en los montes o a la orilla del mar. En principio, todo hombre está capacitado para reflexionar sobre las dimensiones más profundas de la vida. ¿Significa esto que todos los hombres somos filósofos, en el sentido estricto de la palabra? ¿Que no es necesario disponer de una formación especial para ejercer esta ciencia? Nada de eso. Pero significa que la filosofía es distinta a las demás ciencias, y que, en principio, todo hombre capaz de razonar puede ejercer de filósofo.

Todo ser humano, tarde o temprano, se plantea el por qué y el para qué de su existencia, se pregunta de dónde viene y a dónde va, quién es y lo que podría hacer de su vida. En esto se distingue de los animales. El animal vive de un día para otro: come, bebe, duerme, crece, corretea, se reproduce y muere. Una vida así es buena y normal para un animal, pero no para una persona. Los filósofos de la Antigüedad llegaron a decir –tal vez de una manera algo ruda– que si una persona no se plantea las preguntas fundamentales de la vida y solamente vive de un día para otro (de una comida a la otra, de un telediario al otro), habrá “fracasado” en su existencia. En lo más profundo de su ser no habrá llegado a encontrarse a sí mismo; no se habrá “convertido en hombre”. Dicho de manera tradicional: su existencia no habrá sido digna de ser la de un hombre.

¿Cuándo comienza la filosofía? Según algunos expertos, con Tales de Mileto, en el siglo VI antes de Cristo; según otros, nace con Homero en el siglo IX antes de Cristo; hay personas más radicales que señalan que, antes de los griegos, los pueblos orientales de alguna manera ya filosofaban… Sin embargo, si es verdad que cada hombre es filósofo, la filosofía debe comenzar con la humanidad. En las bibliotecas alemanas se puede encontrar una obra anticuada y cubierta de polvo, de varios tomos, escrita en el siglo XVIII, “Historia de la Filosofía – desde los comienzos del mundo hasta nuestra época”. La portada del primer tomo muestra un paisaje salvaje con un gran oso y tiene por título: “La filosofía prediluviana”. "[2] Sin embargo, es un rasgo característico de nuestro tiempo, que no pocas personas parecen carecer de inquietudes intelectuales. Hasta se muestran “alegres” en un cierto nihilismo práctico que no se preocupa del porqué de la vida, ni se formula la mera pregunta por el sentido de la existencia. Nos encontramos frente al peligro de no vivir la vida, sino de “dejarse llevar”. A veces, no disponemos de la suficiente calma interior para considerar los acontecimientos con cierta objetividad y tomar conciencia de la propia situación existencial. No reflexionamos sobre el sentido y los objetivos del propio actuar; en definitiva: no ejercemos como filósofos, prescindiendo así de una dimensión esencial de la vida humana.

Durante la segunda guerra mundial, un joven alemán, miembro de la resistencia, que se encontraba en Rusia, escribió en su diario un diálogo ficticio con uno de sus jefes: “El hombre ha nacido para pensar…, ¡para pensar, querido funcionario! Esta palabra se dirige directamente contra ti, contra ti y todo el sistema que habéis montado. Eso te sorprende porque, según dices, eres una persona que exalta el espíritu. Es un espíritu perverso al que estás sirviendo en esta hora de desesperación... Reflexionas sobre el perfeccionamiento de la ametralladora, pero la pregunta más rudimentaria, más fundamental e importante la acallaste ya en tu juventud: es la pregunta: ¿por qué? y ¿a dónde?”."[3] En efecto, el simple plantearse estos interrogantes es ya una primera señal de que una persona se rebela ante la perspectiva de vivir como un animal. Normalmente se puede filosofar, claro está, cuando las necesidades básicas de la vida están al menos mínimamente colmadas. Pero aunque este sea el caso, observamos una cierta “apatía”, una cierta “abstención de pensar”, justamente en las sociedades occidentales consumistas.

II Influencias negativas sobre la capacidad filosófica

Nuestra vida se ha convertido, en muchos sentidos, en un ajetreo continuo. Muchas personas sufren las consecuencias del estrés o de un cansancio crónico. La dureza de la vida profesional, y también las exigencias exageradas de la industria del ocio, traen consigo unas obligaciones excesivas, así que lo único que se desea por la noche es descansar, distraerse de los problemas cotidianos, y no esforzarse nada más. Todo esto puede llevar a una cierta “enajenación espiritual”, a la superficialidad de una persona que vive sólo en el momento, para las cosas inmediatas. En nuestra sociedad de bienestar tan saciada, con frecuencia, resulta muy difícil detenernos a reflexionar.

A la vez, podemos observar frecuentemente una decadencia hacia lo instintivo, lo puramente sensual. Muchas películas, revistas, talkshows y hasta no pocas páginas web del internet hablan un lenguaje claro. Pero una persona que se deja absorber por el materialismo y el sensualismo, se embota y se ciega frente a lo espiritual. Uno puede acostumbrarse a casi todo, incluso a no utilizar su entendimiento para realizar las críticas más elementales y necesarias.

Un exceso de información también puede ser un impedimento. Vivimos en la era de los medios de comunicación de masas. Recibimos una inmensa cantidad de información. Quien intenta acceder inmediatamente a toda la información de los cinco continentes, quien no se pierde ninguna tertulia televisiva ni ningún comentario político, o suele ver una película tras otra, puede convertirse en una persona muy superficial. Con frecuencia no tenemos ni tiempo, ni fuerzas suficientes para asimilar toda la información recibida. Además, absorbemos inconscientemente muchos miles de datos, cuando, por ejemplo, nos paseamos por el centro de una ciudad... Hace pensar una pequeña anécdota que se cuenta de la escritora alemana Ida Friederike Görres. Una vez, en los años cincuenta del siglo pasado, le preguntaron qué hacía para tener siempre ideas tan originales y saber juzgar con tanta claridad la situación de la sociedad. Respondió: “No leo ningún periódico. Así puedo concentrar mis fuerzas. De lo importante ya me enteraré de todas maneras.” Naturalmente, esta postura es muy discutible y, en mi opinión, no es digna de imitación. Pero sí puede invitarnos a reflexionar. Hoy, varias décadas más tarde, se ha multiplicado enormemente el volumen de la información que recibimos cada día, a la vez que se ha especializado. Será difícil para una persona convertirse en un filósofo sin una cierta “actitud distante” con respecto a los medios de información. El escritor ruso Dostoievski afirma: “Estar solo de vez en cuando, es más necesario para una persona normal que comer y beber.” "[4]

A lo largo de la historia, hubo grandes pensadores que se separaron voluntariamente del ajetreo de la sociedad. No querían distraerse con banalidades. Un ejemplo famoso de la Antigüedad es Diógenes, que vivía feliz en un barril y no se dejaba molestar por nadie, según cuenta la tradición. Un ejemplo de nuestro tiempo es el filósofo austríaco Wittgenstein, hijo de un industrial, que regaló a sus hermanos los millones que había heredado. Prefería la austeridad a las riquezas. Durante largo tiempo no comía otra cosa que pan y queso; cuando le preguntaron por la razón, respondió sencillamente: “Me da igual lo que como; lo que importa es que siempre sea lo mismo”. "[5] Cuando murió en 1951, sus últimas palabras fueron: “Dígales que tuve una vida maravillosa”. "[6]

III Actitudes básicas para la filosofía

Como se ve, esta capacidad básica que tiene cada hombre de preguntarse por el sentido del mundo y de su propia existencia, puede desarrollarse a lo largo de la vida, o puede corromperse. Vamos a considerar las actitudes básicas que se exigen para que una persona se convierta en un filósofo.

1.- Desprenderse del mundo diario

Según el filósofo alemán Josef Pieper, “filosofar es un acto que trasciende el mundo laboral”. "[7] El mundo laboral es aquí sinónimo del mundo en el que se ha de funcionar, rendir, competir. De vez en cuando conviene distanciarse de todo eso: no fijarse solamente en lo inmediato (y agobiarse con ello), sino mirar “en otra dirección”.

Apartarse del mundo laboral es muy relajante. Así se puede descansar y sacar nuevas fuerzas para la vida diaria. No se logra sólo cuando se ejerce la filosofía. También el poeta trasciende la cotidianidad; es capaz de olvidarse de todo, y de cometer locuras. Lo mismo hace el amante: su amor le impulsa a dejar atrás todo cálculo y no dejarse comprometer por un mundo utilitario. O sea, el filósofo se parece a un amante y a un poeta. Él también es un amante: ama la verdad, la ansía. Platón habla del “eros filosófico”. Dice que la filosofía se asemeja a la locura, porque saca al hombre de su mundillo y lo conduce hacia las estrellas. Y todo el que sufre alguna conmoción, es invitado a transcender su mundo cotidiano. Es lo que ocurre cuando alguien se encuentra en una “situación límite”, por ejemplo cuando se enfrenta a la muerte, entonces surge frecuentemente un acto filosófico – o religioso.

La filosofía, el arte, la religión y también el amor están relacionados en cierta manera. Se oponen al utilitarismo del mundo laboral. No se dejan “comercializar” o utilizar para determinados objetivos. Al hacerlo, la filosofía y la religión se transformarían en ideologías, y el amor, en una industria del sexo.

En cierto sentido es verdad que el filosofar “no sirve para nada”. Es, por decirlo así, inútil. Y ahora el plato fuerte: ¡ni puede ni debe servir para nada! Pues precisamente quiere superar el pensar utilitario. Martin Heidegger dice: “Es completamente correcto y así debe ser: "La filosofía es inútil"”. "[8]

Con la filosofía –como en la poesía– se trasciende lo cotidiano. Esto a veces es necesario para “sobrevivir” en un mundo difícil, es un modo de mantener la serenidad, si el día a día es insoportable. Nietzsche dice que Sócrates huyó hacia la filosofía porque tenía una mujer inaguantable, la famosa Xantipa, que le regañaba sin parar. La tradición cuenta que una vez Xantipa echó un cubo con agua sucia por la ventana, cayéndole a Sócrates que estaba abajo con sus amigos, conversando sobre temas filosóficos. Los amigos se enfadaron, pero Sócrates quedó impasible: “En mi casa llueve cuando hay tormenta”. Y los amigos concluyeron: “Como Sócrates sabe tratar a Xantipa, sabe tratar a cualquier otra persona”. "[9]

Cuando una persona trasciende el mundo cotidiano, niega la “exigencia totalitaria” del mundo laboral: expresa que la profesión, por importante que sea, no debe absorber completamente las facultades humanas, ni puede satisfacer todos los deseos de su corazón; hay algo más a lo que uno quiere dedicarse. En esto estuvieron de acuerdo todos los filósofos, poetas y amantes de todos los tiempos. El filósofo, pues, tiene mucho más en común con un poeta, por ejemplo, que con un empresario; lo que no quiere decir que también un empresario no pueda ni deba ejercer la filosofía.

2.- Fomentar la admiración

El filósofo medieval Tomás de Aquino afirma: “La razón por la que el filósofo se compara con el poeta es ésta: ambos son capaces de admirarse.” "[10] Una persona que filosofa, reconoce y admite su propia falta de conocimientos; se abre a una verdad mayor y se deja fascinar por ella. La admiración es, según los antiguos, el comienzo de la filosofía. Se cuenta que algunos grandes filósofos eran capaces de tal admiración que, literalmente, olvidaron lo que pasaba en su alrededor. Tales de Mileto, por ejemplo, aun estando en una batalla, se quedó parado de repente al ocurrírsele una idea, y no vio que el enemigo se acercaba... Y Tomás de Aquino fue el único que estaba callado durante un solemne banquete, al que el rey de Francia le había invitado, mientras todos los demás estaban enfrascados en conversaciones cultas; de pronto pegó un puñetazo a la mesa y gritó: “¡Ya lo tengo!” Había encontrado un argumento para razonar en contra de los maniqueos. "[11]

La filosofía tiene un carácter esencialmente no burgués. Pues admirarse no es de “burgueses”: no es de aburguesados insensibles que lo dan todo por supuesto. Sólo son capaces de admirarse, cuando sucede algo muy extraordinario, como un escándalo. Por eso la industria recreativa cada vez se vuelve más agresiva. La necesidad de hechos sensacionales para poder conmoverse y admirarse, es una señal segura de que una persona no ejerce de filósofo.

El admirarse no sólo es el principio de la filosofía en el sentido de initium, de paso preliminar o comienzo. Es el principium, origen interior del filosofar. La admiración no se pone entre paréntesis, ni se deja de lado, por más avanzado que se encuentre el filósofo. Siempre que una persona filosofa, se admira; y en la medida en que crecen sus conocimientos, debe crecer su admiración. Tomás de Aquino define la admiración como “desiderium sciendi”, la añoranza y el deseo de saber cada vez más. La persona que se admira es aquella que empieza a caminar, que desea saber más y más e intenta llegar al fondo de todas las cosas. Por eso afirma Goethe, el gran escritor alemán: “Lo máximo que un hombre puede alcanzar es la admiración” "[12] .

El filósofo se admira. Descubre, en lo cotidiano y común, lo realmente extraordinario e insólito. Sabe entusiasmarse con una brizna o un diente de león, tal y como lo haría un poeta, un amante o un niño. Tomás de Aquino dijo que no podíamos captar ni la esencia de un mosquito. Quiere decir que hasta es posible admirarse infinitamente ante un mosquito. (Un filósofo también es capaz de meditar profundamente ante situaciones familiares y sociales, ante problemas humanos de cualquier tipo...).

3.- No tener prejuicios

Filosofar significa abrir horizontes, dirigir la mirada hacia la totalidad del mundo; nuestro espíritu es, de alguna manera, una “fuerza para lograr lo infinito”. "[13] Entonces, ¿tendremos que hablar siempre de todo al filosofar? ¡Por supuesto que no! No es posible; ¡y el resultado sólo podría ser un caos! ¡Pero una persona tiene que estar dispuesta a hablar de todo! Nunca debe perder de vista a “Dios y al mundo”. No debe pasar nada por alto arbitrariamente, si quiere llegar al fondo de las cosas.

El filósofo como tal tiene que estar dispuesto a enfrentarse con “todo”, a prestarle atención a “todo”. Esto no significa, claro está, que se ocupe de mil pequeñeces. Como acabamos de ver, un exceso de información puede impedir la postura filosófica. Pero se ha de estar dispuesto a no pasar por alto nada que en principio pueda ser esencial. Tener una postura crítica significa para el filósofo: preocuparse de no pasar por alto conscientemente nada. "[14]

Por supuesto, la “totalidad” de la realidad no es idéntica a una adición lograda por una suma que ahora contiene todo y cualquier cosa. Aquel que entiende mucho de biología y de literatura y de recetas de cocina y de fútbol y de política internacional y de la vida privada de todos los artistas y príncipes, no es por eso un filósofo. La filosofía trata de el todo, de una comprensión “estructurada” del mundo que posee una jerarquía: lo esencial se reconoce como esencial, lo no esencial como no esencial.

Un filósofo auténtico trata simplemente de no excluir o sobrepasar nada intencionadamente. Tiene amplios horizontes: ¡con él se puede hablar de todo! Para él no existen tabúes. Ni tampoco sistematizaciones precipitadas que ignoran todo aquello que no concuerde con el sistema, y que impidan cualquier nueva conversación sobre ello. La filosofía no acepta limitaciones arbitrarias, pues si lo hiciera, perdería su propia identidad, convirtiéndose en ideología. En este sentido, Goethe juzga muy negativamente a algunos filósofos de su tiempo, que pretenden “dominar a Dios y al espíritu humano” y encierran todo el universo en diferentes sistemas. "[15]

El “enfrentarse a todo” tiene más que ver con la profundidad que con la extensión. El filósofo no sólo mira el más allá. No sólo aparta la vista de la vida cotidiana, transcendiendo el mundo. También sabe fijarse exactamente en las cosas que le rodean. Pregunta por las últimas razones. No le interesa, por ejemplo, cuál es la forma más rápida de adquirir dinero, sino lo que es en sí el poder de la riqueza y lo que significa para el hombre.

Quien quiera tener una visión de “toda la realidad”, pronto se da cuenta de que eso es apenas posible. El mundo es mucho mayor que nuestra capacidad de comprensión. El acto filosófico no consiste, en primer término, en “pensar mucho”, sino en contemplar la realidad, escuchar con atención, en callar: “escuchar tan plenamente que ese silencio atento no sea perturbado o interrumpido por nada, ni siquiera por una pregunta.” "[16] (La naturaleza de la pregunta encierra una determinada orientación de la respuesta, y eso significa una limitación). Pieper habla de la “franqueza ilimitada” con la que se debe escuchar al mundo. El filósofo considera el mundo “bajo cualquier aspecto concebible”, y no sólo bajo alguno en concreto, tal y como lo hacen las ciencias particulares. "[17]

Se sobreentiende que este silencio no guarda ninguna relación con una pasividad neutra, antes bien, supone un máximo compromiso. Pues de lo que se trata es, de no querer pasar nada por alto, de considerar todos los aspectos y no dejarse cegar por prejuicios. (En una disputa, hay que escuchar a todos los grupos, con igual atención). Para un auténtico filósofo no hay ni temas que se hayan de excluir, ni “temas sensacionales”, ni “personas etiquetadas”. Pieper dice que el estar abierto al mundo es algo así como el “distintivo” del filósofo auténtico. "[18]

4.- Adquirir cierta independencia en los propios juicios y reflexiones

Una persona que quiere pensar por su cuenta, ha de estar dispuesta al inconformismo. Filosofar significa: distanciarse, no (siempre) de lo cotidiano, pero sí de las interpretaciones comunes, de la opinión pública o publicada, del “terror” que a veces pueden producir los medios de comunicación. Los auténticos filósofos siempre han ido contra corriente. Son los que ven lo que todos ven, y se atreven a pensar lo que quizá nadie de su entorno piensa. Los que actuaban de este modo, a veces hasta sufrieron la muerte por esta razón (Sócrates), pero no dejaron de oponerse a todo tipo de regímenes totalitarios.

La filosofía reclama para sí la independencia. Tiene que poder desplegarse sin que ninguna normativa oficial lo impida. Pieper exige para cada comunidad humana un espacio libre en el que sea posible el debate sin trabas de cualquier cuestión que ocupe las mentes. "[19] Si esto no es posible, es señal de que la sociedad tiene trazas totalitarias.

