martes, 8 de enero de 2013

Severino, Santo


Presbítero, 8 de enero
 
Severino, Santo
Severino, Santo

Predicador

Martirologio Romano: En la antigua provincia romana de Nórico, en las riberas del Danubio, san Severino, presbítero y monje, que llegado a esta región después de la muerte de Atila, príncipe de los hunos, defendió a los pueblos inermes, aplacó a los violentos, convirtió a los infieles, fundó monasterios e impartió instrucción religiosa a los que la necesitaban (c. 482).

Durante el siglo V el imperio romano de Occidente se vio invadido poco a poco por los visigodos, ostrogodos, vándalos, francos, etc. En la devastación sólo las autoridades y estructuras cristianas constituyeron un punto firme para la supervivencia. Éste es el contexto histórico en el que se presenta la figura y la obra de san Severino, que nació de una noble familia romana hacia el año 410. Después de una estancia en Oriente, hacia el 454 se estableció cerca del Danubio, en donde construyó monasterios para albergar a los habitantes amenazados y para que, al mismo tiempo, fueran puntos de irradiación del Evangelio entre las tribus bárbaras.

Inclinado tanto a la vida contemplativa y eremítica como a la actividad misionera, y favorecido con el carisma de la profecía, san Severino hizo también previsiones sobre el plano humano temporal. En efecto, comprendió que el movimiento de los jóvenes pueblos bárbaros era indetenible y que la decadente sociedad romana recuperaría su vigor gracias a estas nuevas fuerzas.

Pero era necesario que esas mentes fueran iluminadas por las verdades del Evangelio, y para ello había que entrar en contacto directo con ellas. Con un gesto valiente que le ganó la admiración de los rudos guerreros, llegó hasta Comagén, ya en mano de los enemigos; su concreta caridad para con los necesitados le conquistó definitivamente el corazón sencillo de los “bárbaros”, comenzando por el de los jefes. Gibuldo, rey de los alamanos, le tenía “suma reverencia y afecto”, como dice su biógrafo Eugipo, y lo escuchaba con respeto, dócil como un hijo; Flaciteo, rey de los rugos, “lo consultaba en las empresas peligrosas como a un oráculo celestial”.

No faltaron signos del cielo que confirmaban sus palabras. Un día la nuera de Flaciteo, contra el parecer de Severino, lo había convencido de que no les diera la libertad a los prisioneros; Severino la amonestó enérgicamente y misma noche el sobrino de Flaciteo cayó prisionero de otra tribu bárbara y obtuvo la libertad sólo por intervención de Severino.

Respetado y amado por la gente humilde como por los reyes y guerreros, vivió muy pobremente, sin sacar ninguna ventaja material para sí mismo: vestía la misma túnica tanto en invierno como en verano, dormía pocas horas acostado en el suelo y con cilicios, y se dice que en cuaresma sólo comía una vez por semana.

Murió el 8 de enero del año 482. Sus veneradas reliquias reposan en Frattamaggiore (Nápoles) junto al mártir Sosso.
 
San Severino de Nórico, monje y presbítero
fecha: 8 de enero
n.: c. 410 - †: c. 482 - país: Austria
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos», Alban Butler
En la antigua provincia romana del Nórico, en las riberas del Danubio, san Severino, presbítero y monje, que llegado a esta región después de la muerte de Atila, príncipe de los hunos, defendió a los pueblos inermes, aplacó a los violentos, convirtió a los infieles, fundó monasterios e impartió instrucción religiosa a los que la necesitaban.
patronazgo: protector de los presos, los fabricantes de vino y de los tejedores, de la fertilidad de las vides.
refieren a este santo: San Antonio de Lérins

