lunes, 21 de enero de 2013

El Papado es de origen pagano

En la figura, en la misión y en el ministerio de Pedro, en su presencia y en su muerte en Roma - testimoniada por la más antigua tradición literaria y arqueológica - la Iglesia contempla una profunda realidad, que está en relación esencial con su mismo mi
 
Mito 10: El Papado es de origen pagano
Mito 10: El Papado es de origen pagano
  El Papado es de origen pagano

El título de Papa, o de obispo universal, fue primero dado al obispo de Roma
por el emperador malevolo Phocas, en el año 610 A.D. Esto lo hizo para darle
rencor al obispo Ciriacus de Constantinopla, quien lo había, justamente,
excomulgado por el asesinato de su precursor el emperador Mauricio. Gregory
I, entonces obispo de Roma, rechazó el título, pero su sucesor, Bonifacio
III, primero asumió el título de Papa. Jesús no designó a Pedro como líder
de los apóstoles y prohibió cualquier noción semejante. (Luc.22:24-26; Efe.
1:22-23; Col. 1:18; l Cor 3:11). Nota: No existe ninguna mención en las
escrituras, ni en la historia, que Pedro estuvo en Roma, mucho menos que fue
Papa por 25 años. El obispo Clemente, el tercer obispo de Roma, comenta que
no hay evidencia que en el primer siglo Pedro hubiese estado en Roma ni por
un instante.

Refutación y Argumentos Católicos


El Papado no es de origen pagano. Algunos motivos:


[1]El primer Papa fue san Pedro (Mt 16,16 -19); acusar al papado de
paganismo es acusar de ello al mismo Cristo, que lo instituye en Cesarea de
Filipo precisamente como contraposición al paganismo reinante en esa zona de
Palestina. Cesarea era en efecto una villa construida a su vez sobre otra
precedente de nombre Banias, en honor de la divinidad pagana helenista "Pan"
[protegía bosques y selvas; se le atribuía un culto particular en una gruta
donde salía una de las fuentes del Jordán]. La región se llama "Cesarea de
Filipo" en honor de Filipo, hijo de Herodes el Grande, ya que estaba dentro
de los límites de su tetrarquía. Filipo, pues, hizo que se la reconstruyera
en honor de César, pero sin omitir su propio nombre, de suerte que a la vez
se la distinguiera de Cesarea Marítima en la costa del Mediterráneo. Cesarea
de Filipo se ubica en las faldas del Hermón. Es un verdadero vergel.

En relación con las palabras que Cristo dirige a Pedro en Mt 16,16-20, se ha
de tomar en cuenta cuanto sigue:

Ya que el Papa es sucesor de Pedro, conviene estudiar los deberes y
prerrogativas de Pedro en el NT.

- La preeminencia de Simón Pedro, tan notoria en los Evangelios, no es un
hecho meramente humano. Los hagiógrafos del NT reconocen en él una
preeminencia singular entre los doce.

En las cuatro listas del colegio apostólico que poseemos, el orden de los
nombres no es uniforme, sin embargo en todas ellas Pedro aparece como el
primero de modo invariable y sin alteraciones: Mc 3,16-19 Mt 10,2-4; Lc
6,14-16; He 1,13. En virtud de una elección especial de Jesús los doce
siguen al maestro desde su vida pública (Mc 3,13-15; Mt 10,1; Lc 6,13).
Simón Pedro es uno de los cuatro discípulos que son llamados en la ribera
del lago de Genersaret: Pedro y Andrés, Santiago y Juan (Mc 1,16-20). Con
todo, el cuarto Evangelio precisa que la vocación inicial de Pedro sigue a
la de Andrés, su hermano, y de otro discípulo (Jn 1,35-42). Sin embargo Mt
recalca que el primero era Simón, con el sobrenombre de Pedro. La
calificación de "primero" atribuido a Pedro en la lista de Mt ha de
interpretarse a la luz de su preeminencia real.

El maestro lo elige entre los apóstoles para ser uno de testigos (al lado de
otros dos o tres) de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37; Lc 8,51)
de su transfiguración (Mc 9,2-3), de su agonía (Mc 14,33; Mt 23,37), para
preparar la última cena (Lc 22,8): Pedro, pues, siempre es parte de este
grupo y como el primero. Él será también, entre los doce, el primer testigo
de la resurrección (Lc 24,12-34; 1Cor 15,5).

Se trata de una autoridad efectiva, formalmente reconocida o conferida desde
un principio. Los evangelistas, al nombrar a los apóstoles en orden, y al
indicar al que está al frente de ellos, no dejan de indicar los defectos de
Pedro. Su elección no se debe a sus propios méritos, ni a su carácter
impulsivo o emprendedor ni a una fe más ardorosa. De hecho, es él quien se
gana el reproche: "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?" (Mt 14,31). Él
mismo, el día de su investidura, se lleva la más dura de las reprimendas:
"detrás de mí, Satanás, eres para mí piedra de escándalo, pues tus
sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,23; Mc
8,33). Es el primero a quien Jesús lava los pies en la cena (Jn 13,10); sará
el más culpable con Judas, pues negará a Cristo tres veces (Mt 26,34.58-75).
No se puede decir que su elección como príncipe de los apóstoles se deba a
que sus compañeros aceptaran de buena gana una especie de ascendiente sobre
ellos, ya que hay pasajes en que discuten sobre los primeros lugares eel
reino de Dios (Mt 18,1; 22,25-28; Mc 9,33-37.42-45; Lc 9,46-48; 22,24-29).
¿Se puede decir que logran entrever las verdaderas intenciones del maestro?
¿Por qué Jesús insiste en el servicio, de ser el último, y se pone a sí
mismo como modelo?A una protestan los diez contra las ambiciones de los
hijos de Zebedeo (Mt 20,20-28; Mc 10,35-45). Cuando Pedro acude para pagar
el tributo al César, los demás discípulos aprovechan para preguntar a Jesús
quién es el más grande en el reino de los cielos (Mt 17,24; 18,1). Luego, si
Pedro es el apóstol principal, su preeminencia no se debe a ningún
previlegio debido a la edad, ni a una prioridad cronológica de su vocación,
ni a sus caulidades ni a su ambición, ni siquiera a una aceptación de parte
de los doce para que él ocupara esta posición de primacía, sino a que tal
fue la voluntad de Cristo.