Sin embargo, más importante aún que la libertad exterior es la libertad interior. Significa querer incondicionalmente la verdad, y no dejarse ni adormilar, ni manipular por nada. Las situaciones pueden estar en favor o en contra de la libertad; pueden ser la razón para que ésta aumente o disminuya. Pero no intervienen esencialmente en el acto libre. Así, una persona está condicionada, en cierto modo, por el país, la sociedad, la familia en la que ha nacido, está condicionada por la educación y la cultura que ha recibido, por el propio cuerpo, por su código genético y su sistema nervioso, sus talentos y sus límites y todas las frustraciones recibidas –pero a pesar de esto es libre: es libre para opinar sobre todas estas condiciones. Un hombre puede ser libre incluso en una cárcel, como lo han mostrado Boecio, Santo Tomás Moro, Bonhoeffer y otros muchos. “Hay algo dentro de ti que no pueden alcanzar, que no te pueden quitar, es tuyo;” esto dice un preso a otro preso, en un diálogo impresionante, que sale en la película “Sueños de libertad.” Un hombre puede ser libre también en un sistema totalitario, aunque las amenazas y el miedo disminuyan la libertad. Puede mantener una creencia, un deseo o un amor en el interior del alma, aunque externamente se decrete su abolición absoluta. Así, Sajarov no sólo fue grande como físico; sobre todo fue grande como hombre, como apasionado luchador por la libertad de cada persona humana. Pagó por ello el precio del sufrimiento, que le impuso el régimen comunista, cuya mendacidad e inhumanidad destapó ante los ojos del mundo. Otro disidente famoso confesó públicamente: “¡Bendita prisión que me hace reflexionar, que me hace hombre!” (Alexander Solzhenitsin).

5.-Adquirir humildad intelectual

Con todo ello, no hay que sobreestimarse. Aunque una persona tenga una experiencia sumamente rica y una comprensión profunda de la vida humana, no debe perder el sentido de la realidad: el filósofo no es “el sabio por antonomasia”, sino el que ama la verdad, el que siente añoranza por comprender los últimos porqués del mundo, el que se esfuerza en ver relaciones. Filosofía significa amor a la sabiduría, a la búsqueda de la sabiduría que nunca se llega a poseer plenamente.

La persona que se admira es consciente de no saber nada. Es célebre la frase de Sócrates en que admite: “Sólo sé que no sé.” En cierta manera es aplicable a cualquier científico. Hoy en día estamos muy sensibilizados respecto a que ninguna persona puede “saberlo todo”, ni siquiera en una subdisciplina delimitada. Se comienza a estudiar algo, pero no se llega a un fin; constantemente se descubren más campos de investigación. La especialización ha avanzado mucho: un psiquiatra no sabe casi nada de oftalmología, un historiador que conoce a fondo el siglo XVI apenas tiene idea del siglo XVII. Los biólogos escriben tesis sobre el pico del petirrojo, y no conocen la cola. Todo esto no tiene importancia, pues tenemos una mente limitada. Sólo que hoy volvemos a ser conscientes de ello, o al menos mucho más conscientes que durante las últimas décadas de fe ciega en la ciencia.

¡Y Sócrates es tan actual! No dijo sólo: “Sólo sé que no sé nada”, cosa que podemos comprender muy bien en nuestros tiempos. También afirmó: “Jamás he sido el maestro de nadie.” Quería indicar con ello que no es posible dividir la humanidad en dos “clases”: “los que saben” y “los que no saben”, el sabio y el necio. Todos estamos buscando la verdad, ninguno la posee completamente. Cada uno puede aprender de los demás.

Hoy en día tenemos una sensibilidad especial para estas relaciones. El que intente darse por alguien que lo sabe todo, queda realmente en ridículo. Ya no puede impresionar a nadie. Nos hemos vuelto escépticos ante las construcciones sistemáticas. Hemos visto cómo se derrumbaron, de la noche a la mañana, sistemas ideológicos gigantescos. Al mismo tiempo presenciamos cómo se tambalean un sinnúmero de tradiciones fundamentales de la cultura occidental. No hace falta deprimirse ante esta situación. Sufrir de vez en cuando algunas conmociones fuertes, puede ser, incluso, beneficioso para una persona y para toda una sociedad. Una crisis no es una catástrofe. Puede servir para volver a tomar conciencia de los propios fundamentos. Se trata de una oportunidad para transformarse más conscientemente en alguien que busca, que adopta la actitud filosófica. Es probable que así reconozcamos, cada vez más claramente, lo necesario que es cambiar de forma de pensar en determinados ámbitos.

IV Desafíos y libertad

Filosofar significa, en cierto modo, apartarse del mundo laboral. Este paso trascendente no sólo es condicionado por el origen, sino ante todo por la meta que consiste en adquirir, en la mayor medida posible, conocimientos acerca del sentido de nuestro mundo. Se basa en la creencia de que la auténtica riqueza del hombre no está en saciar sus necesidades cotidianas, “sino en saber ver aquello que existe.”"[20]

En este sentido, la filosofía no está reservada a los especialistas. Se podría decir que es un don y una tarea para toda persona. Por consiguiente, tendría que ser lo más normal del mundo comenzar conversaciones filosóficas, no sólo en la Universidad, sino también en las calles y en pleno centro de la ciudad. Pero ahí nos damos cuenta de algo curioso que, por cierto, se puede observar en todas las épocas y en todas las sociedades: ¡los filósofos, muy frecuentemente, son unos marginados! En este mundo del dinero y del éxito puede ocurrir incluso que inspiren en los demás un sentimiento de pena o de incomprensión.

Hemos visto que la filosofía, por su naturaleza, no es algo “comercializable”; se opone al mundo laboral. Por eso, muchas veces, tiene el estigma de lo raro, de ser un mero lujo intelectual, que tal vez se pueda tolerar, pero que también es ridiculizado. Con frecuencia, el filósofo no tiene los pies sobre la tierra. Admira el cielo estrellado, el diente de león y el mosquito. A veces lo hace por necesidad, por no poder soportar el mundo de lo cotidiano. Xantipa hacía que su hogar no fuera acogedor, y entonces Sócrates se subió al tejado de la casa, pues mirar el cielo estrellado era más atractivo… Pero si se mira al cielo, se puede llegar a andar por las nubes. Es, por decirlo de alguna manera, la “enfermedad profesional” del filósofo.

Existe, realmente, una cierta problemática: el filósofo, con suficiente frecuencia, no ve el mundo cotidiano. Mira al cielo –¡pero nadie puede vivir así constantemente! No somos espíritus puros. Tenemos un cuerpo, y hemos de comer, beber y dormir. Necesitamos un techo y una seguridad social. Con otras palabras, no nos basta sólo el “cielo estrellado”, sino también se requiere un espacio protegido, un hogar. También nos hace falta un entorno familiar, lo concreto, sentirnos acogidos y acompañados. Si todo el mundo se dedica a mirar el cielo estrellado, la vida se vuelve inhóspita. Cuando me duele la cabeza no quiero que nadie se quede mirándome, sin hacer más que admirarse y filosofar sobre “el mal de la enfermedad”; ¡deseo que me dé un analgésico! También es cierto que, sin la base material que hace posible la existencia física, nadie puede filosofar. Es difícil meditar sobre el mundo en su totalidad, cuando se está construyendo una casa, se tiene un pleito o se están preparando unos exámenes importantes; y mucho menos, si se está apremiado por el hambre o bajo los efectos de una enfermedad dolorosa.

La admiración no concede habilidades ni aumenta el sentido práctico, antes bien, admirarse significa “conmoverse”. Pero nadie puede pasarse la vida en la pura contemplación de la verdad. Pues el hombre no puede vivir, a la larga, tan sólo del sentirse conmovido. De hecho, al encontrar la verdad, surge el deseo de transmitirla; así puede nacer la figura del profesor de filosofía o del escritor filósofo.

De los comienzos (conocidos) de la filosofía occidental, nos es transmitida una anécdota bastante significativa: como Tales de Mileto paseaba contemplando el cielo, en una ocasión se cayó en un pozo. Una criada que fue testigo del hecho, se rió a carcajadas. Platón advierte al respecto: “El filósofo suele ser siempre de nuevo motivo de risa, no sólo para las criadas, sino para mucha gente, porque él, ajeno a las cosas del mundo, se cae en un pozo y se topa con muchos más apuros.” "[21] Este es el dilema del filósofo: vive en un mundo en el que sus coetáneos se orientan por aspectos pragmáticos como el dinero y el éxito; él, en cambio, se dedica a algo que se opone diametralmente a las ambiciones de estas personas, o al menos se puede decir que se dedica a algo que no es “útil”, no es “práctico”.

Lo que no es “útil”, no suele tomarse en serio. Pero esto sólo es un aspecto (el negativo) de la imposibilidad de ser comercializado. El lado positivo es la libertad que supone. Por un lado, la filosofía es inútil en el sentido de uso y aplicación directos. Por el otro, la filosofía se opone a ser utilizada, no está disponible para objetivos que estén fuera de ella misma. La filosofía no es “sabiduría de funcionario”, sino –como dijo John Henry Newman–, “sabiduría de caballero”; "[22] no es sabiduría útil, sino sabiduría libre.

Muchos se ríen del filósofo, pero él es libre. Por supuesto, es consciente de su situación, pero no le importa, ya que es independiente de lo que otros piensen de él. Platón, además, da la vuelta a la tortilla: los demás (“los hombres del dinero”) también se exponen al ridículo precisamente al perseguir unos objetivos tan poco nobles. Y cuando se trata de cuestiones esenciales, no saben qué decir, y entonces es cuando les toca reírse a los filósofos. "[23]

El concepto de libertad significa aquí, como hemos visto, la no disponibilidad para objetivos concretos. El acto de filosofar es libre en la misma medida en que no se remite a algo que esté fuera de él. Es “un quehacer lleno de sentido en sí mismo”. "[24] Se ve otra vez que el filósofo se parece al amante: tampoco es posible amar a una persona ¡para conseguir algo! Necesitamos médicos para diagnosticar enfermedades, necesitamos albañiles para construir casas, pero ¡no necesitamos filósofos para nuestras necesidades inmediatas, y tampoco para justificar nuestras acciones! Si un estado necesita filósofos para avalar la propia política, entonces la filosofía será destruida. Por el contrario, sí, los necesitamos para que nos ayuden a comprendernos a nosotros mismos, y a los demás.

Un filósofo, por tanto, suele vivir como un inconformista, a veces como un marginado, y puede ser considerado como un loco. Es alguien que no se deja engatusar, ni utilizar para unos objetivos estrechos, por ejemplo, para suministrar la ideología adecuada a un régimen totalitario. A la vez, está lleno de añoranza por la verdad. Su meta es captar los fundamentos de la existencia, y sabe que sólo lo conseguirá de manera muy imperfecta, aunque su esfuerzo sea muy grande. No es tanto una persona que ha conseguido con éxito elaborarse un concepto del mundo bien redondeado; es más bien alguien que está ocupado en conservar viva cierta pregunta, la que se refiere al último porqué de el todo de la realidad."[25] Sin duda se podrán encontrar una serie de respuestas provisorias a esta pregunta, pero nunca se podrá encontrar la respuesta definitiva. Es por esto por lo que debemos estar dispuestos a plantearnos esta pregunta constantemente y durante toda una vida. Darse por vencido, resignarse, porque nunca se va a encontrar la verdad en su totalidad, darse por satisfecho con cualquier solución que sólo puede ser provisional, y desistir de seguir preguntando, es señal de haberse convertido en un aburguesado. Filosofar significa precisamente la experiencia de que nuestra vida cotidiana, condicionada por objetivos existenciales directos, por supuesto es importante y necesaria, pero no basta: se puede y se debe conmocionar de vez en cuando por la pregunta inquietante por el sentido del todo.

V Una meta que abre nuevos horizontes

La capacidad de admirarse forma parte de las máximas posibilidades de nuestra naturaleza. Nos ayuda a darnos cuenta de que el mundo es más profundo, extenso, misterioso, bello y diverso de lo que le parece al entendimiento cotidiano. De la admiración nace la alegría, "[26] afirma Aristóteles. Esto expresa también el dicho castizo “tomarse las cosas con filosofía”: no significa tomarse las cosas con resignación, ni con gravedad, sino tomárselas alegremente. Pieper habla de la “intrínseca esperanza de la admiración” "[27] .

La persona que se admira no se queda encerrada en su pequeño mundo. Boecio escribió en la cárcel, y en aras de la muerte, su célebre libro “Consolación de la filosofía”. El enfoque interior de la admiración mantiene vivo el conocimiento de que la existencia es incomprensible y misteriosa, pero que también está llena de sentido. Y en la medida en la que se descubre el sentido de la propia existencia, puede experimentarse una felicidad profunda.

Cuando uno se dedica a la filosofía, se va acercando a la iluminación de la realidad. Y, aunque se alcance la verdad sobre la existencia, el hombre y el mundo, siempre se podrá profundizar más, ¡porque el saber cerrado y la filosofía se excluyen! (No se dan “recetas” en filosofía). Pues mientras más profunda y extensa se hace la comprensión, más aplasta la visión del campo inmenso de lo que aún queda por comprender. Por eso, el comienzo y el final de la filosofía están caracterizadas por el escuchar a la realidad, el silencio, la “contemplación”. El filósofo griego Anaxágoras respondió a la pregunta de para qué estaba en la tierra con estas palabras: “Estoy en la tierra para la contemplación del cielo y del orden del universo”. "[28] Se puede considerar como una respuesta religiosa.

Finalmente, la filosofía prepara y libera al hombre para la experiencia de Dios. Le hace capaz de “trascender” nuevamente. Desemboca en una verdad mayor, en la teología. Aristóteles no dudó en calificar la filosofía como “ciencia divina”. "[29] Y Wittgenstein, que tenía una cierta visión mística acerca del sentido de la vida, pudo afirmar: “El filósofo pregunta por el sentido. Sólo si se cree en Dios, se descubre que la vida de hecho tiene sentido.” "[30] Se puede descubrir un mundo cada vez más extenso y profundo. Pero tampoco entonces se encuentran “soluciones fáciles” o “soluciones hechas” para las grandes preguntas de la vida y, menos aún, sistematizaciones. Cuanto más se conoce el mundo, tanto más se percibe su carácter misterioso.

La filosofía, pues, se encuentra camino de una meta que nunca alcanzará por sus propios medios. “Sentimos que, aunque todas las preguntas científicas estuvieran contestadas, aún no habríamos tocado nuestros problemas existenciales,” "[31] dice Wittgenstein. Si comparamos la filosofía con la teología, aquélla sólo puede llegar a un conocimiento muy limitado. “Pero este poco que se gana con ella, no obstante pesa más que todo lo demás que se conoce por las ciencias” "[32] , afirma Tomás de Aquino. Por lo tanto, sólo se puede invitar a toda persona de buena voluntad a ser un filósofo, aún ante el peligro de ser considerado por nuestra sociedad consumista como un extraño, un inconformista o “loco”. Al fin, nos pueden animar las palabras de un autor contemporáneo: “Quien jamás tuvo un ataque filosófico, pasa por la vida como si estuviera encerrado en una cárcel: encerrado por prejuicios, las opiniones de su época y de su nación.” "[33] Quien no piensa por su propia cuenta, no es libre.

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Notas:


[1]. JUAN PABLO II: Encíclica Fides et Ratio, n.30.

[2]. Cf. Jakob BRUCKER: Kritische Geschichte der Philosophie, von der Wiege der Welt an bis zu unserem Zeitalter, cit. en Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, 25ª ed., München 1995, p.11.

[3]. Hans SCHOLL: Diario de Rusia, inscripción del 22.8.1942.

[4]. Feodor M. DOSTOIEVSKI, cit. en Anselm GRÜN: 50 Engel für das Jahr, Freiburg–Basel–Wien 2000, p.53.

[5]. Ludwig WITTGENSTEIN, cit. en Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe,cit., p. 293.

[6]. Ludwig WITTGENSTEIN, cit. en Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.294.

[7]. Josef PIEPER: Was heisst philosophieren? 4ª ed., München 1959, p. 12.

[8]. Martin HEIDEGGER: Einführung in die Metaphysik, Frankfurt/M. 1983, p. 9. A la vez, la filosofía es sumamente “útil” para ayudarnos a comprender el mundo.

[9]. Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.29.

[10]. TOMÁS DE AQUINO, cit. en Josef PIEPER: Was heisst philosophieren? cit.

[11]. Cf. Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.13 y 90.

[12]. Johann Wolfgang von GOETHE: Gespräche mit Eckermann, 18–II–1829.

[13]. TOMÁS DE AQUINO: Summa theologiae I, q.76 a.5 ad 4.

[14]. Cf. Josef PIEPER: Verteidigungsrede für die Philosophie, München 1966, p. 97.

[15]. Johann Wolfgang von GOETHE: Brief an Zelter, 27.10.1827.

[16]. Josef PIEPER: Verteidigungsrede für die Philosophie, cit., p. 52.

[17]. Cf. ibid. p.53.

[18]. ibid., p. 54.

[19]. Cf. ibid., p.48.

[20]. Josef PIEPER: Was heisst philosophieren? cit., p. 33.

[21]. PLATÓN: Theaitetos, 174.

[22]. John Henry NEWMAN: The Idea of a University. Discourse V,5.

[23]. Cf. Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.14.

[24]. Josef PIEPER: Verteidigungsrede für die Philosophie, cit., p. 46.

[25]. Cf. Josef PIEPER: Philosophie. Kontemplation. Weisheit, Einsiedeln–Freiburg 1991, p. 54.

[26]. Cf. ARISTÓTELES: Retórica 1,2.

[27]. Josef PIEPER: Was heisst philosophieren? cit., p. 73.

[28]. Cf. ARISTÓTELES: Ética eudémica 1,5; 1216a 15.

[29]. ARISTÓTELES: Metafísica, 983a.

[30]. Ludwig WITTGENSTEIN, cit. en Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.296.

[31]. Ludwig WITTGENSTEIN, cit. en Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.296.

[32]. TOMÁS DE AQUINO: Comentario a la Metafísica 1,3.

[33]. Bertrand RUSSELL, cit. en Wilhelm WEISCHEDEL: Die philosophische Hintertreppe, cit., p.287.


[*]JUTTA BURGGRAF. Nacida en Hildesheim (Alemania). Doctora en Pedagogía (Universidad de Köln). Doctora en Teología (Universidad de Navarra), donde es Profesora de Teología Dogmática. Entre sus publicaciones figuran: L’émancipation de la femme, Paris 1990; Women’s Libertation and Feminism, New York 1991; La mujer y la familia, Monterrey 1995; Teresa von Avila, Paderborn–München–Wien–Zürich 1996; Eine Neuentdeckung der christlichen Ehe und Familie vor dem Hintergrund der Frauenfrage, Paderborn 1998; Als Kinder Gottes leben, Köln 1999. En España: Mujer y hombre frente a los nuevos desafíos de la vida en común, Pamplona 1999; Vivir y convivir en una sociedad multicultural, Pamplona 2000; Teología Fundamental: Manual de Iniciación, Madrid 2001, 3ª ed. 2002. En Costa Rica: Hacia una nueva comprensión de la sexualidad humana, San José 2001; Hacia un nuevo feminismo para el Siglo XXI, San José 2001; Una perspectiva cristiana en un mundo secularizado, San José 2001; In der Schule des Schmerzes, San José 2001; El poder de la confianza: el beato Josemaría Escrivá de Balaguer y las mujeres, San José 2001; ¿Qué quiere decir género? En torno a un nuevo modo de hablar, San José 2001; La razón de nuestra alegría, San José 2001 y Atrévete a pensar con libertad, San José 2002.


Consecuencias del Relativismo contemporáneo.
Entrevista en la que ofrece un punto de vista acerca de las cuestiones fundamentales de nuestra época. La Iglesia y la tolerancia, Occidente y el Islam, la ciencia y el futuro.
 
Consecuencias del Relativismo contemporáneo.
Consecuencias del Relativismo contemporáneo.

Relativismo contemporáneo


--Usted escribió, en una ocasión, que «la fe no ha desaparecido, sino que se ha replegado al reino de lo subjetivo». Para la Iglesia, ¿cuáles son las consecuencias del relativismo contemporáneo?

Desde la época de la Ilustración la fe ya no es la misión común del mundo, como lo era, por el contrario, en el Medievo. La ciencia ha codificado una nueva percepción de la realidad: se considera objetivamente fundado lo que puede ser demostrado como en un laboratorio. Todo el resto - Dios, la moral, la vida eterna - se ha transferido al reino de la subjetividad. Además, pensar que pueda existir una verdad accesible a todos en ámbito religioso implicaría una cierta intolerancia. El relativismo se convierte así en la virtud de la democracia.


--Para la Iglesia, ¿sigue teniendo la fe cristiana un contenido objetivo?

Desde luego. Y es precisamente el contexto cultural que acabamos de describir el que representa nuestra mayor dificultad a la hora de anunciar el Evangelio. Pero los límites del subjetivismo están a la vista: aceptar incondicionalmente el relativismo, tanto en el ámbito de la religión como en lo referente a las cuestiones morales, lleva a la destrucción de la sociedad. El aumento progresivo del racionalismo lleva a la destrucción de la razón misma, instaurándose la anarquía: al convertirse cada individuo en una isla de incomunicabilidad, las reglas fundamentales de convivencia desaparecen. Si compete a las mayorías definir las reglas morales, una mayoría podrá imponer mañana reglas contrarias a las de ayer. Hemos vivido ya la experiencia del totalitarismo, en el que es el poder quien fija autoritariamente las reglas morales. De este modo, el relativismo total desemboca en la anarquía o en el totalitarismo.

Misionreos de ayer y de hoy


--¿Sigue considerándose misionera la Iglesia?

Sí, yo diría: de nuevo misionera. Hoy la palabra misión no es siempre correctamente recibida, porque se piensa en la destrucción de las antiguas culturas por parte de los occidentales. La realidad histórica, sin embargo, es diferente: sabemos que los misioneros cristianos - en África, en Asia y en la misma América Latina - fueron con frecuencia los verdaderos defensores de la dignidad humana. Estos misioneros salvaron una parte de las culturas antiguas transcribiendo las lenguas indígenas y redactando diccionarios y gramáticas. Ayudaron a llevar a cabo esa gran revolución que fue el encuentro entre Europa y estos pueblos, integrando las tradiciones que convergían con la fe cristiana. Algunos de los problemas que África tiene en la actualidad derivan de que, con el racionalismo occidental, hemos destruido los antiguos valores morales, sin ofrecer nada a cambio. Y, dado que hemos importado la tecnología, lo que queda son las armas y la guerra de todos contra todos. En definitiva, lo que puede defender la edificación de las sociedades modernas es precisamente la misión cristiana, al permitirles mantener el vínculo con sus propias raíces.


Totalitarismo e intolerencia


--La Iglesia se declara contra la intolerancia. Pero, ¿no es ella misma víctima de la intolerancia?

En efecto. Ha habido, por una parte, filosofías de corte totalitario, si bien en la actualidad el marxismo está en crisis. Por otra parte, el racionalismo agnóstico no es tan pacífico como podría parecer. Algunos consideran a la Iglesia el último baluarte de la intolerancia, pero cuando combaten esta intolerancia se vuelven a su vez intolerantes. Y entonces la intolerancia puede convertirse en violencia.


Sexualidad


--En las polémicas contra la Iglesia, las cuestiones relativas a la sexualidad y al libre albedrío moral reaparecen una y otra vez. ¿A qué se debe esta incomprensión entre el mundo moderno y la Iglesia?

Aquí llegamos a la visión individualista del hombre. Nuestra época glorifica el cuerpo y sus placeres, exalta la libertad sexual, pero piensa que todo eso tiene que ver más con la esfera de la biología que con la psicología. Se establece una sutil separación entre lo biológico, lo corporal - factores que se sustraen a la responsabilidad espiritual dado que se relegan al orden de la naturaleza- y el ser humano como tal. Desde el momento en que se considera la sexualidad como un fenómeno puramente biológico, deja de tener sentido una moral sexual.

La cultura contemporánea afirma una libertad absoluta, mediante la que el hombre debe “realizarse” a sí mismo. No existe, por tanto, una naturaleza humana que defina el bien y el mal. Esta visión se opone no sólo a la tradición de la Iglesia, sino a todas las concepciones que consideran que en nuestra naturaleza se halla inscrita una determinada línea de comportamiento, el sentido mismo de nuestro ser.La Iglesia habla de derecho natural, de moral natural. Por el contrario, si no somos más que productos de la evolución, somos libres de autodefinirnos. Existe entonces, como decía Sartre, una libertad en el sentido en que «yo no soy definido»: en mi situación, yo debo inventar lo que es el hombre. En la visión cristiana, por el contrario, la existencia del hombre - del hombre y de la mujer - es portadora de una idea de Creador, un Creador que tiene un proyecto sobre el mundo, que expresa ideas encarnadas en la realidad del mundo. Y la relación de fidelidad entre el hombre y la mujer revela que están hechos el uno para el otro, en una profunda unidad de cuerpo y espíritu, a la que están ligadas las generaciones futuras. La elevación de reacciones físicas al rango de realidades vividas en el respeto de la persona es el camino difícil, pero grande y bello, de la moral cristiana acerca de la sexualidad.


Religión y estado. Dios y el César.

--La Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea, adoptada el pasado año, no ha querido hacer referencia a la “herencia religiosa” de Europa. ¿Qué piensa usted de esta interpretación del laicismo?

Es preciso definir bien el laicismo. En mi opinión, existe una noción positiva de laicismo en el sentido de que el cristianismo, fenómeno nuevo en la historia, estableció una diferencia, al reconocer la distinción entre la religión y el Estado.

Esta distinción entre el reino de Dios y el del César está en el origen del concepto de libertad que se ha desarrollado en Europa, en Occidente. Implica que la religión ofrece al hombre una visión para toda la vida, no sólo para la espiritual. Pero la institución religiosa no es totalitaria, sino que se halla limitada por el Estado. Y el Estado no puede pretender controlarlo todo porque está a su vez limitado por la libertad religiosa. El Estado no lo es todo y la Iglesia, en este mundo, no lo es todo. Entendida en este sentido, la laicidad es profundamente cristiana. La hostilidad de los nazis hacia el cristianismo, especialmente hacia el catolicismo, se funda en esta idea de que el Estado lo es todo.

Pero si laicismo significa que en la vida pública no hay sitio para Dios, entonces nos hallamos ante un grave error. Las instituciones políticas y las instituciones religiosas poseen ámbitos que les son propios. Sin embargo, los valores fundamentales de la fe deben manifestarse públicamente, no por medio de la fuerza institucional de la Iglesia, sino por medio de la fuerza de su verdad interior. Cuando el laicismo pretende excluir la religión, obra una mutilación del ser humano.


Islam


--¿La confrontación entre el mundo occidental y el mundo musulmán es un choque de civilizaciones?

El Islam no existe como un bloque único. No existe un magisterio del Islam, ni una constitución islámica centralizada. El Corán proporciona al mundo islámico algunas referencias comunes, pero da lugar también a interpretaciones diferentes. El Islam se concreta en contextos culturales muy diversos, desde Indonesia hasta la India, desde Oriente Medio hasta África. Por tanto, el mundo islámico no es un bloque y no cancela los temperamentos nacionales: hay países de mayoría islámica que son muy tolerantes y otros que excluyen en mayor o menor medida el cristianismo.

Hoy el Islam está masivamente presente en Europa. Y puede constatarse un cierto desprecio por parte de cuantos creen que Occidente ha perdido su conciencia moral. Así, por ejemplo, mientras que el matrimonio y la homosexualidad se consideran equivalentes, el ateísmo se transforma con frecuencia en derecho a lo blasfemo, especialmente en el arte, estos mismos hechos son horribles para los musulmanes. De aquí la impresión tan difundida, en el mundo islámico, de que el cristianismo agoniza, que Occidente está en decadencia, y la percepción de que el Islam es el único que porta la luz de la fe y de la moralidad. Una parte de los musulmanes ve en ello una oposición incurable entre el mundo occidental - con su relativismo moral y religioso - y el mundo islámico.

No obstante, no me parece incorrecto hablar de una confrontación de culturas: en el reproche dirigido a Occidente nos encontramos de nuevo con las consecuencias del pasado, cuando el Islam padecía la dominación de los Países europeos. Se puede llegar, de este modo, a formas terribles de fanatismo. Ésta es una de las caras del Islam, pero no es todo el Islam. Existen también musulmanes que buscan el diálogo pacífico con los cristianos. En consecuencia, es importante juzgar los diversos aspectos de una situación que es preocupante para todas las partes en cuestión.

Inmigración

--El año pasado monseñor Biffi, arzobispo de Bolonia, levantó una polémica al afirmar que la inmigración musulmana creaba problemas…
La reflexión del cardenal Biffi era más sutil. Él subrayó que existe actualmente una migración de pueblos, pero que es evidente que cualquier gobierno, incluso el más abierto, no puede aceptar indefinidamente a todos los inmigrantes. Hay que distinguir, pues, entre los que pueden llegar y los otros. ¿Con qué criterios? Ésta era la pregunta de monseñor Biffi. Desde el momento en que se hace inevitable llevar a cabo determinadas elecciones, hay que aceptar ante todo - en vista de la paz civil de nuestras sociedades europeas - a los grupos que pueden integrarse con más facilidad, a los más cercanos a nuestra cultura. Si se manifiesta una incompatibilidad cultural, una incomprensión, toda la sociedad resulta afectada. Y esto no beneficia a nadie, ni siquiera a los inmigrantes musulmanes. Definir los criterios que permitan la unidad de un país y favorezcan su paz social es, por tanto, interés de todos.


Progreso y razón


--El mundo moderno vivía en el culto al progreso y la razón. Tras dos guerras mundiales, los gulag, Auschwitz, el terrorismo, ¿ siguen teniendo sentido las nociones de progreso y razón?

Siempre he sido escéptico respecto del concepto de progreso. Naturalmente, se da un progreso en el número de conocimientos, en la ciencia y en la técnica. Pero estos progresos no implican necesariamente un progreso en los valores morales, ni en nuestras capacidades de hacer buen uso del poder conferido por el conocimiento. Por el contrario: el poder puede ser un factor de destrucción. He sido siempre contrario al espíritu utópico, a la fe en una sociedad perfecta: concebir una sociedad perfecta de una vez por todas significa excluir la libertad que tenemos que ejercer cada día. La prueba de que la razón y la moral son frágiles es que una sociedad puede siempre autodestruirse. En lo que hace falta esperar es en la presencia de fuerzas morales suficientes capaces de oponerse al mal.


Bioética

--Venta de órganos, manipulaciones genéticas, clonaciones: ¿hace falta poner límites a la investigación médica y científica?

A los oídos del hombre moderno, la idea de poner límites a la investigación suena como una blasfemia. Existe, sin embargo, un límite extrínseco: la dignidad del hombre. Es inaceptable cualquier forma de progreso que tenga como precio la violación de la dignidad humana. Si la investigación amenaza al hombre, se trata de una desviación de la ciencia. Aunque se argumente que una u otra vía de investigación puede abrir posibilidades para el futuro, hay que decir “no” cuando lo que está en juego es el hombre. La comparación es un poco fuerte, pero quisiera recordar que ya en una ocasión alguien llevó a cabo experimentos médicos con personas que consideraba inferiores. ¿A dónde llevará la lógica que consiste en tratar a un feto o un embrión como una cosa?


La iglesia y los jóvenes

--¿Qué espera la Iglesia de los jóvenes?

Que los jóvenes no tengan los prejuicios de la generación del 68, que alejaron a muchísimas personas - hombres de Iglesia incluídos - de la fe. Esperamos que los jóvenes manifiesten una nueva vitalidad, con una apertura que les permita descubrir en Cristo a un Dios que es verdad y amor.


El próximo pontificado


--¿Cuáles serán las grandes tareas del próximo pontificado?

¡No me corresponde a mí establecer el programa de las mismas! Además, el mundo cambia rápidamente: lo que ayer parecía imperativo hoy ya no tiene la misma importancia. Creo que los problemas más urgentes, para la Iglesia, provienen de cuanto acabamos de decir. ¿Cómo hacer frente a la situación creada por un mundo occidental que duda, que ya no reconoce un fundamento racional en una fe común, un mundo abandonado, por tanto, al subjetivismo y al relativismo? Y además, el Islam y el budismo, los dos grandes desafíos que tendrá que afrontar el mundo occidental: es preciso dialogar con ellos, encontrar la posibilidad de comprenderse sin perder la gran luz que nos viene de la figura de Jesucristo.


Pensar con Lógica
La lógica no trata de estados psicológicos, sino de la corrección formal del pensamiento. Se puede digerir bien sin necesidad de conocer las leyes de la digestión, pero es bueno conocerlas para no ingerir sustancias indigestas y así evitar indigestiones..
 
Pensar con Lógica
Pensar con Lógica
En su obra Los cuatro amores, C. S. Lewis advierte un tipo frecuente de pintoresco argumento que valora la mismísima falta de prueba como una evidencia: "la falta de humo es la prueba de que el fuego ha sido cuidadosamente ocultado". Sí, supuesto que exista; pero primero hay que probar que existe. De otro modo estaríamos argumentando como uno que dijera: "Si en esa silla hubiese un gato invisible, parecería vacía; como la silla parece vacía, luego en ella hay un gato invisible". La creencia en gatos invisibles quizá no se pueda refutar de un modo lógico, pero dice mucho acerca de quienes sostienen esa creencia".

“Aquí no se ve nada.
Luego, aquí hay gato encerrado”.

“La gente es sinvergüenza.
Tú eres gente.
Luego, tú eres un sinvergüenza"

“Tú dices que no tienes secretos. Algunos dicen que los tienes.
Luego si no nos dices tus secretos es que los tienes”

Hay un refrán que, como todos, tendrá excepciones, pero, se supone que acierta: «cree el ladrón que todos son de su condición». Quien crea que todos son ladrones, debe pensar una de dos: que está enfermo o que el ladrón es él. No hay nada que pruebe que "todos los hombres son ladrones". Por lo mismo, nada hay que pruebe que "todos tiene algo que ocultar", o que "todos se mueven por motivos políticos, o por motivos económicos o por motivos egoístas". Si alguien piensa que esto es cierto, más le valdría pensar que él es el egoísta, y que le conviene mucho cambiar de actitud. Las actitudes interiores, las disposiciones éticas personales, influyen en gran medida en nuestro juicios sobre las personas y las cosas.

Asombrosa facultad

Una de las maravillas del ser humano es su capacidad para desvelar verdades que no se ven a simple vista. ¿Cómo no pasmarse ante el descubrimiento de la suma de los ángulos del triángulo siempre igual a dos rectos, cualquiera que sea su forma y tamaño? Nadie lo diría, pero, trazando una paralela por un vértice al lado opuesto, la claridad es meridiana. Somos capaces de obtener a partir de dos verdades manifiestas, una verdad oculta. Las palabras expresan el pensamiento, ese paso mágico de la mente a lomos de la verdad. Llamamos «lógica» a la ciencia que estudia las reglas que rigen el pensamiento correcto. Si las observamos, obtenemos conclusiones verdaderas; y si no, no.

Si conocemos que A igual B y B igual a C, y atendemos a su enlace, ante nuestra mirada intelectual hace acto de presencia una verdad quizá insospechada pero deslumbrante: ¡A es igual a C!. ¡Impresionante!. La lógica ha hecho posible la Ciencia y permite también hacer ciencia de verdades que parecen escurridizas, inaferrables, como las tocantes a la ética. No todo conocimiento ha de obtenerse mediante un razonamiento lógico, pero es cierto que sin lógica no es posible salir de robinsones. En cambio, con la lógica racional se puede llegar a demostrar la existencia de Dios, la diferencia entre el bien y el mal y elaborar una ética también racional, apta para ser compartida por todos los seres racionales, por todas las gentes dispuestas a pensar conforme a las reglas del argumento lógico.

Lógica viene del griego logos que significa:

a) en sentido estricto: aserto, tratado. De ahí psicología, geología, etc.

b) en sentido amplio: razón. De ahí que se designe con el nombre de lógica el tratado o ciencia que versa sobre el propio pensamiento, sobre sus formas y leyes. Más exactamente aún: sobre el acto mismo de razonar, o sea, el razonamiento o deducción.

La Lógica tiene un fundador: Aristóteles. La Escolástica la desarrolla:

a) como arte (ciencia práctica)

b) como teoría: como ciencia teórica de los principios de la razón, que nos permite progresar con orden, fácilmente y sin error en el acto mismo de la razón.

Entiéndase bien: se trata de descubrir las leyes del razonamiento correcto, o sea, de la corrección del pensamiento como acto de conocer. No se refiere a las leyes del funcionamiento del cerebro, a semejanza de otras leyes de funcionamiento de un órgano como puede ser el estómago en relación a la digestión.

La lógica no trata de estados psicológicos, sino de la corrección formal del pensamiento. Se puede digerir bien sin necesidad de conocer las leyes de la digestión, pero es bueno conocerlas para no ingerir sustancias indigestas y así evitar indigestiones. Se puede pensar bien o mal con dolor de cabeza, pero el dolor de cabeza no sirve para medir la corrección de un pensamiento. El pensamiento es correcto o incorrecto según las leyes internas de la lógica del discurso mismo: el justo orden de los conceptos y juicios que permiten intuir nuevos lazos entre los diversos objetos del conocimiento. De tal manera que cada paso del razonamiento sea claro y esté justificado.

El logos del intelecto expresa lo que el intelecto intus legit, lo que ve en el interior de una verdad. Hay tantas verdades en el interior de una pequeña verdad que no es de maravillar que el intelecto, en ocasiones, descubra como una cascada de verdades. En una pequeña gota de rocío se puede ver el reflejo de todo el firmamento. En el ente más pequeño hay un “reflejo”, aunque minúsculo, del Ser por Esencia.

Es realmente inteligente el que sabe «leer dentro» de cada verdad su relación con la verdad primera y con muchas (al menos, algunas) otras. Razonar es en buena medida descubrir relaciones (conexiones). Cuando comparamos mentalmente dos conceptos no siempre vemos la relación entre ambos (por ejemplo, su conveniencia o su disconveniencia). Entonces se toma un tercer concepto con el cual se comparan los otros dos y se descubre el nexo que unía los dos primeros.

Hay una pluralidad de lógicas según el orden de los conceptos que se relacionen. No es lo mismo relacionar peras que números. No es lo mismo sumar manzanas que sumar números cincos. Cinco manzanas suman cinco manzanas, pero cinco cincos suman veinticinco.

Por eso no es lo mismo la lógica filosófica que la lógica matemática. Hay una lógica espontánea común, que ordinariamente sirve para manejarse en la vida cotidiana. Y la lógica de las diversas ciencias. Hay lógica deductiva y lógica inductiva. Hay lógica natural y lógica sobrenatural. Hay lógica de la creación y lógica de la salvación. Hay lógica de la justicia y lógica de la misericordia. Hay lógica de la paz y lógica de la guerra.

Se distingue la lógica tradicional (Aristóteles) de lógica simbólica (Russell, Withehead)

La tadicional simboliza los sujetos y los predicados de las proposiciones (si A es B y B es C, entonces, A es C. Todo hombre es mortal; Juan es hombre; luego Juan es mortal).

La lógica simbólica no se opone, continúa la lógica aristotélica, simbolizando no sólo sujetos y predicados, sino también cópulas. Se ocupa más de las proposiciones que de los términos. Resalta lo puramente formal y presenta en un solo golpe de vista grupos enteros de frases.

Lo importante es pensar con lógica y que ésta sea la adecuada a la naturaleza de las cosas sobre las que pensamos.

Lo que no debe suceder es que las diversas lógicas entren en colisión, es decir, en contradicción. Lo que no puede hacerse con una lógican es negar los principios universales del pensamiento.


La Duda, la Verdad y la Certeza
¿Qué hace bueno el diagnóstico de un médico? ¿Qué hace buenas la decisión de un árbitro y la sentencia de un juez? Sólo esto: la verdad. Por eso, una vida digna sólo se puede sostener sobre el respeto a la verdad. Pero conocer la verdad no es fácil.
 
La Duda, la Verdad y la Certeza
La Duda, la Verdad y la Certeza
La duda, la opinión y la certeza

¿Qué hace bueno el diagnóstico de un médico? ¿Qué hace buenas la decisión de un árbitro y la sentencia de un juez? Sólo esto: la verdad. Por eso, una vida digna sólo se puede sostener sobre el respeto a la verdad. Pero conocer la verdad no es fácil. De hecho, la credibilidad que otorgamos a nuestros propios conocimientos admite tres grados: la duda, la opinión y la certeza. En la duda fluctuamos entre la afirmación y la negación de una determinada proposición. Por encima de la duda está la opinión: adhesión a una proposición sin excluir la posibilidad de que sea falsa. El hombre se ve obligado a opinar porque la limitación de su conocimiento le impide alcanzar a menudo la certeza: puede llover o no llover, puedo morir antes o después de cumplir setenta años. La libertad humana es otro claro factor de incertidumbre: hablar sobre la configuración futura de la sociedad o de nuestra propia vida, es entrar de lleno en el terreno de lo opinable. Lo cual no significa que todas las opiniones valgan lo mismo. Si así fuera, se ha dicho maliciosamente que habría que tener muy en cuenta la opinión de los tontos, pues son mayoría. Séneca aconsejaba que las opiniones no debían ser contadas sino pesadas.

Llamamos escéptico al que niega toda posibilidad de ir más allá de la opinión. Por tanto, el escepticismo es la postura que niega la capacidad humana para alcanzar la verdad. La palabra procede del griego sképtomai, que significa examinar, observar detenidamente, indagar. En sentido filosófico, escepticismo es la actitud del que reflexiona y concluye que nada se puede afirmar con certeza, por lo que más vale refugiarse en la abstención de todo juicio. Por fortuna, no todo es opinable. Lo que se conoce de forma inequívoca no es opinable sino cierto. Y no se debe tomar lo cierto como opinable, ni viceversa: no puedes opinar que la Tierra es mayor que la Luna, ni asegurar con certeza que la república es la mejor forma de gobierno.

La certeza se fundamenta en la evidencia, y la evidencia no es otra cosa que la presencia patente de la realidad. La evidencia es mediata cuando no se da en la conclusión sino en los pasos que conducen a ella: no conozco a los padres de Antonio, pero la existencia de Antonio evidencia la de sus padres, la hace necesaria. La existencia de Antonio, al que veo todos los días, es para mí una certeza inmediata; la existencia actual o pasada de sus padres, a los que nunca he visto, también me resulta evidente, pero con una evidencia no directa sino mediata, que me viene por medio de su hijo.

La condición limitada del hombre hace que la mayoría de sus conocimientos no se realicen de forma inmediata. Son pocos los hombres que han visto las moléculas, los fondos marinos, la estratosfera o Madagascar. La mayoría de los hombres tampoco han visto jamás, ni verán nunca, a Julio César o a Carlomagno. Sin embargo, conocen con certeza la existencia de esas y otras muchas personas y realidades. Su certeza se apoya en un tipo de evidencia mediata: la proporcionada por un conjunto unánime de testigos. En un caso, la comunidad científica; en otro, las imágenes de todos los medios de comunicación; y si se trata de hechos o personajes del pasado, los testimonios elocuentes de la historia y de la arqueología.

Estas evidencias mediatas se apoyan no en propios razonamientos sino en segundas o terceras personas. Si no admitiéramos su valor, si no creyéramos a nadie, nuestros padres no podrían educarnos, la ciencia no progresaría, no existiría la enseñanza, leer no tendría sentido... Es decir, si sólo concediésemos valor a lo conocido por uno mismo, la vida social, además de estar integrada por individuos ignorantes, sería imposible. Por tanto, es necesario y razonable dar crédito, creer.

¿Puede tener certeza quien cree? Sabemos que la certeza nace de la evidencia. ¿Qué evidencia se le ofrece al que cree? Sólo una: la de la credibilidad del testigo. El que no ha estado en América cree en los que sí han estado y atestiguan su existencia. El que nunca ha visto a Hitler cree a los que sí lo vieron. Y antes que Hitler, Napoleón, el Cid o Nerón. En todos estos casos es evidente la credibilidad de los testigos. Y entre esos casos debemos incluir los que dan origen a algunas creencias religiosas. Por eso, la fe -creer el testimonio de alguien- es una exigencia racional, y su exclusión es una reducción arbitraria de las posibilidades humanas.

52. La inclinación subjetiva


Si la verdad es la adecuación entre el entendimiento y la realidad, depende más de lo que son las cosas que del sujeto que las conoce. Ese sentido tienen los versos de Antonio Machado:

¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.


Es el sujeto quien debe adaptarse a la realidad, reconociéndola como es, de forma parecida a como el guante se adapta a la mano. Pero no siempre sucede así. El subjetivismo surge precisamente cuando la inteligencia prefiere colorear la realidad según sus propios gustos: entonces la verdad ya no se descubre en las cosas sino que se inventa a partir de ellas.

La causa más frecuente del subjetivismo son los intereses personales. Con frecuencia, la atracción de la comodidad, de la riqueza, del poder, de la fama, del éxito, del placer o del amor, pueden tener más peso que la propia verdad. Por eso, si suspendo un examen, nunca será por no haberlo estudiado sino por mala suerte o por exigencia excesiva del profesor. Y si el suspendido es un niño, mamá jamás dudará de la capacidad de la criatura: antes pondrá en duda la idoneidad del profesor o del libro de texto, o asegurará que su hijo es listísimo aunque "algo" vago y despistado.

El subjetivismo, además de afectar a lo más trivial, también deforma las cuestiones más graves: el terrorista está convencido de que su causa es justa; la mujer que aborta quiere creer que sólo interrumpe el embarazo; el suicida se quita la vida bajo el peso de problemas no exactamente reales, agigantados por su enfermiza subjetividad; al antiguo defensor de la esclavitud y al moderno racista les conviene pensar que los hombres somos esencialmente desiguales.

Para que la verdad sea aceptada es preciso que encuentre una persona habituada a reconocer las cosas como son, y el que vive según sus exclusivos intereses suele carecer de la fortaleza necesaria para afrontar las consecuencias de la verdad. Pero al hombre no le resulta fácil hacer o pensar lo que no debe. Por eso, para evitar esa violencia interna, si se vive de espaldas a la verdad se acaba en la autojustificación. La historia humana es una historia plagada de autojustificaciones más o menos pobres. Ya decía Hegel que todo lo malo que ha ocurrido en el mundo, desde Adán, puede justificarse con buenas razones. Al menos, puede intentarse.


El peso de la mayoría



Por su identificación con la realidad, la verdad no consiste en la opinión de la mayoría, ni el el común denominador de las diferentes opiniones. Por eso, elegir como criterio de conducta lo que hace o piensa la mayoría de la gente constituye una pobre elección, y suele ser la coartada de la propia falta de personalidad o del propio interés. Además, invocar la mayoría como criterio de verdad equivale a despreciar la inteligencia. En este sentido, E. Fromm piensa que el hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte éstos en verdades; y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de estas personas gente equilibrada.

Es un gran error confundir la verdad con el hecho puro y simple de que un determinado número de personas acepten o no una proposición. Si se acepta esa identificación entre verdad y consenso social, cerramos el camino a la inteligencia y la sometemos a quienes pueden crear artificialmente ese consenso con los medios que tienen a su alcance. Es como decir que ya no existe la verdad, y que se debe considerar como tal aquello que decide quien tiene poder para imponer mayoritariamente su opinión. "Por suerte, la opinión pública todavía no se ha dado cuenta de que opina lo que quiere la opinión privada", decía el director de una importante empresa de comunicación.

La mentira se puede imponer de muchas maneras, y no sólo con la complicidad de los grandes medios de comunicación. Sin ellos, Sócrates fue calumniado hace más de dos mil años: "Sí, atenienses, hay que defenderse y tratar de arrancaros del ánimo, en tan corto espacio de tiempo, una calumnia que habéis estado escuchando tantos años de mis acusadores. Y bien quisiera conseguirlo, mas la cosa me parece difícil y no me hago ilusiones. Intrigantes, activos, numerosos, hablando de mí con un plan concertado de antemano y de manera persuasiva, os han llenado los oídos de falsedades desde hace ya mucho tiempo, y prosiguen violentamente su campaña de calumnias" (Platón, Apología de Sócrates).

Sócrates representa la situación del hombre aislado por defender verdades éticas fundamentales. Pertenece a esa clase de hombres apasionados por la verdad e indiferentes a las opiniones cambiantes de la mayoría. Hombres que comprometieron su vida en la solución a este problema radical: ¿es preferible equivocarse con la mayoría o tener razón contra ella?


La pregunta de Pilatos



¿Qué es la verdad? La famosa pregunta de Pilatos es el gran interrogante de toda la humanidad, porque la vida humana es un laberinto que sólo puede recorrer con seguridad quien conoce sus caminos. Con metáfora parecida al laberinto, se nos sugiere que lo que vemos de la realidad podría ser solamente la primera planta de un enorme edificio con innumerables pisos por encima y bajo tierra. No es mala imagen, pero nos gustaría un poco más de rigor y acudimos a Stephen Hawking, uno de los astrofísicos sucesores de Einstein, tristemente famoso por su condena a silla de ruedas por esclerosis múltiple. Al final de su ensayo Breve historia del tiempo, se atreve a decir que la ciencia jamás será capaz de responder a la última de las preguntas científicas: por qué el universo se ha tomado la molestia de existir.

¿Eso significa que moriremos en nuestra ignorancia? Pascal reconoce que apenas sabemos lo que es un cuerpo vivo; menos aún lo que es un espíritu; y no tenemos la menor idea de cómo pueden unirse ambas incógnitas formando un sólo ser, aunque eso somos los hombres. Otro matemático y filósofo como Pascal, Edmund Husserl, afirma que la ciencia nada tiene que decir sobre la angustia de nuestra vida, pues excluye por principio las cuestiones más candentes para los hombres de nuestra desdichada época: las cuestiones sobre el sentido o sinsentido de la existencia humana.

No sabemos muy bien quiénes somos ni quién ha diseñado un mundo a la medida del hombre, pero sospechamos que detrás de esa ignorancia se esconde el fundamento de lo real. Los grandes pensadores de todos los tiempos han sido personas obsesionadas por esa curiosidad. Todas sus soluciones han sido siempre provisio-nales, pero han nacido de la experiencia dolorosa de la gran ausencia. Pues al salir al mundo y contemplarlo, se les ha hecho patente lo que Descartes llamaba el sello del Artista.

La ciencia nació para explicar racionalmente el mundo, pero descubrió con sorpresa que la explicación racional del mundo conduce muy lejos. Así surgió la filosofía, para explicar lo que hay más allá de lo que vemos. Con otras palabras: cuando la ciencia se asomó a las profundidades de la realidad material, descubrió que la realidad material no era toda la realidad: había algo más. Ese algo más se esconde dentro y fuera de la materia. Dentro de todos los seres aparecen dos cualidades inmateriales: el orden y la finalidad. Pero es el ser humano quien acapara en su interioridad el mayor número de aspectos inmateriales: sensaciones y sentimientos, razonamientos y elecciones libres, responsabilidad y autoconciencia. El cuerpo humano es estudiado por la Medicina y la Biología, pero la interioridad humana exige una ciencia diferente. Fueron los griegos quienes se plantearon por primera vez estas cuestiones de alcance metafísico.

Fuera de la materia también hay algo más, como una tercera realidad. Lo mismo que el arqueólogo sabe que las ruinas son huellas de espléndidas civilizaciones, cualquier hombre puede interpretar toda la realidad como una huella: la de un artista anterior y exterior a su obra. En ese momento empieza a filosofar. El historiador puede preguntarse quién pulió el sílex o escribió la Odisea. El que filosofa se pregunta algo mucho más decisivo: quién ha diseñado el universo.

Así, el intento de comprensión del laberinto nos lleva a Dios. El tema de Dios quizá no esté de moda, y quizá no sea políticamente correcto. Pero es que Dios tampoco es un tema, y está muy por encima de las trivialidades de la espuma política. La razón humana llega a Dios en la medida en que pregunta por el fundamento último de lo real. En esa misma medida podemos afirmar, como Kant, que Dios es el ser más difícil de conocer, pero también el más inevitable. De hecho, aunque está claro que Dios no entra por los ojos, tenemos de Él la misma evidencia racional que nos permite ver detrás de una vasija al alfarero, detrás de un edificio al constructor, detrás de una acuarela al pintor, detrás de una página escrita al escritor. Esto lo expresa de forma magnífica San Agustín:

Pregunta a la hermosura de la tierra, del mar, del aire dilatado y difuso. Pregunta a la magnificencia del cielo, al ritmo acelerado de los astros, al sol -dueño fulgurante del día- y a la luna -señora esplendente y temperante de la noche-. Pregunta a los animales que se mueven en el agua, a los que moran en la tierra y a los que vuelan en el aire. Pregunta a los espíritus, que no ves, y a los cuerpos, que te entran por los ojos. Pregunta al mundo visible, que necesita de gobierno, y al invisible, que es quien gobierna. Pregúntales a todos, y todos te responderán: "míranos; somos hermosos". Su hermosura es una confesión. ¿Quién hizo, en efecto, estas hermosuras mudables sino el que es la hermosura sin mudanza?

La pregunta de Pilatos era retórica y no esperaba respuesta. Por eso no la recibió. Pero si el gobernador romano se hubiera tomado la molestia de informarse un poco más sobre el acusado, quizá hubiera temblado al saber que aquel judío ya se había pronunciado al respecto con una afirmación jamás oída a ningún hombre: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida".


Los fallos del razonamiento ( II )
El hombre fue constituido como un ser dotado de cuerpo y de alma. La razón lo distinge del resto de los seres. Y en consecuencia, desde el comienzo de la actividad intelectual organizada, los hombres han trabajado en métodos que les permitan guiar el razo
 
Los fallos del razonamiento ( II )
Los fallos del razonamiento ( II )
Para interés de nuestros lectores, enumeraremos muy otros sofismas...

El razonamiento en círculo:


El argumento circular es una especie de falacia de petición de principio. Se denomina también círculo vicioso o "dialeto", y se comete cuando hay dos proposiciones que se pretenden demostrar recíprocamente, es decir, se pretende demostrar cada una de ellas a partir de otra.

Ej: Sabemos que Dios existe porque los Textos Sagrados nos lo dicen.

Y sabemos que los Textos Sagrados son verdad porque son la palabra de Dios.

Sofismas de cambio del asunto:


Consiste en desarrollar la argumentación que en sí misma puede ser correcta, pero que no trata sobre el punto que se está discutiendo y acerca del cual se pretende producir una conclusión, sino que habla de otra cosa.

Se denomina también "sofisma de suplantación de tesis"
Ej.: Cuando se está discutiendo la autoría y culpabilidad de una persona en relación a un delito, el abogado prueba con testigos las condiciones personales del reo y sus calidades de buen esposo, buen padre de familia, laborioso en su empleo, muy querido por sus amigos, etc., y en base a estas pruebas solicita la absolución de su defendido.

Es frecuente en los juicios que los defensores aleguen razones sobre un punto que no es el que se cuestiona, para desorientar a los jueces e inclinarlos hacia la inocencia del reo.

Sofismas de lo antiguo y sofismas de lo nuevo:


Es la afirmación o rechazo de algo porque antes fue de una forma, o porque es nuevo.
Ej: El vino, en cantidades moderadas, es un sano estimulante y favorece la digestión.
Es una bebida saludable, pues así fue reconocido por todos los pueblos antiguos.

Argumentos "ad hominen" (acerca del hombre):


Una manera muy usual del sofisma por cambio de asunto es el denominado "sofisma ad hominem". Consiste en dirigir la discusión, no sobre la cosa en cuestión ("ad rem") sino sobre el hombre que la sostiene, de manera que el juicio positivo o negativo que recaiga sobre la persona, afecte a la proposición en cuestión.

Ej: La teoría moral del filósofo francés Rousseau es falsa porque Rousseau abandonó a sus hijos en un orfanato.

Sofisma "ad ignorantiam" (argumento de la ignorancia ajena):


Un modo del "argumento extraño a la cuestión" ocurre cuando se pretende dar por probada una tesis a partir del hecho de que no se ha podido probar la tesis contraria.

Ej: Nadie ha demostrado que no existan los seres extraterrestres. Por lo tanto, hay vida en otros planetas.

Falacias de procedimiento

Sofismas de deducción:


En inferencias inmediatas:
Realizar una conversión ilegítima:
Todos los marxistas son ateos.
Luego, todos los ateos son marxistas.
Tomar un juicio contrario como contradictorio:
La afirmación "Todos los políticos son honestos" es falsa.
Luego, todos los políticos son deshonestos.

