lunes, 29 de abril de 2013

Benito de Urbino, Beato


Presbítero Capuchino, Abril 30
 
Benito de Urbino, Beato
Benito de Urbino, Beato

Presbítero

Martirologio Romano: En Fossombrone, del Piceno, en Italia, beato Benito de Urbino, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que fue compañero de san Lorenzo de Bríndisi en la predicación entre husitas y luteranos (1625).

Etimológicamente: Benito = Aquel a quien Dios bendice, es de origen latino.
Nunca se es completamente libre para poder elegir lo que uno quiera. Al menos eso es lo que me pasó a mí. Porque yo nací en Urbino, una ciudad de las Marcas en la Italia central, en septiembre de 1560 y dentro de una familia de nobles, los Passionei. Fui el séptimo de once hermanos, y a los pocos días me bautizaron imponiéndome el nombre de Marcos.

A los cuatro años me quedé sin padre; y a los siete nos dejó también mi madre. Total, que los tutores de la familia nos fueron criando y educando hasta que pudimos valernos por nosotros mismos.

Por lo que a mí respecta, aún recuerdo aquel 28 de mayo de 1582 cuando nueve ilustres «lectores» del Estudio universitario de Padua me declaraban doctor en leyes, en derecho civil y canónico, entregándome la toga, el birrete y el anillo doctoral; tenía 22 años.

El mundo se abría ante mí, y para conquistarlo de una forma más rotunda me hice presentar en el ambiente de la nobleza romana, sobre todo eclesiástica. Pero la cosa no fue como yo soñaba. El precio del éxito era demasiado caro para que me decidiera a invertir en él, por lo que apenas aguanté un año en medio de ese ambiente que me producía asco y también miedo.

De vuelta al pueblo empezó a invadirme una especie de «crisis» espiritual. Mi vida iba tomado sentido a medida que la soñaba como una entrega total a Dios y a la gente. Y una forma de concretarla era haciéndome Capuchino.

Muchas tardes subía al convento y me pasaba las horas muertas en la iglesia; hasta que me decidí a comunicarle al P. Guardián mi voluntad de hacerme religioso. Pero todos se pusieron en contra: los Capuchinos, mi familia, y hasta el obispo. A los frailes les parecía que un señorito como yo no podría aguantar el rigor de la vida capuchina. Para mi familia era demasiado duro tener que perder a uno de sus miembros más cualificados; mientras que el señor obispo trataba de desviarme hacia otra Orden menos austera, como eran los Camaldulenses.

Sin embargo, aunque de naturaleza frágil y quebradiza, mi tenacidad era de acero, por lo que insistí varias veces hasta conseguir que me admitieran en el Noviciado. Recuerdo que al recibir en la calle la noticia de mi admisión pegué tal salto y tal grito de alegría, que todos se quedaron extrañados, dada mi habitual compostura y timidez. Mi gozo era tan grande que me fui directo al convento sin pasar siquiera por mi casa a despedirme.

En el Noviciado lo pasé francamente mal, debido a mi quebradiza salud; pero mi empeño por seguir adelante -y mi enchufe con el General, que todo hay que decirlo- hizo que pudiera profesar como Capuchino. Repartí todos mis bienes y comencé una vida nueva.

Una vez ordenado sacerdote y tras ejercer el ministerio por los conventos de las Marcas, me enviaron a Bohemia, junto con S. Lorenzo de Brindis y otros hermanos, a convertir a los protestantes. Menos mal que estuve poco tiempo, porque aquello fue durísimo. De nuevo volví a las Marcas y allí se desarrolló toda mi vida.

Los que escribieron mi biografía han dicho que me distinguí por tres cosas: por la cantidad y calidad de la oración, por mi austeridad de vida, y por dedicarme al ministerio de los pobres. Ellos sabrán.

Lo que sí os puedo decir es que, después de abandonar mi vida de «señorito» y hacerme fraile, estaba como seducido por esa presencia misteriosa que es Dios, de modo que dedicaba a Él todo mi tiempo disponible; así fue como me salieron hasta callos en las rodillas de estar arrodillado en su presencia. Sin embargo lo que más me asombraba era experimentarlo como un Dios sufriente; de ahí que reflexionara continuamente sobre la Pasión de Cristo.

Esto me hacía pensar en mi frágil salud y en la urgencia de remediar las necesidades de los pobres. Con frecuencia los enviaba a casa de mis hermanos para que los atendieran, hasta el punto de que solían decir, en plan de broma: «Nuestro hermano el fraile, no contento con haber distribuido todo lo suyo en limosnas, quiere también repartir todo lo nuestro».