- La preeminencia de Pedro es un derecho que le fue conferido por Cristo
No hay duda de que Jesús con sus fuertes reprimendas refrena y corrige las
ambiciones y las competiciones de los doce. Él les predica la preeminencia
del servicio sobre el dominio, la obligación para aquel que quiere y debe
ser el más grande en el reino de Dios y el cumplimiento del precepto de la
caridad (Mt 20,28; Mc 10,45; Lc 22,27). Pero lo que ha de distinguir a los
apóstoles y al príncipe de los apóstoles, de los reyes, de los grandes de
este mundo que gobierna con ostentación y primeramente en ventaja propia.
Esta doctrina brota de la conducta misma de Cristo, ya que sirve
humildemente a sus hermanos, hasta dar su vida en rescate, y por tanto es el
maestro y el señor (Jn 13,13-15; cf Mt 23,10). Es decir, que este primado
moral en el servicio humilde y caritativo no excluye el primado de honor y
de gobierno.

Es incontestable que hay un solo maestro, Cristo, así como sólo hay un
Padre, el que está en los cielos. ¿Pero quién creería que la paternidad
divina en la intención del salvador ha de su primir la humana? Hay un solo
maestro, Cristo, juez de vivos y muertos. ¿Pero ha de ser así en el caso de
los apóstoles, que serán enviados como Cristo lo ha sido, con el poder de
enseñar, de atar y desatar y que un día se sentarán en tronos, para juzgar a
las doce tribus de Israel? (Lc 22,30). El magisterio y la judicatura de los
doce no son inconciliables con el magisterio supereminente, la judicatura
absoluta del Hijo del hombre. ¿Por qué el primado de uno entre los doce
habrá de aventajarle ante el primado trascendente del Hijo de Dios vivo?
Lejos de excluir la idea, Jesús la supone formalmente mientras que enuncia
las cualidades morales que deberán distinguir al que quedará investido de
ellas: "El más grande dentre vosotros tendrá que ser vuestro servidor" (Mt
23,11).

Pero el maestro ¿ha querido él mismo designar y nombrar a Pedro jefe del
colegio apostólico, el más grande entre los doce? No se trata de una
indicación proporcionada sólo por una amistad de elección. Ya que sobre todo
Santiago y Juan son objeto de una notoria predilección (de todos modos, de
entre los preferidos, Pedro goza de todas suertes de aparecer el primero).
Más aún, Cristo le dota de misiones preponderantes: a él se dirigen los
recaudadores de impuestos, ávidos de saber si Jesús pagará la didracma para
el templo y a él encarga Jesús que adquiera este importe, proporcionándoles
milagrosamente el medio para ello (Mt 17,24-27). Es él quien le ofrece un
albergo al Salvador durante su misión en Cafarnaúm (Mc 1,29). En su barca
sube Cristo para predicar al gentío apiñado en la ribera del lago (Lc
5,1-4). Este papel que Cristo le otorga se observa de diversas
circunstancias en las que Pedro decide tomar la palabra a nombre de todos
(Mt 14,28; 15,15; 16,16-22; 17,4; 18,21; 19,27; 26,33; Mc 8,29; 10,28;
11,21; 14,29; Lc 8,45; 9,20.22; 12,41; 18,28; 22,31; Jn 6,68, 13,6-10.36).

Parece bien por otro lado que Jesús se apegue de una modo tan particular a
la formación de Pedro. Lo instruye y reprende; pero también se prodiga con
él, como es el caso de las dos pescas milagrosas (Lc 5,6, Jn 21,11), lo
invita a caminar sobre las aguas (Mt 14,29). A Pedro lo amonesta en
Getsemaní (Mc 14,37; cf Mt 26,40). Tras la resurrección el ángel dice a las
santas mujeres: "Id a decir a los discípulos y a Pedro " (Mc 16,7). El
maestro predice sólo a él su martirio (Jn 21,18-22). Cristo se beneficia
asimismo de una oración del todo especial del salvador en el momento mismo
en que se le predicen las negaciones (Lc 22,31-34).

Lo más significativo es el cambio de nombre que Cristo impone a Simón (Mc
3,16; Lc 6,14; Jn 1,42; cf Mt 10,2). En la historia bíblica se afirma que el
Señor (o un enviado suyo en el caso de Jacob) ha cambiado el nombre propio y
personal de un hombre: cuando Abram se torna en Abraham (Gn 17,5), cuando
Jacob se convierte en Israel (Gn 32,28), y cuando Simón Bar Jona se torna en
Pedro (Jn 1,42; Mt 16,18). En este tercer caso, al igual que en los dos
casos precedentes, la intención es manifiesta sobre todo si se toma en
cuenta la importancia simbólica que en todo el oriente se refiere al nombre.
"Tú eres Simón, el hijo de Jonás; tú te llamarás Cefas, que significa
Pedro". Es una profecía cuyo sentido está indicado misteriosamente por este
nombres, inusitado tanto entre judíos como entre griegos. Kefas en arameo,
Petros en griego, significa la roca sólida sobre la que Cristo edificará su
Iglesia: "Simón se convierte en la piedra fundamental del colegio apostólica
y de la comunidad formada para el reino de Dios. "Y yo también te digo, que
tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del
Hades no prevalecerán contra ella"

Atar en hebreo se dice "asar"; la "Mishná" (Shabbat 4,1) lo emplea
comentando Números 30,3 como declarar prohibido (Strack-Billerbeck I, 738).
Desatar en hebreo se dice "hittir"; la Mishná lo emplea para declarar
permitido o lícito.

La sinagoga usaba ambos verbos para indicar quién estaba admitido o
proscrito de la sinagoga y para la interpretación de ciertos pasajes
dífíciles de la Escritura; es, pues, un empleo "técnico" para indicar
autoridad no sólo en materia de disciplina [imposición y levantamiento del
anatema dictado por la sinagoga; además de la Mishná, Josefo habla de ello
en el de Bello Iudaico I, 111], sino también autoridad "halákica" para
enseñar (en cuanto a la enseñanza, significan la interpretación autoritativa
de la ley por el rabino ordenado y competente en la materia: "goza de
autoridad para prohibir y permitir"). Si Jesús los aplica a Pedro y al resto
de los 12, es porque desea transferir a ellos los poderes de que gozaba la
sinagoga, y que quedará confirmado por Cristo resucitado en Jn 20,21-23 en
cuanto al perdón de los pecados y en Jn 21,15-19 en cuanto a apacentar a las
ovejas al modo de Cristo, Buen Pastor (Jn 10,11 y siguientes).

"A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra
quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado
en los cielos" (Mt 16,19).

*. Este versículo se remonta a Is 22,19-22.
El cap 22 de Isaías ha de interpretarse o enmarcarse dentro del plan divino
en la historia a favor del pueblo elegido. Desde el punto de vista canónico,
es un texto profético que tiene una proyección futura, que halla su
cumplimiento en Cristo, obviamente. Cristo es no sólo quien posee las llaves
del Reino de David, sino que en un sentido más pleno, es el Señor de la
Historia, quien tiene el poder supremo en el cielo y en la tierra.

* Is 22,15-22 consiste en un oráculo, dividido en las amenazas contra Shebna
(vv 15-19) y el ulterior insediamento y ruina de Eliaquim (versículos
siguientes).
El término con que se designa a Shebna y Eliaquim es el de "soken",
mayordomo. Shebna se ve atacado por el profeta con una confrontación amarga
por haberse construido una tumba espléndida. El profeta pone de relieve que
se trata de un acto de arrogancia y para ello recurre a un vocabulario de lo
más crudo: no tendrá necesidad de tanto esplendor porque Dios lo va a
arrojar lejos de la tierra donde morirá lleno de oprobio al haber abusado de
su oficio. Por el contrario, Eliaquim es llamado "siervo de Dios" y se le
asignan todos los jaeces del oficio sagrado. Se le entrega la autoridad
regida davídica representada por la entrega de la llave. Ello le otorga un
lugar de honor en la casa real.

* En el lenguaje bíblico hacer entre de las llaves designa "conceder
autorización"; y el poseerlas, "tener autoridad". Cuando las ciudades de la
antigüedad eran expugnadas, había el deber de entregar las llaves al
vencedor como signo de vasallaje o pertenencia. También las confiaba el rey
al poder de su mayordomo; así depositaba en él su autoridad para cuidar y
gobernar el reino.

Cristo tiene la autoridad sobre el poder de la muerte, vencidos por Él con
su resurrección (Ap 1,18). Según la autoridad judía, sólo Dios puede
resucitar muertos; por ello es que Cristo ha recibido dicha autoridad: de
ahí que sea el veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie
puede cerrar; el que cierra y nadie puede abrir (Ap 3,7).
Además de Cristo, en el NT se mencionan otros personajes con el poder de las
llaves: Pedro (Mt 16,19), los maestros de la ley (Lc 11,52: Jesús censura a
los escribas el no hacer justicia al poder de las llaves que ellos reclaman
para sí mismos) y el ángel del abismo (Ap 9,1; 20,1: para la concepción
judía tanto el cielo como los abismos estaban cerrados por grandes portones;
a esta luz, el ángel del abismo recibe la autoridad para abrirlo; sólo que
tales poderes serán utilizados como instrumentos del juicio de Dios, pues
ellos serán juzgados igualmente).

* En el caso concreto de Pedro, Cristo indica que el príncipe de los
apóstoles goza de poder judicial respecto del Reino de los cielos: es decir,
Pedro goza de la suprema y vicaria potestad en la Iglesia que Cristo le
confiere, pues es Él quien construye a la Iglesia (oikodomeso); Pedro es el
"ecónomo" (doso soi tas kleis). El atar y desatar indican la promesa de la
gracia del reino de Dios o negarla. Si la entrega de la llave simboliza la
potestad (aquel a quien se encomiendan las llaves del palacio o de la
ciudad), indica que sólo él puede abrir o cerrar, admitir a los hombres o
excluirlos.

[2] El término "Papa" procede del griego "Pappas" o "Papas" y significa
"papá" o "padre". Se encuentra testimoniado en Aristófanes (Pax 120),
Menandro (Mis 213). P. Levillain observa que en Homero significa
"sacerdote". Como quiera que sea, el término se hizo común en oriente como
signo de afecto y respeto para con obispos y sacerdotes. En Occidente hace
su aparición a inicios del S. III, progresivamente se fue aplicando a los
obispos [Cipriano, Ep 8,8.23,30; 31,36]. Aplicado al obispo de Roma como
signo de afecto y respeto se encuentra por vez primera en una inscripción
del diácono Severo a san Calixto: Iussu Papae sui Marcellini. Se hizo
específico para finales del S. IV y en el V al título se precisa la
expresión "Papa Urbis Romae. En el S. VI la cancillería de Constantinopla se
dirigió al obispo de Roma con el título "Papa". Para finales del S. VIII el
título se emplea para los solos romanos pontífices. Con Gregorio V (996-999)
el concilio de Pavía estipuló que el arzobispo Arnulfo de Milán no se
designara así. Gregorio XI (1073-1085) prescribió de modo formal que el
título se aplicara definitivamente a los sucesores de Pedro.
La expresión "santísimo Padre" se remonta al S. XII y corresponde al
significado histórico de "Papa", es decir, "reverendo padre" y con él se
relaciona su definición de "pater patrum" , de uso común por parte de los
obispos de la Iliria y del África que se dirigían a los sucesores de Pedro
en los primeros siglos VI-VII.

[3] San Pedro murió en el circo de Nerón, situado en la octava colina de
Roma, el Vaticano.

Claudio y Nerón hicieron un profuso empleo del circo con el ofrecimiento de
continuos espectáculos de cacería y carreras de carros. En este mismo lugar
muchos cristianos recibieron la palma del martirio. El circo de Nerón estaba
delimitado por una necrópolis originalmente pagana y orientada como el circo
en dirección este-oeste. Las sepulturas cristianas que ahí se encuentran son
de los SS. II-III y están dispuestas en torno a la tumba del Príncipe de los
apóstoles. Tácito habla de los sangrientos espectáculos que ofreció Nerón en
el circo Vaticano y en el que murieron crucificados Pedro y otros muchos
cristianos (Anales XV, 44).

