miércoles, 9 de enero de 2013

La Serpiente de Bronce


 
Dijo Jesús: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en EL tenga vida eterna.” (Jn 3, 14)
El Hecho de la serpiente de bronce está narrado en el Libro de los Números capítulo 21. El pueblo se dedicó a murmurar contra las disposiciones de Dios y a quejarse de todo lo que sucedía y en castigo Dios permitió que les llegara una plaga de serpientes sumamente venenosas que causaron la muerte a muchísimos de ellos. En el desierto los días son de muchísima calor pero las noches son muy frías y las serpientes al sentir el frío de la noche buscan donde resguardarse y entran a los campamentos. Se meten entre las cobijas, las mangas del vestido a calentarse y cuando el que está durmiendo siente aquel cuerpo extraño trata de alejarlo violentamente y la serpiente le inyecta su veneno mortal y en medio de terribles dolores, en menos de 24 horas lo lleva a la muerte. Es un peligro verdaderamente inquietante.
Esa serpiente que envenena la existencia y quita la vida del alma se llama ahora Satanás o diablo.  (Ap 12,9).  Insidiosa y traicioneramente se va insinuando en nuestra vida y nos inyecta el veneno de sus malas ideas hasta lograr que muchos pierdan la vida de la gracia y la paz del alma.
Dios ordenó a Moisés que fabricara una serpiente de bronce y la colocara en medio del campamento, prometiendo que quien al ser mordido por las serpientes venenosas mirara con fe a la serpiente de metal, quedará instantáneamente curado. Y así sucedió en muchísimos casos. Este fue un milagro que impresionó siempre al pueblo judío. Claro que lo que los curaba no era la serpiente de metal sino la fe que la persona sentía acerca de la intervención que Dios iba a efectuar en su favor. Esta imagen era solo como un “despertador” de la fe y de la confianza en el poder y en la ayuda de Dios. Algo parecido a las imágenes religiosas actuales. Jamás una imagen hace un milagro. Nunca lo podrá hacer, pero ciertas imágenes religiosas despiertan la fe del orante y esa fe excitada y viva atrae y consigue la intervención milagrosa de Dios en su favor. Más tarde cuando la gente empezó a imaginarse que lo que les hacía el milagro era la serpiente de bronce y no Dios desde el cielo, entonces el rey Ezequías destruyó e hizo desaparecer esta serpiente de metal para que la gente no la adorara como se adora a un ídolo(2Reyes 18). Es el peligro que existe ante ciertas imágenes religiosas: que las personas ignorantes lleguen a imaginarse que es la imagen la que les hace el milagro. Hay que instruirlas al respecto, porque esta creencia sería idolatría y un grave error.
Esta antigua historia se convirtió en una profecía. En un símbolo o figura de lo que iba a suceder por siglos y siglos: los seres humanos atacados por la Serpiente infernal, por el enemigo de la salvación, al verse en grave peligro, levantarán sus ojos ante Alguien que ha sido levantado en una Cruz, e esa fe en Jesucristo les conseguirá de Dios el milagro de recuperar la vida de la gracia y de librarse de la muerte eterna, y “La serpiente antigua llamada Satanás es dominada y encadenada”(Apoc 20,3). Jesús dirá más tarde: “Cuando yo sea levantado(en la cruz) atraeré a todos hacia mí”. Y así se está cumpliendo ahora. Todos los que estamos necesitados de gracia , de socorros y de perdón, levantamos suplicantes la mirada hacia aquel que fue levantado en la cruz, para que cure nuestras mortales enfermedades del alma. Y lo obtenemos.

Para que todo el que crea en El tenga vida eterna.

Es una noticia jubilosa. En ese “todo” estamos incluidos nosotros. Así que podemos tener la vida eterna. Con tal de que no dejemos de creer en EL y nuestra fe no sea muerta, o sea sin obras buenas, sino una fe viva que se dedica a hacer las buenas obras que Dios desea que practiquemos. Creer en Jesús significa creer en su amor, en su Divinidad, en su intercesión por nosotros, en el poder salvador de su Pasión, Muerte y Resurrección. En su Eucaristía, en que su Encarnación ha obtenido nuestra salvación.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en EL, sino que tengan vida eterna.

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