martes, 22 de enero de 2013

Vicente, Santo


Diácono y Mártir, 22 de enero
 
Vicente, Santo
Vicente, Santo

Diácono y Mártir

Martirologio Romano: San Vicente, diácono de Zaragoza y mártir, que durante la persecución bajo el emperador Diocleciano hubo de sufrir cárcel, hambre, potro, láminas candentes, hasta que, en Valencia, en la Hispania Cartaginense (hoy España), voló al cielo a recoger el premio del martirio (304).

Etimología: Vicente = Aquel que es un vencedor, es de origen latino.

El Diácono San Vicente es el mártir más famoso de España. Un siglo después de su martirio, que tuvo lugar probablemente en el año 304, San Agustín le dedicaba todos los años, en este día, una homilía.

Los Hechos de su martirio, apócrifos como muchas Pasiones de otros mártires, se inspiran en documentos y tradiciones basados en realidades históricas. Las noticias históricas, reducidas a lo esencial, dicen que Vicente, natural de Huesca, durante la persecución de Diocleciano fue llevado encadenado de Zaragoza a Valencia para ser procesado ante el gobernador Daciano, junto con su obispo, y que sufrió el martirio en Valencia.

A estas pocas noticias históricas se añaden las narraciones de los Hechos. EL obispo de Zaragoza era un poco tartamudo y, por tanto, le iba mal en la oratoria. Pero tuvo la fortuna de encontrar al joven Vicente, bien preparado culturalmente y hábil en el manejo de la palabra. Fue ordenado Diácono y se le confió el cargo de coadjutor del obispo para la predicación del Evangelio.

En el imperio romano campeaba una cruel persecución, y Daciano, gobernador de Valencia, hizo pronto encadenar a los hombres más importantes de la Iglesia española. Al Diácono Vicente le fueron puestos grilletes y así lo condujeron a pie de Zaragoza a Valencia, junto con su obispo; pero aún en esas circunstancias aprovechó la ocasión para predicar el Evangelio, y en nombre del obispo tomó la palabra para confutar las acusaciones del gobernador y para exponerle el mensaje evangélico sin las distorsiones de la propaganda anticristiana.

Daciano no se convenció, pero comprendió que el adversario que había que destruir era precisamente Vicente. Pero primero ordenó que lo torturaran. Después lo metieron en una celda oscura, en donde el pavimento estaba totalmente lleno de cascajos cortantes para prolongar los suplicios. Pero Vicente, con voz todavía fuerte, entonó himnos de agradecimiento a Dios. Entonces, el gobernador, para quitarle este motivo de gloria, ordenó que lo colocaran en una cama muy cómoda, pero en ese momento murió el Diácono.

Llevaron el cuerpo al campo para que lo devoraran las fieras, pero apareció un cuervo que defendió el cadáver de la voracidad de los otros animales. Entonces Daciano ordenó que lo metieran en un costal junto con una gran piedra y lo echaran al río; pero el cuerpo no se hundió y las aguas lo fueron llevando hasta dejarlo en una orilla. Los cristianos lo recogieron y erigieron una iglesia para su tumba.

Consulta también San Vicente, Diácono y Mártir 
22 de enero
SAN VICENTE de ZARAGOZA,
(*)

