miércoles, 14 de agosto de 2013

Isidoro Bakanja, Beato


Mártir Laico, 15 de agosto
 
Isidoro Bakanja, Beato
Isidoro Bakanja, Beato

Laico Mártir

Martirologio Romano: En la ciudad de Wenga, en las cercanías de Busira, en el Congo Belga, beato Isidoro Bakanja, mártir, que iniciado en la fe cristiana en su adolescencia, la cultivó diligentemente y dio testimonio de ella con valentía, mientras realizaba su trabajo. El encargado de la colonia, por odio a la religión cristiana, lo torturó azotándole largo tiempo y pasados pocos meses, y perdonando a su verdugo, entregó a Dios su espíritu (1909).
Nacido entre el 1880 y el 1890 en Bokendela (Zaire), en la tribu de los Boangi.

Desde pequeño, para vivir tuvo que trabajar como albañil o en los campos. Se convirtió al cristianismo en 1906. Mientras trabaja en las dependencias de los colonizadores en una plantación de Ikili, le fue prohibido por sus patrones la cristianización de sus compañeros de trabajo.

El 22 de Abril de 1909 el superintendente de la factoría, después de haberle arrancado el escapulario del Carmen, que Isidoro llevaba como expresión de su fe cristiana, lo hizo azotar hasta sangrar. Como consecuencia de las heridas de este castigo sufrido por su fe, soportado pacientemente, perdonando a su agresor, murió el 15 de agosto del mismo año.

Fue beatificado por Juan Pablo II el 24 de abril de 1994.

Beato Isidoro Bakanja, mártir
fecha: 15 de agosto
n.: c. 1887 - †: 1909 - país: República Democrática del Congo
canonización: B: Juan Pablo II 24 abr 1994
hagiografía: Santi e Beati
En la ciudad de Wenga, en las cercanías de Busira, en el Congo Belga, beato Isidoro Bakanja, mártir, que, iniciado en la fe cristiana en su adolescencia, la cultivó diligentemente y con valentía dio testimonio de ella durante su trabajo. Por esto, en odio a la religión cristiana, fue sometido a continuos azotes por parte del director de la compañía colonial, y entregó a Dios su espíritu pocos meses más tarde, perdonando a su verdugo.

Numerosos mártires del primer siglo morían pidiendo por quienes los mataban. Y así ha hecho en el siglo XX él, héroe de dieciocho años. Había nacido en la actual República Democrática del Congo, que en su época estaba bajo la soberanía del rey Leopoldo II de Bélgica a título personal: una suerte de propiedad suya, que se convirtió luego en colonia, con el nombre de Congo Belga. El año de nacimiento de Isidoro no es seguro, pero sí lo es el de bautismo: este joven de la tribu Boangi, instruido en la fe por los misioneros, se convirtió en cristiano en 1906, aproximadamente a los dieciocho años.

Hace camino en el trabajo, se convierte en auxiliar doméstico, y lo contrata como tal el agente de una sociedad propietaria de grandes plantaciones de caucho: un belga, como su sociedad, como casi todos los otros empresarios del Congo; al igual que los dos misioneros que han convertido a Isidoro: trapenses de la abadía de Westmalle, cercano a Anversa. Pero a este propietario las conversiones no le van: los negros deben trabajar, quien reza pierde tiempo. Hay otros, como ocurre en las grandes sociedades, contrarios al cristianismo por razones ideológicas, pero también porque ven en el vínculo de fe entre los congoleses y los misioneros un peligro para los plenos poderes de la sociedad sobre la mano de obra negra.

Isidoro no resite, desea volver a casa, pero le está prohibido. Le ordenan incluso tirar el escapulario de la Virgen del Carmen que lleva al cuello, señal de su fe. Él rechaza la orden, y así comienzan dos sucesivas flagelaciones que le provocan heridas incurables. Así maltrecho, lo llevan a otra aldea, para que no lo vea el inspector, que igual lo encuentra «con la espalda surcada de llagas purulentas y fétidas, cubiertas de suciedad, asaltadas por las moscas.» Decide llevarlo consigo y curarlo, pero Isidoro siente venir la muerte y dice a un amigo: «si ves a mi madre, si vas al juez, si encuentras un sacerdote, dile que me estoy muriendo». Llegan los misioneros y él cuenta los hechos: lo exhortan a perdonar a su torturador, y él responde: «cuando esté en el cielo, rezaré mucho por él.»

Flagelación mortal y agonía larguísima: seis meses. Una atroz descomposición de la carne viva. Isidoro Bakanja se ha hecho poner nuevamente al cuello el escapulario y aprieta en una mano la corona del Rosario: que todos los vean morir profesando la fe. Que todos los sepan, negros y blancos. SS. Juan Pablo II lo proclamó beato en 1996.
 

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