sábado, 10 de agosto de 2013

El combate espiritual









Desde que el Señor habitó con nosotros, el enemigo cayó y sus poderes declinaron. Por eso no puede nada. Sin embargo, aunque han caído, no puede quedarse quieto sino que como tirano que no puede hacer otra cosa, se va en amenazas, aunque ellas sean puras palabras. Cada uno acuérdese de esto y podrá despreciar a los demonios.
San Atanasio de Alejandría
Vida de Antonio

La vida del monje consiste en un constante combate contra la fuerza del mal que habita dentro de su corazón. Como dijo el Señor, el mal no está fuera de nosotros, sino que del fondo de nuestro corazón brotan los malos pensamientos. Allí se decide un combate entre el bien y el mal.
El monje ha dejado toda otra actividad externa, para centrarse en este asunto capital. Como enseñaba san Antonio, al triunfar Jesucristo el poder del mal que resultado derrotado. Así pues, gracias al Espíritu Santo, es posible nuestra propia victoria. Sólo así amanecen los cielos nuevos y la tierra nueva, que el Señor resucitado ha prometido a cuantos crean en él.
San Antonio combatió durante toda la vida contra esas fuerzas hostiles a Dios y a su proyecto de salvación sobre el hombre. A él se le aparecían en forma de animales repugnantes y amenazadores. No de otra forma es el mal: repugnante a la conciencia humana y amenazador de la paz y del amor.
 
 
Hemos visto que la doctrina ascética del monacato primitivo puede reducirse a tres puntos fundamentales: el combate espiritual, las armas para el mismo y los frutos de la victoria.


Las armas:  Las principales con que contaban para triunfar en sus combates espirituales eran la oración, el trabajo y el ayuno:

Las oración: Era su obligación fundamental ya que habían marchado al desierto y a  la soledad para entregarse al trato continuo con Dios. La oración estaba perfectamente regulada, para la mañana, mediodía y la tarde de cada día. Fuera de la sinaxis litúrgica hebdomadaria, se la dejaba a la iniciativa de los anacoretas y consistía, sobre todo, en el canto de los salmos, al que muchos dedicaban varias horas del día y de la noche. El pensamiento de Dios acompañaba al monje en todas partes y en ello veían la principal fuente de energía para vencer las pasiones.

El trabajo:  Ellos partían del principio de que cada cual debía vivir de su trabajo manual, no importaba cuál, y siempre que ese trabajo fuera compatible con las posibilidades que ofrecía el desierto y con las exigencias de oración continua y recogimiento. Entonces, se fabricaban canastos, cuerdas, esteras, etc., objetos que la colonia se encargaba de vender para procurarse a cambio aquellos productos que necesitaba. Había, a veces, solitarios desocupados, pero, en ese sentido, enfriaban la disciplina espiritual del desierto en una de sus leyes fundamentales.

El ayuno:  La frugalidad se consideraba aún más importante que el trabajo para sujetar la carne al espíritu. El ayuno consistía en hacer una sola comida al día. Estaba perfectamente reglamentado entre los cenobitas pero, entre los anacoretas, se dejaba librado al fervor de cada uno. Gran número de ellos  ayunaban todos los días; algunos comían tan sólo cada dos, tres, cuatro y hasta cinco días. Los ejemplos de los grandes ascetas arrastraban a los menos ardientes.
 
 


Hemos visto que la doctrina ascética del monacato primitivo puede reducirse a tres puntos fundamentales: el combate espiritual, las armas para el mismo y los frutos de la victoria. Hoy finalizamos con los frutos de este combate espiritual y nos encomendamos a la misericordia de Dios Que su gracia nos haga contemplarle a Él, nuestro Dios y Señor, siendo capaces de reconocer quien somos ante Él.

Los frutos de la victoria: fortalecidos por ésta lucha contra el demonio y contra sí mismos, los ascetas llegaban, poco a poco, a la apatheia. Ésta palabra fue, originariamente tomada de los estoicos, pero tiene su significación muy cristiana que reúne al dominio de sí mismo y la paz espiritual. No se trata de la insensibilidad de aquellos filósofos ni de la indolencia de los quietistas. Los más adelantados en la ascesis, lejos de renunciar a las austeridades o al trabajo, se entregaban a ello con fervor para asegurar el pleno desenvolvimiento de la vida del espíritu.

La apatheia, les permitía entregarse más plenamente a la contemplación de los bienes eternos, ya poseídos en esperanza. De allí proviene esa impresión de alegría profunda o de plenitud espiritual, al mismo tiempo que de fortaleza, que se desprende de los relatos, conservados de estas almas tan abiertas y ricas en medio del más absoluto desprendimiento de los bienes de la tierra. Si bien de por sí dichos relatos, a pesar de ser maravillosos, sorprendentes y pintorescos, no ofrecen una plena garantía, debemos hacer notar que la psicología que suponen es de altísimo valor. Dicha psicología nos muestra en su conjunto un plantel de almas selectas tendiendo únicamente hacia los bienes del cielo o poseyendo, ya desde aquí abajo, la anticipación de los mismos.
 

No hay comentarios: