jueves, 10 de enero de 2013

La arrendará a otros que sí entreguen Frutos


Jesús cuenta una parábola que revela todo su destino. Es la parábola de los viñadores homicidas (Mt 21,33-46), en cual los administradores de una viña maltratan y matan a los siervos del amo cuando éstos son enviados a recoger los frutos de la cosecha. Finalmente el enviado es su hijo y también es asesinado. Los viñadores pretendían con ello apropiarse la herencia, es decir, hacerse dueños y señores de la viña. En lugar de producir frutos y rendir cuentas, usurpan todos los derechos del amo; pero su comportamiento no quedará impune.

Cada detalle de esta parábola se basa en algún hecho que los oyentes de Jesús conocían bien. En aquella época los dueños de los campos se iban a las ciudades y arrendaban la finca a algunos labradores, haciendo un contrato para que les pagaran un tanto por ciento de las cosechas. Pero en los tiempos de Jesús había un gran descontento de los labradores contra los dueños de la tierra y frecuentemente se negaban a pagar el arriendo pactado y trataban con mucha violencia a los que eran enviados a cobrarlo.

Jesús utiliza la imagen bíblica de la viña para referirse al pueblo de Dios y a su reino. Las palabras del comienzo pertenecen a un hermoso poema de Isaías: “… plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la torre del guarda…” (Is 5,1-2). En aquel poema el profeta reflejaba la desilusión de Dios, que, después de haber cuidado con todo cariño a su viña -su pueblo-, cuando llegó la hora de la vendimia aquella sólo produjo uvas amargas: “Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos” (Is 5,7). Jesús aplicó aquel poema a la situación en la que vivía y, mediante la parábola, denuncia que Dios sigue desilusionado porque tampoco ahora puede disfrutar de los frutos de su viña. Jesús señala además quiénes son los responsables de la situación: los labradores a los que el dueño arrendó la viña representan a los dirigentes del pueblo de Israel. Su misión era trabajar para que Israel diera el fruto que corresponde al pueblo de Dios: la justicia y el derecho, el amor a Dios y el amor al prójimo. Pero ellos no han cumplido esa misión. Esta es una parábola tan clara y transparente que cada detalle tiene su significado y los sumos sacerdotes y fariseos, a los que se estaba dirigiendo Jesús, se dieron cuenta muy bien qué era los que Jesús les quería decir puesto que conocían muy bien el Canto de la Viña de Isaías y el Salmo 79 acerca de la viña del Señor.

En los tres evangelios, al concluir la parábola de los viñadores aparece, siempre en labios de Jesús, la imagen de la piedra desechada por los constructores y convertida en cabeza de ángulo. La parábola originaria anunciaba veladamente la muerte de Jesús. Pero al introducir los evangelistas esta imagen, tomada del Sal 118,22, se insiste en el sentido polémico de la parábola, puesto que Jesús se dirige especialmente a los dirigentes de Israel, los cuales lo buscan para echarle mano (Mt 21,46). En el corazón de la tradición religiosa de Jerusalén, en el templo y ante el poder de los dirigentes se masca el conflicto, pues todos los que rechazan a Jesús se dan por aludidos al oír la parábola y captan el mensaje de la piedra. Este evangelio revela así el antagonismo conflictivo entre Jesús y sus adversarios, el rechazo y la muerte de Jesús. Primero lo hace en un lenguaje alegórico (el hijo asesinado), después en un lenguaje simbólico (la piedra desechada) y finalmente en un lenguaje realista (lo buscan para echarle mano). Aunque se vislumbra también la transformación decisiva de la situación, pues la piedra se convertirá en piedra angular, sin embargo, el énfasis del evangelio recae todavía en el carácter crítico de dicha piedra por ser al mismo tiempo una piedra de choque, en la cual tropiezan los que ejercen el poder. Para ello alude el evangelista a un texto muy fuerte de Is 8,14: “El que caiga sobre esta piedra se estrellará”. La imagen evocaba muy probablemente la piedra situada en el ángulo saliente de una casa, una esquina con la que fácilmente se podía tropezar. De este modo la imagen acentúa el carácter crítico y conflictivo de la autoridad moral de Jesús frente al poder establecido.

Los que se creen herederos legítimos del Reino de Dios por su pertenencia a los círculos religiosos o por su vinculación a las ideologías reinantes quedan desautorizados en su poder y desheredados de toda legitimidad cuando su actuación es injusta, inmoral, abusiva o criminal, pues chocan frontalmente con aquel Mesías que ha venido con un mensaje nuevo, con una autoridad convincente, moralmente anclada en la verdad, que antepone la primacía de los últimos y que reclama frutos de autenticidad y de justicia para pertenecer a dicho Reino.

Nada hay tan peligroso ante el Juicio de Dios como ser un inútil que no produce frutos de santidad para la vida eterna. Los regalos que viene de Dios se llaman “carismas” y todo carisma que no se ejercita se pierde. Cuando el Señor nos encomienda una tarea y no la queremos hacer, la quita de nuestras manos y la pasa a otros que sí quieran dar frutos de buenas obras.

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