En inferencias mediatas:
La falacia por afirmación del consecuente:
Si ha llovido, entonces la tierra está mojada.
La tierra está mojada.
Ha llovido.
La falacia por negación del antecedente:
Si ha llovido, entonces la tierra está mojada.
No ha llovido.
La tierra no está mojada.

Sofismas de inducción

Sofisma de falsa generalización:


Se parte de la afirmación de que una propiedad es poseída por varios individuos de un conjunto, y a partir de allí se concluye que todos los elementos de ese conjunto poseen tal propiedad, cuando en realidad no puede tenerse esa certeza sin poseer la información acerca de los grupos restantes.

Ej: El hierro se combina con el oxígeno.
El níquel se combina con el oxígeno.
El cobre se combina con el oxígeno.
El mercurio se combina con el oxígeno.
El manganeso se combina con el oxígeno.
El hierro, el níquel, el cobre, el plomo, el mercurio y el manganeso son metales.
Todos los metales se combinan con el oxígeno.

La falacia "de accidente":


Es una forma muy común de sofisma de falsa generalización. Consiste en confundir lo que es accidental con aquello que es esencial, o también lo que es verdadero relativamente con aquello que es verdadero absolutamente.

Ej: La técnica pedagógica "T" ha sido exitosa en tal experiencia de enseñanza en la historia.

La técnica pedagógica "T" ha sido exitosa en tal otra experiencia de enseñanza de la historia.

Las técnicas pedagógicas que son exitosas deben adoptarse.

La técnica pedagógica "T" es la que debe adoptarse para la enseñanza de la historia.

Sofisma de analogía:


A partir del dato de que dos cosas coinciden en algunos aspectos comprobados, se concluye que cierto aspecto comprobado en sólo una de ellas, también se da seguramente en la otra. Esta clase de razonamiento se denomina "razonamiento por analogía" y es válido cuando la conclusión se postula como probable; pero si se pretende como cierta, tenemos un sofisma.
Ej: Marte tiene un movimiento de rotación sobre su eje, como la Tierra.

Marte tiene atmósfera, como la Tierra.
Marte tiene agua en su superficie, como la Tierra.
Marte tiene estaciones, como la Tierra.
Marte tiene seres vivos, como la Tierra.

Sofisma de falsa causa:


Este paralogismo se produce cuando de la anterioridad de un suceso con respecto a otro se concluye que el suceso primero es la causa del otro, o cuando de la mera coincidencia temporal de dos hechos, se concluye que uno de ellos es la causa del otro.

Ej: "Dado que coincidieron en Francia una época de continuo aumento de la criminalidad juvenil con la época en que la educación primaria se extendió a todo el pueblo, se concluyó que la educación primaria había sido causa del aumento de la delincuencia juvenil en Francia. (Ejemplo que trae Desiré Mercier).

Sofismas retóricos

Sofisma "ad misericordiam":


Se apela al sentimiento de misericordia. Esta especie de falacia es muy común en la oratoria forense, cuando en vez de argumentarse acerca de la inocencia del reo, el abogado defensor busca provocar sentimiento de lástima de los jueces, de los jurados o del público.
Sofisma "ad odium":
Se explota el odio del oyente hacia una persona o cosa.

Sofisma "ad iram":


Se aprovecha la ira que el receptor siente hacia alguien. Así, por ejemplo, la ira que provoca en el hombre honesto la conducta del delincuente, suele aprovecharse para persuadirlo de la tesis de que los delincuentes capturados no merecen ninguna garantía, como por ejemplo la garantía de que se realice el debido juicio, que se les permita defenderse, etc.

Sofisma "ad delectationem" (del deleite o del placer):


Se aprovecha del goce que procuran a la sensibilidad ciertos objetos o ciertas palabras. Como ejemplo, un aviso comercial de este tenor:
"Los comprimidos M-2 son excelentes para calmar la acidez estomacal: para saberlo basta comprobar su delicado sabor, en sus tres variedades: menta, etc..."

Sofismas "del fulgor":

Dentro de los sofismas "ad delectationem" podemos ubicar el llamado "sofisma del fulgor" que es aquel en que se usan palabras que producen deleite porque son resonantes o fascinantes. Así por ejemplo, en el discurso que se emite para apoyar un proyecto económico se habla de la "grandeza de la Nación".

Sofisma "ad concupiscentiam" (del deseo):

Se recurre a este sofisma cuando se aprovechan o despiertan apetitos sensuales o ambiciones materiales (de dinero, poder, etc.).
Esto aparece a menudo en publicidad de muchas clases de productos, en los cuales se apela al extendido deseo de tener un automóvil, vacaciones exquisitas, una mujer bella, etc.

Sofisma "ad verecundiam"
:

Se explota el sentimiento de respeto que se guarda hacia una persona o hacia una cosa que es venerable o digna. Por ejemplo, cuando después de afirmar una proposición como verdadera, se añade: "... y así lo piensa XX" (XX puede ser un escritor famoso, un científico prestigiado, etc.).

Sofisma "ad superbiam":


Se apela al orgullo, por ejemplo, cuando se alaba al país del otro, o a su profesión, o a sus cualidades - reales o inexistentes -, etc.
Sofisma "ad invidiam":
También suele ser eficaz la persuasión cuando se recurre al sentimiento de envidia, es decir, a la tristeza que algunos sienten por el bien ajeno.

Sofisma "ad metum" (argumento que recurre al miedo):


Aquí están los usuales sofismas de peligro, tan empleados en los parlamentos y asambleas. Se despierta el temor de una guerra, o de perder una ayuda económica extranjera, o de perder la estabilidad monetaria, o de perjudicar las relaciones exteriores del país, etc., si no se adopta una medida determinada.

Recurso a la mofa:


Mediante una oportuna observación o réplica burlona se hace caer el ridículo sobre el adversario o sobre una afirmación suya. Suele utilizarse por quienes quieren refutar a otro pero carecen de todo argumento.

Argumentos "ad populum":


Estos son argumentos dirigidos al pueblo. No son en rigor una especie distinta, sino que se atribuye esa designación a todos los recursos retóricos que buscan ganar el consenso popular a favor o en contra de cierta conclusión - que no está sustentada en pruebas valederas - por medio de la exaltación de los sentimientos que predominan en esa multitud.

Argumento "ad baculum":


El denominado "argumento ad baculum" o de apelación a la amenaza de la fuerza, suele incluirse en la lista de los sofismas retóricos. Pero en realidad no es un argumento pues no busca convencer ni persuadir, sino que es lisa y llanamente una amenaza más o menos disimulada de hacer uso de la fuerza en el caso de que el receptor no realice lo que se le pide. Ejemplo: "No es conveniente para el futuro de su periódico que usted publique eso... si quiere seguir gozando del crédito de nuestros bancos amigos".
 
 
Los fallos del razonamiento ( I )
Este artículo, basado en un trabajo de Cristiandad, nos señala algunos de los métodos para pensar así como de los sofismas que se usan para confundir.
 
Los fallos del razonamiento ( I )
Los fallos del razonamiento ( I )
El hombre fue constituido como un ser dotado de cuerpo y de alma. La razón lo distinge del resto de los seres. Y en consecuencia, desde el comienzo de la actividad intelectual organizada, los hombres han trabajado en métodos que les permitan guiar el razonamiento evitando los errores y engaños durante el procedimiento.

Para interés de nuestros lectores, enumeraremos muy resumidamente los métodos actualmente en uso.

La matemática y la lógica pura utilizan, por ejemplo, el Método Axiomático. Consiste en establecer una serie de enunciados y aplicarles un conjunto de reglas (aritméticas, lógicas o la que convenga según la materia de estudio). Dichos enunciados pueden ser evidentes o simplemente aceptados para los fines del razonamiento.

Aristóteles, por otra parte, nos legó el Método Deductivo. Este método es el propio de la Lógica. Se basa en 16 premisas lógicas y las aplica siguiendo un razonamiento de lo general a lo particular. Las conclusiones se obtienen siempre sin necesidad de comprobar.

Existe otro método que si bien es anterior a Aristóteles se atribuye a su propulsor: John Stuart Mill. El método inductivo es un procedimiento ante todo empírico, esto es, basado en la observación. Mill observa una gran concentración de cuervos. Todos los que ve son negros y recuerda haber visto siempre cuervos negros. Concluye, por lo tanto que los cuervos son negros aunque no afirma que siempre y en todo lugar son negros. Contrario al método anterior, este dirige el proceso desde lo particular a lo general. Tiene el grave peligro de la generalización y es el mecanismo habitual del prejuicio.

El método deductivo es el propio de las ciencias empíricas. Todas ellas trabajan con objetos reales. Se dan ciertas premisas (hipótesis) y se aplican las reglas de procedimiento científico. Estas hipótesis son aceptadas bajo la condición de ser luego comprobadas
Desde pequeños utilizamos el método experimental, es decir, de ensayo y error. Aquí se procede de manera tal que se pueda verificar, contrastar y comprobar como cierta una hipótesis. En astronomía, por ejemplo, se utiliza la observación. En las ciencias sociales se utiliza, en la medida de lo posible, la inducción. Un buen ejemplo de esto es el trabajo de investigación y análisis social en que se formula una hipótesis y se somete a prueba en un grupo de personas o en una encuesta.

En cambio, las ciencias formales (que trabajan con cosas del pensamiento) trabajan con el método de la demostración. Tiene sus reglas propias y son muy conocidas por todos. Por ejemplo, el recurso de reducción al absurdo o el mecanismo por el cual comprobamos como cierta una resta o una división matemática.

Hacemos un alto en este punto ya que podríamos hacer una larguísima lista de métodos posibles. Sabemos que con la breve enunciación el lector comprenderá que para cada objeto teórico de estudio se corresponde un método particular.

Con lo arriba expuesto queremos demostrar dos cosas: en primer lugar que en materia de pensamiento y análisis existen métodos fiables para concluir cosas verdaderas y disminuir al máximo el error si se actúa con buena voluntad. Segundo, recordar que un principio clásico - el lema de la Crítica de la Razón Pura kantiana - aconseja omitir lo que a sí mismo concierne: DE NOBIS IPSIS SILEMUS. Es decir, dejar fuera del análisis lo que a nosotros corresponde como ´sujetos´, es decir, sentimientos, impresiones, deseos, anhelos, prejuicios etc. Así trabajaremos desde la honestidad intelectual, no tratando de demostrar que tenemos razón sino analizando objetivamente las cosas.

Quienes somos para hablar de algo, por ejemplo, poco importa si lo que decimos es verdadero y correcto. El poder no interesa para determinar la veracidad o el error de algo. Pretender desautorizar una afirmación desautorizando al sujeto es un error que más abajo trabajaremos. Es un sofisma. Lo que importa no es quien lo dice sino lo que se dice.

Por parecernos de interés de muchos, desarrollamos muy resumidamente una ´caja de herramientas lógicas´ imprescindible para cualquier persona que desee pensar correctamente, desmontar un error o analizar con seguridad lo que desee (incluso sus propios pensamientos)

Decíamos arriba que la lógica es la ciencia por la cual conocemos las leyes que deben cumplirse para que los razonamientos sean correctos. Todos los procesos discursivos que contrarían tales leyes constituyen razonamientos inválidos, algunos de los cuales, sin embargo, exhiben un aspecto de un raciocinio correcto, y en tal caso se denominan falacias. El estudio de la Lógica, entonces, para ser completo, debe incluir la teoría sobre las falacias, o sea una teoría acerca de cómo los hombres se equivocan cuando discurren, y también de cómo los hombres pueden confundir a los demás cuando quieren persuadir.

Algunas veces se expresan argumentos con plena consciencia de la falencia lógica, pero también suele incurrirse en ellos involuntariamente. Al respecto, es usual la distinción terminológica entre el paralogismo, que ocurre cuando alguien emite una falsa inferencia obrando de buena fe - es decir sin la intención de engañar a otro - y el sofisma o argucia, que es el argumento incorrecto empleado con el deliberado propósito de engañar a otro.

Un razonamiento puede fallar:


a. Porque se parte de afirmaciones falsas o inciertas, como si fuesen afirmaciones verdaderas y ciertas (falla en las premisas), o

b. Porque el procedimiento es inferencia es incorrecto (falla en el procedimiento). Claro está que pueden ocurrir las dos clases de defectos en una misma argumentación.

Es necesario aclarar que no todos los razonamientos inválidos se llaman falacias, sino solamente aquellos que tienen cierta apariencia de razonamiento válido, y que precisamente por ello son capaces de producir engaño. Las falacias son entonces los argumentos inválidos que están revestidos de una apariencia capciosa.

Se llama refutación al razonamiento que intenta destruir la tesis del adversario, o que se propone poner al descubierto la falacia o falacias presentes en el argumento del adversario.

Pasemos a dar unos cuantos ejemplos:

Sofismas de homonimia

Sofismas de equivocidad:


Cuando dentro de un mismo razonamiento un término se toma una vez con un significado y otra vez con otro significado, puede resultar un paralogismo.

Ej: El fin de las cosas es su perfección
La muerte es el fin de la vida
La muerte es la perfección de la vida

Sofismas de distinta suposición:


Dentro de los sofismas por homonimia están aquellos que provienen de distinta "suposición" que en cada premisa tiene un término común. La falla consiste en razonar como si el término mantuviese contante su suposición, cuando en realidad ella varía.

Ej: Mozart es músico
Músico es palabra esdrújula
Mozart es palabra esdrújula

Sofismas de anfibología:


Cuando la ambigüedad no está encerrada en un término determinado, sino que afecta a toda una proposición, el paralogismo que de allí puede resultar se llama "falacia de anfibología".

Ej: Puedo caminar y no caminar
Pero caminar y no caminar es imposible
Puedo lo imposible

Sofismas del asunto o extralingüísticos:


Se puede llegar al error de varios modos: raciocinando mal desde premisas ciertas, o raciocinando bien, pero a partir de premisas falsas, o también partiendo de una premisa que nada tiene que ver con la conclusión a la cual se pretende llegar, o también poniendo directamente como premisa aquello que se pretende obtener como conclusión. De aquí resulta la primera gran subdivisión de los sofismas extralingüísticos:

a. Sofismas de premisa falsa o dudosa

b. Sofismas con premisa no atinente a la conclusión

c. Sofismas que fallan en el procedimiento

d. Sofismas en los cuales la supuesta conclusión ya se admitió en la premisa ("petición de principio")

Sofismas de premisa falsa o dudosa:


Consisten en tomar como premisa cierta para un razonamiento una proposición que en realidad es falsa, o que no ha sido suficientemente demostrada.

Se denominan también "sofismas a priori", porque el defecto está en el comienzo, antes de empezar a razonar.

Ej: Sólo las ciencias útiles deben ser estudiadas por los jóvenes
La historia, la filosofía y las humanidades no son ciencias útiles
La historia, la filosofía y las humanidades no deben ser estudiadas por los jóvenes

Sofismas de observación:


Son aquellos en que la premisa consiste en un hecho empírico, y el error se ha producido en la interpretación del hecho cuando se lo hubo observado. Los sentidos (vista, oído, etc.) nunca yerran, pero sí suele errar la inteligencia del hombre cuando emite un juicio con respecto al hecho percibido por los sentidos. Así, por ejemplo, si alguno está muy convencido de la existencia de seres extraterrestres puede ocurrir que juzgue que es un plato volador, con la forma de tal cosa, algo que en realidad es nada más que una luz ordinaria y que no tiene precisamente tal forma.

La más frecuente causa del error en esta etapa de la observación es la opinión preconcebida, es decir, el prejuicio.

Sofisma de antecedente incompleto:


Consiste en reducir una cosa a solamente un aspecto o algunos aspectos de ella, omitiendo otro aspecto relevante que puede ser decisivo para el asunto.

Ej: Si una decisión atañe al cuerpo de una persona, esta persona tiene el derecho de tomar esa decisión.

La interrupción del embarazo es una decisión que atañe al cuerpo de la mujer.
La mujer tiene derecho de decidir la interrupción del embarazo
La segunda premisa, en este caso, tiene el antecedente incompleto, pues la interrupción de la gestación es algo que atañe al cuerpo de la mujer, pero también y principalmente atañe a la vida de la persona por nacer.

Sofisma de falsa disyunción:


Es el argumento en que se toma como premisa una disyunción excluyente que se presupone completa, cuando en realidad es incompleta y por ello mismo, falsa. Es una sub-especie del sofisma anterior.

Ej: O el maestro es autoritario, o debe permitir la mayor libertad de los niños en la escuela
El maestro no debe ser autoritario
El maestro debe permitir la mayor libertad a sus alumnos

Como puede advertirse, la primera premisa afirma una disyunción excluyente que no es verdadera, porque cabe una tercera alternativa entre las dos mencionadas.
 
 
Recuperar el sentido de la vida
Creer sin ver es lo razonable, lo que tiene sentido y da sentido al humano vivir
 
Recuperar el sentido de la vida
Recuperar el sentido de la vida

Es lógico que al cruzar el umbral de un nuevo milenio se analice la situación de la humanidad en contraste con otras épocas, con la esperanza de hallar signos de avance, pues si las cosas van mejor, cabe esperar que progresarán más en el próximo futuro. El progreso tecnológico y científico no ofrece duda. Pero ¿cómo andamos en humanidad, en humanismo?

Grave cuestión, que los pensadores más solventes no suelen responder en términos del todo positivos. Más bien se considera al hombre contemporáneo, en contraste con el de tiempos pasados, como profundamente marcado por el problema del sentido, más aún, por la pérdida del sentido. Si fuera preciso decirlo de un brochazo, generalizando mucho, pero no sin cierta razón, se diría que el hombre contemporáneo es alguien que «no sabe, no responde» o que responde en términos de nihilismo materialista.

Nihilismo, como se sabe, es una palabra derivada de la latina nihil, que significa «nada». No tratamos aquí de las elaboraciones filosóficas de autores como Nietzsche, Heidegger, o Sartre, que merecerían un tratamiento más especializado, sino del nihilismo materialista corriente. Muchos millones de personas no son nihilistas, pero también hay muchos millones que sí lo son, más o menos explícitamente, porque, en el fondo piensan que el hombre viene de la nada y vuelve a la nada. Entre nada y nada tenemos la materia y nada más. Esta creencia es un virus bastante contagioso y conviene rebatirlo, porque hunde al hombre en pesimismos u optimismos infundados, lejos de la alegría profunda para la que hemos sido creados; y le acercan en cambio a las distintas formas de violencia que invaden el planeta: violencia física, moral, verbal, psicológica, masoquista, profesional, familiar, política, etc.