Mártir
(304)
A
   San Valerio, obispo de Zaragoza, instruyó en las ciencias sagradas y en la piedad cristiana a este glorioso mártir. El mismo obispo le ordenó diácono para que formara parte de su séquito, y le encargó de instruir y predicar al pueblo, a pesar de que era todavía muy joven. El cruel perseguidor Daciano era entonces gobernador de España. El año 303, los emperadores Diocleciano y Maximiano publicaron su segundo y tercer edicto contra el clero, y al año siguiente lo hicieron extensivo a los laicos. Parece que poco antes de la publicación de dichos decretos, Daciano hizo ejecutar a los dieciocho mártires de Zaragoza, de los que hacen mención Prudencio y el Martirologio Romano (16 de enero), y arrestó a Valerio y a Vicente. Estos dos mártires fueron poco después trasladados a Valencia, donde el gobernador les dejó largo tiempo en la prisión, sufriendo hambre y otras torturas. El procónsul esperaba que esto debilitaría la constancia de los testigos de Cristo. Sin embargo, cuando comparecieron ante él, no pudo menos de sorprenderse al verles tan intrépidos y vigorosos, y aun castigó a los soldados por no haberles tratado con el rigor que él había ordenado. El procónsul empleó amenazas y promesas para lograr que los prisioneros ofrecieran sacrificios a los dioses. Como Valerio, que tenía un impedimento de la lengua, no pudiese responder, Vicente le dijo: "Padre, si me lo ordenas yo hablaré". "Hijo mío -le contestó Valerio-, yo te he confiado ya la dispensación de la divina palabra, y ahora te pido que respondas en defensa de la fe por la que sufrimos". El diácono informó entonces al juez que estaban dispuestos a sufrirlo todo por Dios y que no se doblegarían, ni ante las amenazas, ni ante las promesas. Daciano se contentó con desterrar a Valerio, pero decidió hacer flaquear a Vicente valiéndose de todas las torturas que su cruel temperamento podía imaginar. San AgustÍn nos asegura que Vicente sufrió torturas que ningún hombre hubiera podido resistir sin la ayuda de la gracia, y que, en medio de ellas, conservó una paz y tranquilidad que sorprendió a los mismos verdugos. La rabia del pro cónsul se manifestaba en el rictus de su boca, en el fuego de sus ojos y en la inseguridad de su voz.
   Vicente fue primero atado de manos y pies al potro, y ahí le desgarraron con garfios. El mártir, sonriente, acusaba a sus verdugos de debilidad, lo cual hizo creer a Daciano que no atormentaban suficientemente a Vicente; así pues, mandó que le apalearan. Esto en realidad dio un respiro al santo, pero sus ver dugos volvieron pronto a la carga, resueltos a satisfacer la crueldad del procónsul. Sin embargo, cuanto más le torturaban los verdugos, tanto más le consolaba el cielo. El juez, viendo correr la sangre a chorros y el lastimoso estado en que se hallaba el cuerpo de Vicente, no pudo menos de reconocer que el valor del joven clérigo había vencido su crueldad. En seguida ordenó que cesara la tortura y dijo a Vicente que, si no había podido inducirle a sacrificar a los ídolos, por lo menos esperaba que entregaría éste las Sagradas Escrituras a las llamas, para cumplir el edicto imperial. El mártir contestó que tenía menos miedo de los tormentos que de la falsa compasión. Daciano, más furioso que nunca, le condenó a lo que las actas llaman "quaestio legitima" ("la tortura legal"),. que consistía en ser quemado sobre una especie de parrilla. Vicente se instaló gozosamente en la reja de hierro, cuyas barras estaban erizadas de picos al rojo vivo. Los ver dugos le hicieron extenderse y echaron sal sobre sus heridas. Con la fuerza del fuego, la sal penetraba hasta el fondo. San Agustín dice que las llamas, en vez de atormentar al santo, parecían infundirle nuevo vigor y ánimo, ya que Vicente se mostraba más lleno de gozo y consuelo, cuanto más sufría. La rabia y confusión del tirano fue increíble; perdió totalmente el dominio de sí mismo y preguntaba continuamente qué hacía y decía Vicente; pero la respuesta era siempre que el santo no hacía más que afirmarse en su resolución.
   Finalmente, el procónsul ordenó que echaran al santo en un calabozo cubierto de trozos de vidrio, con las piernas abiertas y atadas a sendas estacas,. y que le dejaran ahí sin comer y sin recibir ninguna visita. Pero Dios envió a sus ángeles a reconfortarle. El carcelero, que vio a través de la rejilla el calabozo lleno de luz y a Vicente paseándose en él y alabando a Dios, se convirtió súbitamente al cristianismo. Al saberlo, Daciano lloró de rabia; sin embargo ordenó que se diese algún reposo al prisionero. Los fieles fueron a ver a Vicente, vendaron sus heridas, y recogieron su sangre como una reliquia. Cuando le depositaron en el lecho que le habían preparado, Vicente entregó su alma a Dios. Daciano ordenó que su cuerpo fuese arrojado en un pantano, pero un buitre le defendió de los ataques de las fieras y aves de presa. Las "actas" y un sermón atribuido a San León añaden que el cadáver de Vicente fue entonces arrojado al mar, pero que las olas lo devolvieron a la playa, donde lo recogieron dos cristianos, por revelación del cielo.
   El relato de las traslaciones y la difusión de las reliquias de San Vicente(1) es muy confuso y poco fidedigno. Se habla de sus reliquias no sólo en Valencia y Zaragoza, sino también en Castres de Aquitania, en Le Mans, en París, en Lisboa, en Bari y en otras ciudades. Sí es absolutamente cierto que su culto se extendió muy pronto por todo el mundo cristiano y llegó hasta algunas regiones del oriente. La misa del rito milanés le nombra en el canon. El emblema más característico de nuestro santo en las representaciones artísticas más antiguas es el buitre, representado en algunas pinturas sobre una roca. Cuando se trata de una pintura que representa a un diácono revestido con la dalmática y que lleva una palma en la mano, es imposible determinar si se trata de una imagen de San Vicente, de San Lorenzo o de San Esteban. En Borgoña, se venera a San Vicente como patrono de los cultivadores de la vid. Ello se debe probablemente, a que su nombre sugiere cierta relación con el vino.
   Alban Butler basa principalmente su relato en la narración del poeta Prudencio (Peristephanon, 5). Aunque Ruinart incluye las "actas'" de San Vicente entre sus Acta Sincera, es evidente que el compilador, que vivió probablemente varios siglos después de los hechos, dejó en ellas libre curso a su imaginación. Sin embargo, San Agustín dice en uno de sus sermones sobre el santo que él ha manejado las actas, lo cual induce a suponer que el resumen mucho más conciso de Analecta Bolandiana (vol. I, 1882, pp. 259-262) representa en sustancia el documento al que se refiere San Agustín. De lo que estamos absolutamente ciertos es del nombre de San Vicente, del sitio y la época de su martirio, y del lugar de su sepultura. Ver P. Allard, Histoire des persécutions, vol. IV, pp. 237-250; Delehaye, Les origines du culte des martyrs (1933), pp. 367-368; H. Leclercq, Les martyrs, vol. II, pp. 437.439; Romische Quartalschrift, vol. XXI (1907), pp. 135-138. Existe un buen resumen histórico, el de L. de Lacger, Sto Vincent de Saragosse (1927); y un estudio de su "pasión" por la marquesa de Maillé, Vincent d' Agen et Vincent de Saragosse (1949); sobre este último, cf. los diferentes estudios de Fr. B. de Gaiffier, en Analecta Bollandiana. Sobre el obispo San Valerio, ver Acta Sanctorum, 28 de enero.    
  • * Vidas de los Santos, de Butler. Vol. I.
HISTORIA de las RELIQUIAS de
SAN VICENTE de ZARAGOZA
A
   El cuerpo de San Vicente de Zaragoza fue echado a un basurero) para ser devorado por los buitres, pero fue defendido por un cuervo. Daciano lanzó su cuerpo al mar (atado a una rueda de piedra de molino), pero volvió a la orilla y fue enterrado por una piadosa viuda. Después que la paz fuera restaurada para la Iglesia, se construyó una capilla sobre sus restos fuera de las murallas de Valencia. En 1175 las reliquias fueron llevadas a Lisboa; otros afirman que fueron a Castres en 864. Carmona, Bari, y otras ciudades reclaman tener sus reliquias. Childerico I llevó su estola y la dalmática a París, en 542, y construyó una iglesia en honor de San Vicente, después llamada St-Germain-des-Prés Regimont, cerca de Bezièrs (Hacia el 540 este rey asedió Zaragoza. Pero al saber que la ciudad se había puesto bajo la protección de san Vicente, levantó el asedio y aceptó la estola y la dalmática del santo que le ofreció el obispo de Zaragoza). Roma tenía tres iglesias dedicadas a San Vicente; una cerca de San Pedro, otra en el Trastevere y otra construida por Honorio I (625-38) y renovada por León III en 796. Una pilastra encontrada en la basílica de Salónica en Dalmacia muestra una inscripción del siglo quinto o sexto en el honor del santo (Rom. Quartalschrift, 1907, Arch. 135).
   Un brazo de San Vicente se venera desde 1970 en la Catedral de Valencia (España), fue llevado en aquel año desde Italia donde se encontraba desde que murió allí, en el siglo XII, el obispo de Valencia, Teudovildo, cuando marchaba de peregrinación a Tierra Santa. El prelado llevaba consigo el brazo del protomártir para que le protegiera contra las adversidades del camino y poco antes de morir depositó la reliquia en la basílica de San Nicolás de la ciudad italiana de Bari.
   A principios del siglo XIX, el brazo pasó al convento de Santo Domingo del Castillo, en Venecia. Finalmente, en 1948 la reliquia llegó a manos del seglar Pietro Zampieri quien, tras investigar su origen, ofreció años después el traslado de la reliquia vicentina al entonces arzobispo de Valencia, monseñor Marcelino Olaechea. No obstante, "pareció prudente condicionar su aceptación definitiva al estudio de su autenticidad histórica, canónica, antropológica y médico-legal", según informó entonces el Arzobispado a través de su Boletín Oficial.
   En 1968, distintos exámenes de la reliquia realizados en el Instituto de Cirugía Plástica de la Universidad de Padua arrojaron resultados "positivos y concordes entre sí y con el relato de la pasión y martirio del santo, escrita en el mismo siglo de su muerte". En la investigación intervino un grupo de forenses, catedráticos de universidades italianas, médicos, sacerdotes y diversos expertos. Los estudios del brazo confirmaron, entre otros extremos, que "carece de dedo pulgar y que la piel que recubre el brazo aparece de color marrón oscuro, por probable carbonización".
 