No sabemos nada del nacimiento ni del origen de este santo. La pureza de su latín hace pensar que se trata de un romano, y su cuidado en ocultar el rango que ocupaba en el mundo, ha sido interpretado como una muestra de humildad y un indicio de su elevado linaje. Pasó la primera parte de su vida en los desiertos de Oriente; pero abandonó su retiro para ir a predicar el Evangelio en Nórico, de Austria. Primero se dirigió a Astura, actualmente Stockerau, donde encontró al pueblo endurecido en el vicio; predijo allí un castigo de Dios, y prosiguió hacia Comagéne (Hainburg), en el Danubio. Su profecía se cumplió pronto, porque Astura fue saqueada y sus habitantes decapitados por los hunos. Este vaticinio y otros milagros que realizó, hicieron famoso a san Severino. Faviana, una ciudad del Danubio, imploró su protección durante una terrible carestía. San Severino predicó la penitencia en la ciudad, y amenazó tan duramente a una mujer rica que había almacenado una gran cantidad de víveres, que ésta los distribuyó entre los pobres. Poco después de su llegada a la ciudad, se fundió el hielo que obstruía el Danubio y el Inn, y las barcas pudieron aprovisionar a la ciudad. San Severino obró numerosos milagros, pero no curó la enfermedad de los ojos que hacía sufrir a Bonoso, el más querido de sus discípulos, quien sin embargo, no dejó decaer su fervor, durante los cuarenta años que soportó ese mal. Severino no cesaba de exhortar a todos al arrepentimiento y la piedad; rescataba a los cautivos; consolaba a los afligidos; era un verdadero padre con los pobres; curaba a los enfermos; aligeraba y aun llegaba a evitar las calamidades públicas, y atraía las bendiciones del cielo a dondequiera que iba. Muchas ciudades pidieron que fuese nombrado obispo, pero Severino se opuso a ello, diciendo que ya bastante había hecho con abandonar su amada soledad para instruir y reconfortar a los fieles.

San Severino fundó varios monasterios, el más conocido de los cuales fue el de los bancos del Danubio, cerca de Viena; sin embargo, no se retiró a vivir en ninguno de ellos, sino en una ermita, donde podía entregarse libremente a la contemplación. Nunca comía antes de la caída del sol, excepto en las grandes fiestas. Iba siempre descalzo, aun en las épocas en que el Danubio estaba helado. Los reyes y príncipes bárbaros acudían a verle. Así lo hizo Odoacro, cuando marchaba sobre Italia. La celda del santo era tan baja, que Odoacro no podía estar de pie en ella. San Severino le predijo que tendría éxito en la conquista de Italia y, cuando Odoacro se vio dueño de aquel país, escribió al santo, ofreciéndole cualquier cosa que pidiera. La única gracia que éste solicitó, fue la restitución a su patria de un desterrado. Habiendo predicho su propia muerte mucho antes de que ocurriera, Severino cayó enfermo el 5 de enero. Al cuarto día de su enfermedad, cuando repetía el versículo del salmista: «Espíritus todos, adorad al Señor», le sobrevino la muerte. Esta tuvo lugar entre los años 476 y 482. Poco después sus discípulos, desterrados por los bárbaros, se retiraron con sus reliquias a Italia, y las depositaron en Luculano, cerca de Nápoles. Allí construyeron un monasterio, del que Eugipio, discípulo y biógrafo de nuestro santo, fue nombrado abad. Las reliquias de san Severino se trasladaron a Nápoles el año 910, a la abadía benedictina que lleva su nombre.

La principal autoridad por lo que se refiere a la vida de san Severino es la biografía escrita por su discípulo Eugipio. El mejor texto de ella se encuentra en la edición de T. Mommsen (1898), y en la Vienna Corpus scriptorum ecclesiasticorum latinorum, editada por Pius Knoell (1886). Ver también A. Baudrillart, St. Séverin (1908); y T. Sommerland, Wirtschaftsgeschichtliche Untersuchungen, pt. II, 1903. Sommerland aduce los motivos que existen para pensar que san Severino pertenecía a una noble familia de África, y que había sido consagrado obispo en su patria, antes de buscar refugio en la vida eremítica del Oriente.

 

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