sábado, 10 de agosto de 2013

Alianza

      

 


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La palabra hebrea berit designa un acuerdo, un pacto entre dos jefes o dos reyes, interlocutores iguales o no. Un soberano puede imponer a su vasallo un «tratado de vasallaje». La berit es, por tanto, un acto jurídico y político que impone deberes y garantiza derechos a cada uno de ellos. En la Biblia, la alianza es la relación que Dios establece con el pueblo que ha elegido o con algunos de sus representantes. Se lleva a cabo por iniciativa suya: «Vosotros sois mi pueblo y yo soy vuestro Dios». Berit fue traducido al griego por diatheke: el acto por el que alguien dispone libremente de sus bienes, y después al latín por testamentum, testamento, porque la desigualdad entre los interlocutores se experimentó vivamente.

Antes del exilio

Los profetas llaman a vivir en fidelidad a la alianza del Sinaí. Todo Israel se había comprometido libremente a respetar la ley contenida en el Código de la Alianza, que concierne tanto a la vida religiosa como a la vida social (Ex 20,22-23,19): «Tomó [Moisés] a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor» (Ex 24,7). El rito de alianza consiste en una aspersión del altar y del pueblo con la sangre de animales sacrificados, para mostrar que una misma vida une de ahora en adelante a Dios y a su pueblo. Esta alianza asegura la identidad de Israel y hace de él un pueblo de hermanos. La fidelidad es recompensada con la bendición (*), la vida, mientras que la infidelidad es sancionada con la maldición, la muerte. Si hay ruptura de los vínculos de la alianza, siempre es por parte de los hombres (Jr 11,10). Y cuando Dios se encoleriza contra su pueblo, sufre con esta ruptura (Os 11,8-9). Con la destrucción del templo de Jerusalén en el 587, la ruptura de la alianza es evidente y parece definitiva.

Después del exilio

Los sacerdotes de Jerusalén comprenden que la alianza ya no debe descansar en la fidelidad del pueblo, nunca duradera, sino sólo en Dios, siempre fiel. En lugar de ser bilateral y condicional, la alianza es ahora unilateral e incondicional: sólo Dios se compromete, y para siempre. Así son las dos alianzas que, según la Historia sacerdotal, preceden a la alianza con Moisés, que se convierte en la tercera. En la primera, establecida con Noé para todos los hombres (y los animales), Dios pide que no se derrame sangre y, si se come carne, que no se consuma la sangre (Gn 9,4-5). El arco iris que aparece después del diluvio hace visible la promesa de Dios. La segunda alianza es sellada con Abrahán y su descendencia (Gn 17,2.4). La única condición impuesta: la circuncisión (de los judíos y después de los musulmanes) para significar su pertenencia a Dios (Gn 17,10).

La nueva alianza

Jeremías anuncia una «nueva alianza», ya no solamente exterior, como un reglamento, sino interior, como una relación personal y recíproca: «Pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón» (Jr 31 ,3134). Para Ezequiel, Dios debe dar a su pueblo «un corazón nuevo, un espíritu nuevo» (cf. Ez 36,26-27).
Esto prefigura maravillosamente bien la alianza nueva llevada a cabo por Cristo: «Ésta es la copa de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros» (Lc 22,20). Alianza definitiva y gratuita, fundamentada en el amor incondicional de Cristo. Cada comida eucarística celebra esta alianza abierta a todos los hombres. Ocurra lo que ocurra, «la alianza nueva y eterna» ha sido adquirida para nosotros.

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