Hoy, 22 de enero, conmemoramos a San VICENTE, Mártir.

SAN VICENTE (¿280?-304) nació en Huesca, España, en el seno de una familia aristócrata de buenos cristianos. Desde muy niño Vicente fue confiado al obispo de Zaragoza, San Valero, para que lo instruyera. El pupilo mostró ser un alumno despierto, y con especial disposición para predicar el Evangelio.

Ya viejo el obispo, de quien se dice que era algo tartamudo, nombró diácono a Vicente y le delegó sus funciones de predicador. Como detentaba una rica cultura y tenía facilidad para hablar, fue muy apreciado por su oratoria.

Con el edicto del emperador Diocleciano del año 303 para perseguir a los cristianos, llegó a la península Ibérica el prefecto Daciano, un celoso cancerbero que cumplió inmisericorde su labor. Al oír de la fama del diácono Vicente, lo manda encadenar junto con su anciano mentor, y ambos son llevados a pie hasta Valencia.

Cuando lo conducen ante Daciano, Vicente, con su facilidad de palabra, le empieza a hablar de las bondades del cristianismo, desmintiendo la propaganda adversa de que los cristianos eran objeto. Sin embargo su discurso sólo logra desatar la ira del prefecto, quien somete a Vicente a torturas terribles. Pero ni el potro, ni el hierro candente consiguieron que el diácono dejara de argumentar a favor de sus creencias.

Vicente murió en una celda oscura donde el piso estaba cubierto de filosos cascajos. Se cuenta que Diocleciano dejó el cadáver para que lo devoraran las fieras del campo, pero un cuervo apareció para defenderlo de los demás animales. Luego lo arrojaron al río en un costal con piedras, pero el cuerpo flotó y la corriente lo arrastró hasta una orilla, donde los cristianos lo recogieron y construyeron una iglesia.

SAN VICENTE nos enseña que el cuerpo puede sufrir a causa de la fe, pero el alma humana es una entidad libre en su albedrío.






martes, 22 de enero de 2013



22 DE ENERO SAN VICENTE DIÁCONO Y MÁRTIR

SAN VICENTE

DIÁCONO Y MÁRTIR




Vicente significa vencedor en el combate de la fe

Huesca, con una iglesia construida en el sitio de su casa natal, Zaragoza, donde estudió y desarrolló su actividad apostólica y Valencia, teatro de sus atroces tormentos y testigo de su glorioso triunfo, son las tres ciudades españolas que se disputan el honor de ser la cuna de San Vicente. El relato de su «pasión» leído en las iglesias, excitó la admiración universal. Algunos años después preguntaba Agustín en la Hipona africana: "¿Qué región, qué provincia del Imperio no celebra la gloria del Diácono Vicente? ¿Quién conocería el nombre de Daciano, si no hubiera leído la pasión del mártir?". (Sermón 276). Los papas San León Magno y San Gregorio celebraron al santo mártir en sus panegíricos, y San Isidoro de Sevilla y San Bernardo, en sus escritos.