Aparentemente los escritos del Nuevo Testamento no hablan de que Pedro
muriera crucificado. Sin embargo, Juan en su Evangelio lo hace de un modo
muy sutil, del que bien se puede concluir que la muerte de Pedro fuera por
crucifixión. Cristo muere crucificado: todo el capítulo 19 de Juan gira en
torno a este tema. Jesús lo predice en Jn 12,32-33: "Y yo, si fuera
levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Él decía esto indicando de
qué clase de muerte iba a morir". Una vez que Jesús resucita, tiene lugar la
triple confesión de Pedro ante Jesús a orillas del mar de Galilea. Al cabo
de la triple confesión de Pedro, Jesús le dice: "En verdad, en verdad te
digo: cuando eras joven te vestías y andabas a donde querías; cuando seas
viejo extenderás las manos y otro te ceñirá, y te llevará a donde no
quieras. Esto dijo, indicando con qué clase de muerte Pedro iba a glorificar
a Dios" (Jn 20,18-19). Jesús no es del todo explícito, no dice a Pedro:
"morirás crucificado", sino que es el evangelista quien emplea en ambos
casos prácticamente los mismos términos para la muerte de Cristo y la de
Pedro. Es decir, pone la muerte de Pedro de relación de analogía y
dependencia de la de Cristo. De ahí se deduce que Pedro muriera por
crucifixión.

La presencia de los restos del apóstol en el circo de Nerón determinó la
evolución del lugar. Primeramente, se le depuso en una tumba de arcilla,
donde ya se encontraban otras tumbas. Hacia inicios del S. II se izó un
pequeño mausoleo, que se componía de dos nichos divididos por una placa de
mármol que descansaba sobre dos columnas también de mármol. En el S. III se
levantó un pequeño local para el culto, del que se han preservado dos muros:
uno, al sur, que los expertos denominan "muro g" y otro, al norte, conocido
como el "muro rojo", asimismo el suelo se adornó con un mosaico. Es
interesante observar que para inicios del S. IV el "muro g"comenzó a
cubrirse por toda una "telaraña" de inscripciones cristianas. En el 313,
Constantino hizo erigir una basílica de 120 x 64 mts., que incluía el
mausoleo del S. II y el local para el culto con sus dos paredes. Se revistió
el lugar de mármol frigio y pórfido. En el "muro g" se preparó un local,
forrado con placas de mármol en el que se colocaron los huesos de Pedro que
se sacaron de la tumba de arcilla y que se envolvieron en un paño de púrpura
e hilos de oro. (A partir de entonces, el "muro g" con los huesos de Pedro,
quedó inviolado hasta que se realizaron las excavaciones debajo de la
basílica de 1940 a 1949). El monumento de Constantino quedó así encerrado
por un recinto de bronce sustentado a los cuatro ángulos por columnas
salomónicas de mármol decoradas por sarmientos de vid que ulteriormente
inspiraron a Bernini para la creación de su grandioso baldaquino.

El piso superior del monumento de Constantino hizo ulteriormente de base al
altar de San Gregorio Magno (590-60), erigido cuando este Papa hizo que se
levantara el presbiterio de la antigua basílica. A su vez, este altar quedó
incluido en el de Calixto II (1119-1124), y más tarde surgió un tercer
altar, el de San Clemente VIII (1592-1605), y que es el actual altar de la
basílica vaticana.

Grandes arqueólogos han dedicado tiempo de su vida al estudio del monumento
de Pedro en el Vaticano. Las investigaciones siguieron dos fases:
investigación científica de la tumba de San Pedro (obra de los PP.
Kirschbaum, Ferrúa y de los Sres. Ghetti y Josi) e investigación científica
de los huesos de San Pedro (Profr. Venerando Correnti, profesor de
Antropología de la Univ. de Roma).

Antes de morir, Pío XI había dejado escrito en su testamento el deseo de ser
sepultado en las grutas vaticanas y lo más cerca posible al lugar de la
confesión. En 1939, en tiempos ya de Pío XII, mientras se preparaba la tumba
de Pío XI, se halló un mosaico. Ante ello, Pío XII pidió que se siguiera
excavando: dijo que quería que se conociera la verdad sobre la sepultura de
san Pedro "hasta el fondo". Así fue como se dio con un cementerio antiguo
donde estaban los restos de familias pudientes como los Flavios y los
Valerios... Se halló también una tumba abierta, protegida contra la humedad
con unos muros, lo que indicaba la importancia del sepulcro: los adyacentes
no tienen ninguna protección. Había en la tumba centenares de monedas tanto
de tiempos del imperio romano como del medievo, procedentes de varios países
de Europa, lo que indica su amplia difusión.
A partir de 1952 la Profa. Guarducci se puso a descifrar durante seis años
el significado de los "epígrafes" de la tumba, escritos en lengua griega
(ello indica su antigüedad). Algunos de estos graffiti se encuentran en el
muro blanco "g"; en griego dicen: "Pedro, ruega por los cristianos
sepultados junto a tu sepulcro". Otro graffitto es la P de Pedro en la que
hay además otras líneas en forma de llave, lo cual alude a Mt 16,19. Un
"fraffitto" de interés y típicamente cristiano es el monograma de Cristo
(las letras X y P encimadas, que son las primeras dos letras de que se
compone el nombre "Cristo" en griego); a este monograma se suman las
iniciales de Pedro (PE), la letra "A" para indicar el inicio de la vida; la
"F" de "Filius Dei" (Hijo de Dios), la "R" de resurrección, etc. Pero la
inscripción que más ha llamado la atención son dos palabras griegas "Petros
eni" que significa "Pedro está aquí" y que se encuentra en el muro rojo.

