lunes, 25 de febrero de 2013

En la barca de la Iglesia

Sopla el viento del Espíritu. Las velas sienten el empuje. El timón se mantiene firme, desde la fe de una Iglesia milenaria y siempre joven.
 
En la barca de la Iglesia



La historia de la Iglesia es apasionante. Desde su nacimiento, tras la Muerte y Resurrección de Cristo. Desde sus primeros años, con esperanzas y con persecuciones. Desde su larga historia, escrita con páginas de santidad y de amor, con debilidades, pecados y misericordia.

En la nave sopla el viento del Espíritu. La estrella polar, María, indica el camino hacia Cristo. Dios Padre convoca, desde Oriente hasta Occidente, a quienes más ama, a los hijos de los hombres.

En esa nave están Pedro y sus sucesores, los Papas. Cada uno, con su carácter diferente y con su amor a Cristo y a su redil, ha predicado para conservar viva la fe, ha trabajado para sostener la esperanza, ha sufrido y luchado para encender el amor.

La barca sigue su travesía. Las tormentas no dejan de arremeter contra la nave. Algunos sucumben. Otros se levantan tras la caída y vuelven a formar parte del pequeño rebaño.

"No temas", dijo Jesús a Pedro. "No temas", susurra el Maestro a cada generación de bautizados. "No temas", repetían Juan Pablo II y Benedicto XVI. "No temas", escucho dentro de mi alma.

No seguimos en la nave apoyados en seguridades humanas: lo que es frágil no garantiza certezas ni robustece las rodillas vacilantes. La fuerza de la Iglesia católica viene de lo alto y nos permite navegar seguros, hacia la Jerusalén celestial.

Desde la fe, la esperanza y la caridad seguimos nuestro viaje. Permanecemos unidos, confirmados en la sana doctrina, gracias al Papa.

No importa su nombre ni su origen. Se llamará Juan o Pablo o Juan Pablo, se llamará Pío o Benedicto, vendrá de Italia, de Polonia, de Alemania o de algún otro lugar de la amplia geografía católica. Nos basta con saber que Jesús lo eligió y le dice, como al primer Papa: "Apacienta mis ovejas... Sígueme" (cf. Jn 21,15-19).

Sopla el viento del Espíritu. Las velas sienten el empuje. El timón se mantiene firme, desde la fe de una Iglesia milenaria y siempre joven.

En el horizonte, un banquete: el Cordero ha dado su Sangre para que entremos con Él, vencedores, en la gran fiesta de los cielos.

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