SUS PADRES

Vicente era bello y aristócrata. Oriundo de una familia consular de Huesca, es el prototipo del ciudadano aragonés. Su padre, cónsul y su madre Enola, natural de Huesca, lo confiaron a San Valero, obispo de Zaragoza, bajo cuya dirección hizo rápidos progresos en la virtud. A los veintidós años, el obispo, que era tartamudo, le eligió diácono y le confió el cuidado de la predicación con lo que Valero, quedó en la penumbra. La actividad diaconal de Vicente se desarrolló durante una época relativamente serena y pacífica, pues en 270 el emperador Aurelio restableció la unidad del Imperio, y Diocleciano en 284 le dio una nueva organización, que favorecía la expansión de la Iglesia. Así se pudo cimentar el cristianismo en las regiones ya más evangelizadas y celebrar el Concilio de Elvira, que manifiesta una cierta madurez de la Iglesia en la Bética, ya en el 300.

LA PERSECUCIÓN DE DIOCLECIANO

Después se originó una nueva y sangrienta persecución, decretada por los emperadores romanos reinantes, Diocleciano y Maximiano, habían jurado exterminar la religión cristiana. En 303 se publica el primer edicto imperial: Todos los pobladores del imperio tenían que adorar al “genio” divino de Roma, impersonado en el Cesar.

Para llevar a cabo los edictos persecutorios, llega a España el prefecto Daciano, que permanece en la Península dos años, ensañándose cruelmente en la población cristiana. Entra en España por Gerona, y encargó el cumplimiento de los decretos imperiales al juez Rufino, pasando él a Barcelona donde sacrificó a San Cucufate y a la niña Santa Eulalia. De Barcelona pasó a Zaragoza. Arremetió contra los pastores para amedrentar al rebaño. En Zaragoza mandó prender al obispo y al diácono Vicente, pero no quiso entregarlos al suplicio. «Si no empiezo por quebrantar sus fuerzas con abrumadores trabajos, estoy seguro de mi derrota», pensaba. Les cargó pesadas cadenas, y ordenó conducirlos a pie hasta Valencia, haciéndoles padecer hambre y sed. En el largo viaje, los soldados les afligieron con toda clase de malos tratos.

CAMINO DE VALENCIA

Vienen a Valencia, colonia romana, por la Vía Augusta, extendida junto al Mediterráneo, para ser juzgados por Daciano. Antes de entrar en la ciudad, los esbirros pasaron la noche en una posada, dejando a Vicente atado a una columna en el patio, columna que se conserva en la parroquia de Santa Mónica, donde es venerada por los fieles. Ya en Valencia se les encerró en prisión oscura y se les dejó sin comer durante varios días. Cuando juzgó Daciano que estaban quebrantados, los mandó llamar, y se extrañó de que estuvieran alegres, sanos y robustos. Desterró al obispo y al rebelde, que le ultrajaba en público, lo sometió al potro, para que aprendiera a obedecer a los emperadores. Le desnudaron, y le azotaron con tal saña, que las cuerdas y ruedas, rompieron los nervios del mártir; le descoyuntaron sus miembros, y desgarraron sus carnes con uñas y garfios de hierro. El mismo Daciano se arrojó sobre la víctima, y le azotó cruelmente. El cuerpo de Vicente es desgarrado con uñas metálicas. Mientras lo torturaban, el juez intimaba al mártir a abjurar. Vicente rechazaba sus propuestas: "Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al destrozar mi cuerpo. Hay dentro de mí un ser libre y sereno que nadie puede violar. Tú intentas destruir un vaso de arcilla, destinado a romperse, pero en vano te esforzarás por tocar lo que está dentro, que sólo está sujeto a Dios".

Daciano, desconcertado y humillado ante aquella actitud, le ofrece el perdón si le entrega los libros sagrados. Pero la valentía del mártir es inexpugnable. Exasperado de nuevo el Prefecto, mandó aplicarle el supremo tormento, colocarlo sobre un lecho de hierro incandescente. El grado supremo de la tortura era el lecho candente. A Daciano le enfurecía la serenidad de Vicente y le asombraba y, hastiado de tanta sangre, mandó devolverlo a la cárcel. Prudencio en su Peristephanon, describe el calabozo oscuro donde, sobre cascos de cerámica y piedras puntiagudas, yace Vicente con los pies hundidos en los cepos. Pero, de pronto, la cárcel se ilumina, el suelo se cubre de flores y el ambiente de perfumes extraños. Se rompen los cepos y las cadenas. Todo es como un retazo de gloria. El prodigio conmueve la ciudad. El cruel torturador, ordena que curen las heridas del mártir valeroso. Y mientras le curan, muere Vicente.

Nada puede quebrantar la fortaleza del mártir que, recordando a su paisano San Lorenzo, sufre el tormento sin quejarse y bromeando entre las llamas. Lo arrojan entonces a un calabozo siniestro, oscuro y fétido "un lugar más negro que las mismas tinieblas", dice Prudencio. Luego presenta el poeta un coro de ángeles que vienen a consolar al mártir. Iluminan el antro horrible, cubren el suelo de flores, y alegran las tinieblas con sus armonías. Hasta el carcelero, conmovido, se convierte a Cristo.

CURARLO PARA ATORMENTARLO

Daciano manda curar al mártir para someterlo otra vez a los tormentos. Los cristianos le curan. Pero apenas colocado en un mullido lecho, cubierto de flores, el espíritu vencedor de Vicente vuela al cielo. Dios le llamó a su testigo, teñido aún con la sangre martirial. Era el mes de enero del 304. El tirano, despechado, mandó arrojar a un muladar el cadáver de Vicente para ser devorado por las alimañas. Un cuervo lo defendió de los buitres y de las fieras. En el lugar donde fue tirado, se alza hoy la parroquia de San Vicente Mártir de Valencia. En la cripta del templo existe un mosaico impresionante, que representa al santo diácono muerto, calzado con cáligas romanas. Ordena Daciano mutilar el cuerpo y arrojarlo al mar.