El Profr. Correnti, catedrático de Antropología de la Univ. de Palermo,
descubre que hay huesos humanos al lado de otros de ratón. Los de ratón
están limpios, los humanos contienen la misma tierra que la de la tumba
abierta (las otras tumbas contienen otro tipo de tierra); un paño purpúreo y
dorado había envuelto dichos huesos. Los huesos tienen hilos rojos y
dorados. El motivo de la extracción de la tumba fue proteger los restos
contra la humedad, ya que la protección de los muros no bastaba. Son huesos
de un varón, robusto, muerto en edad avanzada, del S. I. La Profa. Guarducci
ha publicado un libro "Las reliquias de San Pedro". El 26 de junio de 1968
Pablo VI declaró tales hallazgos realizados por especialistas (cf Pablo VI,
Insegnamenti [Cd. del Vaticano] 281).

[4] Más datos históricos sobre el primado del obispo de Roma


+Clemente, que había conocido sin duda a los dos apóstoles nos ofrece en su
carta a los corintios (1Cor v.4.6), escrita en Roma hacia el 95, tres años
después de los hechos que se narrarán a continuación: "Echemos la mirada
sobre nuestros buenos apóstoles: Pedro, que víctima de un celo criminal,
sufrió no una o dos pruebas, sino un gran número, y también el el martirio
de suerte que se marchó a la sede que la Dios le tiene reservada. Obsérvese
que el Papa Clemente recalca el término "nuestros" [hemôn en griego].
Clemente de Roma invoca el recuerdo de los apóstoles sepultados en el
Vaticano y en la vía Ostiense, recuerdo que está vivo en la comunidad
local... Esta alusión evoca naturalmente un homenaje para los demás
cristianos de Roma que han compartido la misma suerte que los dos apóstoles
(Tácito habla de una "multitudo ingens" en Ann 1, XV, c. XLIV) y han dejado
en Roma un magnífico ejemplo. Sólo puede tratarse de la persecución de
Nerón. De este texto se pueden deducir tres concluciones, a) Clemente
consideraba a Pedro y a Pablo los apóstoles de la Iglesia romana; b)
reconoce el martirio en Pedro en Roma; c) sufrió el martirio en tiempos de
la persecución de Nerón. Tal es la única explicación de este famoso pasaje.

+ Lo que San Ignacio de Antioquía dirá veinte años más tarde en su célebre
carta a los romanos, en que les suplica que no le priven dle martirio: "No
os doy una orden como Pedro o Pablo; ellos eran apóstoles; yo soy un
conenado (Rom IV, 3), argumento que no tendría valor auténtico si Pedro y
Pablo no hubieran venido a Roma, y si se puede traducir: "ellos fueron
vuestros apóstoles, yo para vosotros no soy sino un condenado". Hemos de
notar que Ignacio era el jefe de la Iglesia de Antioquía que se gloriaba,
¿cómo son posibles tales expresiones de no tener Roma la primacía sobre
Antioquía?

+ San Ireneo.- Hacia el 180 Ireneo, que conoce la tradición romana por haber
vivido varios aZos en Roma, dice expresamente que la Iglesia de Roma fue
fundada por los santos apóstoles Pedro y Pablo. En esta página establece la
serie de pontífices que se han sucedido después de los los bienaventurados
apóstoles confieren a Lino el encargo de Obispo (Adv. Haereses III, 3 1 PG
VII col. 845).

+ De la misma época Eusebio nos refiere dos testimonios importantes. Uno es
de un tal Cayo, contemporáneo del Papa Ceferino (inicios del S. II) que en
un escrito en el que discute con Proclo, jefe de la secta frigia, se expresa
así sobre las tumbas de los dos apóstoles: "Yo puedo mostrar los trofeos de
los dos apóstoles. Si tú quieres ir al Vaticano o a la vía Ostiense,
encontrarás los trofeos de los que fueron los fundadores de esta iglesia".
El otro es el Obispo Dionisio de Corinto que hacia el año 170 se dirige a
los romanos con estos términos: "Vosotros mismos habéis asociado la
plantación hecha por Pedro y Pablo de las Iglesias de Roma y de Corinto...;
ambos, partidos para Italia enseñaron juntos allí y sufrieron el martirio
hacia el mismo tiempo (PG XX, Col 208-209).

+ Para inicios y a mediados del S. III, Cipriano de Cartago, Firmiliano de
Cesarea de Capadocia Dionisio de Alejandría, Fabio de Antioquía, Calixto e
Hipólito de Roma, al igual que un autor desconocido de un libro contra
Artemón... en breve, toda la Iglesia de Oriente y de Occidente admite
unversalmente que la sede de Roma es la misma sede de Pedro, el obispo de
Roma y sucesor de Pedro. Para Tertuliano, en la dichosa Iglesia de Roma los
apóstoles Pedro y Pablo han derramado toda su doctrina con su sangre (PL II,
col 48, 42, 44). Eusebio refiere que cuando Marcos compuso su evangelio,
Pedro predicaba en Roma públicamente la palabra y anunciaba el evangelio
bajo la acción del Espíritu (Hist Eccl 1, VI, c. XIV). Orígenes nos dice de
Pedro que "venido finalmente a Roma, fue crucificado ahí con la cabeza hacia
abajo bajo petición suya expresa (Eusebio, Hist Eccl 1, III, c.1).

+ La "Depositio martyrum" se vincula al la cronología liberiana y nos
proporciona un calendario de la Iglesia romana utilizando las pesquisas
hechas por Hegesipo hacia el 160 y donde se puede poner de relieve VIII kal.
martias natale Petri de Cathedra - III kal iul. Petri in catacumbas el Pauli
Ostense, Tusco et basso cons. Tenemos aquí una preciosa indicación de la
doble conmemoración hecha por la Iglesia de Roma, el 22 de febrero, del
episcopado o púlpito del apóstol, el 29 de juniode su deposición. Es verdad
que el consulado de Tusco y de Baso nos lleva al año 258, a tiempos de la
persecución de Valeriano, dos siglos aproximadamente luego de la muerte de
los dos apóstoles. Se ha pensado con mucha verosimilitud, en razón de la
persecución que versó sobre la comunidad romana, los restos venerados de los
apóstoles Pedro y Pablo fueron transferidos a la vía Apia, al lugar de la
catacumbas; precisamente, los antiguos itinerarios dicen que las tumbas
estuvieron en ese lugar, en san Sebastián, durante 40 años. (Notitia
Ecclesiarum en Rossi, Roma sotterranea I, 139-141). Que esta cifra de 40 sea
simbólica o aproximada, no es muy relevante: pero la hipótesis del
transferimiento se encuentra incluso en los numerosos graffitti de los SS IV
y V, al lado de la inscripción compuesta por el Papa san Dámaso y colocada
en las catacumbas: "Hic habitasse prius sanctos cognoscere debes Nomina
quisque Petri pariter Paulique requiris" [Aquí debes conocer que antes
habitaron los santos y te informas claramente de los nombres de Pedro y
Pablo]. Recientes descubrimientos lo confirman las excavaciones de San
Sebastián de 1915-1925: entre otros instrumentos de relieve hay un antiguo
triclinium o sala para el ágape que los arqueólogos datan para la segunda
mitad del S. III y del que un fragmento de muralla muestra aún más de 150
graffitti evocan más las comidas funerarias célebres en honor de Pedro y
Pablo y de las invocaciones o recomendaciones que se asocian a los dos
nombres. Es interesante observar que la palabra "ágape" aparezca muchas
veces, pues designa el ágape litúrgico en honor de los mártires, sobre sus
tumbas, de suerte que tenemos ahí un vivo testimonio en favor de la
presencia del cuerpo del apóstol en Roma.

