jueves, 22 de agosto de 2013

Anacoretas, cenobios y lauras





 



En la antigüedad, en los primeros siglos de nuestra era, cristianos deseosos de dedicar su vida por entero a Dios, deseosos de vivir en la intimidad con Jesucristo, deseosos de vivir con total radicalidad el evangelio, deseosos de alcanzar el reino de los cielos, se retiraron a lugares solitarios, lejos de la vida muelle y corrompida que les ofrecía el mundo.

El lugar generalmente aceptado como cuna del monaquismo cristiano es Egipto. Allí aparecieron las grandes figuras de monjes universalmente admiradas y propuestas como modelo. Allí también se delinearon con perfiles nítidos las dos formas principales de vida monástica: El anacoretismo y el cenobitismo.

El anacoretismo

Los anacoretas o eremitas eran solitarios que se internaban en los desiertos que, llevando una vida de intensa mortificación y penitencia, purificaban su alma buscando la intimidad con Jesucristo.

En los albores del monaquismo cristiano, como modelo de vida anacorética nos encontramos con San Antonio Abad. San Pacomio lo considera como "la forma perfecta de la vida anacorética".

Pero Antonio no fue sólo un anacoreta, sino padre de monjes anacoretas. En verdad no fueron pocos los que se animaron a dejar ciudades y poblados para abrazar la vida monacal en las soledades del desierto. Ahora bien, desde muy antiguo, en Egipto, Siria, Fenicia, la Mesopotamia, se formó la tradición de que nadie podía ingresar debidamente en la vida monástica si no encontraba un padre que le admitiese. Por eso lo primero que debía hacer quien deseaba ser monje era buscar un maestro que le enseñase cómo comportarse en el yermo, como vencer las pasiones desordenadas, cómo luchar contra los demonios, cómo progresar en las virtudes.

El ejemplo y la palabra del anciano formaban poco a poco al nuevo monje. Los apotegmas de los padres del desierto son respuestas de los ancianos a las preguntas de un nuevo monje.

Demás está decir que la palabra del anciano tenía autoridad indiscutible: sus dichos eran considerados carismáticos, es decir Dios mismo era el que expresaba su voluntad por medio de las sabias palabras del anciano. En la vida de los anacoretas tenía capital importancia lo que se denominaba Logión que era una sentencia divina dada por el anciano al nuevo monje que le preguntaba acerca de cómo vivir su vida de consagración a Dios, acerca de cómo alcanzar la perfección en la vida monástica y por ende su propia salvación.

El Logión era un don especial concedido tan solo a los monjes perfectos, al anciano, y era una sentencia pronunciada en nombre de Dios. Era como un oráculo divino transmitido al monje novato quien preguntaba a su padre espiritual qué debía hacer para ser un monje de verdad y cómo de un modo práctico, obtener la santidad y por ende su salvación. Por ejemplo un monje le preguntaba a su padre espiritual: “Dime qué debo hacer para salvarme”; el monje respondía: “huye de los hombres y te salvarás”. Entonces el nuevo monje dedicaba toda su vida a meditar y poner en práctica todo aquello que implicaba esa sentencia dicha en nombre de Dios.
Durante el tiempo de aprendizaje los ancianos no escatimaban pruebas para comprobar la veracidad de la entrega a Dios, para formar y ayudar al nuevo monje a ser monje de verdad.

Entre los anacoretas no existía la profesión de votos formales, simplemente un día oía de su maestro como Pablo el simple: "He aquí que ya eres monje" y entonces, terminaba su periodo de aprendizaje y formación e iba a ocupar una celda individual.
Sin embargo, los anacoretas del Egipto si bien vivían en la soledad del desierto no llegaron a independizarse absolutamente del resto de la humanidad, se agruparon en lugares cercanos unos de otros y formaron una especie de colonia de anacoretas. Su vida era predominantemente solitaria. No pocas veces se vio que el anciano, verdadero monje perfecto y santo, atraía muchos nuevos monjes más, que deseaban imitar su vida en búsqueda del Señor.

Por esta razón se formaban en torno a él numerosos discípulos que constituían una especie de colonia. El monje padre espiritual, deseoso de una mayor soledad, llegado el tiempo se alejaba un poco de sus discípulos e internándose aún más en el desierto, buscaba una mayor soledad con Cristo. Pero la fecundidad de su vida, la generosidad de su entrega, la santidad de vida atraía nuevos discípulos y entonces, nacía una nueva comunidad de anacoretas.

Dentro de la celda los anacoretas oraban, hacían penitencia y trabajaban. La ocupación preferida era la confección de cestas, cuerdas y esteras tejidas de juncos o palmas, ya que este trabajo, predominantemente mecánico, le otorgaba la posibilidad de continuar su oración. Otros se ocuparon de traducir manuscritos para sus hermanos o como medio de subsistencia.