TIRADO AL MAR

Metido, pues, en un odre fue arrojado al mar, atado con una rueda de molino, de donde le viene el sobrenombre de “la Roda”. Las olas, más piadosas, lo devolvieron a la playa de Cullera donde lo recogió la cristiana Ionicia, lo enterró y los fieles cristianos comenzaron a venerarlo. Y el Ecl 51,1 pone en sus labios: "Me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa. Me salvaste de múltiples peligros". El Señor le ha salvado, pero de otra manera... El es "el grano de trigo, que si cae en tierra y muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). Su imagen es representada revestido de dalmática sagrada, con la palma del triunfo en la mano y junto al potro y la rueda de su tortura, o con una cruz, un cuervo y una parrilla. Es uno de los tres diáconos primeros que confesaron con su sangre la fe: Esteban en Jerusalén, Lorenzo en Roma, Vicente en Valencia. Su culto se extendió por toda la cristiandad.

Cuentan los relatos que preservado en el muladar y salvado de las aguas, fue enterrado en un modesto sepulcro junto a la vía Augusta, desde donde, como dice la Pasión litúrgica, fue llevado a la Iglesia Madre y puesto bajo el altar, en el “digno sepulcro” a que alude la misa mozárabe del santo. San Vicente llegó a ser el gran mártir de la Iglesia de Occidente, como san Lorenzo lo fue de Roma y de Oriente san Esteban, los tres diáconos. Las homilías de san Agustín predicadas en su fiesta difundieron más todavía su memoria. El martirio de san Vicente fue la semilla de la Iglesia en Valencia; en lugar de temor suscitó admiración, de modo que su sepulcro fue el centro de la primera comunidad y, cuando esta se institucionalizó y creció, el mártir se convirtió en el patrono de la misma y su valedor durante los años oscuros de la dominación musulmana.

EL PERISTEPHANON DEL POETA PRUDENCIO

El poeta Aurelio Prudencio Clemente, nacido en Calahorra el año 348 en una familia de la aristocracia hispano-romana, había ejercido el cargo de prefecto en importantes ciudades, hasta que el emperador lo eligió para formar parte de su corte. Compatriota y casi contemporáneo de Vicente, compuso un hermoso poema en el que canta su martirio: Es el Peristéphanon, del cual estoy extrayendo datos y sorbiendo inspiración. Prudencio era hombre de gran cultura, profundo conocedor de los poetas clásicos, y heredero de una poesía latina cristiana, que surgida en el siglo IV, fue elevada por él a su punto culminante. En el siglo VII, San Isidoro de Sevilla, escribirá que puede ser considerado como el príncipe de los poetas cristianos: «Este dulce Prudencio de una boca sin igual, tan grande y tan famoso por sus diversas composiciones poéticas". La más amplia, la dedica a exaltar la figura de los mártires, el Peristéphanon o libro De las coronas, en la que sublima el culto literario de los mártires, amplificado ya en prosa en la literatura cada vez más novelada de las Actas y, sobre todo, de las Pasiones. Prudencio despliega en el Peristépfanon el arte de la narración lírica y dramática teñido de cierto sabor popular, afirma J. Fontaine.

DIÁLOGO CON LOS TORTURADORES

En el interrogatorio, entre amenazas y coacciones, Vicente tuvo un gran protagonismo, tomando la palabra por Valerio y confesando valientemente su fe: Hay dentro de mí Otro a quien nada ni nadie pueden dañar; hay un Ser sereno y libre, íntegro y exento de dolor. Eso que tú, con tan afanosa furia te empeñas en destruir, es un vaso frágil, un vaso de barro que el esfuerzo más leve rompería. Esfuérzate, en castigar y en torturar a Aquel que está dentro de mí, que tiene debajo de sus pies tu tiránica insania. A éste, a éste, hostígale; ataca a éste, invicto, invencible, no sujeto a tempestad alguna, y sumiso a sólo Dios.

Admirable fue la fortaleza con que Vicente soportó tan terrible prueba. «Con clara reminiscencia virgiliana, dice Prudencio, que Vicente elevó al cielo los ojos porque las ataduras cautivaban sus manos:

Tenditque in altum luminaria
vincla palma presserant.

De este tormento Vicente salió reforzado, y se le echa luego en un antro lúgubre».

La descripción de la cárcel, hecha por Prudencio, sólo pudo ser descrita por un testigo ocular: Hay en lo más hondo del calabozo un lugar más negro que las mismas tinieblas, cerrado y ahogado por las piedras de una bóveda baja y estrecha. Reina allí una noche eterna, que jamás disipa el astro del día; allí tiene su infierno la prisión horrible. Pero Cristo no abandona a su siervo y se apresura a otorgarle el premio prometido a la paciencia, puesta a prueba en tantos y tan duros combates. «Y en este momento el numen de Prudencio se hincha, como una vela, en un soplo pindárico... "Guirnaldas de ángeles ciñen con su vuelo la tenebrosa mazmorra". Se cumplía la profecía de Cristo: "Os entregarán a los tribunales, y os azotarán". Pero "no os preocupéis de lo que vais a decir, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros" (Mt 10,17).

Hemos de tener coraje para empezar desde cero y paciencia para aguardar a que el grano germine, y vaya creciendo. A nosotros nos toca sembrar, al Dueño de la mies dar el crecimiento (1 Cor 3,7). Dar valor a estas pequeñas cosas que hoy hacemos, y desechar las tentaciones de ir por caminos de espectacularidad, amar la siembra anónima y monótona, no agradecida, o desagradecida, sabiendo que ahí queda la semilla, portadora de germen vivo de vida nueva.