El hombre se comporta como lo que cree que es. Y si se cree un mero producto de la materia y nada más, desconoce su propia dignidad y la de los demás y, seguramente, atentará de alguna manera contra la dignidad propia o ajena. De ahí que muchas esperanzas se cifren en vivir el mayor tiempo posible lo más cómodamente posible, caiga quien caiga; comamos y bebamos, yazgamos, que mañana moriremos...

Esta «filosofía» tan difundida se suele interpretar como una negación de la fe, o al menos como carencia de fe. La fe en que hay algo más que materia y tiempo, sería una postura no científica, gratuita, propia de épocas pretéritas, característica del hombre ingenuo, inmaduro, supersticioso, etcétera.

¿EL NIHILISMO MATERIALISTA SE OPONE REALMENTE A LA FE?
Cabe preguntarse si el nihilismo se opone realmente a la fe; mejor, si el nihilista es una persona sin fe. El nihilismo niega el más allá, el espíritu inmortal y en suma, a Dios, porque no se ve; no son objeto de experimentación, no se pueden observar ni reproducir ni diseccionar en un laboratorio, ni medir, como las magnitudes físico matemáticas.

Ahora bien, ¿quedamos así eximidos de averiguar si hay algo que no se vea pero que exista? En aras de la razón científica nos sentimos obligados a preguntar: ¿la nada se ve? ¿Cómo afirmar que el principio y el destino de cuanto existe es la nada, si la nada no es experimentable, si carece de toda magnitud, dimensión, en una palabra, de existencia? ¿Cómo afirmar la existencia de la nada sin contradicción? ¿Cómo afirmar que el destino del hombre es la nada, si la nada, nada es; si no se puede saber nada de ella?

FE NIHILISTA Y FE CRISTIANA
La nada ha sido objeto de múltiples reflexiones a lo largo de los siglos, al menos y en serio, desde Parménides (en Aristóteles se encuentra ya la solución del problema). Las reflexiones que solemos hacer sobre la nada no versan sobre la nada, porque cuando comenzamos a pensar en la nada comenzamos al mismo tiempo a pensar en otra cosa, en algún fantasma elaborado por la imaginación, pero no en algo real; estamos mareando una perdiz inexistente, sumergiéndonos quizá en un mundo onírico sin correspondencia real alguna.

Que la nada no existe, que de «nada» no hay, me parece un axioma irrebatible. La nada ni se ve ni se toca. Ahora bien, sostener que algo viene o va a la nada, «sin verla», sin experimentarla, sin diseccionarla, esto no es incredulidad, es cabalmente un acto de fe colosal. Es, por decirlo de algún modo, tener una dosis de fe muchísimo mayor que la que tiene el cristiano.

CREACIÓN «DE LA NADA»
Los autores cristianos suelen decir que Dios crea «de la nada». Pero hay que advertir que ésta es una expresión del acto creador abreviada (la completa es: ex nihilo sui et subiecti). Dios no toma una poción de «nada» y le infunde el ser o la existencia. El acto creador es una maravilla de poder y generosidad. Crear es donar el ser (o la existencia, si se prefiere) que no había. No es dar el ser a algo preexistente. Es darlo del todo, porque antes de ser creada, la creatura «no es», a no ser de un modo ideal en el pensamiento de Dios. Antes de ser creada, la criatura no era la nada, ni una porción de la nada. Creación es donación total del ser. Precisamente porque la nada es nada, las cosas existentes -que no pueden venir de la nada- postulan la existencia de Dios (que es Él que es). La creación tampoco se ve en sí misma, pero se ven sus resultados, las criaturas. Esto tiene sentido y desvela el sentido de la existencia.

El cristiano cree, por ejemplo, en la resurrección de Jesucristo, porque hay hombres y mujeres que, después de verlo morir en una cruz, lo vieron y tocaron vivo. Esta fe tiene sentido. Si se averigua que los testigos son fiables, es de lo más razonable del mundo. Cabe decir que es hasta científico: hay un cierto conocimiento experimental al comienzo del discurso que culmina en la fe cristiana. Es una fe con raíz histórica, empírica y racional.

En cambio, el nihilismo es una fe sin fundamento. Sólo en cuentos como La historia interminable, la nada se presenta en lucha con la existencia, devorando, engullendo todo cuanto existe. Pero ¿qué puede engullir o devorar la nada si nada es, si no existe?

SEÑALES POR TODAS PARTES
Lo que no era y llega a ser, supone necesariamente un ser previo que explique su existencia. Asimismo, un ser compuesto de elementos que no existieron y ahora existen, necesariamente ha de estar precedido por un ser previo. El universo tiene todas las trazas de estar compuesto de elementos que no existieron.
Así podríamos seguir discurriendo y descubriendo por todas partes señales indicativas de que además del ser de los entes del universo, existe el Ser que eternamente es «todo», sin que haya nada que no proceda de él. Tampoco, antes de la creación, hubo además de Dios, «algo» que pudiéramos llamar «nada». Aunque no se lograra mostrar con absoluta evidencia la existencia de ese Ser al que todos llamamos Dios - a nuestro juicio, sí se ha conseguido muchas veces -, la fe en Dios, en la inmortalidad del alma, etcétera, tiene un fundamento evidente: tiene sentido, es racional, se trata de una fe razonable, que implica eso sí, un ejercicio de la razón, una madurez intelectual, que viene a confirmar la tendencia espontánea hacia los valores del espíritu, el anhelo de inmortalidad, la intuición de la dignidad personal, la existencia de una verdad primera y fontal, de una bondad suma, de una belleza sublime... Es decir, Dios.

LA FE EN LA MATERIA
Se podrá replicar: bueno, yo no creo en la nada pero sí en la materia, en el maravilloso poder de la materia, como Carl Sagan. Venimos del polvo y nos convertimos en polvo. Esto incluso suena a Biblia. No es fe en la nada sino en la materia, que se ve y se toca. Ciertamente se ve y se toca la mesa, el papel, la casa, el árbol... Todo esto es material. Pero, ¿lo que vemos es propiamente la materia? A pesar de los formidables avances de las ciencias, los físicos profesionales dicen que no se puede decir qué es la materia o qué es la energía. La materia tampoco se «ve» en los laboratorios. Las teorías sobre las partículas elementales se suceden unas a otras y ninguna se considera definitiva. La electricidad no se puede definir. ¿Cómo afirmar que todo viene de la materia, cuando no se conocen su estructura ni sus fronteras? En fin, creer en la materia es eso: «creer», no «ver». No es carencia de fe, es un acto de fe.

Ciertamente no «vemos» el alma inmortal. Pero, indudablemente, conocemos sus manifestaciones sensibles (algo análogo al caso de la electricidad). Tenemos experiencia íntima de nuestra libertad, a pesar de todos los condicionamientos materiales. Conocemos que conocemos. El ojo -órgano material- ve; pero no ve que ve. El que ve que ve, soy yo, que no soy un órgano material. Y si conozco que conozco y no sólo quiero sino que quiero querer, es que en mi conciencia realizo una reflexión, una vuelta sobre mí mismo que ninguna cosa material puede realizar: ninguna mesa se puede poner encima de sí misma, pero tampoco puede hacer algo semejante la célula o el átomo.

El ser humano tiene cuerpo, pero es más que materia. El ser humano es creativo; ningún ser inferior lo es. El ser humano - y nadie más de este mundo- introduce novedades en el universo. Las abejas hacen unos hexágonos perfectos, pero nada más. No han introducido novedad alguna desde el comienzo de su «historia». El simio no puede engendrar al hombre. La evolución puede explicar nuestras semejanzas con él, pero en modo alguno explica nuestras enormes desemejanzas. Es necesario tener mucha «fe» en el simio para creer que el hombre proviene enteramente del simio.
Conviene pues no hablar del materialismo, del nihilismo, del evolucionismo, etcétera, como carencia o superación de la fe. Es más, constituyen una fe desorbitada que a menudo incurre en superstición (John Eccles, premio Nobel de Medicina).

La fe cristiana es propiamente «fe», porque cree en verdades que no vemos por nosotros mismos, pero las han visto otros. En la primera Carta de san Juan, se lee: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida -pues la vida se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha manifestado-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros» (1 Jn 1, 1-3).

Esto podrá creerse o no, pero tiene sentido, es inteligible y tiene fundamento: la autoridad de un testigo - al que se suman los demás apóstoles y primeros discípulos - que no da muestras de locura, fanatismo o superstición, sino todo lo contrario.

La fe cristiana versa sobre realidades sobrenaturales, que no contradicen a la razón humana, sino que la superan; y ofrece respuestas inteligibles, con sentido, a las preguntas que el hombre se formula necesariamente sobre su origen y sobre su destino. Ciertamente, creer en la vida eterna tal como se entiende en la Sagrada Escritura, en la Tradición apostólica y en el Magisterio de la Iglesia, es ir más allá del alcance de la razón, pero es la misma razón la que va más allá, potenciada y guiada por el don divino de la fe.

«¿Por qué el ser más bien que la nada?», se preguntaba Leibniz (antes que Heidegger). En el fondo, la pregunta equivale a «¿por qué Dios y no nada?». La respuesta podría ser ésta: porque Dios es respuesta - la respuesta -; la nada es nada.

¿POR QUÉ DEBO CREER A OTROS?
¿Por qué tengo que creer en lo que me dicen otros y no he visto con mis ojos? Porque la persona humana no es una ostra; es un «ser-con-otros». Por eso es natural que baste que algunos sean testigos oculares, para que todos los que de alguna manera les conocen, se den por enterados. Es como si lo viéramos todos.

Cuando Cristo resucitado se presenta ante el Colegio apostólico, incluido Tomás - que no quiso creer sin ver-, le dijo: «"Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído» (Jn 20, 27-29). No dice Jesús: tranquilo, Tomás; es natural que no creyeras sin haber visto... Jesús elogia a los que creen sin ver, porque les basta un testimonio fiable. Esto es lo razonable, lo que tiene sentido y da sentido al humano vivir.
 
 
La verdad en el relativismo
El criterio que garantice la objetividad y universalidad de la verdad.
 
La verdad en el relativismo
La verdad en el relativismo


El hombre es la medida de todas las cosas....

Hace unos días, estando en una reunión de amigos, salió a la conversación el famoso y trillado tema del aborto. La discusión nos involucró cada vez más a todos. Hubo todo tipo de argumentos y posiciones encontradas: por un lado, el que decía que el aborto es un derecho de la mujer sobre su cuerpo; otros opinaron que la pobreza en nuestro país es tan dramática, que había que practicar el aborto en zonas marginadas (para que no vinieran más niños al mundo a sufrir); unos más argumentaban que el feto no es una persona, sino sólo un conjunto de células; y no faltó el que alegó que desde el momento de la concepción el feto posee toda la información genética propia de un ser humano, y que por tanto tiene derecho a vivir. Posiciones, me parece, con las que nos hemos encontrado todos algún día.

Sin embargo, en un momento de mayor acaloramiento, hubo uno que creyéndose un poco más listo que los demás -y por supuesto más “moderno”-, nos dijo a todos lo siguiente: Pero... ¿por qué discutir?, Ximena tiene su propia verdad sobre el aborto y Pedro la suya; lo más importante en esta vida es ser “tolerante”, porque la verdad es “relativa”. Y con esto pretendió dar fin a la conversación...

Paradójicamente mi amigo tratando de mostrar una actitud abierta, plural y moderna, no hizo sino afirmar un criterio que planteaba como absoluto y no discutible. Al decir que “la verdad es relativa”, nos ofrecía una “verdad” que nadie podía relativizar ni refutar.

Por otro lado, he de decirle a mi amigo que su actitud “moderna” ante la verdad, no lo es tanto, pues no tiene sus raíces en este siglo, sino en el muy lejano siglo V A.C., cuando Protágoras postulaba la siguiente tesis: “El hombre es la medida de todas las cosas...” , y con ello dio inicio al relativismo intelectual en donde no son las cosas -la realidad- la que posee su propia “medida”, su propio ser; sino que es el hombre el que determina dicha medida y verdad. Por tanto, para que el conocimiento del hombre sea verdadero –según Protágoras-, éste no debe someterse a la realidad, al ser y “medida” de cada cosa, sino que es el intelecto del hombre el que determinará la medida para cada ser.

Ante dicha tesis, podemos preguntarnos: ¿Dónde queda para Protágoras -al igual que para el hombre moderno-, el criterio que garantice la objetividad y universalidad de la verdad? Ese criterio que nos lleva a poder entendernos con el lenguaje, ya que somos capaces de denominar con un mismo nombre al mismo ser, de determinar sus características esenciales y de hacer un concepto universal del mismo. Si cada cual tuviera una percepción diversa y determinara arbitrariamente el ser y “medida” de la realidad, ¿acaso seríamos capaces de comunicarnos los hombres?

A la tesis de Protágoras “el hombre es la medida de todas las cosas...”, responde Platón a manera de crítica: “si el hombre es la medida de todas las cosas, en consecuencia, como a mí me parezca que son las cosas, tales serán para mí, y como a ti te parece que son las cosas, tales son para ti”; de tal modo que, si a Juan le parece que todos los hombres necesitan respirar para vivir, y a Pedro le parece que no es necesario que el hombre respire para que pueda vivir, en efecto, cada uno tendrá una percepción y una “medida” diversa de la realidad, pero también unas consecuencias diferentes.

La pregunta es si la percepción de Pedro o de Juan ¿cambiarán en algo el hecho real de que el ser humano, “todo ser humano”, necesite de respirar para mantenerse vivo?, Y más aun, ¿qué consecuencias concretas se sucederían si Pedro fuera coherente con su percepción y “medida”?

Para Protágoras “el conocimiento es algo del sujeto, algo que se da en su mente, por lo que el hombre puede crearlo y presentarlo como mejor le acomode; es cuestión de habilidad”. Pierde entonces la dimensión objetiva, trascendente y universal de la verdad, al pretender que el hombre sea medida de la misma. No hay entonces criterio alguno de verdad, la medida será arbitraria y, al depender del hombre, de cada sujeto, habrá una pluralidad de verdades tan infinita como la pluralidad de hombres existentes (tal y como pretendía mi amigo con su actitud “moderna”).

Según la filosofía realista, la verdad es “la conformación entre el entendimiento y la cosa (o realidad)”, de tal manera que la verdad está en el intelecto, en el sujeto –y en este sentido se dice que es subjetiva-; pero sólo una idea o concepto tendrá la categoría de verdad, cuando ésta se adecue a la realidad del objeto –y es en este otro sentido que podemos afirmar que la verdad es objetiva-. Es decir, la verdad efectivamente radica en la inteligencia del hombre, pero sólo podemos decir que alguien posee un conocimiento verdadero, por ejemplo sobre el agua, cuando el juicio de la inteligencia acepta que el agua es un compuesto de H2O. Si la inteligencia de Luis nos dice que el agua es un compuesto de H3O, entonces decimos que la proposición que Luis afirma es falsa y no verdadera, porque no se adecua a la “realidad” del agua.

A diferencia de Protágoras -y en general de los relativistas-, observamos que Tomás de Aquino pone hincapié en que la objetividad de la verdad sólo puede fundamentarse en la res o cosa, en la realidad misma. De tal manera que afirma que si la verdad es la adecuación de la inteligencia con la realidad, “resulta entonces que la cosa misma es la medida de nuestro entendimiento (res enim est mensura intellectus nostri)”.

En conclusión decimos que, sí hay un parámetro o criterio objetivo de verdad, y que éste hace referencia a la naturaleza misma de las cosas, a lo que las cosas son, y no a lo que arbitrariamente pretende el hombre individual –cada hombre- que sean.

Protágoras, precursor como hemos visto del relativismo, no hizo sino crear una falacia sobre la cual se fundamenta uno de los tipos de relativismo: el relativismo individualista. La tesis: “el hombre es la medida de todas las cosas...”, no hace sino expresar “aquella forma de relativismo para la cual el elemento condicionante de la verdad del juicio será el sujeto cognoscente individual, es decir, todos y cada uno de los hombres. La estructura de cada sujeto humano determinará la verdad del juicio”.

Esta forma de relativismo llamada individualista, propicia una postura arbitraria del hombre ante la verdad, ante el conocimiento de la realidad que; llevada al extremo, va creando en el hombre no sólo una actitud ante la verdad como algo abstracto, sino ante la verdad concreta sobre el hombre y el cosmos, lo cual puede tener serias implicaciones para la convivencia entre los hombres y de los hombres con el cosmos.

Por ejemplo: si un individuo ha determinado en su juicio “personal” (en su propia medida de la realidad) que el incendio de bosques es una actividad divertida, y lo pone en práctica, está destruyendo un bien objetivo que pertenece a todos los hombres, y que no podemos permitirlo, aunque a la persona en cuestión le parezca divertido y recreativo en “su medida y en su personal juicio”.

De igual manera pasa con los juicios de valor moral: si la moral es la ciencia que estudia la bondad o maldad de los actos humanos, decimos que debe existir una verdad sobre los mismos, y que es el hombre el que debe adecuarse a esa verdad y no pretender adecuar la verdad a su “medida” o conveniencia.

Pero, ¿qué tipo de verdad podemos conocer sobre la actuación libre del hombre, sobre la bondad o maldad de sus actos? La verdad que nos aporta el conocimiento de la naturaleza humana. Sabemos que la bondad hace relación al bien del hombre, por lo que, para determinar objetivamente que algo es bueno, tenemos que demostrar que efectivamente es bueno para el hombre, esto quiere decir que lo perfecciona, desarrolla, plenifica -como un ser inteligente, libre, capaz de amar y trascender-, y que, por consecuencia, lo lleva a la felicidad como a su fin propio. Por el contrario, algo es malo cuando corrompe, destruye y/o limita al hombre y por consecuencia lo hace infeliz. Este criterio nos ayuda a determinar de manera objetiva la moralidad de la acción humana, pues está basado en la naturaleza o ser del hombre y no en una medida o criterio subjetivo.

Como podemos ver, es fundamental el concepto de hombre que tengamos. Hay que aspirar a un conocimiento de la persona humana que sea integral y veraz, ya que, si mi concepto de hombre es falso, limitado o parcial, la moralidad de las acciones será juzgada también con falsedad o parcialidad. Concebir al hombre como pura materia y negar, “porque esa ha sido mi medida sobre el hombre”, la dimensión espiritual, libre y trascendente del hombre, me llevará a dar un juicio de valor positivo sólo a aquellas acciones que desarrollen al hombre materialmente (ya sea en su dimensión corporal, económica o de capacidad de gozo y placer). Por el contrario, si mi concepto de hombre es únicamente de un ser espiritual, daré un juicio de valor positivo sólo a las acciones que lo desarrollen espiritualmente (en su dimensión religiosa, trascendente, intelectual, volitiva...), tratándolo tal vez como un ángel y no como quien es.

