lunes, 29 de abril de 2013

José Benito Cottolengo, Santo

Presbítero y fundador, 30 de abril
 
José Benito Cottolengo, Santo
José Benito Cottolengo, Santo

Presbítero y Fundador
de  La Pequeña Casa de la Divina Providencia

Martirologio Romano: En Chieri, cerca de Torino, en el Piamonte, san José Benito Cottolengo, presbítero, que, confiando solamente en el auxilio de la Divina Providencia, abrió una casa para acoger a toda clase de pobres, enfermos y abandonados (1842).

Etimológicamente: José = Aquel al que Dios ayuda, es de origen hebreo.

Etimológicamente: Benito = Aquel a quien Dios bendice, es de origen latino.

Fecha de canonización: 19 de marzo de 1934, por el Papa Pío XI
Pío IX la llamaba “la Casa del Milagro”. El canónico Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera fase, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. En la puerta de una vieja casona leyó: “Taberna del Brentatore”. La volteó y escribió: “Pequeña Casa de la Divina Providencia”. Pocos días antes le había dicho al canónigo Valletti con sencillez campesina: “Señor Rector, siempre he oído decir que para que los repollos produzcan más y mejor tienen que ser transplantados.

La “Divine Providencia” será, pues, transplantada y se convertirá en un gran repollo...”.

José Cottolengo nació en Bra, un pueblo al norte de Italia. Fue el mayor de doce hermanos, y estudió con mucho provecho hasta conseguir el diploma de teología en Turín.

Después fue coadjutor en Corneliano de Alba,
José Benito Cottolengo, Santo
José Benito Cottolengo, Santo
en donde celebraba la Misa de las tres de la mañana para que los campesinos pudieran asistir antes de ir a trabajar. Les decia: “La cosecha será mejor con la bendición de Dios”. Luego fue nombrado canónigo en Turín. Aquí tuvo que asistir, impotente, a la muerte de una mujer, rodeada de sus hijos que lloraban, y a la que se le habían negado los auxilios más urgentes, porque era sumamente pobre. Entonces José Cottolengo vendió todo lo que tenía, hasta su manto, alquiló un por de piezas y comenzó así su obra bienhechora, ofreciendo albergue gratuito a una anciana paralítica.

A la mujer que le confesaba que no tenía ni un centavo para pagar el mercado, le dijo: “No importa, todo lo pagará la Divina Providencia”. Después del traslado a Valdoceo, la Pequeña Casa se amplió enormemente y tomó forma ese prodigio diario de la ciudad del amor y de la caridad que hoy el mundo conoce y admire con el nombre de “Cottolengo”. Dentro de esos muros, construidos por la fe, está la serene laboriosidad de una república modelo, que le habría gustado al mismo Platón.

La palabra “minusválido” aquí no tiene sentido. Todos son “buenos hijos” y para todos hay un trabajo adecuado que ocupa la jornada y hace más sabroso el pan cotidiano.

Les decía a las Hermanas: “Su caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra”. Pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. “El asno no quiere caminar” comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: “In domum Domini íbimus” (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de abril de 1842.
 
 
 

José Benito Cottolengo

     
   
José Benito Cottolengo
Giuseppe Benedetto Cottolengo.jpg
José Benito Cottolengo
Nacimiento3 de mayo de 1786
Bra (Cuneo) (Reino de Piamonte)
Fallecimiento30 de abril de 1842
(55 años)
Chieri (Turín) Flag of Italy.svg Italia
Beatificación29 de abril de 1917
Canonización19 de marzo de 1934
Festividad30 de abril
San José Benito Cottolengo (en ital. Giuseppe Benedetto Cottolengo) Nace en Bra, Cuneo, Piemonte, Italia el 3 de mayo de 1786. Hijo de Agostino Cottolengo y Benedetta Chiarotti.
En 1802 Viste el hábito talar y cursa clandestinamente sus estudios eclesiásticos en la parroquia de Sant'Andrea en Bra.
En 1806 Recibe las órdenes menores de manos de monseñor Arborio Gatinara, obispo de Asti.
En 1811 Monseñor Paolo Solaro le ordena sacerdote en la capilla del seminario de Turín.
El 29 de mayo de 1818 es nombrado canónigo del Corpus Domini en Turín.
El 2 de septiembre de 1827 presencia la muerte de Maria Gonnet, hecho que cambiará el rumbo de su Misión.
17 de enero de 1828: Inaugura el pequeño hospital de la Volta Rossa
El 27 de abril de 1832 Inaugura la Piccola Casa della Divina Provvidenza en los suburbios de Turín, en la zona de Valdocco.
El 21 de abril de 1842 se retira a Chieri en casa de su hermano, el canónigo, Luigi donde muere el 30 de abril.
Fue beatificado el 29 de abril de 1917 por Benedicto XV y fue canonizado por el Papa Pío XI el 19 de marzo de 1934.