VALENCIA NO ES IGLESIA APÓSTOLICA

Las Iglesias más antiguas de la España romana, fueron fundadas o por Apóstoles, o por discípulos de los Apóstoles. No así Valencia, que estaba muy poco evangelizada, según afirma Lorenzo Ríber: “La ciudad de Valencia, antigua colonia romana, conservó tenazmente el culto de los dioses". La historia guarda silencio absoluto sobre el anuncio del Evangelio en los tres primeros siglos. El martirio de san Vicente en el año 304, es el primer testimonio cristiano de la Iglesia de Valencia, con lo que el joven diácono viene a ser el padre en la fe de Valencia. Como ocurrió en el resto de Hispania, los primeros cristianos en las actuales tierras valencianas debieron ser militares de paso y comerciantes provenientes del África romana, con la que existía una prolija red de comunicaciones comerciales. Alguno de los primeros evangelizadores conocidos, eran africanos. No podemos asegurar que hubiese una Iglesia constituida en torno a un obispo, como en otras ciudades de Hispania, pero no debieron faltar en una urbe tan bien comunicada como Valentia - situada entre Tarraco y Cartago Nova - actividades de evangelización, de reuniones litúrgicas y catequéticas aunque fueran clandestinas, con la asistencia de algún presbítero local o itinerante.

SAN VICENTE FUNDA LA IGLESIA DE VALENCIA

La Valencia cristiana entra definitivamente en la historia con el acontecimiento del martirio del diácono san Vicente a comienzos del siglo IV. Durante los tres primeros siglos de la era cristiana no tenemos datos de vida cristiana no sólo en la ciudad de Valencia y sus alrededores sino también en las otras ciudades del territorio desde la desembocadura del Ebro hasta el sur de Alicante. No sabemos la forma en que las persecuciones de los emperadores romanos durante los tres primeros siglos afectaron a los cristianos de nuestra región. En el año 304, la ciudad de Valentia es el primer lugar que entra documentalmente en la historia del cristianismo con el martirio del diácono de Caesaraugusta, Zaragoza, Vicente.

Sobre el cuerpo de Vicente enterrado en el surco, se levanta hoy la frondosa Iglesia Diocesana Valentina, que también está necesitando una nueva evangelización. ¿Quién quiere ser ese grano de trigo que cae, es olvidado, se pudre, pero que dará mucho fruto? Ofrecerse a ser grano es fruto de la gracia, porque a la naturaleza le gusta más cosechar que sembrar. Reza Dámaso, papa español y también poeta: "Vicente, que por tus tormentos nos escuche Cristo".

LOS REYES DE ARAGÓN

Casi siete siglos han de pasar, para que arraigue y se extienda la devoción al protomártir valenciano Vicente, propagada por los reyes de Aragón, que, desde la reconquista de Valencia, se han acogido a su intercesión. Ellos fueron los que demostraron interés por la basílica sepulcral del santo ubicada junto a la vía Augusta en los aledaños de la ciudad de Valencia, en torno a la que se formaría un poblado mozárabe, el arrabal de Rayosa, cuyo núcleo era la basílica de San Vicente de la Roqueta, iglesia matriz y como catedral de los mozárabes valencianos.

En 1172 Alfonso II, que pobló y dio fuero a Teruel, sitió a Valencia, y para levantar el cerco, exigió el dominio la iglesia de San Vicente. También Pedro II demostró su devoción al santo. Y su hijo, el rey D. Jaime I, heredó y superó, la devoción de sus antecesores a aquel joven diácono, venerado en toda la Cristiandad, en la “era de los mártires” de la persecución de Diocleciano. Y cuando el rey preparaba su cruzada, y en los momentos más álgidos y arriesgados, encomendaba a San Vicente la empresa.

San Vicente de la Roqueta fue el primer lugar que ocuparon en 1238 las huestes de Jaime I cuando conquistó Valencia. Llegaban desde el campamento del arrabal de Ruzafa. En su iglesia quedaría luego, pendiente de la bóveda del presbiterio, el histórico estandarte del "penó de la Conquesta”, “la Senyera”, que ondeó en la torre de Ali Bufat o del Temple, como señal de rendición de la ciudad musulmana, y que permaneció allí hasta que fue trasladado al Ayuntamiento. Cada año es bajado por el balcón, porque la “Senyera” no se inclina ante nadie, para presidir la procesión cívica hacia la Catedral para el Canto de Tedeum de acción de gracias por la Conquista.

EL REY DON JAIME EL CONQUISTADOR

El mismo Jaime 1 proclamó al mártir Vicente “el santo protector de la reconquista de Valencia”, como “Santa Maria”, bajo diversas advocaciones, y en Valencia, Nuestra Señora del Puig, lo era para todos los reinos de España. Existe un documento del 16 de junio de 1263 conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, cuyo texto traducido dice: “Estamos firmemente convencidos de que Nuestro Señor Jesucristo, por las oraciones, especialmente del bienaventurado Vicente, nos entregó la ciudad y todo el reino de Valencia y los libró del poder y de las manos de los paganos.” La gratitud del rey Jaime I a San Vicente permanecería viva y encendida hasta el fin de sus días. Mandó construir una iglesia más grande y junto a ella, un nuevo monasterio y un hospital para pobres y enfermos.

PATRÓN PRINCIPAL DE VALENCIA

Valencia, compartiendo estos sentimientos de gratitud, aclamó a San Vicente como a su principal patrón. Y los magistrados de la Ciudad acordaron que el 9 de octubre de 1338, festa de Sant Donís, se celebrase el primer centenario de la Conquista con una processó general, la cual partirá de la Seu e irá a la esglesya del benaventurat mártir San Vicent per fer laors y gracies de la dita victoria.