Ninguna de estas visiones sobre el hombre se adecua a la realidad del mismo, ya que analizando el ser y el actuar del hombre, observamos que éste realiza actos sensitivos (materiales) como el moverse, comer, respirar..., pero también realiza actos de tipo intelectual (espirituales o inmateriales) como pensar, amar, elegir... Por tanto, el hombre es un ser tanto material como espiritual, es corporal, pero tiene inteligencia y libertad, por lo que necesita, para su pleno desarrollo, de la adquisición de bienes de índole material, pero también de índole espiritual. Y como lo que regula la conducta del hombre es su inteligencia y voluntad (capacidades superiores en el hombre), todos los bienes que el hombre adquiere deben ser ordenados por su inteligencia. Cuando el hombre adquiere un bien de manera desordenada, ese bien se convierte en un mal para él, porque no lo perfecciona sino que, por el contrario, lo corrompe o aniquila. Por ejemplo, si Lucía utiliza una droga como medicamento, esa droga es un bien, porque está ordenada a la mejora y salud de Lucía, pero si Lucía utiliza una droga para experimentar los efectos de placer que trae consigo, esa droga no sólo no le ayuda en su mejora personal, sino que le es dañina y destructiva.

Podemos concluir que: si un hombre decide inventar criterios de moralidad alejados de la naturaleza humana, de su perfeccionamiento, finalidad, y del bien que le corresponde de suyo, esos criterios -aunque “medidos y determinados” por un hombre concreto-, no dejarán de ser erróneos y de lastimar y dañar su naturaleza.

Por otro lado, si rechazamos como fundamento de la moralidad a la naturaleza humana, sucede que la moralidad entera se nos desmorona, ya que la moralidad quedará al acecho de una voluntad egocéntrica que busca fijar sus propios principios de actuación aunque se dañe a sí misma, a sus semejantes o a otros seres de la naturaleza. Lo importante para esa voluntad será únicamente “ser la medida” y no someterse a una medida ya dada.

Pensemos y reflexionemos por unos minutos sobre nuestra realidad más cotidiana... ¿No es verdad que la mayoría de las veces en que negamos la verdad de un criterio moral, es en el fondo porque buscamos justificar una conducta inmoral? No es extraño ver que quien ha mantenido relaciones sexuales con una persona que no es su cónyuge, y no “quiera” dejar o romper con dicha relación por el placer o adicción que le provoca, acabe por buscar argumentos que justifiquen su actuación, al punto muchas veces de llegar a negar que la fidelidad sea un criterio verdadero y bueno para el matrimonio.

Si negamos que la verdad es universal y tiene como fundamento la naturaleza de cada ser, nos podemos preguntar: ¿dónde se fundamentan y encuentran su cimiento los derechos humanos, esos derechos universales y válidos para todos los hombres...?

Vivimos en una época en donde el hombre, buscando ser “la medida de todas las cosas”, pretende ser el árbitro y medida incluso de los derechos humanos, esos derechos inalienables que nos corresponden a todos los hombres por el hecho de serlo (es decir, por naturaleza). Tal es el caso de la negación del primer y fundamental derecho: el derecho a la vida. ¿Por qué hemos cuestionado este derecho? ¿Por qué en tantas legislaciones observamos que el derecho a la vida ha quedado desprotegido, despenalizando el aborto o la eutanasia? ¿Por qué buscamos tantos argumentos falsos que justifiquen quitarle la vida a otro?

Hemos permitido que “el hombre sea la medida de todas las cosas...”, incluso de los demás hombres. Un grupo de personas deciden y pactan en una legislación que los niños que tienen alguna malformación genética “No tienen derecho a vivir”, ¿acaso no es éste el mismo crimen que cometió Hitler al determinar y decidir que los judíos no tenían derecho a vivir? En ambos casos, el (o los) hombres han pretendido ser “LA MEDIDA”, la medida que determine quién tiene derecho y dignidad de persona y quién no.

Las normas éticas no son producto de condicionamientos sociales o culturales, tampoco son el resultado de la llamada “evolución histórica”, y mucho menos de una suma de voluntades o de una única voluntad caprichosa. O las normas éticas se fundamentan en la naturaleza humana, en lo que es el hombre, en la dignidad que tiene por sí mismo, en su finalidad intrínseca –ser feliz y trascender-, o no tienen fundamento alguno. Y si acabamos con las normas éticas y con los derechos humanos, seamos honestos, vamos en camino de acabarnos los unos a los otros.

Ahora bien, las leyes morales, objetivas y universales, sólo pueden ser descubiertas por el hombre analizando con profundidad al hombre mismo. Este es el reto, descubrir la verdad sobre el hombre y adecuarse a esa realidad y medida. Si el hombre busca a toda costa imponer su propia medida, va en camino de destruir lo que le rodea y de destruirse a sí mismo; ésta es la triste consecuencia que nos espera.

Como vemos, el relativismo no es sólo una actitud teórica y abstracta, es una realidad que permea nuestra vida cotidiana. Por eso me pregunto ¿no será acaso esa actitud de vida que hemos asumido, esa falta de compromiso leal con la verdad, lo que ha llevado al hombre al vacío existencial en el que vive, a no encontrar su plenitud y verdadera felicidad?

El hombre no es feliz siguiendo caprichosamente su propio placer e imponiendo su propia y egoísta medida a las cosas; no es feliz con una actitud relativa ante el mundo, los demás y él mismo. La experiencia y la vida diaria nos indican que el hombre sólo es feliz cuando conoce la verdad y actúa en consecuencia, cuando busca y se compromete con el auténtico bien, en definitiva, cuando se dirige al fin al que por naturaleza tiende.

No nos engañemos: el hombre sí es capaz de conocer la verdad y de seguir el bien. La postura relativista no es sino una antigua postura que busca hacer del hombre el centro del universo y pretende adaptar la verdad a la conveniencia del momento. Sin embargo -como hemos visto-, esta postura no tiene fundamento alguno y es en sí misma contradictoria. La propuesta es tener una actitud sencilla y leal para con la verdad, y ser valiente en la elección del bien. Este es el camino que lleva al hombre a encontrarse consigo mismo, a relacionarse con los demás y a respetar la naturaleza, en definitiva sólo esta actitud de lealtad y compromiso con la verdad lleva a la auténtica felicidad, a la felicidad profunda y duradera.


BIBLIOGRAFÍA:

1. Oliveros F. Otero, Educación y Manipulación, Editorial Minos, 1987.
2. Gevaert Joseph, El Problema del Hombre, Ediciones Sígueme, Salamanca 1993.
3. Damm Arnal Arturo, Falacias Filosóficas, Editorial Minos, México DF, 1991.
4. Yepes Stork Ricardo, Fundamentos de Antropología, EUNSA, 1996.
5. ATT, Gran Enciclopedia Rialp, Tomo XIX, Editorial Rialp, Madrid España, 1973.
6. Gambra Rafael, Historia Sencilla de la Filosofía, Editorial Minos, México DF, 1986.
7. Gómez Pérez Rafael, Problemas Morales de la Existencia Humana, Editorial Magisterio Español, España 1980.
8. Llano Alejandro, Gnoseología, EUNSA, Pamplona España, 1984. 
 
 
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Se cuenta que, en cierta ocasión, descendía Einstein de un avión y al pie de la escalerilla una de las personas que le recibían le preguntó:
—Por favor, Mr. Einstein, explíquenos en pocas palabras su teoría de la relatividad.
—Señora, replicó el genial científico, para explicarle a usted mi teoría de la relatividad necesitaría disponer de lo que usted entiende por eternidad.

El mismo grado de ignorancia manifiestan quienes creen que Einstein estableció definitivamente el relativismo, como si hubiese demostrado que toda verdad fuese relativa, que no hubiera ninguna verdad absoluta, es decir con vigor y vigencia universal. En otros términos, que no habría verdad que fuera tal (verdad) en todos los lados y todos los tiempos. Por lo que toca al conocimiento la pretensión relativista es que nada puede afirmarse sino es en el contexto de una cultura o de otras circunstancias específicas o individuales del interesado. La versión popular del «todo es relativo» se expresa con la bien conocida copla:

En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira,
todo es del mismo color
del cristal con que se mira.


Seguramente un buen relativista borraría lo de «traidor». Nos quedaríamos sin rima, pero permanecería el criterio esencial: todo es del color del cristal...

De entrada, cabría objetar que no todo lo que conozco es el color del cristal, porque siguiendo con la metáfora, hay algo que obviamente conozco independientemente del color; por ejemplo, el cristal. El cristal no es un color ni su naturaleza depende de color alguno. Y ciertamente conozco bastante bien el cristal (aunque no de modo exhaustivo), y lo conocería en sus propiedades esenciales aunque padeciera de daltonismo.

Lo que pretende el relativismo no es que un objeto que por un lado se ve cóncavo, pueda verse por el otro lado convexo. Esto no es relativismo, es realismo. Lo que quiere decir el relativista, si tiene algún sentido, sin salirnos del mismo ejemplo, es que una cosa puede ser cóncava y también convexa ¡por el mismo lado! en función de los condicionamientos que sufran los observadores.

Seguramente pocos relativistas considerarían oportuno este ejemplo y quizá lo tomarían como un golpe bajo. Ahora bien, si no lo admiten, ya no son estrictos relativistas, porque están reconociendo, aunque sea con la boca pequeña, que hay verdades objetivas y que como tales las podemos conocer. En todo caso, el relativismo de que hablamos existe en abundancia. Una consecuencia de su tesis es que 2 + 2 son 4 para una cultura, época o civilización, pero podrían no serlo en otra época, civilización o cultura (no se sabe).

EL CASO DEL ABORTO

Por poner un ejemplo cercano y que mantiene en casi todo el mundo las espadas en alto, tomemos la polémica sobre el aborto. La biología enseña que el embrión humano es humano. La consecuencia que saca inmediatamente una persona realista es la siguiente: luego el aborto es un crimen injustificable. El relativista replicará: ¡Ah, no! A usted puede parecerle un crimen el aborto, pero esto se debe a sus condicionamientos individuales o culturales; pero para otros el aborto es cosa perfectamente justificable y hay que respetarles. O sea, que una misma acción y bajo el mismo ángulo (acabar con la vida de un ser humano) para unos es un crimen y para otros una bendición. ¿Ambos tienen razón?

El relativista tiene complicada la respuesta. Si dice que sí, incurre en una contradicción demasiado evidente. Si dice que no, tendrá que reconocer el derecho a defender la vida contra el aborto. Pero al relativista le parece que el asunto del aborto es relativo y, paradójicamente, por ello mismo no está dispuesto a conceder que sea malo. Lo que suele hacer en semejante tesitura es tachar de fanáticos a quienes defienden el valor sagrado de la vida humana. Me exige que yo respete su postura, se niega a aceptar la posibilidad de que yo tenga razón y en modo alguno detendrá su propósito de aborto. Uno se acuerda de la ley del embudo, para mí lo ancho, para ti lo agudo. El relativista implícitamente niega lo mismo que explícitamente afirma. Además, para él, todo lo que no es relativista es fanatismo y antidemocracia.

Conviene pues profundizar en cada una de las posturas, la del fanático y la del relativista. Son muy de agradecer, por cierto, análisis como los que nos ofrece el profesor Antonio Millán Puelles, en un reciente libro titulado El interés por la verdad (verdaderamente interesante). Nos inspiramos ahora en algunos aspectos de su análisis del relativismo (Cfr. Millán Puelles, El interés por la verdad, Rialp, Madrid 1998, pp 143 y ss.)

EL FANÁTICO
Comencemos, pues, por definir al fanático, tanto para cuando nos llamen así como cuando estemos a punto de llamarlo a otros. Como es sabido, «fanático» viene de «fan», de donde proviene también «fanal». Fanático es quien se siente «iluminado» por la verdad y a la vez «profeta» con derecho a imponer la verdad a todo el mundo y a cualquier precio, por cualquier medio. Es claro que la característica del fanático no es precisamente el amor a la verdad (para lo cual se necesita no ser fanático) sino la carencia de la virtud moral de la tolerancia. En consecuencia no se arredra ante el uso de la violencia física o moral.

Para el fanático —explica Millán—, ser tolerante es hacer traición a la verdad. Pensando de esta manera, el fanático ignora que la tolerancia no supone aceptar por verdadero lo falso. El fanático, con razón, considera que la falsedad es un mal, pero de esta verdad saca una falsa consecuencia: que tolerar equivale a aprobar o aplaudir.

El fanático acierta al mantener incólume la distinción entre la verdad y la falsedad. Acierta también en reconocer que la verdad tiene un valor absoluto (no es preciso ser fanático para reconocerlo) y que lo falso en tanto que falso es objetiva y absolutamente inválido. Se equivoca al menos en la pretensión de comunicar la verdad —o lo que él tiene por tal— mediante la violencia física o moral.

EL RELATIVISTA
Por su parte, el relativista, de entrada, tiene la apariencia de la mayor humildad: yo no soy capaz de conocer verdades absolutas. Sostiene (frente al escepticismo radical) que el hombre puede conocer la verdad, pero a la vez afirma que ninguna verdad posee valor absoluto. Una verdad sólo podrá serlo dentro de un espacio o lugar y tiempo o época, o cultura, determinados. En otras palabras, ninguna verdad es válida universalmente, sino en función de la peculiar constitución (bien específica, bien individual) del sujeto que se las representa.

Parece que no cabe mayor humildad en el aprecio de la propia capacidad de conocer, por lo que, el relativista, parece hallarse en óptimas condiciones para vivir la virtud moral de la tolerancia. De hecho —dice Millán—, la apología que actualmente se hace de la tolerancia es, en numerosas ocasiones, una profesión de fe relativista. Hay renombrados políticos, juristas, y hasta algún que otro moralista adepto del progresismo, que se empeñan en repetir que si no se es relativista no cabe ser tolerante. Ahora bien, quienes piensan de esta manera no resultan en el fondo tan humildes como en la superficie lo parecen. Se atribuyen el monopolio de la virtud moral de la tolerancia, negándola en absoluto —no de una manera relativa— a quienes discrepan de ellos. No tienen la humildad de tolerar que puedan considerarse tolerantes quienes no aprueban el relativismo. Y en realidad tampoco son relativistas. No pueden serlo porque su afirmación de la tesis relativista es absoluta, no relativa a su vez.

Con otras términos, el relativista implícitamente afirma lo que explícitamente niega: la existencia de verdades universalmente válidas. Millán Puelles concluye que el único relativismo humanamente posible es el relativismo inconsecuente, es decir, el que se expresa de una manera absoluta, o el que relativismo irreflexivo (que advierte que se contradice al expresarse pero no le importa).

El relativista ha de reconocer que, desde su punto de vista, no existe fundamento objetivo para entender y sostener la virtud de la tolerancia como preferible al fanatismo. ¿Por qué hemos de preferir la tolerancia al fanatismo? El relativista carece de respuesta satisfactoria, porque la respuesta habría de ser: «depende...».

La tolerancia, ¿cuenta o no cuenta con un fundamento razonable, o sea, con una razón objetiva? Si la respuesta es rotundamente sí, se ha descalificado el relativismo; si la respuesta es no, entonces el relativismo carece de fundamento racional para afirmar el valor de la tolerancia. Sólo le queda el recurso de decir algo así: «es que obviamente es preferible». Pero teniendo en cuenta que el fanático no lo ve nada claro, la postura relativista se muestra arbitraria, voluntarista y dogmática. En resumidas cuentas, es en sí mismo contradictorio. Lo cual explica que haya tan pocos relativistas consecuentes. En rigor, es que es imposible ser consecuente con el relativismo, como no se puede ser consecuente sobre la base de que dos más dos sean a la vez tres y medio, cuatro y cinco.

EL CRISTIANO

Por el contrario, la doctrina cristiana enseña, por una parte, que lo falso no tiene nunca derecho a presentarse como verdadero; y por otra, que «la verdad debe presentarse amable, no agria, ni molesta, ni impuesta a la fuerza o con violencia, pues de otro modo se haría imposible la paz entre los individuos y los pueblos, cuando el Hijo mismo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres en Dios...» (Concilio Ecuménico Vaticano II, Gaudium et spes, n. 78).

Para el relativista la tolerancia es una actitud carente de fundamento racional. En cambio, para el cristiano como tal, la tolerancia es una virtud moral necesaria y opuesta al vicio de la intolerancia. Si un cristiano es intolerante —lo que ha sucedido más de una vez—, siempre se le podrá argumentar: usted actúa contrariamente a su fe; ahonde un poco más en los contenidos de su credo, sobre todo en lo afirmado por su Maestro: es preciso amar no sólo a los amigos, sino también a los enemigos. Es posible que se convierta a la tolerancia. Razones hay para ello.

En cambio, el relativista carece de fundamento para convencer a nadie de la necesidad de la tolerancia. No podrá invocar con éxito el credo relativista, precisamente porque éste consiste en la negación de todo fundamento absoluto respecto a la verdad y al bien. Él mismo se encontrará en momentos de crisis difíciles de superar, porque ser tolerante siempre, en una larga vida, es sin duda bastante arduo.

¿Quién está, pues, más inclinado al respeto al discrepante y a las minorías? ¿quién se encuentra más próximo al ideal democrático, el relativista o el cristiano?

Cabe añadir que «el verdadero y buen cristiano ha de entender que dondequiera que se encuentre la verdad, es cosa propia de su Señor» (San Agustín, De Doctrina christiana, cap. XVIII, núm. 28). En consecuencia, si el discrepante manifiesta estar en posesión de una verdad hasta entonces desconocida por el cristiano, éste debe entender que se encuentra con algo así como un mensajero divino —aun pudiendo ser éste un relativista en desliz—, portador de algo cuyo copy right eterno resulta ser... del Espíritu Santo.
 
 
Pensamiento, imaginación y lenguaje
Para entender las cosas espirituales o sobrenaturales, es necesario comprender las relaciones entre estos tres puntos.
 
Pensamiento, imaginación y lenguaje
Pensamiento, imaginación y lenguaje

Es de suma importancia, para entender en lo posible las cosas espirituales o sobrenaturales, comprender las relaciones entre pensamiento, imaginación y lenguaje.

Pensar es una cosa, imaginar es otra. Lo que pensamos y decimos puede ser, y a menudo es, totalmente distinto de lo que imaginamos o de la representación mental que lo acompaña.

Lo que indicamos puede ser verdadero mientras que la pintura imaginativa es completamente falsa, y lo sabemos. La imagen mental no sólo es diferente a la realidad, sino que es reconocida como inadecuada, al menos después de alguna reflexión.

Cuando digo "se me parte el corazón cuando te veo llorar", ni yo ni nadie piensa que se me está partiendo físicamente esa víscera que tenemos entre pecho y espalda.

Si me nombran Madrid, sin más, automáticamente me represento sencillamente el Museo del Prado, la Puerta de Alcalá o el paseo de Castellana invadida por innumerables coches dispuestos a atropellarme. Pero yo sé que Madrid no es eso. Pero es la imagen que acompaña y facilita mi pensamiento. Y sé que Madrid es mucho más que lo representado.

