martes, 27 de agosto de 2013

Dichoso, bienaventuranza

      

 


la felicidad
Seguimos con el vocabulario bíblico, esta vez se trata de las bienaventuranzas. Una «bienaventuranza» es una palabra de sabiduría que comienza por «dichoso quien » (heb. asré, gr. makarios) e indica una manera de tener una vida lograda. El primer salmo comienza con «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados (…), sino que pone su gozo en la ley del Señor» (Sal 1,12). El primer discurso de Jesús en Mateo, el Sermón de la montaña, comienza con las Bienaventuranzas: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los cielos». Las otras siete bienaventuranzas marcan la tónica de toda la enseñanza de Jesús: es a un camino de dicha al que atrae a sus discípulos.

¿Qué dicha?

¿De qué tipo es la dicha propuesta por la Biblia? Los sabios de Israel buscaron durante mucho tiempo los medios para una vida lograda, para ser dichoso. Éstos entendieron la importancia de la felicidad familiar: una verdadera pareja, hijos y nietos: es la bendición*. Saben que la amistad y las buenas relaciones valen más que la riqueza o una larga vida. Pero constatan también que la felicidad es muchas veces inesperada, fugaz, difícil de conservar, y que las apariencias son frecuentemente engañosas. El Sirácida enumera nueve dichas: «El hombre que está contento con sus hijos, el que puede ver la caída de sus enemigos; dichoso el que vive con una mujer sensata… », y concluye: «Pero nadie aventaja al que teme* al Señor » (Eclo 25,7-11). Más allá de todas las dichas que pasan, sólo una puede durar: la de una relación buena y verdadera con el Señor: los Salmos repiten esto en sus 27 bienaventuranzas (Sal 32,1-2; etc.).

Las bienaventuranzas según Lucas y Mateo

Lucas refiere cuatro bienaventuranzas de Jesús, seguidas por cuatro lamentaciones opuestas: «Dichosos los pobres*, porque vuestro es el Reino de Dios… En cambio, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!» (Lc 6,20-26). Las bienaventuranzas conciernen a los pobres (a los indigentes), aquellos que tienen hambre, los que lloran y los que son odiados, rechazados y perseguidos. Jesús declara dichosos, desde ahora, a aquellos cuya vida es difícil, porque la llegada del Reino* de Dios va a hacer que cambien su situación miserable en dicha.
Mateo, por el contrario, refiere estas cuatro bienaventuranzas y añade otras cuatro relativas a los mansos, los misericordiosos, los de corazón limpio y los que trabajan por la paz. Dos de las cuatro bienaventuranzas idénticas son entendidas de otra manera: no se trata ya de situaciones socioeconómicas difíciles, sino de actitudes espirituales: «los pobres de espíritu», «los que tienen hambre y sed de justicia*» (de hacer la voluntad de Dios), de modo que el conjunto apunta no solo a los excluidos, sino a los creyentes que practican las virtudes evangélicas.
Es posible profundizar en cada una de estas ocho bienaventuranzas leyéndolas como un aspecto de la vida y la personalidad de Jesús. El que ha vivido dichoso por ser amado del Padre es él. Con esta felicidad, obra del Espíritu Santo en él, ha sacado el coraje de vivir como Hijo de Dios y como hermano de los hombres hasta el final. A una mujer que le dijo un día: «Dichoso el seno que te llevó», respondió: «Dichosos, más bien, los que escuchan la palabra* de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,27-28).

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