 Enlaces externos

 
 
 
 
 
 
SAN BENITO COTTOLENGO
 
SAN BENITO COTTOLENGO
Fundador. Año 1842.
Nació en Bra, Italia, cerca de Turín, en 1786. Fue sepultado un 1º. De mayo. Se hizo famoso por haber fundado el hospital llamado "La Divina Providencia", donde se asiste a más de 10,000 enfermos y no se llevan cuentas de dinero.
De pequeñito ya empezó a demostrar su futura vocación, pues un día lo encontraron con un metro, midiendo la sala de su casa para ver cuántas camas de enfermos cabrían allí.
Los estudios le resultaban difíciles. Entonces se encomendó a Santo Tomás de Aquino, y este gran sabio le obtuvo de Dios un gran éxito en sus exámenes, y llegó después a ser doctor en Teología. Por toda su vida fue muy devoto de Santo Tomás.
Ordenado de sacerdote, estaba ejerciendo su apostolado en Turín, Italia, cuando un día tuvo que asistir a una pobre mujer que tenía que morir y dejar varios huérfanos, porque ningún
 
 
 
 
 
 
hospital la había querido atender gratuitamente, y ella era muy pobre. De aquí le vino la idea de fundar una casa para los pobres enfermos que no tuvieran con qué pagar. Para ello vendió todo lo que tenía, hasta su abrigo, y consiguió unas cinco piezas o cuartos para recibir enfermos.
Estalló en Turín la epidemia del cólera, y el gobierno creyó que la Casa del Padre Cottolengo por recibir a tantos enfermos se iba a convertir en un centro de propagación de la enfermedad, y cerró la tal casa. San José Benito en vez de desanimarse exclamó: "Las hortalizas, para que crezcan más, las trasplantan. Así nos va a suceder a nosotros. Nos trasplantamos y así creceremos más". Y se fue hacia las afueras de la ciudad, a un barrio alejado llamado Valdocco, y allí fundó "La Pequeña Casa de la Divina Providencia", que se iba a convertir en
un famosísimo hospital con 10,000 enfermos. Sobre la puerta de entrada de su nuevo hospital escribió aquellas palabras de San Pablo: "La Caridad de Cristo nos anima".
Poco a poco fue construyendo edificios tras edificios. A uno lo llamó "Casa de la fe". A otro: "Casa de la Esperanza". A un tercero: "Casa de Nuestra Señora". A otro "Belén". Y al conjunto  de todo aquello lo llamaba él "Mi Arca de Noé". Allí se recibían toda clase de enfermos incurables. Construyó un edificio para los retrasados mentales, a los cuales llamaba "mis queridos amigos". Otro edificio fue dedicado a los sordomudos y un pabellón para los inválidos.
Los huérfanos, los desamparados, los que eran rechazados en los demás hospitales, eran recibidos sin ninguna condición en la "Pequeña Casa de la Divina Providencia". Un escritor francés exclamó al ver aquello: "Esto es la Universidad de la caridad cristiana".
El Padre Cottolengo fundó varias comunidades de hombres y de mujeres para atender al inmenso número de enfermos. Y les repetía: "Hagan alegre y agradable el trato que les dan a los enfermos. Que los que reciben sus favores y atenciones sientan gozo al ser atendidos y nunca se sientan humillados".
La especialidad de este santo fue una confianza absoluta y total en la Divina Providencia, o sea en el cuidado amoroso que la bondad de Dios tiene para nosotros. Su frase favorita era aquella de Cristo Jesús: "Busquen primero el Reino de Dios y su santidad, y todo lo demás les llegará por añadidura". Tenía muy grabada en la memoria aquella famosa promesa de Jesús: "Si tienen fe aunque sea tan pequeñita como un granito de mostaza, le dirán a un monte:
quítese de aquí, y láncese al mar, y les obedecerá. No duden de que si va a suceder lo que piden, y lo obtendrán. Cuanto pidan en la oración, crean que ya lo han recibido, y lo conseguirán". (Mc. 11,23).
San José Benito nunca atribuyó sus éxitos a sus cualidades de organizador. Les decía a sus religiosas: "Nosotros somos como las marionetas de las funciones de teatro; nos movemos, andamos, damos señales de que estamos vivos, mientras nos mueve nuestro director que es Dios. Pero apenas termina la función, quedamos como desmayados en un rincón, cubiertos de polvo. El que obra todo es Dios".
 