La verdad es que yo me contentaba con poco, y hubiera estado dispuesto a repartirlo cien veces si hubiera tenido algo que dar; pero sólo disponía de mi persona y del servicio que pudiera prestar a los demás. Así que la mayoría del tiempo lo pasaba predicando en los pueblecitos donde me llamaban, ya que, por lo visto, mi oratoria no iba muy allá. Sin embargo yo me encontraba muy a gusto entre esa gente pobre, pues eran más receptivos al Evangelio.

Y así estuve casi toda mi vida, hasta que mi frágil cuerpo empezó a envejecer y a resistirse a caminar. Ya al final de mis días, un hermano religioso, creyendo que estaba ya en la agonía final encendió, como era costumbre, una vela; pero yo me di cuenta y le hice una señal para que la apagara, porque todavía no me estaba muriendo. Tardé tres días más, y el 30 de abril de 1625 me encontraba con la hermana muerte.

La gente me veneraba como un santo, hasta el punto de que tuvieron que cambiarme de sepultura y guardarme en un lugar tan escondido, que estuvieron dos siglos sin encontrarme. Por fin lo hicieron y pudieron beatificarme en 1867. Después de todo me cabe la satisfacción de no ser un «santo» del todo, sino simplemente el beato Benito de Urbino.



Beato Benito de Urbino, religioso presbítero
fecha: 30 de abril
n.: 1560 - †: 1625 - país: Italia
otras formas del nombre: Marco Passionei
canonización: B: Pío IX 10 feb 1867
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
En Fossombrone, del Piceno, en Italia, beato Benito de Urbino, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que fue compañero de san Lorenzo de Bríndisi en la predicación entre los husitas y luteranos.
refieren a este santo: San Lorenzo de Brindis

Marco (éste era su nombre de bautismo) nació el 13 de septiembre de 1560 de la ilustre familia de los Passionei. Quedó huérfano a los diez años. De carácter reflexivo, fue enviado a las universidades de Perusa y de Padua, donde obtuvo la láurea en filosofía y en leyes. De ahí se dirigió a Roma a la corte del cardenal Juan Jerónimo Albani; pero pronto debió regresar a Urbino a causa de dificultades familiares. Entretanto maduraba su vocación religiosa, de modo que a los veintitrés años pidió ser admitido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Su constitución delicada le creó serios obstáculos, que fueron superados por su tenaz insistencia y las óptimas condiciones morales del postulante.

Finalmente en 1585 fue admitido a la profesión religiosa, en la cual tomó el nombre de Benito. Realizados los estudios sagrados fue ordenado sacerdote y aprobado para el ministerio de la predicación, al cual se dedicó con fervor de alma y simplicidad de palabra. Escogido como compañero por san Lorenzo de Brindis para la misión entre los Husitas y los Luteranos en Bohemia en 1599, debió pronto regresar a la patria a causa de la delicada salud y la dificultad para aprender la lengua local. Prosiguió la predicación, dedicándose especialmente a la educación de los jóvenes, y sobre todo al empeño ascético. Desempeñó los oficios de guardián y definidor.

Profundamente humilde, evitaba cuanto pudiera producirle honores. Con paciencia y resignación toleró las enfermedades que martirizaban su frágil cuerpo hasta reducirlo a piel y huesos. Se flagelaba con disciplinas de hierro y llevaba a la cintura el cilicio. Se alimentaba escasamente, siempre viajaba descalzo, corto el sueño, muchas las horas consagradas a la oración, a la predicación y al confesionario. Para él, el sufrir era gozar, el sufrimiento lo asemejaba al Crucificado. El dolor es prenda segura de eterna felicidad. Con tiempo predijo su muerte, que esperó sereno y gozoso como su seráfico Padre para volar al cielo.

Al acercarse la última hora, pidió el viático y la unción de los enfermos, que recibió piadosamente. La tarde del 30 de abril de 1625 plácido y sereno entregó su alma en manos del Señor, en Fossombrone, en el convento de Montesacro, donde se conserva su cuerpo. Tenía 65 años, de los cuales vivió 41 en la Orden franciscana en el ejercicio de las más heroicas virtudes. Sus funerales fueron una solemne manifestación de piedad y de veneración. Los milagros hicieron glorioso su sepulcro. Fue beatificado por Pío IX el 15 de enero de 1867.

 

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