La ocupación primordial era rezar: lo hacían día y noche. No eran pocos los que pasaban la noche en vigilia completa.

Todos los discípulos de un maestro si bien en su celda tenían amplia libertad, observaban en la práctica un régimen de vida semejante, ya que si bien eran solitarios, permanecía entre ellos un fuerte vínculo con el anciano que los había formado. Aún viviendo solos, se sentían ayudados y sostenidos por la presencia, ejemplo, conversaciones edificantes y consejos de sus maestros y hermanos en ascetismo.

En cuanto a la liturgia, el sábado y domingo concurrían comunitariamente al rezo de los salmos y la eucaristía, luego la cual rompían el riguroso ayuno de la semana con un poco de pan y guiso de verdura. La reunión del sábado y domingo también era aprovechada para entregar las esteras y cuerdas para ser vendidas en el comercio de la ciudad y también para aprovisionarse de los materiales necesarios para trabajar durante la semana.

Se reunían en estos días para tratar temas de la Escritura; allí los monjes preguntaban a los más ancianos acerca de las virtudes y demás consejos espirituales.

Tal como lo hemos descrito, el anacoretismo apareció en Egipto. Sin embargo en Siria y en la Mesopotomia se hizo presente con algunas variantes."Abrazan la vida solitaria- explica Teodoreto de Ciro-, se aplican a no hablar más que con Dios y no se conceden la menor parte de consuelo humano".

Unos habitaban en chozas, otros en grutas y cavernas. No pocos prescindían de toda clase de morada: vivían al aire libre, sin ninguna protección contra el frío, el calor o el sol. Algunos se separaban del mundo construyendo un muro en búsqueda de la absoluta soledad, pues no querían comunicarse con nadie sino con sólo Dios. Otros buscaban el refugio de la copa de un árbol (son los llamados por autores griegos: dendritai). Algunos vivían en bosques (los llamados: "Pastores"), sin morada alguna, sin alimento sólido sino sólo hierbas, raíces y frutas. Otros mortificaban su cuerpo con el continuo andar (eran los giróvagos), quienes intentaban manifestar a su vez, que todos somos peregrinos en esta tierra; quienes buscaban imitar al Hijo del Hombre que dijo no tener ni siquiera donde reclinar su cabeza. En el otro extremo, estaban los reclusos, quienes pasaban su vida encerrados entre cuatro paredes, algunas veces sin ventana ni techo. Por último también en Siria y la Mesopotamia estaban los estilitas, quienes garantizaban su soledad pasando los años de su vida en lo alto de una columna. Algunos fueron canonizados como el famoso San Simón Estilita.

 
Cenobitismo

La segunda manera de vivir la vida monástica también apareció en Egipto, Siria y la Mesopotamia un poco después del anacoretismo. Los cenobitas propiamente hablando formaban una comunidad.

En Siria, apareció el famoso asceta Julián Saba, un arameo que buscó una cueva natural a unos 20 km. al este de Edesa y empezó a practicar grandes austeridades. Vivía en la más absoluta pobreza, vestía de saco penitencial, comía sólo pan de mijo y se dedicaba a continuamente rezar. Algunos quisieron imitar su vida y formaron un cenobio de 10 monjes, que luego llegaron a cien. Moraban en cuevas de los alrededores. Al romper el alba cantaban salmos en comunidad, para luego internarse en el desierto de dos en dos, para pasar el día en oración. Por la tarde regresaban y terminaban el día tal como lo habían empezado: cantando y orando en comunidad.
Pero sin duda quien más resplandeció en el cenobitismo fue el egipcio San Pacomio.
Cual otro Antonio, también a él, se le unieron multitudes de hombres que buscaban la intimidad con Cristo en el seno de una comunidad monástica.

La llamada Koinonia Paconiana se formó por la fundación sucesiva de varios monasterios. En vida de Pacomio, el monasterio de Pbow fue el monasterio principal de la koinonia, donde residía habitualmente el superior general con sus ayudantes y el ecónomo. Al superior general era el abad, padre o archimandrita. Tenía autoridad absoluta, por supuesto con los sólo límites de la ley natural y eclesiástica. Nombraba los superiores de los otros monasterios y los cambiaba de uno a otro. Él designaba los principales ayudantes de los cenobios: los ecónomos, ayudantes, prefectos y subprefectos de cada casa. Solo él aceptaba y expulsaba a los insurrectos.

Frecuentemente visitaba - personalmente o por sus vicarios - a los cenobios. E incluso elegía su sucesor.

Todos los cenobitas se reunían dos veces al año en asambleas que se organizaban en el monasterio principal para Pascua y el mes de Agosto. En la primer asamblea se buscaba era la celebración comunitaria de la Eucaristía, a la cual participaban todos los monjes de todas las casas. Durante esta celebración se bautizaban los monjes catecúmenos.