 
 
 
 
 
Su fe en la ayuda de Dios era tan grande que exclamaba: "Para mí es más cierto que existe la Divina Providencia, que el que exista la ciudad donde vivo". Y con esa enorme fe conseguía milagros maravillosos. Un gran psicólogo llegó a visitarlo y exclamó: "Este Padre tiene más fe él solo, que todos los demás habitantes de Turín juntos".
Un dato curioso del Padre Cottolengo es que nunca llevaba cuentas ni hacía inversiones para asegurarse rentas y ganancias. Gastaba todo lo que le llegaba sin guardar nada para el día siguiente. Un día a mediodía no había con qué dar de almorzar a los enfermos. Entonces reunió a la comunidad y les dijo: - ¿Alguno de Uds. ha guardado algún dinero?-. "Sí, respondió una religiosa. Yo guardé una moneda de oro por si se ofrecía algún gasto después". - Pues
esa es la razón por la que no nos llegan ayudas, ¡porque estamos confiando más en el dinero que en Dios!", exclamó el santo, y tomando en sus manos la moneda la lanzó por la ventana.
Pocos minutos después llegó de la ciudad todo lo necesario para el almuerzo de todos los enfermos.
Otro día ya cerca de la hora del almuerzo no había nada con qué preparar el alimento para
tanta gente. El santo se fue con sus religiosas y varios enfermos a rezar. Y a eso de la una de la tarde llegaron unos carros del ejército, avisando que los batallones se habían ido a hacer ejercicios militares bastante lejos y no habían podido regresar a tomar el almuerzo, y que ahí les traían todo el alimento ya preparado para bastantes centenares de personas. Y alcanzó para todos. Dios no le fallaba a este amigo suyo que tanta fe tenía en sus ayudas oportunas.
No tenía dinero y sin embargo pensaba en ampliar más y más su hospital. Y repetía gozoso:
"A la Divina Providencia de Dios le cuesta lo mismo alimentar a 500 que a 5,000". Y la gente decía que la Pequeño Casa de la Divina Providencia era como una pirámide al revés que se apoyaba sobre un único punto: la gran confianza en la bondad de Dios. Y en verdad que el modo de obrar de nuestro santo era totalmente al revés de lo ordinario. Si faltaban las ayudas
necesarias mandaba a averiguar si sería que había alguna cama vacía sin enfermos, y encontrándola exclamaba: "Esa es la causa de que no nos estén llegando ayudas. ¡Es que estamos haciendo cálculos y guardando camas sin enfermos!". Le decían: "¡Ya no quedan camas!", y respondía: "Entonces acepten más enfermos". Otro día le informaban: "Que se acabó el pan y faltan los demás alimentos", y el respondía: "Entonces reciban más pobres". Y Dios no le fallaba ni siquiera una vez.
Era admirable la fe ciega que San José Benito tenía en la Divina Providencia, en ese cuidado paternal que Dios tiene de nosotros. El repetía a sus ayudantes: "Nos podrán fallar las personas, nos fallarán los gobiernos, pero Dios no nos fallará jamás ni siquiera una sola vez".
Y añadía: "Dios responde con ayudas ordinarias a los que tienen una confianza ordinaria en El, pero responde con ayudas extraordinarias a los que tienen en El una confianza extraordinaria".
Si había un hombre que no se preocupaba por el futuro era este santo. Tenía muchísimos enfermos que atender y nunca se angustiaba por lo que se iba a necesitar. Sabía que Dios iba
 