Cuenta C.S. Lewis (en Los milagros) que en cierta ocasión una madre dijo a su hija pequeña que si tomaba unas tabletas de aspirina se moriría.
-¿Por qué? No es veneno.
-¿Cómo sabes que no es veneno?
-Porque cuando partes las aspirinas no salen aquellas horribles cosas rojas

La niña, cuando pensaba en veneno, pensaba en una terribles cosas rojas, porque seguramente la primera vez que su madre le habló del veneno que mata se refirió a alguna cosa de color rojo.
La niña asociaba veneno a cierta cosa roja y no distinguía lo pensado de la imagen. La diferencia con mi caso (la imagen del madrileño paseo de la Castellana como amenaza de mis seguridad vital), está en que mi imagen no es adecuada y lo sé; en cambio, la niña no sabía que el veneno y la imagen de "cosa roja" no se corresponden necesariamente. Pero no es que fuera falso o sin sentido todo lo que pensaba o dijera la niña sobre el veneno. Conocía muy bien que todo lo que era veneno podía matar o causar una grave enfermedad.

Si la niña advirtiera a una visita: no beba esto, porque mamá dice que es veneno, y la visita se riera porque "esa niña tiene una idea primitiva del veneno, que mi conocimiento científico ha superado (¡el veneno no es una cosa roja!)", el que cometería un grave error no sería la niña sino el visitante.
Por tanto:
1. Nuestro pensamiento puede ser correcto aunque la imagen que la acompaña sea inconscientemente falsa.
2. El pensamiento puede ser correcto en ciertos aspectos, a la vez que la imagen que lo acompaña no sólo sea falsa, sino tenida erróneamente como verdadera.


PENSAMIENTO Y LENGUAJE: LAS METÁFORAS

Siempre que pensamos en cosas que no se pueden ver, oír, tocar, en una palabra, percibir (sensorialmente), no podemos evitar hablar de ellas como si pudieran verse, oírse o percibirse de algún modo. Lo cual nos sucede muy a menudo. Por ejemplo, cuando hablamos del "corazón" como sede de nuestros afectos. Todos hemos visto unas pegatinas que ponen "Yo (el dibujo esquemático de un corazón) Valladolid".

La Sagrada Escritura utiliza la palabra corazón para expresar la sede de los de los afectos, decisiones, buenos y malos pensamientos, etc. El corazón suele indicar la persona. Todos sabemos que el corazón es una víscera musculosa, que no puede hacer nada de eso. Sin embargo lo utilizamos como imagen que nos facilita expresar lo más profundo de nuestra personalidad. Se trata de una metáfora.

Otro ejemplo, para referirnos a nuestra actividad mental: -"Ya he cogido la fuerza de tu razonamiento". El verbo coger aquí es metafórico. Los razonamientos no se "cogen" como las cerezas o una pistola. Se coge lo que sea con las manos. Sin embargo en ningún momento hemos pensado que el razonamiento pueda empuñarse como una pistola ni que nuestra inteligencia tenga manos .

Para evitar el verbo coger, podemos utilizar en verbo "ver", o "seguir el razonamiento". Pero no nos imaginamos que vamos andamos detrás del interlocutor a lo largo de un camino. A estos procedimientos lingüísticos tan familiares, los gramáticos los llaman metáforas. Lo utilizan con profusión los poetas y oradores. Pero sería un grave error pensar que son un mero elemento decorativo del que se pueda prescindir fuera de la poesía y de la retórica. Si hablamos de cosas no perceptibles por los sentidos, forzosamente debemos emplear metáforas. Los libros sobre psicología, economía o política están llenos de metáforas. Cualquier filólogo está convencido de que no hay otra manera de expresarse.

C. S. Lewis deduce unos principios orientadores:

1. El pensamiento siempre va acompañado de imágenes.

2. No es lo mismo el pensamiento que la imagen que lo acompaña

3. El pensamiento puede ser correcto en lo fundamental, aún cuando las imágenes que lo acompañan sean tomadas como verdaderas por el sujeto pensante (lo sean o no).

4. Todo aquel que quiera hablar de cosas que no pueden ser percibidas por los sentidos (vistas, oídas, tocadas), inevitablemente tiene que hablar como si de hecho pudieran ser vistas, oídas o tocadas.

5. La mera presencia de imágenes mentales, por sí misma, no dice nada sobre lo razonable o absurdo de los pensamientos que los acompañan. (Si las imágenes absurdas supusieran pensamientos absurdos, todos estaríamos pensando insensateces de continuo)

6. Las imágenes no deben ser identificadas con aquello que se piensa.

7. Por tanto tampoco deben ser identificadas sin más, con aquello que se cree.



Todo esto es preciso tenerlo en cuenta cuando se habla de las cosas de Dios, que nos enseña la Sagrada Escritura, la Tradición, el Magisterio de la Iglesia.

Se puede representar a Dios Padre como un anciano con largas barbas blancas, para significar la eternidad. Pero es una imagen absolutamente falsa. Sin embargo, el pensamiento de que Dios es anterior al universo es verdadera. San Agustín dice que Dios es el más joven de todos.

Que Jesucristo está sentado a la derecha del Padre es una imagen que acompaña nuestra idea del poder que comparte el Hijo con el Padre. Es una imagen falsa, porque el Padre es puro espíritu, no tiene brazos ni manos, ni derecha ni izquierda.

No se puede identificar la fe, ni juzgarla sobre la base de las imágenes que utilizamos para utilizar lo que no se ve ni se percibe. C.S. Lewis se pregunta: ¿No sería mejor cortar por lo sano de una vez todas esas imágenes mentales y el lenguaje que las fomenta? Y responde que esto no es posible. Quienes lo pretenden no advierten que cuanto intentan evitar esas imágenes humanizadas de Dios (antropomórficas), lo único que logran es sustituirlas por imágenes de otro género.

"Bajar a la tierra", "subir al cielo", son imágenes de movimiento vertical, pueden tener un sentido metafórico. Pero sería ridículo sustituirlas con imágenes de movimiento horizontal. «Podríamos hacer nuestro lenguaje más aburrido, pero no más literal» (Lewis).

En la Sagrada Escritura encontramos a Dios como viviendo en las alturas «en el excelso y santo lugar»; aparece como habitando localmente en el cielo, pero a la vez nos dice que Él «lo hizo» (Gen 1,1).

Dios aparece «en la semejanza y como la apariencia de un hombre» (Ez 1, 26). Y también nos encontramos la advertencia: «tened mucho cuidado de vosotros mismos; puesto que no visteis figura alguna el día que Yahawé os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea» (Deut 4, 15-16).

"Yo no creo en un Dios personal", dicen algunos. Esto es un antropomorfismo, una proyección en Dios de lo que yo soy; pero Dios es totalmente distinto de mí. Yo creo en una gran fuerza espiritual. Ya han introducido una imagen de vientos, oleajes, electricidad, gravitación, etc. "Yo creo que todos somos partes de un gran Ser que actúa y trabaja a través de todos nosotros". Éste se ha limitado a cambiar al imagen de un hombre paternal y majestuoso por la imagen de un gas o fluido que se extiende indefinidamente. "Yo creo que Dios es la sustancia perfecta". Pero alguno se imaginaba la sustancia perfecta como un inmenso pastel de tapioca. Y para mayor inri, aborrecía la tapioca.


Las imágenes que utilizadas por la Sagrada Escritura a más de uno pueden parecer absurdas, pero más absurdas son las que utiliza el panteísmo, o el materialismo cuando imagina la materia como un gran animal viviente en evolución. Las imágenes de nieblas informes y fuerzas irracionales que cautivan la mente cuando se piensa que nos estamos elevando a la concepción de un Ser absoluto e impersonal son mucho más falsas.


El antropomorfismo es mucho más acertado que el impersonalismo. Al fin y al cabo el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y aunque sabemos que Dios es más desemejante a nosotros que semejante, alguna semejanza existe entre Dios y el hombre. Y por eso el Verbo pudo hacerse hombre y no cualquier otra criatura de este mundo.

Lewis considera demostrado que las palabras no comenzaron por referencia a objetos físicos y después se extendieron metafóricamente a emociones, estados de la mente y cosas semejantes. Por el contrario, los que llamamos ahora significados «literal y metafórico», se han desgajado ambos de una antigua unidad de significado que no correspondía a ninguno de los dos. Por eso es un error pensar que el hombre comenzó pensando en un Dios o un cielo material y gradualmente los espiritualizó. No pudo haber comenzado por algo "material", porque esto "material", tal como nosotros lo entendemos, llega a concebirse sólo por contraste con lo "inmaterial", y ambos lados del contraste avanzaron a la misma velocidad. Se comenzó por algo que no era ninguno de los dos, y que era los dos al mismo tiempo.

EL SENTIDO METAFÓRICO

Muchos, cuando se dice que una cosa tiene sentido metafórico», concluyen que en realidad no tiene en absoluto el sentido expresado.

"El que quiera venir en pos de mí, cargue con su cruz y sígame". La "cruz" aquí tiene sentido metafórico, lo cual no quiere decir que signifique simplemente llevar una vida honrada y suscribirse con aportación moderada a alguna obra de caridad.

El "fuego del infierno" es metafórico. Cierto. Pero sería un error pensar que el infierno se reduce a "remordimiento", a la nada, o cualquier cosa menos horrible que el fuego.

Lo que decimos del Ser de Dios es siempre metafórico. En cambio, cuando hablamos de acontecimientos históricos, que se vieron o tocaron, estamos hablado en sentido literal: Jesús convirtió el agua en vino; Cristo, el Hijo de Dios, murió en la cruz. Resucitó. Todo esto tiene sentido literal, se vio y se tocó, como dice San Juan. Son afirmaciones de algo que ocurrió a la vista de muchos.

"Decimos que Dios es «infinito», en el sentido de que su conocimiento y su poder se extiende no a algunas cosas sino a todo; más aún, que no hay perfección que no se encuentre en Dios, en grado sumo, de tal modo que hay y siempre habrá una diferencia "infinita" entre las perfecciones (o, mejor dicho aún, «la» perfección de Dios) y las perfecciones de las criaturas. «Pero si por usar la palabra infinito nos lanzáramos a pensar en Él como un conjunto informe de todas las cosas, sobre el que nada en particular y todo en general es verdad, entonces sería mejor abandonar esta palabra por completo" (Lewis, Los Mil. 143)

Dios es «el» Ser absoluto, en el sentido de que sólo Él existe por sí mismo y no depende en su ser y en su obrar de nada que no sea Él mismo.
Pero esto no quiere decir que sólo Dios sea. Ciertamente todo lo que es, es creado por Dios, y Dios no se identifica con la criatura. Por tanto, Dios no es ninguna de las criaturas ni parte alguna de ellas. «Yo soy el que soy» = «Yo soy el Yo soy». Porque sólo Él es por sí mismo. Todo lo demás - desde las partículas más pequeñas de materia hasta los arcángeles, son gracias a Él. Las criaturas no tienen el ser por sí mismas; por eso, cabe decir que comparadas con Dios a duras penas se puede decir que «son» porque no tienen en sí mismas el principio de su existencia.

Pero esto no quiere decir que sea un ser indefinido, el "ser en general". Un ser indefinido es una abstracción. Lo que existe es concreto y singular, con una precisa "definición", aunque en muchas casos nosotros no sepamos formularla. No es un ente abstracto ni una generalización sin rasgos característicos que no se puedan nombrar. Es lo más concreto e individual que existe.

Si no podemos dar una definición de Dios no es porque no sea definible, sino porque lo es demasiado para nosotros; por ser demasiado definido para la inevitable vaguedad de nuestro lenguaje.

Las palabras "incorporal" e "inconmensurable" son equívocas, porque sugieren que Dios carece de algo que nosotros poseemos. Sería más seguro llamarle "transcorporal" o "transmensurable". "Inmaterial" nos suele sugerir una imagen vaga, etérea, de cosa inconsistente. Sin embargo el ser espiritual es mucho más consiste que el material. Las representaciones materiales de Dios son falsas no por ser demasiado consistentes, sino por serlo demasiado poco.

Las cosas que decimos de Dios son gramaticalmente metafóricas, pero en un sentido más profundo dice Lewis, lo que son pobres metáforas de la Vida divina son nuestras energías físicas y psíquicas.


Los truenos y relámpagos con que Dios se manifiesta en el Sinaí --que nos transmiten la idea de vida poderosísima- no deberíamos abandonarlas por ser demasiado fuertes, sino, acaso, por ser demasiado débiles.


Si rechazamos la viejas imágenes para hacer más justicia a los atributos morales de Dios, hemos de andar con sumo cuidado, para no interpretar los atributos morales de Dios en términos abstractos.

Si predicamos de Dios, las perfecciones puras que vemos en las criaturas, siempre hemos de entenderlas en concreto. Sabiendo que son más concretas en Él que en nosotros. Incluso, dice Lewis, nuestra sexualidad debería considerarse como una transposición en clave menor del gozo creativo que en Dios es incesante.

Dios es, por ejemplo, "el Señor", es Creador, es omnipotente, etc. Y por tanto, "no es" lo contrario. En este sentido podríamos decir que Dios tiene "límites", que son la "frontera" (metáfora)" de todo lo que no es ni podrá ser nunca Él. Por eso cabe afirmar y negar cosas de Dios. Y se nos exhorta a que conozcamos al Señor, a que crezcamos en el conocimiento de Dios.
Dios es infinito = no finito, en el sentido de que es plenitud de perfección, de ser, de vida; no en el sentido de que no tenga límites. Dios no tiene límites ni deja de tenerlos, porque no tiene nada que ver con el espacio o el tiempo. Dios no tiene cantidad dimensiva.

¿Cómo precisar entonces "lo que" es Dios? ¿Cómo hablar de Él?

En primer lugar diciendo que ES, en un sentido sumamente concreto, singular, existente. Que su Esencia es lo mismo que su Ser. Esto equivale a decir que es el Ser en plenitud. Nada le sobra, nada le falta.

Enseguida hemos de negar que «sea» en el mismo sentido en que «es» la criatura. Porque Dios es el «Ser por sí mismo» y la criatura «es» porque ha recibido el ser, de otro. Ya tenemos una primera pista: la diferencia inconmensurable (infinita) entre el Ser de Dios y el ser de la criatura.

En Dios hemos de negar toda imperfección, todo lo que no esté per-fecto, plenamente "hecho" acabado; como si algo le faltase.

Como el movimiento y el cambio, de cualquier signo, que vemos en las criaturas, siempre supone imperfección, no podemos predicarlos de Dios. Por eso decimos que Dios es inmutable (no mudable). Pero si imaginamos la inmutabilidad de Dios como el reposo o quietud de lo inerte, entonces incurrimos en grave error. Porque Dios es Vida en plenitud. No hay movimiento en Dios porque su Ser y su obrar carecen de tiempo.

Dios no se mueve, está exento de movimiento porque, en cierto sentido, "es" movimiento. O si se prefiere, Acción; o si se prefiere, Acto puro de Ser, de Vida: Él "es" la Vida: la Vida en plenitud eterna. Imaginarse a Dios como una inmensidad en reposo total es utilizar una imagen equívoca. La quietud y el silencio que encuentran los santos en la unión con Dios, es el polo opuesto de la dormición o el ensueño. Se van asemejando a Él. Los silencios en el mundo material se dan en espacios vacíos. Pero la Paz eterna es silenciosa por su misma densidad vida.

Decimos que Dios está exento de pasiones. Es verdad, porque las pasiones implican pasividad e intermitencia. Entre nosotros, un amor que no es apasionado, es un amor inferior. El amor es una pasión, que se disfruta, pero que en cierto modo se padece e incluso no pocas veces hace sufrir.

Pero la mayor revelación de Dios es la que nos ofrece San Juan: «Dios es Amor». Esto no es una metáfora. Pero hemos de purificar nuestro concepto de amor, a la hora de aplicarlo a Dios. En Dios el amor no es una pasión, porque no lo padece: lo es. No es que no sea una pasión porque le falte vigor, sino porque es todo el vigor: Él es Amor, sin pasividad, sin intermitencia, pura actividad.

Dios está exento de pasión, de igual modo que el agua está exenta de mojarse. Dios no se apasiona por la misma razón por la que el agua no se moja. Ella es la que moja. «Dios no puede ser afectado por el amor, porque Él «es» amor. El imaginar este amor como algo menos torrencial o menos agudo que nuestras advenedizas y derivadas "pasiones" es la más desastrosa de las fantasías.

El amor de Dios es tan pleno que no sólo está exento de pasividad sino que es literalmente creativo: Dios crea lo que ama y como lo ama.
Si Dios es inmutable no es por falta de movimiento, sino por posesión plena de toda perfección que cualquier movimiento podría alcanzar.
 
 
Verdad, ideologías, sentimiento
Quizá sea el miedo lo que frene el pensamiento
 
Verdad, ideologías, sentimiento
Verdad, ideologías, sentimiento
El pensamiento acerca de la verdad de las cosas ha sido sustituido por ideologías que hacen agua apenas nacen. De otra parte, lo que parece interesar más en la actualidad es no el pensamiento sino lo que alguien ha llamado con humor y acierto, "sensamiento". Se presta mucha atención a lo que "se siente", si lo siento o si no lo siento, si lo siento mucho o lo siento poco. Es un modo de vivir sobre fundamentos inconsistentes e inestables; un modo de discurrir un tanto irracional, porque procede de vacíos del alma y se desarrolla en la epidermis de la existencia, o en los espacios etéreos de la ficción o del formalismo verbal y la logomaquia.

No se piensa en lo que hay y en lo que son en el fondo las cosas. No se piensa por ejemplo si esto o aquello es "medio" o "fin". Se renuncia a proseguir aquella tarea emprendida con tanto entusiasmo cuando éramos niños: averiguar hasta el último porqué de las cosas.

¿No es cierto -como escribió el científico José María Albareda- que ¿"hay algo en las cosas que las convierte en cautivadora estancia del pensar"?. Sin embargo, sigue siendo verdad lo que dijo Anselmo de Canterbury: "sólo unos pocos piensan en la verdad de las cosas". Parece ser esto una constante histórica.

Quizá suceda así porque conviene de vez en cuando pararse y pensar, tratando de pensar correctamente. Alejandro Llano lo resume así: "pensar, enseñar a pensar, aprender a pensar, es la triple obligación de la inteligencia". Se trata sin duda de una obligación verdaderamente moral, pues la razón es la facultad que Dios nos ha dado para descubrir el bien y regir toda nuestra conducta.

Quizá sea el miedo lo que frene el pensamiento. A menudo aparece el miedo ante la urgencia de pensar, miedo a la luz y a la libertad del pensador auténtico. Quizá porque cualquier rayo de luz nos guía hacia el sol, y no siempre el hombre se encuentra dispuesto a interesarse por la fuente de la luz y de la vida, que puede saciar su más profunda sed.
 
 

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