+ Es superfluo insistir en los monumentos abundantes que testimonian el
recuerdo constante de Pedro en Roma: su sepulcro en el Vaticano, las
pinturas, las vasijas, las inscripciones en las catacumbas que llevan su
efigie y su nombre. A estas pruebas se suma cuanto aporta la tradición
constante y unánime de las iglesias orientales, aun las separadas. Ninguna
de ellas, de hecho goza del honor de poseer la tumba de Pedro o su sede
definitiva. En su liturgia también celebran al que llegó a ser el primer
obispo de Roma.

+ La primera carta de Pedro 5,13 dice así: "La que está en Babilonia,
elegida juntamente con vosotros, os saluda, y también mi hijo Marcos".
Varios autores, como Marsilio de Padua. toman el versículo al pie de la
letra sin caer en la cuenta de que no se trata de la capital de Asiria, sino
de la capital del imperio Romano, la ciudad de las 7 colinas como consta por
Ap 17,9: desde tiempos del historiador Varrón, Roma se torna en la ciudad de
las siete colinas (Ap 17,5; 18,2.10). Se la identifica con Roma por el hecho
de la destrucción del templo: el año 587 lo realizó Babilonia, el año 70 fue
Roma. Por este motivo de la destrucción del templo a Roma se la designa
Babilonia. Además, de Ap 16-18, se puede verificar que a Roma se la
designaba "Babilonia" en los Oráculos sibilinos 1,V, V 155-160; San Agustín
De Civitate Dei 1, XVIII, c. II,2; PL XLI, col. 561. Asimismo, a esas
alturas de la historia, la antigua capital caldea de Babilonia no contaba
con cristianos.
El hecho definitivo del martirio de Pedro en Roma está confirmado tan
antiguamente y por tantos testimonios, que no queda ninguna posibilidad de
negarlo.

+ Los sucesores de san Pedro en Roma.- Pedro, pues ha venido a Roma; ha
predicado el Evangelio y organizado a la cristiandad, y establecido su
cátedra. Poco importa si fue una estancia continua o intermitente. Murió
como obispo de Roma. ¿Tuvo sucesores?

Hacia mediados del S. II la Iglesia de Roma estaba en posesión de un
catálogo de sus obispos. Tenemos prueba de ello en Ireneo (Adv Haer III,
III, 3) que termina hacia el 180 dC. Eusebio echa mano de un mismo catálogo.
Respaldan la autoridad de la lista de Ireneo Hesesipo y Julio Africano.
Epifanio repite la misma serie de pontífices medio siglo más tarde. Gracias
a Eusebio (Hist Eccl I, IV, c. XXII, No. 3) se sabe que cuando vino a Roma
el judío converso al cristianismo, Hegesipo, logró hacerse con una lista de
sucesión que llegaba hasta Aniceto, cuyo diácono era Eleuterio, lo que nos
lleva al año 160. En el fragmento de Muratori leemos (del año 200), que
cuando Hermas escribía el Papa era su hermano Pío ("ocupaba la sede de la
Iglesia de Roma"). Hacia el 150 Ireneo, Epifanio y otros nos proporcionan
unas recensiones, evidentemente de una fuente romana, no sólo los nombres de
todos estos obispos, sino también los hechos más notables de su episcopado.

No se sabe mucho con certeza sobre los sucesores inmediatos de Pedro: Lino,
Cleto; pero sí de Clemente (sucesor de Pedro hacia el 100 dC). De Clemente
nos dice Ireneo que conoció a Pedro y Pablo y que trató con ellos (Adv Haer
1-III, c.III,3; PG VII, col 849). En el tiempo de san Clemente, la Iglesia
de Corinto sufría graves disensiones, de modo que la Iglesia de Roma
consideró el deber de intervenir con una carta para que cesara el escándalo:
"No nos habíamos podido ocupar sino sólo tarde de las cuestiones que nos
habéis planteado". Su carta fue enviada a Corinto por tres delegados.
Clemente, obispo de Roma, se siente con el deber de intervenir: emplea el
lenguaje de la caridad y se dispone a dar algunos consejos, en su epístola
tampoco falta el tono propio de quien está constituido en autoridad:
"vosotros nos habéis proporcionado motivos de gozo y de alegría... Si
vosotros obedecéis los consejos, que os hemos dado por el Espíritu Santo, si
cortáis tajantemente con la violencia de vuestra rivalidad culpable, según
la invitación a la paz y a la concordia con que os invitamos en esta carta.
Os hemos enviado a unos hombre fieles y sabios que han vivido sin tacha en
medio de nosotros desde la juventud hasta la vejez: serán testigos entre
nosotros y vosotros. Hemos obrado así para que sepáis que toda nuestra
preocupación ha sido y es aún el guiario prontamente a la paz (1Cor LXIII
2,3,4)... Si hay algunos que se resistieran a las palabras que Dios le
dirige por medio de nuestro intermediario, sepa bien que se desvía con una
falta y un peligro graves (LIX, 1). Obviamente, quien así se expresa es
porque se siente en posesión de un considerable poder. Hegesipo constatará
60 aZos más tarde que el orde se logró restablecer en medio de ellos, y
Dionisio de Corinto su obispo para el año 170, nos hace saber que la carta
de Clemente aún se leía y se conservaba en su Iglesia cual análogamente a
las Sagradas Escrituras (Eusebio, Hist Eccl. 1.IV, c. XXIII, no. 11).