La Santa Sede declaró 2003 año santo en Valencia por la celebración de los 1.700 años de su martirio. Es patrón de Valencia, Zaragoza y otras ciudades de España y Portugal. Se ha podido obtener indulgencia en la Catedral de Valencia, la parroquia de Cristo Rey, también en Valencia, donde fue inicialmente sepultado; las dos capillas conocidas como «las cárceles de San Vicente», en la calle del mismo nombre y en la plaza de la Almoina; y la iglesia de los Santos Juanes de Cullera.

LORENZO, ESTEBAN, VICENTE - CORONA, LAUREL Y VICTORIA



La autenticidad de sus virtudes, vividas heroicamente en la sencillez de su vida ordinaria, quedó sancionada por su sangre derramada. Y la Iglesia correspondió a su eminente servicialidad con el homenaje de su rápido culto: San León Magno en Roma, San Ambrosio en Milán, San Isidoro en Sevilla y San Agustín en África son testigos de la amplia difusión de su fama. Tres basílicas dedicadas a su culto en la Roma medieval atestiguan la popularidad de su nombre. Es también uno de los pocos mártires mencionados en el Calendario de Polemio Silvio. El Liber Sacramentorum contiene una Misa en su honor. Su imagen, en actitud orante, con una gran tonsura, y revestido de la pérula, aparece en un fresco del siglo VI-VII en el cementerio de Ponciano, en Roma. Es honrado especialmente en Zaragoza, en Salona, Sagunto y Tolosa. Reliquias suyas se veneran en Carmona de Sevilla y en algunas ciudades de África. En la Catedral de Valencia se conserva al culto el brazo izquierdo del protomártir, regalado por Pietro Zampieri, de la diócesis de Pádua (Venecia), el 22 de enero de 1970. Vicente, el Vencedor, es uno de los tres grandes diáconos que dieron su vida por Cristo. Junto con - Corona, Laurel y Victoria - forma el más insigne triunvirato. Cubierto con la dalmática sagrada, ostenta en sus manos la palma de los mártires invictos, Vicente

San Vicente, diácono y mártir
fecha: 22 de enero
†: 304 - país: España
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos», Alban Butler
San Vicente, diácono de Zaragoza y mártir, que durante la persecución bajo el emperador Diocleciano sufrió cárcel, hambre, potro y hierros candentes, hasta que en Valencia, en la Hispania Cartaginense, voló al cielo a recoger el premio del martirio.
patronazgo: patrono de Valencia (España), de Portugal, y de los fabricantes de ladrillos, alfareros, techistas, bodegueros y fabricantes de vino, marineros y leñadores, para pedir por la debilidad física, y para la recuperación de bienes robados.
tradiciones, refranes, devociones: Por San Vicente, el invierno pierde un diente.
El día San Vicente entra 'l sol ena fuente (asturiano: hace referencia a una fuente que hay cerca del pueblo de La Focella, (Teverga); es muy sombría, y está situada de espaldas al sur; el sol, en su diario elevarse comienza a tocarla el 22 de Enero a las once de la mañana. CASTAÑÓN, Luciano: Refranero asturiano).
San Lorenzo calura y San Vicente friura, uno y otro poco dura.
San Vicente el barbau rompe el chelau, y si no lo rompe, lo deja doblau (aragonés).
Hay muchos refranes referidos a este san Vicente del 22 de enero, pero en todos el punto común es que aluden a que comienza a declinar el invierno. Posiblemente sean anteriores al siglo XVI y por tanto la observación meteorológica corresponda hoy al 2 de febrero, excepto el asturiano de la fuente.
refieren a este santo: San Vicente de Agen
oración:
Dios todopoderoso y eterno, derrama sobre nosotros tu Espíritu, para que nuestros corazones se abrasen en el amor intenso que ayudó a san Vicente a superar los tormentos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

San Valerio, obispo de Zaragoza, cuya celebración es hoy mismo, instruyó en las ciencias sagradas y en la piedad cristiana a este glorioso mártir. El mismo obispo le ordenó diácono para que formara parte de su séquito, y le encargó de instruir y predicar al pueblo, a pesar de que era todavía muy joven. El cruel perseguidor Daciano era entonces gobernador de España. El año 303, los emperadores Diocleciano y Maximiano publicaron su segundo y tercer edicto contra el clero, y al año siguiente lo hicieron extensivo a los laicos. Parece que poco antes de la publicación de dichos decretos, Daciano hizo ejecutar a los dieciocho mártires de Zaragoza, de los que hacen mención Prudencio y el Martirologio Romano, y arrestó a Valerio y a Vicente. Estos dos mártires fueron poco después trasladados a Valencia, donde el gobernador les dejó largo tiempo en la prisión, sufriendo hambre y otras torturas. El procónsul esperaba que esto debilitaría la constancia de los testigos de Cristo. Sin embargo, cuando comparecieron ante él, no pudo menos de sorprenderse al verles tan intrépidos y vigorosos, y aun castigó a los soldados por no haberles tratado con el rigor que él había ordenado. El procónsul empleó amenazas y promesas para lograr que los prisioneros ofrecieran sacrificios a los dioses. Como Valerio, que tenía un impedimento de la lengua, no pudiese responder, Vicente le dijo: «Padre, si me lo ordenas yo hablaré». «Hijo mío -le contestó Valerio-, yo te he confiado ya la dispensación de la divina palabra, y ahora te pido que respondas en defensa de la fe por la que sufrimos». El diácono informó entonces al juez que estaban dispuestos a sufrirlo todo por Dios y que no se doblegarían, ni ante las amenazas, ni ante las promesas. Daciano se contentó con desterrar a Valerio, pero decidió hacer flaquear a Vicente valiéndose de todas las torturas que su cruel temperamento podía imaginar. San Agustín nos asegura que Vicente sufrió torturas que ningún hombre hubiera podido resistir sin la ayuda de la gracia, y que, en medio de ellas, conservó una paz y tranquilidad que sorprendió a los mismos verdugos. La rabia del procónsul se manifestaba en el rictus de su boca, en el fuego de sus ojos y en la inseguridad de su voz.