a proveer a todo y siempre. Y decía a sus colaboradores: "Si Uds. viven afanándose por el futuro, entonces ya Nuestro Señor no se va a preocupar por ayudarnos, porque se están preocupando ustedes. No estropeen la obra de Dios. Déjenlo obrar a Él. Es necesario que nuestras despensas estén vacías y llenas, ya no nos manda sus ayudas. ¡Qué gran injusticia le haríamos al poder y a la bondad de Dios si desconfiáramos y creyéramos que no nos va a ayudar!".
Es curioso que el Padre Cottolengo no pedía ni dinero, ni alimentos, ni  Medicinas, ni ayudas materiales cuando rezaba. Él pedía "El Reino de Dios y su santidad" y estaba absolutamente seguro de que todo lo demás lo enviaría Dios "por añadidura". Insistía siempre en esto: "Pidan a Dios que logremos evitar el pecado. Eso es lo importante. Pídanle siempre a Dios que le  agrade nuestra conducta. Si conseguimos esto, ya verán que todo lo demás lo irá enviando
El". Y así sucedía.
Un día le dijeron que no había dinero, ni alimentos, ni medicinas y se fue con todos lo que pudo encontrar, a la capilla y empezó a pedir. Pero qué pedía: "Señor: que se cumpla siempre tu Santísima Voluntad. Que te amemos. Que te obedezcamos. Que te hagamos amar y conocer". Y no pidió más que estas cosas espirituales. Y poco después llegaron todas las ayudas materiales que se necesitaban.
El Padre José Benito Cottolengo, agotado de tanto trabajar, murió a los 56 años el 30 de abril del año 1842, cerca de Turín, Italia. Lo sepultaron el 1º. De mayo.
El su enorme hospital siguen recibiendo toda clase de enfermos incurables, y Dios sigue llenando de milagros aquella obra formidable. Sus últimas palabras antes de morir fueron aquellas del salmo 122: "Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor". El Papa Pío XI lo declaró santo en 1934, junto con su gran amigo y vecino, San Juan Bosco.
 
San José Benito Cottolengo, presbítero
fecha: 30 de abril
n.: 1786 - †: 1842 - país: Italia
canonización: B: Benedicto XV 29 abr 1917 - C: Pío XI 19 mar 1934
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Chieri, cerca de Torino, en el Piamonte, san José Benito Cottolengo, presbítero, que, confiando solamente en el auxilio de la Divina Providencia, abrió una casa para acoger a pobres, enfermos y marginados de toda clase.

Un día de septiembre de 1827, un sacerdote fue a llevar los últimos sacramentos a una joven dama francesa que, mientras viajaba de Milán a Lyon, con su esposo y sus tres hijitos, había caído enferma en Turín. Allí, en la miserable casucha de un barrio inmundo, la joven dama murió por falta de atención médica, con el consuelo espiritual que le había llevado el sacerdote. Este era el canónigo José Benito Cottolengo originario de Bra del Piamonte. El buen canónigo, un hombre de gran caridad, quedó aterrado al saber que no había en Turín ninguna institución que se ocupase de los casos semejantes al de la señora francesa. Aunque no tenía dinero, el padre José alquiló inmediatamente cinco cuartos en una casa llamada «Volta Rossa»; una dama le proporcionó algunas camas; un médico y un farmacéutico ofrecieron sus servicios y pronto, se inauguró el hospital con cinco pacientes. Al poco tiempo, hubo que aumentar el número de cuartos. El padre José organizó a los voluntarios, de suerte que pudiesen prestar sus servicios en forma permanente. A los hombres los llamó hermanos de San Vicente; las mujeres, que pronto adoptaron una regla, un hábito y una superiora, recibieron el nombre de Hijas de San Vicente de Paúl, o Hermanas Vicentinas.

