jueves, 29 de noviembre de 2012

Acerca del pensamiento V

“Felices los mansos, porque heredarán la tierra”


Por lo general intentamos controlarlo todo. Y la mente es el instrumento mediante el cual pretendemos lograr semejante cosa.
Pero es imposible conseguir este propósito que la mente por si sola se pone como meta. No podemos manejar el curso de los acontecimientos. ¿Cómo podríamos, si ni siquiera somos dueños de nuestras propias reacciones?
El plan divino se desarrolla en cada instante a través de los acontecimientos y no somos del todo capaces de percibir la esencia de su sentido ni la profundidad del significado que en ellos se encuentra.
Atolondrados  queremos encauzar los hechos en función de nuestros intereses. Sin embargo, lo bueno para nosotros no es lo que la mente pretende. Acuciada por el ansia y el deseo constante va urdiendo planes para satisfacer a un cuerpo que se torna insaciable sin la primacía del espíritu.
Y mientras más se colma más desea y en este frenesí ambiciona sin límites, pretendiendo forzar la trama de los hechos. En cada momento, si uno se observa, puede detectarse que motor está impulsando nuestros movimientos.
Esto que hago, ¿qué motivación tiene? Si corro tras el placer, es el cuerpo el que me guía, quién ha tomado el mando. Y no es que el placer en sí mismo sea dañino, sino que lo nocivo es tenerlo por norte y centro de toda acción.
¿Vas tras la gloria? ¿Qué pretendes, tener la razón? La mente se ha hecho reina y busca el tipo de goce efímero que resulta de la comparación.
La lista con ejemplos podría ser muy larga. Pero la clave para librarse no es compleja. Encontrar a Dios en el corazón es un descubrimiento factible cuanto más se suelta. No se lo encuentra a través de la contracción, ni de lo duro, ni del forzamiento. “Felices los mansos, porque heredarán la tierra” (Mt 5, 5) “Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza…” (Gal 5, 22)
La confianza en Dios es la llave que abre la puerta de la paz. No hay posibilidad de sosiego sin este fondo de entrega confiada hacia Aquél que es el origen y fin de todo lo que existe. El plan de la creación se desenvuelve sin fallas y mi lugar en él se evidencia cuando actúo con esa confianza.
La actitud confiada, esa que sabe que no está solo el hombre en su camino y que todo tiene un sentido último en el corazón de la Trinidad, permite una acción eficaz que no siendo excesiva tampoco es negligente.
¿Esto qué hago surge del temor o de la confianza y la fe? Si me conduce el miedo, el temor a perder, el desespero de alcanzar, la furia de aquél querer lograr; la crispación y el conflicto mostrarán lo equivocado de ese modo de actuar.
Pero ¿cómo confiar? Y ¿Cómo quedarse en la confianza? ¿Cómo vivir el gozo de quién sin prisas descansa en la voluntad de Dios?

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