Escuchaban en esta asamblea al superior general, sus exhortaciones y admoniciones, se tomaban disposiciones para el buen régimen de la koinonia y se nombraban los nuevos superiores de casas.

Todos los monasterios dependían del monasterio principal, incluso económicamente. La administración general era confiada al gran ecónomo, quien guardaba el dinero y se encargaba de la venta de los productos del trabajo monástico y de la compra de lo necesario para cada monasterio.

Cada cenobio estaba rodeado por un muro de clausura, dentro del cual se levantaban las casas más o menos numerosas según la cantidad de miembros. Cada una de las casas contaba con una sala de reunión y celdas. Cerca a la única puerta de acceso estaba la casa de los hermanos porteros. Entre las casas se erigían varios edificios comunitarios: la iglesia, la cocina, la bodega, la biblioteca y talleres de trabajo. Los espacios libres eran patios y huertas.

Al frente de cada monasterio había un superior local que dependía del superior general. Cada monasterio tenía su superior local y cada casa dentro de un monasterio tenía un prefecto con su ayudante. Lo principal en la vida del monje era la oración. A diferencia de los anacoretas (que sólo asistían a la iglesia los días sábados y domingos), los cenobitas de Pacomio, en cambio, participaban todos los días en dos ocasiones: al amanecer y atardecer para cantar la oración, escuchar la Palabra de Dios y recitar la salmodia de alabanza a su Señor.

Es de notar que en los monasterios cenobíticos de Pacomio no había sacerdotes, ellos por humildad preferían asistir a las funciones religiosas de la iglesia parroquial los sábados por la tarde o recibir al sacerdote celebrante en la capilla del monasterio.

En estos monasterios los monjes analfabetos aprendían a leer para poder mejor rezar y meditar mejor la Sagrada Escritura. Pacomio quería que sus monjes aprendiesen de memoria la Palabra de Dios para poder así recitarla y meditarla sin cesar, y de este modo lograr que impregnar la vida.

La vida dentro del cenobio era una vida de oración y penitencia, sin embargo la regla pacomiana era muy moderada en prescribir la alimentación. Había por lo general una comida principal que constaba de verduras sin carne, ni aceite ni vino. Todos ayunaban sólo dos veces por semana (miércoles y viernes, excepto pascua). El hábito era semejante al de los anacoretas: una túnica sin mangas, un cinturón de cuero o lino, una piel de cabra u oveja desde los hombros hasta las rodillas, y una capucha.

Lauras

Así como en Egipto aparecieron como institución monástica típica los solitarios anacoretas del desierto, en Siria los estilitas quienes vivían en una columna, en Judea aparecieron las lauras. La palabra griega "laura" significa callejuela. Según sostienen algunos autores, la comunidad de ermitas tomó ese nombre debido a que era el elemento unificador, del punto de vista topográfico.

En efecto, había en la laura un sendero o una ramificación de senderos alrededor de los cuales se edificaban los elementos comunes: la iglesia, las celdas, el horno, las cisternas, los depósitos y algunas veces el hospicio para los peregrinos, una enfermería, la torre de defensa y otros elementos. Probablemente su inventor no fue San Eutimio, sino San Chariton. El anterior afirma pretender hacer de Wadi el Moukellik una "laura sobre el modelo de Farán" (laura creada por San Charitón).

Organizada alrededor de un núcleo comunitario, la laura podía extenderse varios kilómetros, siguiendo la configuración típica de los wadis (torrentes) del desierto de Judea. De lunes a viernes cada monje vivía en su gruta, dedicándose a la ascesis con ayunos, vigilias, oraciones, salmodia (recitación de los salmos) y trabajo manual (a menudo fabricación de cuerdas y canastos).

El sábado, todos los monjes se reunían en el centro de la laura, para escuchar las exhortaciones del padre del monasterio, participar en el almuerzo comunitario y en la celebración eucarística dominical. Cada uno depositaba su trabajo semanal a los pies del ecónomo de la laura, y el domingo, antes que cada uno regrese a su celda, el ecónomo distribuía a cada uno el material necesario para el trabajo de la semana siguiente. El ecónomo era el encargado de vender el producto terminado y de adquirir nueva materia prima.

La característica fundamental de la "laura" es la combinación de vida eremítica y vida comunitaria, en contraposición al "cenobio", de vida predominantemente comunitaria.
La vida cenobítica preparaba a los monjes para poder ingresar en la laura. En efecto, todos los miembros de las lauras, habían recibido primero una cumplida formación espiritual en un cenobio estrechamente ligado a ella.

En Palestina los cenobios fueron, más que todo, simple auxiliares de la vida anacorética. El monje era considerado un solitario y la razón de ser de los cenobios era la formación de esos solitarios. Los cenobios eran, sobre todo una escuela para aprender a ser monje e ingresar en las lauras, donde se vivía de modo pleno la vida monástica.

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