Vicente fue primero atado de manos y pies al potro, y ahí le desgarraron con garfios. El mártir, sonriente, acusaba a sus verdugos de debilidad, lo cual hizo creer a Daciano que no atormentaban suficientemente a Vicente; así pues, mandó que le apalearan. Esto en realidad dio un respiro al santo, pero sus verdugos volvieron pronto a la carga, resueltos a satisfacer la crueldad del procónsul. Sin embargo, cuanto más le torturaban los verdugos, tanto más le consolaba el cielo. El juez, viendo correr la sangre a chorros y el lastimoso estado en que se hallaba el cuerpo de Vicente, no pudo menos de reconocer que el valor del joven clérigo había vencido su crueldad. En seguida ordenó que cesara la tortura y dijo a Vicente que, si no había podido inducirle a sacrificar a los ídolos, por lo menos esperaba que entregaría éste las Sagradas Escrituras a las llamas, para cumplir el edicto imperial. El mártir contestó que tenía menos miedo de los tormentos que de la falsa compasión. Daciano, más furioso que nunca, le condenó a lo que las actas llaman «quaestio legitima» («la tortura legal»), que consistía en ser quemado sobre una especie de parrilla. Vicente se instaló gozosamente en la reja de hierro, cuyas barras estaban erizadas de picos al rojo vivo. Los verdugos le hicieron extenderse y echaron sal sobre sus heridas. Con la fuerza del fuego, la sal penetraba hasta el fondo. San Agustín dice que las llamas, en vez de atormentar al santo, parecían infundirle nuevo vigor y ánimo, ya que Vicente se mostraba más lleno de gozo y consuelo, cuanto más sufría. La rabia y confusión del tirano fue increíble; perdió totalmente el dominio de sí mismo y preguntaba continuamente qué hacía y decía Vicente; pero la respuesta era siempre que el santo no hacía más que afirmarse en su resolución.

Finalmente, el procónsul ordenó que echaran al santo en un calabozo cubierto de trozos de vidrio, con las piernas abiertas y atadas a sendas estacas, y que le dejaran ahí sin comer y sin recibir ninguna visita. Pero Dios envió a sus ángeles a reconfortarle. El carcelero, que vio a través de la rejilla el calabozo lleno de luz y a Vicente paseándose en él y alabando a Dios, se convirtió súbitamente al cristianismo. Al saberlo, Daciano lloró de rabia; sin embargo ordenó que se diese algún reposo al prisionero. Los fieles fueron a ver a Vicente, vendaron sus heridas, y recogieron su sangre como una reliquia. Cuando le depositaron en el lecho que le habían preparado, Vicente entregó su alma a Dios. Daciano ordenó que su cuerpo fuese arrojado en un pantano, pero un buitre le defendió de los ataques de las fieras y aves de presa. Las «actas» y un sermón atribuido a san León añaden que el cadáver de Vicente fue entonces arrojado al mar, pero que las olas lo devolvieron a la playa, donde lo recogieron dos cristianos, por revelación del cielo.


El relato de las traslaciones y la difusión de las reliquias de san Vicente es muy confuso y poco fidedigno. Se habla de sus reliquias no sólo en Valencia y Zaragoza, sino también en Castres de Aquitania, en Le Mans, en París, en Lisboa, en Bari y en otras ciudades. Es absolutamente cierto que su culto se extendió muy pronto por todo el mundo cristiano y llegó hasta algunas regiones del Oriente. La misa del rito milanés le nombra en el canon. El emblema más característico de nuestro santo en las representaciones artísticas más antiguas es el buitre, representado en algunas pinturas sobre una roca. Cuando se trata de una pintura que representa a un diácono revestido con la dalmática y que lleva una palma en la mano, es imposible determinar si se trata de una imagen de san Vicente, de san Lorenzo o de san Esteban. En Borgoña, se venera a san Vicente como patrono de los cultivadores de la vid. Ello se debe probablemente, a que su nombre sugiere cierta relación con el vino.

Alban Butler basa principalmente su relato en la narración del poeta Prudencio (Peristephanon, 5). Aunque Ruinart incluye las «actas» de san Vicente entre sus Acta Sincera, es evidente que el compilador, que vivió probablemente varios siglos después de los hechos, dejó en ellas libre curso a su imaginación. Sin embargo, san Agustín dice en uno de sus sermones sobre el santo que él ha manejado las actas, lo cual induce a suponer que el resumen mucho más conciso de Analecta Bollandiana (vol. I, 1882, pp. 259-262) representa en sustancia el documento al que se refiere san Agustín. De lo que estamos absolutamente ciertos es del nombre de san Vicente, del sitio y la época de su martirio, y del lugar de su sepultura.

Ver P. Allard, Histoire des persécutions, vol. IV, pp. 237-250; Delehaye, Les origines du culte des martyrs (1933), pp. 367-368; H. Leclercq, Les martyrs, vol. II, pp. 437-439; Romische Quartalschrift, vol. XXI (1907), pp. 135-138. Existe un buen resumen histórico, el de L. de Lacger, St. Vincent de Saragosse (1927); y un estudio de su «pasión» por la marquesa de Maulé, Vincent d´Agen et Vincent de Saragosse (1949); sobre este último, cf. los diferentes estudios de Fr. B. de Gaiffier, en Analecta Bollandiana. Sobre el obispo san Valerio, ver Acta Sanctorum, 28 de enero. La escultura es «San Vicente mártir arrojado al muladar», alabastro de Diego de Tredia, siglo XVI, en el Museo de Bellas Artes de Valencia.
fuente: «Vidas de los santos», Alban Butler

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