En 1831, se desató una epidemia de cólera en Turín. Las autoridades, temerosas de que «Volta Rossa» se convirtiese en un foco de infección, clausuraron el hospital. El P. José comentó, sin inmutarse: «En mi tierra dicen que los nabos se multiplican por transplantación. Cambiaremos, pues, de sitio». Las vicentinas asistieron a los enfermos, en sus casas, durante la epidemia. Después, el hospital se trasladó a Valdocco, que quedaba entonces fuera de Turín. El canónigo llamó a la nueva residencia «la Piccola Casa» o Casita de la Divina Providencia. Sobre la entrada colocó un letrero que decía: «Caritas Christi urget nos», el versículo del Apóstol en 2Cor 5,14: «El amor de Cristo nos apremia». Poco a poco se construyeron otros edificios para hacer frente a la creciente demanda. Los nombres eran característicos: «Casa de la Fe», «Casa de la Esperanza», «Casa de la Madonna», «Belén». En lo que san José Cottolengo llamaba su «Arca de Noé», albergaba a los epilépticos, a los sordomudos, a los enfermos de cualquier clase, a los huérfanos, a los contrahechos y a los inválidos de toda especie. Construyó dos casas para los retrasados mentales, a los que llamaba tiernamente «mis buenos chicos» y fundó una casa de refugio, en la que se desarrolló una congregación religiosa, bajo el patrocinio de Santa Thais. Un escritor francés calificó el conjunto de edificios de «Universidad de la Caridad Cristiana», pero el fundador seguía llamándola «la Piccola Casa». Convencido de que era un simple instrumento en las manos de Dios, el P. Cottolengo jamás atribuyó el éxito a su talento de organizador. En cierta ocasión formuló sus sentimientos de manera muy gráfica, al dirigirse a las vicentinas: «Somos como las marionetas de un teatro. Los títeres se mueven, brincan, bailan y dan señales de estar vivos, en tanto que el manipulador los mueve. Unas veces representan a un rey, otras a un payaso ... Pero en cuanto termina el acto, quedan desmadejados en un rincón, cubiertos de polvo. Lo mismo sucede con nosotros: la Divina Providencia nos manipula y nos mueve en nuestras diferentes funciones. Nuestro deber es acomodarnos a sus planes y representar el papel que nos ha destinado; responder pronta y exactamente al movimiento que nos imprime la mano de Dios».

«Don Cottolengo» dirigía toda la organización, sin llevar cuentas de ninguna especie; gastaba el dinero tan pronto como lo recibía y jamás hizo inversiones productivas. Llegó hasta a rehusar el patronato real para su obra, pues estaba bajo el patrocinio del Rey de Reyes. En vano le aconsejaron sus amigos, repetidas veces que obrase con prudencia para asegurar el futuro de su obra. Los acreedores le molestaban continuamente, la caja estaba vacía y las provisiones escaseaban, pero el siervo de Dios confiaba en la Divina Providencia, que jamás le abandonó. Y para asegurar el porvenir de la «Piccola Casa», contaba con las oraciones y no con el dinero. Para cumplir lo que él consideraba como la voluntad de Dios, fundó, junto con la organización, varias comunidades religiosas, cuya principal finalidad consistía en orar por todas las necesidades. Entre dichas comunidades se contaban las Hijas de la Compasión, que se dedican a orar por los moribundos; las «Sufragistas» de las santas almas, que piden por las ánimas del Purgatorio; las Hijas del Buen Pastor, que trabajan y oran por las jóvenes que se hallan en peligro y una comunidad muy estricta de carmelitas, que ofrecen oraciones y sacrificios por toda la Iglesia. Para los hombres, fundó las congregaciones de los ermitaños del Santo Rosario y la de sacerdotes de la Santísima Trinidad.

A los cincuenta y seis años, extenuado por una fiebre tifoidea y por una vida de trabajo y penitencia, «Don Cottolengo» entró en agonía. Sin experimentar la menor ansiedad por el futuro de su obra, nombró a su sucesor, se despidió de sus hijos espirituales y se trasladó a Chieri, donde murió nueve días después, en casa de su hermano, el canónigo Luis Cottolengo. Casi todas las obras que fundó siguen florecientes en la actualidad y la «Piccola Casa», hospeda todavía a miles de gentes pobres, e incluso se habla normalmente de «un cottolengo» para referirse no sólo a la obra del santo sacerdote, sino a un tipo de casa de cuidados caritativos para los pobres. San José Cottolengo fue canonizado en 1934, junto con su amigo san Juan Bosco.

La biografía más completa es la que escribió, en italiano, el P. Gastaldi en tres volúmenes (1910; trad. francesa, 1934). J. Guillermin escribió en francés una biografía anís breve, con motivo de la beatificación, en 1917. Ver también S. Ballario, L'apostolo della carita (1934).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 
 
 
 
 
 
 

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