2. Siglo II


a) Inicios del S. II (107-117)

Ignacio de Antioquía es autor de una epístola para los romanos, para
suplicarles que no se interpongan a su martirio. Las personas a las que
dirige sus demás cartas, los cristianos del Asia Menor, contienen ya una
serie de epítetos lingüísticos, que al llegar a referirse a Roma, el tono se
eleva aún más:

"Ignacio a la Iglesia... que preside en el lugar de la región de los
romanos... que preside en la caridad..." [en griego: hetis kai prokathetai
en topo choriou Romaíon... prokathemene tes agapes]: las críticas de los
negadores del primado se han dirigido contra algunas palabras en concreto,
que conviene aclarar; a este respecto, se han propuesto varias traducciones:
"La Iglesia que se distingue entre todas en el país de los romanos... que se
distingue por la caridad"... o bien "protectora de la caridad".
Conviene admitir que "choriou" no puede designar al imperio y que "en topo"
indica la sede de la autoridad sin límite. Prokáthetai significa propiamente
"presidir": Ignacio emplea el término cuando se refiere precisamente al
obispo (Magn., VI,1), y no puede significar como muchos sugieren "ser
notorio" ni simplemente "distinguirse". En cuanto a la palabra "agape"
(amor, caridad) tiene a menudo en Ignacio el sentido del amor del hombre
para con Dios, pero es más frecuente en él el significado de "sociedad de
amor", como si indicara "fraternidad", Al lado de "prokathemene" (que
preside), sólo puede tener este significado concreto de "sociedad del amor",
es decir, Iglesia. Así, pues, para Ignacio, cuya eclesiología es tan notoria
y que tiene un sentido muy preciso de la jerarquía, la Iglesia de Roma
preside en la religión del amor, en la unión en la caridad. "La Iglesia de
Roma preside": llama la atención que la palabra "preside" sea tan solemne,
ya que aparece dos veces en el saludo de Ignacio. Indica una presidencia
real y auténtica. La Iglesia de Roma preside en la caridad, pues para
Ignacio "agape" se torna en un sinónimo de "Iglesia", pues para él una
Iglesia local puede ser llamada "agape". Pero, ¿puede designar también a la
Iglesia universal?

Ignacio indica sobre la sede de Roma una diferencia perfecta. A sus ojos,
los romanos son "puros de todo color extraño", o más bien, "están filtrados
de toda materia colorante capaz de contaminar y de alterar la pureza del
agua. Su doctrina es pura como un manantial de agua": la expresión se debe a
que Roma ha recibido y sabido custodiar fielmente los preceptos apostólicos
(Rom IV,3): no ha fallado en su misión: "Ninguno de vosotros ha engañado a
nadie; y bien yo lo que yo veo es precisamente la puesta en práctica de
vuestras lecciones y preceptos (Ibíd . III,1). ¿A qué hechos particulares
hace con ello alusión san Ignacio? ¿Al decisivo y fructífero decreto de
Clemente? Tal vez, pues la primera carta de Clemente se hizo muy pronto
célebre en oriente. Como quiera que sea, tenemos un contexto muy preciso
sobre la presidencia de la caridad, de este primado romano tal como lo ve
san Ignacio (P. Batiffol, L´Église naissante et le catholicisme, Paris 1922,
167 ss).

b) Un elemento muy notorio sobre el primado es que ya desde esta época
diversos cristianos ilustres deciden viajar a Roma:

-es el caso del apologista Justino (166), que desde Palestina realiza al
menos dos viajes a Roma y decide quedarse ahí al final de su vida, donde
establece una escuela catequética.
-Taciano (180) oriundo de Asiria, discípulo a su vez de Justino, pero que se
desvió hacia el encratismo.
-Rodón, también del Asia, y adversario de los herejes Apeles y Marción.
-Hegesipo, judío converso, nacido en Palestina que pasa por Corinto antes de
recalar en Roma bajo el Papa Aniceto: Hegesipo cuidadoso en constatar
personalmente la continuidad y uniformidad de la tradición católica en
contra de los grupos heréticos.
-Albercio Marcelo: Obispo de Hierápolis en la Frigia que en su viaje ha
admirado la unidad de la fe a través del mundo cristiano: Dice en su
epitafio que el divino Pastor lo ha guiado hasta Roma para contemplar en la
Iglesia la majestad soberana, una Reina con sus vestidos y calzado de oro:
"he visto un pueblo de sello brillante".
-El mismo Ireneo, originario de la provincia romana del Asia que terminar
por ser obispo de Lyón, Francia.

c) Pero también los herejes trata de hacer que en Roma se aprueben sus
doctrinas:
Como el año 140 el gnóstico de Alejandría Valentino, que es excomulgado
varias veces. El sirio Cerdón, discípulo de Valentino y precursor de
Marción; obviamente, el mismo Marción "Lobo del Ponto" como lo llamaba
Tertuliano, el cual es expulsado por el Papa Pío II. Asimismo, la doctora
egipcia Marcelina, luz de una secta carpocratista. Florino, discípulo de
Valentino que logró que se le admitiera durante cierto tiempo en el colegio
presbiteral, y a quien Ireneo dirige muy vivos reproches y que serían
desenmascarado por el Papa Víctor.

Hacia finales del siglo los fautores del adopcionismo con Teodoto de
Bizancio, o del modalismo con Práxeas y Epígono. Víctor y tras Víctor
Eleuterio y Sóter, todos los papas de esta época defenderán la unidad
católica contra estos herejes.
Durante mucho tiempo, los montanistas se esforzarán por circunvenir a la
Iglesia de Roma, mientras que en Frigia se verán muy atacados: en 177 los
mártires de Lyón, desde el fondo de su prisión, dirigen una carta a
Eleuterio, entonces obispo de Roma, para procurar la paz de las iglesias.
(Eusebio Hist Eccl 1. V, c III, No. 4). En tiempos del Papa Calixto vendrá a
verle el sirio Alcibíades que le presentará el libreo de Elksaí como fruto
de una supuesta revelación del finales del S. I.

d) Cabe preguntarse a qué se debe el que partes tan diversas y gentes
también tan diversas opten por dirigirse a Roma.

No hay duda de que en cuanto capital del imperio romano, la ciudad de Roma
ejerce un atractivo particular. Pero no es el elemento definitivo: desde
mediados del S. II la Iglesia de Roma posee una "regula fidei" (regla de
fe), una fórmula que se impone sobre las demás iglesias y que tanto en
oriente como en occidente consistirá en el contenido de los diversos
símbolos bautismales. La Iglesia de Roma posee la lista más antigua de los
libros canónicos del NT (el canon de Muratori del S. II-III).
Roma detenta igualmente la ley de la oración "lex orandi" (ley del orar).
Por ello Policarpo, obispo de Esmirna, ya octogenario, se dirige al Papa
Aniceto (aZo 154) para intentar dirimir el conflicto sobre la fecha de la
Pascua.

El problema no era éste: un gran número de Iglesias festejaba la Pascua el
domingo que sigue a la fecha del 14 de Nisán. Pero los orientales lo hacían
el mismo 14 de Nisán, cayera cuando cayera. La controversia se fue
recrudeciendo hasta el grado de provocar un cisma.
Para el año 189-199, el Papa Víctor, somete la cuestión a las iglesias
implicadas en varios concilios regionales, que salvo la de Éfeso con el
obispo Polícrates al frente, aceptan la decisión del Papa. Como Polícrates
no cede, interviene Ireneo de Lyón, que a pesar de ser originario de
Esmirna, del Asia Menor, reconoce y acepta la tradición de Roma. No contesta
ni la jurisdicción ni el juicio de Víctor; más bien, advierte el
incoveniente y le suplica con humildad que no se proceda con tanto rigor.
Así se evita la ruptura total. Para el Concilio de Nicea los cristianos del
Asia habrán abandonado su usanza. Nótese que este sucesor de Pedro, el Papa
Víctor, obra con la conciencia de tener una autoridad tal que reúne al
episcopado entero en concilios, y que incluso amenza con la exclusión de la
comunión católica a un grupo de disidentes. Sólo puede tratarse de la figura
del jefe de la Iglesia universal investido de un primado soberano (Eusebio,
Hist Eccl 1. V, c XXIV; PG XX, Col 493-497).

e) Se ha hablado de Ireneo, que ha sido testigo ocular de unos hechos muy
concretos y que los ha confrontado (controversia sobre la celebración de la
Pascua durante el Papa Víctor).

¿Por qué los espíritus inquietos o ambiciosos, por qué los fieles, amantes
de la unidad en la tradición católica se dirigen todos a Roma?

El Obispo de Lyón dirá que precisamente a causa de la autoridad particular
de que goza esta Iglesia de Roma, toda la Iglesia ha de ser unánime y
acorde: se trata de todos los fieles que están en el universo... pues de
hecho en ella todos los fieles de todas partes ha conservado la tradición
apostólica: "Ad hanc enim propter traditionem principalitatem necesse est
omnem convenire ecclesiam, hoc est eos qui sunt undique fideles, in qua
semper, ab his qui sunt undique, conservata est ea quae est ab apostolis
traditio", Adv. Haereses 1.III. C. iii, no. 2; PG t VII, Col 846 ss.
[traducción: por tanto, es necesario que toda autoridad particular convenga
con esta Iglesia, debido a una tradición (particular), esto es: todos los
fieles que están en todas partes, con ella han de convenir, pues siempre ha
conservado aquella tradición que es desde los apóstoles].

La autoridad (particular) que el obispo de Lyón reconoce en Roma y que se
remonta a una sucesión episcopal ininterrumpida hasta san Pedro, es sí una
preeminencia jurídica, tanto desde un punto de vista doctrinal como
disciplinar, pero sobre todo un primado no sólo de honor, sino también
efectivo, único y soberano. Hay, pues, una necesidad moral, lógica para
todas las Iglesias, aun apostólicas de convenir con ella. Tal es la
afirmación explícita de San Ireneo.

f) Un contexto claro lo encontramos en el intercambio espistolar entre el
Papa Soter y el obispo Dionisio de Corinto (año 170).
Se ha perdido la epístola de Soter, pero Eusebio la conocía, así como la de
Dionisio. Eusebio cita algunas líneas. Se trata de un elogio magnífico de la
Iglesia de Roma por su universal e inagotable caridad, así como esta
declaración tan significativa: "Hoy hemos celebrado el santo día del
domingo, durante el cual leímos vuestra carta, continuaremos leyéndola
siempre a modo de advertencia ("noutheteisthai"), al igual que la primera
que Clemente nos ha mandado" [Eusebio, Hist Eccl. 1.IV, c XXIII, no. 9-12].
Por lo tanto, Soter ha renovado el gesto de Clemente, y la Iglesia a su vez
ha mostrado la misma acogida hecha a sus advertencias y avisos: los
escritos, pues, de ambos son conservados y leídos por los corintios. Pero
hay más: Dionisio aúna a ambos autores con un mismo gesto de respeto: la
epístola de Soter es la segunda carta de un obispo de Roma a la Iglesia de
Corinto, ya que la de Clemente es la primera. "Del resto, observa Duchesne,
si se dejan de lado los libros en cuyo encabezado se encontraban los nombres
de los apóstoles, y con razón o sin ella, la carta de Clemente y del Pastor
de Hermas (140-155) que hayan tenido lugar en ciertas iglesias de oriente,
sea en el canon, sea en sus apéndices. Este honor extraordinario rendido a
dos autores romanos es sin duda muy relevante" [Duchesne, Églises séparées
(Paris 1896) 130]. Los numerosos escritos apócrifos que se remontan a san
Clemente (Clementinas, Cánones eclesiásticos, Constituciones apostólicas,
Cánones de los apóstoles) nos muestran que al oriente basaba de buena gana
su disciplina sobre el patrocinio de la Iglesia de Roma, confirmando así el
derecho del primado que desde el S. II le estaba universalmente reconocido.

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